ARGUMENTO

 Al partir Agamenón para Troya había prometido a Clitemnestra que le anunciaría por medio de hogueras la toma de la ciudad el mismo día que sucediese. Desde entonces Clitemnestra tenía puesto de atalaya a un siervo que debía estar en observación por si se veían las señales. El atalaya ve la hoguera, y corre a anunciarlo a su señora. La cual, con aquella nueva, viene a los ancianos que componen el coro de esta tragedia y les comunica el feliz suceso. Poco después llega Taltibio, quien refiere todo lo acaecido en la expedición. Por último, aparece Agamenón en su carro de guerra, seguido de Casandra, que viene en otro carro, con todo el botín y los despojos tomados al enemigo. El Rey se retira a su palacio acompañado de Clitemnestra, y en tanto Casandra predice los crímenes que han de ensangrentar aquella regia morada: su muerte, la de Agamenón y el parricidio de Orestes. Acometida como de furor profético, arroja sus ínfulas de sacerdotisa y corre al lugar donde sabe que va a morir. Y aquí entra la parte de la acción más digna de admirarse, y más apta para causar en los espectadores terror y compasión. Esquilo hace verdaderamente que Agamenón sea muerto en escena. La muerte de Casandra se consuma en silencio; pero después el poeta hace que aparezca a la vista el cadáver de la infortunada.

Y en conclusión, presenta a Clitemnestra y a Egisto haciendo alarde de haber tomado los dos, venganza en una misma y única cabeza: ella, de la muerte de Ifigenia; él, de los males que causó Atreo a su padre Tiestes.

La tragedia fue representada el año segundo de la Olimpiada ochenta, bajo el arcontado, de Philocles. Obtuvo el premio Esquilo con Agamenón, Las Coéforas y Las Euménides, y con el Proteo, drama satírico. Tuvo el oficio de corega en esta representación Xonocles Aphidneo.

 

PERSONAJES DE LA ACCIÓN

 AGAMENÓN.

EGISTO.

TALTIBIO, mensajero. EL VIGÍA. CLITEMNESTRA. CASANDRA.

EL CORO DE LOS ANCIANOS.

La escena en la plaza de Argos. En el fondo, el palacio de Agamenón.

 

 

 

EL VIGÍA

Pido a los Dioses que me libren de estas fatigas, de este velar sin fin que todo el año prolongo, como un perro, en el punto más alto del techo de los Atridas, contemplando las constelaciones de los Astros nocturnos, que traen a los vivos invierno y verano, reyes resplandecientes que en el Éter destellan, y se levantan y presentan ante mí. Y ahora espero la señal de la antorcha, el esplendor del fuego que ha de anunciar, desde Troya, la toma de la ciudad. He aquí lo que el corazón de la mujer imperiosa manda y desea. Aquí y allá, durante la noche, en mi lecho húmedo de rocío y no frecuentado por los Ensueños, la inquietud me mantiene en vela, y tiemblo por que el sueño me cierre los párpados.

Alguna vez me pongo a cantar encontrando así un modo de no dormirme, y gimo por las desdichas de esta casa, tan menoscabada en su antigua prosperidad. ¡Acabe ya de llegar la venturosa liberación de mis fatigas! ¡Ojalá aparezca el fuego de la buena nueva en medio de las sombras! ¡Ah! ¡Salve, lucero nocturno, luz que traes un día feliz y fiestas a todo un pueblo, en Argos, por tal triunfo! ¡Oh, Dioses, Dioses! Voy a decírselo todo a la esposa de Agamenón, para que, alzándose pronta de su lecho, salude a esa luz con gritos de júbilo, en las moradas, ya que la ciudad de Ilión ha caído, como lo anuncia esa luminaria brillante. Yo mismo voy a conducir el coro de la alegría y proclamar la feliz fortuna de mis señores, pues tuve tan propicia suerte de verla. ¡Séame concedido que el Rey de estas moradas una, al volver, su mano a mi mano! Lo demás callaré, un gran buey pesa sobre mi lengua.

Si esta casa tuviese voz, claramente hablaría. Yo hablo de buen grado con los que saben; mas no con los que nada saben.

 

 

 

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Este es el año decimonono después que los poderosos enemigos de Príamo, el rey Menelao y Agamenón, eximio par de Atridas, favorecidos por Zeus con trono y cetro dobles, arrastraron lejos de esta tierra las mil naves de la flota argiva, fuerza bélica, y proyectaron desde la profundidad de sus pechos inmenso ardor guerrero, como buitres que, al echar de menos amargamente a los polluelos que asomaban sobre sus nidos, vuelan en rápidos giros y agitan las alas como remos: porque los nidos, en vano vigilados, han sido despojados de sus hijuelos. Mas algún Dios oye al cabo, bien sea Apolo, Pan o Zeus, el agudo lamentar de las aves, y manda a la tardía Erinnis en persecución de los raptores.

Así Zeus, omnipotente y fiel a las leyes de la hospitalidad, impulsa a los hijos de Atreo contra Alejandro, a causa de una mujer que muchas veces se desposó. ¡Cuántas luchas feroces, infligidas a dánaos y troyanos, cuántos miembros quebrantados de fatiga, rodillas heridas contra el suelo, lanzas rotas en la vanguardia de las batallas! Ahora lo decretado hecho está, y la fatalidad se ha cumplido: y ya ni lamentos, ni libaciones, ni gemidos de dolor han de apaciguar la cólera de los dioses, faltos de la llama de los sacrificios. Nosotros, privados de engrosar la expedición, a causa de la vejez de nuestra carne agotada, permanecemos aquí, iguales en fuerza a los niños y apoyados en nuestros báculos: que el corazón que late en el pecho de un niño es semejante al del anciano, y Ares en ellos no reside. Cuando la ancianidad extrema con su follaje se mustia, camina sobre tres pies, sin más fuerza que la infancia, como espectro errante en pleno día.

Pero, ¡oh, tú, hija de Tíndaro, Reina Clitemnestra! ¿Qué sucede? ¿Qué novedad ocurre? ¿Qué has sabido, que así mandas preparar sacrificios por todas partes? Arden todos los altares, cargados de ofrendas, los altares de todos los Dioses, de los que frecuentan la Ciudad, de los Dioses supernos y de los Dioses subterráneos, y de los doce grandes Uranios. Por todas partes, hacia el Urano, asciende la llama atizada con el suave alimento del óleo sagrado, y traen las santas libaciones del fondo secreto de la regia morada.

Dinos lo que puedas y lo que te sea lícito decir. Mitiga la ansiedad, consiente a la esperanza dichosa, inspirada por estos sacrificios, que disipe la tristeza que me devora el corazón.

 

Estrofa.

Mas yo referiré el vigor de los príncipes que se alejaron con dichosos auspicios. Me convidan los Dioses a que lo celebre cantando y para ello tengo fuerza todavía; a que ensalce lo que sucedió cuando ambos tronos de los acayos, ambos jefes de la mocedad de Hélade, por presagio irresistible marcharon contra la tierra de los troyanos, lanza en mano y prontos a la venganza. A los Reyes de las naves, dos reinas de las aves, negra una, de blanco lomo la otra, aparécense no lejos del palacio, por la parte de la mano que blande la lanza. Y estaban devorando, en las moradas resplandecientes, de los cielos, una liebre preñada y a una raza que no había podido salvarse en huida suprema.

¡Celébralo con lúgubre canto: mas todo acabe en victoria!

 

Antistrofa.

El sabio y prudente adivino del ejército; cuando hubo observado las aves, reconoció en ellas a los dos belicosos Atridas, jefes, príncipes, devoradores de liebres, y así les habló, interpretando el augurio:

«Con el tiempo, esta hueste ha de conquistar la ciudad de Príamo, y serán devastadas violentamente las abundosas riquezas que los pueblos amontonaran en los recintos reales, con tal que la cólera divina no empañe el sólido freno forjado en este campamento para Troya. En efecto, la casa de los Atridas es odiosa a la casta Artemis, pues los alados Perros de su padre han devorado allí una liebre temblorosa, antes de que hubiese parido, y toda su cría. A Artemis le horrorizan banquetes de águilas.»

¡Celébralo con lúgubre canto: mas todo acabe en victoria!

Épodo «No lo dudéis, esta bella Diosa es benévola para con los débiles cachorrillos de los leones salvajes, como para todos los hijuelos que crían los animales de los bosques, mas quiere que los augurios de las águilas, manifiestos a la diestra mano, se cumplan también, aunque infundan temores. Por eso invoco a Peán defensor, para que Artemis no mande a la flota de los dánaos el soplo de los vientos contrarios y las tardanzas de la navegación, o incluso un sacrificio horrible, ilegítimo, sin festín, causa cierta de cóleras y rencores contra un marido. ¡Sin duda ha de quedar aquí un terrible recuerdo doméstico, lleno de perfidias y venganza por los hijos!» Así, Calcas, luego de contemplar las Aves en el comienzo de la expedición, anunció las prosperidades y las desgracias fatídicas de las casas reales. ¡Celébralo con él, en lúgubre canto; mas todo acabe en victoria!

 

Estrofa I.

¡Oh, Zeus! Si te agrada con este nombre ser invocado, con este nombre yo te invoco. Después de considerarlo, ninguno encuentro comparable a Zeus, si no es Zeus, para aligerar el vano peso de las inquietudes.

 

Antistrofa I

El primero de todos, que fue grande, y a todos dominaba con su fortaleza juvenil, su vigor y su audacia, ¿qué pudiera, decaído tanto tiempo ha? El que vino después ha sucumbido, encontrándose con un vencedor; mas quien pío celebra a Zeus victorioso, llévase de seguro la palma de la sabiduría.

 

Estrofa II

El que conduce a los hombres por el camino de la sabiduría y ha decretado que alcanzaran la ciencia en el dolor. El recuerdo amargo de nuestros males llueve en derredor de nuestros corazones durante el sueño, y, a nuestro pesar, la sabiduría llega. Y gracia tal nos la conceden los Demonios sentados en las alturas venerables.

 

Antistrofa II

Entonces, el Jefe de las naves argivas, el mayor de los Atridas, sin echar nada en cara al adivino, consintió en las calamidades posibles, en tanto que el ejército aqueo permanecía inerte, varado en la ribera frente a Calcis, en las tempestuosas corrientes de Aulide.

 

Estrofa III

Y los vientos contrarios que desde el Estrimón soplaban, trayendo la inacción, agotando los víveres, quebrantando de fatiga a los marinos, sin respetar las naves ni las maniobras, haciendo mayores los retrasos, consumían la flor de los Argivos. Y el adivino, a tan cruel tormenta, propuso, en nombre de Artemis, un remedio más terrible que el mal, y los Atridas, golpeando con sus cetros la tierra, no contuvieron sus lágrimas.

 

Antistrofa III

Entonces, el Jefe, el mayor de los Atridas, habló así: «Hay riesgo terrible sí hoy se me obedece, mas terrible es asimismo matar a esa niña, ornato de mi casa; mancillar mis manos paternas con sangre de la virgen degollada ante el altar. ¡Desgracias por una y otra parte! ¿Cómo pudiera abandonar la flota y mis aliados? Lícito es para ellos el desear que tal sacrificio, la sangre de una virgen, calme los vientos y la ira de la Diosa, pues todo sería para mejorar.

 

Estrofa IV

Cuando así hubo sentido sobre sí el yugo de la necesidad, mudando designio, sin compasión, furibundo, impío, resolvióse a obrar hasta el fin. Así la demencia, consejera miserable, fuente de discordia, da mayor audacia a los mortales. Atrevióse a ser el sacrificador de su hija, como primera víctima de la armada y en favor de una guerra que vengaría la afrenta de una mujer.

 

Antistrofa IV

Y los caudillos, ávidos de lucha, desoyeron las preces de la virgen, y sus tiernas súplicas al padre, y su juventud no los conmovió. Y el padre ordenó a los sacrificadores, después de la invocación, que tendiesen a la doncella en el ara, como a una cabra, envuelta en sus vestiduras y la cabeza colgando, y que oprimiesen su linda boca para sofocar las imprecaciones funestas contra los suyos.

 

Estrofa V

Mas, en tanto que dejaba caer en la tierra el velo rojo que cubría su frente, con un destello de sus ojos transió de lástima a los sacrificadores, hermosa como en las pinturas, y deseosa de hablarles, tal como a menudo encantara con suaves palabras los ricos festines paternos, cuando, casta y virgen, honraba con su voz la vida tres veces dichosa de su padre querido.

 

Antistrofa V

Lo que luego sucedió, ni lo he visto ni lo puedo decir; mas la ciencia de Calcas no era vana y la justicia muestra el porvenir a los que sufren. ¡Regocíjese aquel que prevé sus males! Es desesperar antes de tiempo. Lo que el oráculo anuncia se cumple manifiestamente. Sea la prosperidad, tal como lo desea esta que viene, el sostén único de la tierra de Apis.

 

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Heme aquí, Clitemnestra, sumiso a tu potestad. Conviene honrar a la esposa del príncipe cuando éste ha dejado el trono vacío. Bien hayas recibido nuevas felices, o, sin que te hayan llegado, dispongas estos sacrificios en la esperanza de recibirlas, con alegría te oiré, y no te haré reconvención alguna si callas.

 

CLITEMNESTRA

Como se ha dicho, ¡nazca la aurora feliz de la noche materna! Escucha, y una alegría tendrás mayor que tu esperanza: los argivos son dueños de la ciudad de Príamo.

 

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¿Qué dices? Unas palabras has dicho, y apenas las creo.

 

CLITEMNESTRA

Digo que Troya es de los argivos. ¿No lo dije claro?

 

EL CORO DE LOS ANCIANOS

La alegría me colma y excita mis lágrimas.

 

CLITEMNESTRA

Ciertamente, tus ojos revelan tu bondad.

 

EL CORO DE LOS ANCIANOS.

Mas ¿tienes testimonio seguro de tal noticia?

 

CLITEMNESTRA

Lo tengo, en verdad, a no ser que algún Dios me engañe.

 

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¿Acaso diste fácil crédito a una visión en sueños?

CLITEMNESTRA

Nunca tomara por verdades las ilusiones de mi mente dormida.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¿Qué flotante rumor no es causa de tu gozo?

CLITEMNESTRA

¿Dudarás por mucho tiempo de mi prudencia, cual si fuese yo una adolescente?

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Pues ¿cuándo se ha destruido la Ciudad?

CLITEMNESTRA

En la misma noche de la que ha nacido este día.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Y ¿qué mensajero ha podido llegarse con tal rapidez?

CLITEMNESTRA

Hefesto ha mandado brotar, en el monte Ida, una luz brillante. De lumbre en lumbre y por la carrera del fuego, aquí la ha enviado. El Ida está frente al Hermayo, colina de Lemnos. Desde esta isla, la gran fogata saltó al tercer lugar, al Atos, montaña de Zeus. El resplandor de la hoguera, jubilosa y rápida, se ha lanzado desde aquella cumbre sobre la espalda del mar, y como un Helios, ha derramado sus luces de oro en las cavernas del Macisto. Inmediatamente, sin dejarse vencer por el sueño, han trasmitido aquí la noticia. El fulgor, proyectándose a lo lejos hasta el Euripo, ha llevado el mensaje a los vigías del Mesapio; y éstos, a su vez, prendiendo un montón de helechos secos, han suscitado la llama y han hecho correr la noticia. Y la luz, activa y sin desfallecer, volando sobre las llanuras de Asopo, como la brillante Selene, hasta la cumbre del Citerón, ha hecho brotar en él otro fuego. Los vigías han acogido esa luz llegada de larga distancia y han encendido una pira más resplandeciente aún, cuyo esplendor, por encima de la laguna de Gorgopis, lanzándose hasta el monte Egiplaxto, ha instado a los vigías a que no descuidasen el fuego. Han desplegado con violencia un gran torbellino de llamas, que abrasa la ribera, más allá del estrecho de Sarónico, y se extiende hasta el monte de Aracneo, próximo a la ciudad.

Por último, esa luz que salió del Ida ha llegado a la casa de los Atridas. Tales son las señales que había yo dispuesto para que de una a otra se transmitiese la nueva. La primera ha vencido, y la última también. Tal es la prueba cierta de lo que te he contado. Mi esposo me lo ha anunciado desde Troya.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¡Oh, mujer! Gracias daré a los Dioses más adelante, pues quisiera oír y admirar aún esas palabras si las repitieses, continuamente.

CLITEMNESTRA

Hoy los aqueos son los dueños de Troya. Aun me parece oír los clamores opuestos que resuenan en la Ciudad. De igual modo, cuando se vierte vinagre y aceite en un mismo vaso, la discordia se interpone entre ambos y no se pueden unir. Así, también, vencedores y vencidos lanzan los gritos discordes de sus destinos contrarios. Aquí están abrazados a los cadáveres de mandos, hermanos, allegados, y los niños sobre los de los viejos. Los que padecen servidumbre lamentan el destino de los que tan caros les eran.

Los vencedores, quebrantados por la fatiga del combate nocturno, y hambrientos, buscan en confusión los manjares que la Ciudad posee. Según la suerte, cada cual entra en las moradas cautivas de los troyanos, al abrigo de lluvias y rocíos, y como el que nada tiene, se va a dormir, sin guardas, la noche entera. Si respetan a los Dioses de la Ciudad conquistada y sus templos, no serán los vencedores a su vez vencidos. No arrastre la codicia desde el primer momento al ejército a cometer acciones impías, en su deseo de botín. Pues es necesario que vuelvan a salvo a sus casas, deshaciendo el camino que peligrosamente recorrieron. Si el ejército dejase atrás Dioses ultrajados, la ruina de los vencidos fuera bastante para despertar la venganza, aun cuando no se hubiesen cometido otros crímenes. Tales son las opiniones de una mujer.

¡Todo suceda manifiestamente para bien! ¡Concedida les sea toda prosperidad!

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Mujer, hablaste con generosidad y como lo hubiese hecho un hombre prudente. No dudo de que cuanto me anunciaste es verdad, y voy a dar gracias por ello a los Dioses, pues de grandes trabajos digna recompensa han obtenido. ¡Oh, Rey Zeus! ¡y tú, Noche cara, que tan gran gloria nos diste, que tendiste una red espesísima sobre los muros de Troya para que nadie, hombre o niño, pudiera evadirse de las amplias mallas de la servidumbre! Gracias doy a Zeus hospitalario que tal quiso y que ya de antes tendía el arco contra Alejandro, para que la flecha, lanzada antes del tiempo oportuno, no se perdiese más allá de los astros.

Estrofa I

Los heridos por la venganza de Zeus pueden relatarla, y se les permite seguirla del principio al fin.

Si alguno dijere que los Dioses no se curan de los mortales que huellan el honor de las sacras leyes, no es varón piadoso. Verdad manifiesta es para los descendientes de aquellos que atizaban una guerra tanto más inicua cuanto mayores eran las riquezas que en sus casas abundaban. Para que mi vida se vea preservada de infortunio, básteme la sabiduría; pues las riquezas de nada sirven al hombre que, insolente, huella para su propia ruina el ara santa de la Justicia.

Antistrofa I

La persuasión del crimen, hija funesta de Até, le arrastra con violencia, y vano es todo remedio. La culpa no queda borrada, antes adquiere mayor brillo con horrible luz. Cual moneda alterada por el roce y el uso, el culpable se ennegrece con el juicio por el que pasa. Niño que persigue a un pájaro huido, imprime a la Ciudad imborrable delito. No hay Dios que escuche ya las súplicas, y todos hacen que desaparezca el impío autor de tales crímenes. Así Paris entró en el hogar de los Atridas y manchó, con el rapto de una mujer, la hospitalaria mesa.

Estrofa II

Esa mujer, dejando a sus conciudadanos el chocar de escudos y de lanzas y el aprestar de naves, y llevando en dote a Ilión la ruina, ha entrado rápidamente por las puertas, osando cometer un crimen increíble. Y las casas así clamaban: «¡Ay! ¡Ay de la casa y los jefes! ¡Ay del lecho, paso de sus amores!

Ved mudo, deshonrado, sin amarga queja, al esposo de faz tranquila; pero sigue más allá de los mares a la esposa que echa de menos, y parece mandar como un espectro en la casa. Odioso le es el encanto de las más bellas estatuas. Ya su belleza no existe, pues no tienen expresión ni pupilas.»

Antistrofa II

Las sombras de la noche no dan sino ilusiones vanas. ¡Vana, en efecto, la visión feliz que se desvanece en alas del sueño, esquivando las manos que la persiguen!…

Tales eran los dolores sentados al hogar, en la casa, y otros mayores aún. Por todas partes casas afligidas, por los que así han dejado la tierra de Hélade. Numerosos pesares han colmado nuestro corazón. ¡Cada cual sabe los que ha enviado, pero sólo vuelven a la casa urnas y cenizas, y no ya seres vivos!

Estrofa III

Ares, que trueca cadáveres por hombres y mide el peso de las lanzas en el combate, no manda desde Ilión a los parientes sino restos miserables consumidos por el fuego y urnas llenas de cenizas en vez de hombres. Lloran unos y loan a un guerrero diestro en el combate. Aquel otro ha sucumbido con honra en la pelea por una mujer que le era extraña. Así, todos, por lo bajo, murmuran inflamados, y un rencoroso dolor se alza sordamente contra los príncipes Atridas. Otros tienen sus tumbas en derredor de las murallas de Ilión, y tierra enemiga los guarda en su seno.

Antistrofa III

Horrible cosa es el rencor de los ciudadanos airados, y cara se paga la maldición pública. Inquieto me tiene alguna desgracia escondida en la sombra. Los Dioses vigilan con los ojos bien abiertos a los que cometieron asesinatos numerosos. Las negras Erinnis mudan la fortuna de un hombre injustamente venturoso; húndenle en tinieblas y él desaparece. Terribles son la loa y la envidia exageradas, que el rayo brota de los ojos de Zeus. Dicha no envidiada prefiero. ¡No sea yo destructor de ciudades, ni sometido esté al yugo de otro!

Épodo Rápidamente la nueva se ha esparcido por toda la Ciudad, traída por el fuego. ¿Es cierta? ¿Es una mentira enviada por los Dioses? ¡Quién sabe! ¿Quién ha de ser tan niño o tan necio que encienda su espíritu en esa señal de la llama y llore después, viendo desmentida la nueva? Es propio de la mujer, antes de toda certidumbre, derramarse en acciones de gracias por un acontecimiento feliz. La mente femenina es propensa a la credulidad, mas victoria que anuncia, pronto se desvanece.

CLITEMNESTRA

En breve hemos de saber si esos mensajes de antorchas, fuegos y señales luminosas han dicho verdad, o si ese bienhadado fulgor, como el de los sueños, ha engañado a mi mente. Veo venir de la ribera un heraldo coronado de ramas de olivo. El polvo, hermano sediento del iodo, me da testimonio de ello. No ha de ser ya mudo ese mensaje, y no te lo traerán sólo fuegos alimentados con ramas de los montes y humaredas de pira. Alegría mayor han de darnos sus palabras. Maldijera yo cualquier otra noticia. Así nos las traiga tan felices como las de los fuegos que vimos.

TALTIBIO

¡Oh, tierra de la patria, tierra de Argos! ¡Después de diez años vuelvo por fin a tu seno y logro una esperanza mía, cuando tantas otras se han roto! No osaba yo, ciertamente, esperar ya, muerto en esta tierra de Argos, hallar en ella la deseada sepultura. Mas ahora, ¡salve, oh, tierra! ¡Salve, luz de Helios! ¡Zeus, rey sumo de este país! ¡Y tú, príncipe Pitio, que, volviendo contra nosotros tus flechas, no nos persigues ya con tu arco y que por largo tiempo te precipitaste ya contra nosotros, a orillas del Escamandro! Sé ahora, príncipe Apolo, salvador y protector nuestro. Invoco también a todos los Dioses que presiden los combates, a Hermes, heraldo amado, y a los heraldos venerables, y a los guerreros que nos han enviado. ¡Muéstrense benévolos al regresar del ejército que ha sobrevivido a la guerra! ¡Salve, casa real, techos queridos, templos sagrados de los Dioses, Demonios que miráis cómo Helios se levanta! Si jamás, en otro tiempo, acogisteis con ojos amigos al rey de esta tierra, recibidle igualmente ahora que vuelve pasado tanto tiempo. ¡El Rey Agamenón retorna, trayéndoos la luz a esta oscuridad de que todos participáis! Acogedle magníficamente, pues conviene así, ya que ha devastado en su venganza el suelo de Troya con la reja de Zeus. Derribados han sido los templos y las aras de los Dioses, y aniquilada toda la raza que pobló aquella tierra. Luego de imponer tal freno a Troya, ha vuelto el Atrida, el Rey augusto, el hombre feliz. De cuantos mortales existen, ninguno más digno de honor. Ni Alejandro, ni la Ciudad su cómplice, pueden vanagloriarse de crímenes mayores que los daños sufridos.

Lo que arrebató y robó por un crimen, su presa, le ha sido arrancada, y así ha derribado hasta los cimientos la casa de sus padres. Con doble pena expiaron su mala acción los priamidas.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¡Bien venido, oh, heraldo, enviado del ejército aqueo!

TALTIBIO

Bien venido soy, y aunque ahora muriese, no detestaría por ello a los Dioses.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¿Te apenaba, pues, la nostalgia de tu patria?

TALTIBIO

Sí, tanto, que la alegría del regreso me llena los ojos de lágrimas.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Así, pues, ¿padecías tan dulce mal?

TALTIBIO

¿Qué dices? Revélame el sentido de tus palabras.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¿Eras presa de la nostalgia de quien sentía nostalgia por ti?

TALTIBIO

¿Dices que la patria y el ejército se echaban de menos el uno al otro?

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¡Cuánto sufrí en el fondo de mi corazón entristecido!

TALTIBIO

¿De dónde nació vuestra inquietud por el ejército?

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Ha mucho tiempo que el remedio de mis males es callar.

TALTIBIO

Pues ¿qué teníais en ausencia de vuestros señores?

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Ahora, según dijiste, lo mejor es morir.

TALTIBIO

Ciertamente, pues buen fin alcanzaron mis deseos. Lo que ocurre en un largo espacio de tiempo trae, ya bienes, ya males. ¿Quién, si no los Dioses, pueden pasar la vida sin desgracia? En efecto, si quisiera yo recordar las nuestras, los accidentes de las naves, los ocios raros y peligrosos, ¿qué día no habremos sufrido y gemido? En tierra nuevas fatigas nos asaltaron. Teníamos los lechos bajo las murallas enemigas; los rocíos de Urano y de la tierra nos empapaban, calamidad de nuestras vestiduras, y hacían que se nos erizase el cabello. ¡Y si alguien nos hablara del invierno, asesino de aves, intolerable para nosotros por la nieve Idia, o del calor, cuando el mar, al mediodía, abandonado por el viento, se dormía inmóvil en su lecho! Mas ¿para qué quejarse ya? El trabajo pasó; pasó también para los que han muerto y que ya nunca más se cuidarán de levantarse. ¿De qué sirve contar los muertos? ¿De qué les sirve contarlo a los vivos? Antes conviene regocijarse de haber escapado de tantas desdichas. Para nosotros, que estamos salvos, en el ejército aqueo, el bien prevalece y el mal no puede luchar contra él. Glorifiquémonos a la luz de Helios; ciertamente, ello es justo, después de haber sufrido tanto por tierra y por mar; «Tomada está Troya, y la flota de los argivos ha consagrado los despojos a los Dioses que se honran en Hélade, y los ha colgado en sus casas, como trofeo antiguo.» Después de oír esto, alabemos a la ciudad y a los caudillos, y honremos a Zeus, que lo hizo. Todo lo sabes ya.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Tus palabras me han convencido, no te lo negaré. El deseo de saberlo todo siempre está despierto en los ancianos. A esta casa real y a Clitemnestra conviene, en verdad, el regocijo; mas también a mí me colma de alegría.

CLITEMNESTRA

Tiempo hace ya que dejé brillar mi alegría, desde el punto en que anoche la mensajera llama nos hubo anunciado la toma y destrucción de Troya. Entonces, me dijeron, vituperándome: «¿Piensas, por la fe de esas inflamadas antorchas, que Troya ha sido saqueada ya? ¡Dejarse transportar de alegría con tal prontitud, propio es de mujeres!» A juzgar por estas palabras, ciertamente, insensata era yo. Hice, sin embargo, sacrificios, y por todas partes, en la ciudad, voces de júbilo, como de mujeres, elevaban acciones de gracias en los templos de los Dioses, y cantaban en el instante en que se amortigua la llama olorosa del incienso consumido. Ahora, ¿es necesario que me refieras lo demás? Por el Rey mismo he de saberlo todo. Apresurarme quiero a recibir lo mejor posible al esposo venerable que vuelve a su patria. En efecto, ¿qué día más grato para una mujer sino aquel en que, trayendo de la guerra un Dios a su marido sano y salvo, le abre las puertas? Ve a decir a mi esposo que venga presto, según el deseo de los ciudadanos, y que hallará en sus moradas a su fiel mujer tal como la dejara, perra para la casa, dulce con él, mala para con sus enemigos, semejante a sí misma en todo lo demás y sin haber violado el sello de su fe en tiempo tan largo. Ni conozco más los placeres y pláticas culpables con otro hombre que conozco el temple del bronce.

TALTIBIO

Tal loa de sí mismo, cuando está henchida de verdad, bien puede pronunciarla una mujer, con honor.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Así acaba de declararte todo su pensamiento, en hermosas palabras para que la conozcas. Mas, habla, heraldo; dime si vuelve Menelao con vosotros, sano y salvo de la guerra, aquel rey tan amado por los argivos.

TALTIBIO

No os daré nuevas felices, sino falsas; amigos, no gozaríais de ellas mucho tíempo.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¡Así nos des noticias felices, pero verdaderas! Fácilmente descubriremos las falsedades.

TALTIBIO

Aquel guerrero ha desaparecido del ejército aqueo; él y su nave han desaparecido. No digo mentira.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¿Se ha separado de vosotros abiertamente al salir de Ilión, o una tempestad, sufrida por todos, le arrastró lejos de la escuadra?

TALTIBIO

Diste en el blanco, como hábil arquero. Brevemente referiste un gran desastre.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¿Qué dicen de él los demás marinos? ¿Vive o es muerto?

TALTIBIO

Nadie lo sabe, nadie puede dar noticia cierta de él, a no ser Helios, de quien procede la fuerza generatriz de la tierra.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Dinos cómo ha sobrevenido y cómo ha cesado esa tempestad excitada contra las naves por la cólera de los Dioses.

TALTIBIO

No conviene profanar un día feliz relatando malas nuevas; pero tal es el premio de los Dioses.

Cuando un mensajero anuncia con rostro entristecido la terrible derrota de un ejército deshecho, la herida de un pueblo todo, ciudadanos innumerables arrojados de mil moradas con el doble azote blandido por Ares, con la doble lanza sangrienta, ciertamente, el que tales desgracias anuncia puede cantar el Peán de las Erinnis; pero yo que llego, alegre mensajero de victoria, a un pueblo pleno de júbilo, ¿cómo mezclaré bien y mal con el relato de esa tempestad que la ira de los Dioses ha precipitado sobre los argivos? El fuego y el mar, que antes se aborrecían, hanse conjurado, y han dado muestra de alianza en la destrucción de la infeliz armada de los argivos. La cólera del mar desencadenóse en la noche. Los vientos tracios hicieron chocar las naves, rompiéndolas; y otras, clavando furiosamente sus espolones, entre torbellinos y torrentes de lluvia, desaparecieron y perecieron, arrastradas al abismo por un terrible piloto. Al volver la brillante luz de Helios, vimos el mar Egeo todo florecido de cadáveres de los héroes aqueos, y despojos de naves. Un dios, no un hombre, rigiendo el timón, dejó salva nuestra sola nave y la arrancó del naufragio, o intercedió por nuestra salvación. La fortuna protectora vino a sentarse, propicia, en nuestro navío, que no se vio tragado por el torbellino de las olas, ni estrellado contra las rocas costeñas. Habiendo escapado por fin de la muerte en el mar, vueltos a la clara luz del día y apenas convencidos de nuestra salvación, pensábamos con pena en el reciente desastre de la escuadra, dispersa o sumergida. Y ahora, si algunos de ellos viven aún, pensarán en nosotros como en muertos. ¿Por qué no?, pues nosotros creemos que tal ha sido su destino. Mas que todo haya sido lo mejor. Entonces, ciertamente, puedes esperar que Menelao vuelva a aparecer antes que todos. Pues si algún rayo de Helios le ilumina aún, vivo y con los ojos abiertos por voluntad de Zeus, que no ha querido aniquilar a esta raza, esperanzas hay de que vuelva a su casa. Sabe que lo que oíste de mí es la verdad.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Estrofa I

¿Quién con tanta verdad le ha llamado así, sino alguien invisible y que, previendo el destino, mueve nuestra lengua hasta en las cosas fortuitas? ¿Quién ha llamado a esa Helena, la esposa causa de la guerra y a quien se busca con la lanza? Perdición de navíos, guerreros y ciudades, ha huido en el soplo del gran Céfiro, lejos y de las muelles y ricas colgaduras de la cámara nupcial; e innumerables guerreros, portando escudos, como cazadores sobre su pista, han perseguido la nave, que se iba borrando ante sus ojos hasta las sombreadas riberas del Simois, en donde habían de lanzarse a empeñar sangriento combate.

Antistrofa I

Dolorosa ha sido para Ilión unión tal. La venganza se ha cumplido, infligiéndose a los culpables el castigo de la mesa hospitalaria mancillada y de Zeus hospitalario ultrajado, y castigándose a los priamidas por haber cantado el himno himeneo para honrar a los recientes esposos. En verdad, la antigua ciudad de Príamo ha cantado después un himno más doloroso, gimiendo por Paris, el esposo funesto, porque, desde entonces, ha gemido sin cesar a causa de la miserable muerte de sus ciudadanos.

Estrofa II

Cierto hombre ha criado un león funesto, que arrancó del pecho amado. En los primeros tiempos de su vida es manso, cariñoso para con los niños y grato a los ancianos. Tiénenle en brazos a menudo, como a recién nacido, juega con la mano que le acaricia y hace halagos, famélico.

Antistrofa II

Más adelante, crecido, manifiesta el natural de su raza. En pago del alimento que se le da, proporciónase una comida no dispuesta, devorando corderos. Toda la casa está manchada de sangre. El dolor de los siervos es impotente contra tan terrible y mortífero azote. Es un sacrificador de Até el que ha sido criado en la casa, por acuerdo celeste.

Estrofa III

Tal ha llegado a Ilión Helena, tranquila como el mar en calma, ornato de la riqueza, encanto de la mirada, flor del deseo perturbador de corazones. Mas cambió, llevando a cabo las nupcias fatales, huésped terrible y funesto enviado a los priamidas por Zeus hospitalario, Erinnis execrable para las esposas.

Antistrofa III

Adagio antiguo es, mucho tiempo ha conocido entre los hombres, que la perfecta felicidad no muere estéril, y que irreparable miseria nace de dichosa fortuna. Yo tengo esta idea muy diversa: que una acción impía engendra toda una generación semejante, al paso que la justicia no engendra en las casas sino una raza tan hermosa como ella misma.

Estrofa IV

Ciertamente, tarde o temprano, una iniquidad antigua engendra, llegado el momento, una iniquidad nueva entre los hombres perversos: horror a la luz; espíritu de iniquidad, invencible, indomable; impiedad; audacia; negras discordias en las casas; raza en todo semejante a sus progenitores.

Antistrofa IV

La Justicia brilla en el ahumado hogar y glorifica una vida honrada. Desvía los ojos del oro y de las riquezas que manchan las manos, y busca una santa habitación. Desprecia el poder tildado de infamia, y lo guía todo a fin merecido.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¡Ya estás aquí, Rey, destructor de Troya, hijo de Atreo! ¿Cómo llamarte? ¿Cómo venerarte, ni demasiado, ni con defecto, en la justa medida? Muchos hombres hay que no gustan sino de apariencias y desdeñan la justicia. Todos están dispuestos a llorar con los desgraciados, pero el dolor no muerde el corazón. Con los dichosos todos se regocijan, poniendo rostro semejante al suyo, y condenándose a reír.

Mas al que conoce bien a los hombres, los ojos no le engañan, y no se deja halagar por falsa benevolencia y por las lágrimas de una amistad fingida. Yo, no he de ocultártelo, cuando arrastrabas al ejército por causa de Helena, insensato te creí, porque pensé que era imprudente conducir, a pesar suyo, a los hombres a la muerte. Ahora, victoriosos, piensan en sus males allá en el fondo de su corazón y con alegría sincera. Más tarde sabrás quién ha obrado bien o mal entre los ciudadanos que están en la Ciudad.

AGAMENÓN

Justo es, ante todo, saludar a Argos y a los Dioses de la patria, que, dándome ayuda, han favorecido mi retorno y la justa venganza que he tomado de la ciudad de Príamo. Los Dioses no han discutido la causa. Todos, unánimes, han decretado, echando sus votos en la urna sangrienta, la ruina de Ilión y la matanza de sus guerreros. En la otra urna quedó la esperanza, sin que nadie pusiera en ella mano.

Ahora, por el humo se reconoce la ciudad destruída. Las tempestades de la ruina truenan victoriosas en ella y la movible ceniza exhala allí los vahos de una antigua riqueza. Por eso hay que elevar a los Dioses acciones de gracias. Hemos tendido redes inevitables, y por una mujer, el monstruo argivo, hijo del caballo, ha destruido la ciudad. Todo un pueblo, portando escudos, se ha precipitado de un salto al caer de las Pléyades. El famélico león ha traspuesto las murallas y ha bebido hasta saciarse la sangre real.

Ante todo, debía yo hablar así de los Dioses, pero recuerdo tus palabras y digo como tú: A pocos hombres ha sido dado no envidiar a un amigo feliz. Un veneno invade el corazón del envidioso.

Doblegado por su sufrimiento, gime al agobio de sus propios males, cuando ve la dicha ajena. Digo esto, sabiéndolo, porque he conocido bien el espejismo de la amistad, sombra de una sombra, en todos los que parecían ser mis amigos. Ulises no más, que no se había dado al mar con gusto, una vez atado al yugo conmigo, ha sido para mí sólido compañero. De él lo digo, esté vivo o muerto. De lo demás, de cuanto concierne a la Ciudad y a los Dioses, deliberaremos juntos en el ágora. Haremos que lo bueno siga como hasta ahora y persista; mas si algo necesita remedio, trataremos de curar los males con sabiduría, cortando y quemando. Ahora, entrándome en mi casa, junto a mi hogar, levantaré las manos hacia los Dioses que me han traído de tan lejos de ella. La victoria que siempre me asistió, a mi lado esté en este día.

CLITEMNESTRA

Ciudadanos, ancianos argivos que aquí estáis, no me avergüenzo ya de revelar ante vosotros mi amor a mi marido. La vergüenza se disipa con el tiempo en el corazón de los hombres. No repetiré lo que otros han sentido, contando mi vida infeliz durante los largos años que él pasara en Ilión. Lo primero es desdicha grande para una mujer, estar sola en la casa, lejos de su marido. Oye innumerables rumores nefastos que le traen una noticia siniestra, y después de ésta, otra aún peor. Si el Rey hubiese sido herido tantas veces como la fama traía a esta mansión, más traspasado estuviera que una red. Si hubiese muerto tantas veces como el rumor lo ha esparcido, pudiera, nuevo Gerión de triple cuerpo, vanagloriarse de haber revestido tres túnicas en la tierra, pues nada diré de la que se lleva bajo tierra, y dentro de cada una hubiese muerto una vez. A menudo han roto con violencia los lazos con que me oprimía el cuello, a causa de tan siniestras voces. Por eso tampoco está aquí, como convendría, Orestes, tu hijo, prenda de mi fe y de la tuya. Mas no te asombres. Lo educa un huésped benévolo, Estrofio el Forense, que me predijo dos riesgos futuros, el que tú corrías ante Ilión y la anarquía del pueblo que turbaba el senado público y lo pisoteaba, tanto más cuanto más bajo hubiese caído, como es natural en los hombres. Tal es la razón sincera de lo que yo hice. En cuanto a mí, secas están las henchidas fuentes de mis lágrimas, y ni una gota queda ya por tantas noches de insomnio que mis ojos sufrieron, mientras te lloraba esperando las señales de las hogueras que nunca aparecían. Me desvelaba el ligero murmullo de los mosquitos aleteando y veía mayores males caer sobre ti de los que soñaba dormida. Mas después de sufrir por tantas fatigas, puedo decir, alborozada en el corazón: ¡He aquí el hombre, el perro del establo, el cable salvador de la nave, la sólida columna de la elevada mansión, que es como el unigénito para el padre, semejante a la tierra que, contra toda esperanza, surge ante los marinos en brillante luz, pasada la tormenta, como el surtir de un manantial para el viajero sediento. Dulce es para mí que te hayas librado de todos los peligros. Ciertamente, eres digno de que así te salude sin reserva, ya que tantos males he padecido. Ahora, cabeza amada, desciende del carro, mas no pongas en el suelo, ¡oh, Rey!, el pie que derribara a Ilión. Esclavos, ¿por qué tardáis? ¿No os ordené que cubrieseis su camino con alfombras? ¡Pronto! Cúbrasele de púrpura el camino, mientras se dirige a la casa que no esperó ver más, para que se le conduzca con honor, puesto que así conviene. En cuanto a lo demás, con ayuda de los Dioses cumpliré lo que el destino quiere, sin debilitar mi vigilancia.

AGAMENÓN

Guardadora de mis moradas, hija de Leda, hablaste a medida de mi ausencia, largamente; mas, para que con justicia sea loado, es fuerza que otros me rindan tal honor. No me trates, empero, blandamente, a modo de mujer, o como a rey bárbaro. Nadie se prosterne ante mí lanzando altos clamores, ni se despierten envidias tendiendo alfombras a mi paso. No es lícito honrar así más que a los Dioses. No sin temor, yo que soy sólo un hombre, sabría, andar sobre púrpura. Quiero que me honren como a hombre, no como a Dios. El clamor público crecerá sin que necesite de alfombras ni púrpura. La sabiduría es el don más preciado de los Dioses. Sólo puede llamarse feliz al que ha acabado sus días en la prosperidad.

Buena esperanza tuviera yo si mi dichosa fortuna presente se me concediera en todo.

CLITEMNESTRA

No te niegues a mi deseo.

AGAMENÓN

Sabe que mi mente no ha de cambiar.

CLITEMNESTRA

¿Has prometido a los Dioses, por temor, hablar así?

AGAMENÓN

Si los demás ignoran, yo sé por qué lo hago.

CLITEMNESTRA

¿Qué crees tú que hubiese hecho Príamo vencedor?

AGAMENÓN

Creo que hubiese caminado sobre púrpura.

CLITEMNESTRA

Mas no temas el vituperio de los hombres.

AGAMENÓN

La voz del pueblo es, en verdad, omnipotente.

CLITEMNESTRA

No es envidiable el que no es envidiado.

AGAMENÓN

Conviene que la mujer no sea tenaz.

CLITEMNESTRA

Honra para el vencedor es ser vencido.

AGAMENÓN

Así, pues, ¿tanto estimas tal victoria?

CLITEMNESTRA

¡Convengo en ello! Cédeme de buen grado victoria tal.

AGAMENÓN

En tal caso, si es tu gusto, desátenseme pronto estas sandalias, esclavas hechas al pie, para que ningún Dios me mire caminar sobre esa púrpura de lejos con ojos de envidia. Harto me avergonzaría, en verdad, de mancillar, hollándolos, esas riquezas y tejidos que tanto costaron. Mas basta ya. Recibe con benevolencia a esta extranjera en las moradas. Un Dios mira favorable desde lo alto a quien manda con dulzura, pues nadie se somete de grado al yugo de la servidumbre. Esta que me ha seguido es flor escogida entre riquezas innumerables, don del ejército. Y puesto que cambié de propósito, y para complacerte en ello, entro en la casa hollando púrpura.

CLITEMNESTRA

Tenemos el mar, que nadie puede agotar, que cría abundante la púrpura, tan preciosa como la plata, riquísimo tinte de las vestiduras. Gracias a los Dioses, ¡oh, Rey!, nuestra casa encierra hartas riquezas de este género y no conoce la indigencia, ¡Cuántos tejidos hubiese yo dedicado a que tus pies los hollaran, de haber querido los oráculos que así comprase la vuelta de tu alma! Mientras la raíz está salva, el follaje lanza su sombra sobre esta mansión, defendiéndola contra el can Sirio. Tu retorno al hogar doméstico es como calor de estío en mitad del invierno. Cuando Zeus hace hervir el vino en el racimo verde, fresca brisa penetra en la casa si el jefe está de vuelta. ¡Zeus!

¡Zeus, tú, que todo lo cumples, recibe mis votos y recuerda lo que te queda por cumplir!

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Estrofa I

¿Por qué el presagio vuela constante en torno de mi corazón como un presentimiento? ¿Por qué resuena la adivinación no invocada, cuya voz no recibe precio? ¿Por qué, rechazándolo como a sueño oscuro, la cierta confianza no puede asentarse en mi mente? Lejos está ya el tiempo en que las naves permanecían amarradas por los cables a esta orilla, de donde zarparon con rumbo a Ilión.

Antistrofa I

¡Veo su retomo, con mis ojos; testigo de él soy, no tengo esperanza ni confianza y mi espíritu canta, mas no con la lira, el lamento de Erinnis! No engaña el corazón agitado por el presentimiento de la expiación cierta. ¡A los Dioses pido que desmientan una parte de mis terrores y no se cumpla!

Estrofa II

La más firme naturaleza acaba en dolores inevitables, pues la enfermedad vive junto a ella y una misma pared tan sólo las separa. El destino del hombre, en recto correr, choca siempre con un escollo oculto; pero si la prudencia manda que se eche al mar algo del rico cargamento, no perece toda una casa agobiada por las desdichas, y no se sumerge la nave. Ciertamente, la abundancia que Zeus envía, las cosechas que anualmente brotan de los surcos, curan el hambre pública.

Antistrofa II

Pero ¿qué encantamiento llamará otra vez a la sangre vertida en la tierra, a la sangre negra de un hombre degollado? ¿No fulminó Zeus tiempo atrás al Sapientísimo que intentara sacar a los muertos del Hades? Si la Moira divina no me prohibiese decir más, mi corazón, adelantándose a mi lengua, todo lo hubiese revelado. Mas estremécese en la sombra, impaciente de cólera, y sin que espere, lleno de inquietudes, hablar nunca a tiempo.

CLITEMNESTRA

¡Entra tú también, Casandra! Ya que Zeus, benévolo, quiere que en esta morada participes de los quehaceres comunes, con siervos numerosos, ante el altar doméstico, baja del carro y renuncia al orgullo. Dicen que el hijo de Alcmena también fue vendido y obligado a soportar el yugo. Cuando la necesidad reduce a esto la fortuna, gran ventura es el dar en manos de señores de antiguo opulentos. Los que sin haberlo esperado acaban de lograr rica cosecha, duros son en todo y sin equidad para con sus siervos. A nuestro lado, cuanto necesites has de tener.

EL CORO DE LOS ANCIANOS (a Casandra) Claro te habló. Si presa te hallaras en las redes fatales, obedecieras de fijo. Obedece, pues. ¿No quieres?

CLITEMNESTRA

A menos que, semejante a la golondrina, sea su lenguaje desconocido y bárbaro, mis palabras entrarán en su mente y sabré persuadirla.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Accede en ello. Te aconseja lo mejor en el estado presente. Obedece. No te quedes sentada en tu carro.

CLITEMNESTRA

Me falta valor para esperarla ante las puertas; las ovejas que han de ser degolladas y quemadas alíneanse ante el hogar, en medio de la casa, pues tenemos un júbilo que ya nunca jamás esperábamos.

Tú, si quieres hacer lo que dije, no tardes; mas si no entendiste mis palabras, contéstame por señas, como los bárbaros.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Ciertamente, la extranjera necesita intérprete. Tiene aspecto de animal feroz recién cogido.

CLITEMNESTRA

Así es, loca está, y obedece a insensato espíritu esta mujer, que, abandonando su ciudad, ayer tomada, como esclava viene aquí. No se hará al freno sin mancharlo antes de sangrienta espuma. Mas no quiero pasar por la afrenta de seguir hablándole.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

A mí la piedad me domina, y no me irrito. Anda, ¡oh, infeliz! deja ese carro, cede a la necesidad, haz el aprendizaje de la esclavitud.

CASANDRA

Estrofa I

¡Oh, Dioses, Dioses! ¡oh, tierra! ¡oh, Apolo! ¡oh, Apolo!

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¿Por qué clamas a Loxias? No es dios a quien se invoque con lamentos.

CASANDRA

Antistrofa I

¡Oh, Dioses, Dioses! ¡oh, tierra! ¡oh, Apolo! ¡oh, Apolo!

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Otra vez invoca con gritos desesperados al dios que no escucha lamentaciones.

CASANDRA

Estrofa II

¡Apolo! ¡Apolo! ¡Tú que me arrebatas! ¡Verdadero Apolo para mí! ¡De nuevo me perdiste!

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Parece predecir sus propias desgracias. El espíritu de los Dioses aún mora en ella, por más que sea esclava.

CASANDRA

Antisfrofa II

¡Apolo! ¡Apolo! ¡Tú que me arrebatas! ¡Verdadero Apolo para mí! ¿Adónde me condujiste? ¿A qué morada?

EL CORO DE LOS ANCIANOS

A la morada de los Atridas. Si no lo sabes, te lo digo, y así es la verdad.

CASANDRA

Estrofa III

¡Hogar detestado por los Dioses! ¡Cómplice de innumerables asesinatos y suplicios de horca! ¡Degollación de un marido! ¡Suelo que la sangre humedece!

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Sagaz parece la extranjera, como perro de caza. Husmea los crímenes que ha de descubrir.

CASANDRA

Antistrofa III

En verdad, creo a estos testigos, a estos niños que lloran, degollados, a estas carnes que, asadas, come un padre.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Ya conocíamos, en efecto, que eras adivina; mas ninguna necesidad de adivinos tenemos.

CASANDRA

Estrofa IV

¡Ay! ¡Dioses! ¿Qué se trama? ¿Qué grande y nueva desgracia meditan en estas mansiones, horrible para seres allegados, y sin remedio? ¡Harto lejos está el socorro!

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Esto no lo entiendo. Las demás profecías bien las conozco; en toda la ciudad se repiten.

CASANDRA

Antistrofa IV

¡Ah! ¡Miserable! ¿Lo harás? ¡Vas a lavar en el baño al que compartió tu lecho!

¿Cómo diré lo demás? Pronto ha de ocurrir. Alarga ella el brazo y de la mano se apodera.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

No he entendido aún. Otros tantos enigmas se presentan en oscuros oráculos. No sé qué pensar.

CASANDRA

Estrofa V

¡Ay! ¡ay! ¡Dioses, Dioses! ¿Qué es eso? ¿será alguna red del Hades? ¡Es el velo que envuelve a los esposos, el instrumento del crimen! ¡Erinnis insaciables de esta raza, gritad lúgubremente por este horrible asesinato!

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¿A qué Erinnis mandas lanzar gritos sobre esta mansión? No me hacen gracia tus palabras. La sangre, de color de púrpura, se me vuelve al corazón. Es como si me hubiesen clavado una lanza; como la sombra sobre los rayos de una vida expirante. En verdad, rápida es Até.

CASANDRA

Antistrofa V

¡Ay! ¡Ay! ¡Vedlo, vedlo! ¡Alejad al toro de la vaca! ¡Le hiere, enredándose en un velo las negras astas! Cae él en el agua del baño, os lo digo, en el baño de la astucia y el crimen.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Me lisonjeo de ser hábil intérprete de oráculos, mas pienso que éste oculta alguna desdicha. ¿Qué prosperidades predijeron jamás los oráculos a los hombres? La ciencia antigua de los Adivinos no anuncia más que males y no ofrece sino terror.

CASANDRA

Estrofa VI

¡Ay! ¡Ay! ¡Desgraciada! ¡Oh, lamentables miserias mías! Lloro y gimo también, en efecto, por mi propia calamidad. ¿Por qué me condujiste aquí, desgraciada de mí, si no es para que muriese contigo? ¿Por qué?

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¿Así estás poseída por el furor del soplo divino, que por ti misma te lamentas en gritos discordantes? Así el pardo ruiseñor, insaciable de gemidos, ¡ay!, y pasándose la vida entre penas con el corazón desgarrado, va gimiendo: ¡Itis! ¡Itis!

CASANDRA

Antistrofa VI

¡Oh, Dioses, Dioses! ¡El destino del ruiseñor sonoro! Los dioses le dieron cuerpo alado y dulce vida sin dolor; pero a mí lo que me está reservado es verme desgarrada por la espada de dos filos.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¿De dónde te vienen esa angustia vana y profética que te invade, esos gritos terribles y funestos, esos cantos agudos? ¿Por qué frecuentas los oscuros caminos de la cólera adivinatriz?

CASANDRA

Estrofa VII ¡Oh, nupcias de Paris, funestas a los suyos! ¡Oh, Escamandro, río de la patria! En aquel tiempo, junto a tus aguas, ¡infeliz!, mi juventud medró. ¡Ahora, a las riberas del Cocito y del Río doloroso iré presto a vaticinar!

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Muy claras son las palabras que me dijiste; un niño las entendiera. Hasta lo profundo me desgarra el corazón mordedura sangrienta, cuando te oigo gemir y lamentarte por tu infeliz destino.

CASANDRA

Antistrofa VII

¡Oh, trabajos! ¡Trabajos de una Ciudad para siempre derribada! ¡Sagradas fiestas de mi padre al pie de las torres! ¡Inmolación de bueyes innúmeros en nuestras dehesas!

¡Nada pudo salvar a la Ciudad de su ruina presente, y yo, ardiendo toda en el soplo divino, pronto reposaré sobre la tierra!

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Esas palabras no desmienten las que antes dijiste; mas ¿qué Demonio fatal se agita en ti, constriñéndote a cantar el dolor, el luto y la muerte? No sé lo que va a pasar.

CASANDRA

¡El oráculo no ha de seguir ya mirando a través de unos velos, como doncella desposada, mas he aquí que va a brillar y resplandecer a la salida de Helios!

¡Resoplando y rugiendo como la mar erizada, desdicha más terrible que esa va a espumar a la luz! Y no seguiré hablando con enigmas. Y sed vosotros testigos de que mi carrera sigue sin torcerse, al olfato, la pista de las desgracias que se cumplieron aquí tiempo atrás. ¡No abandona estas moradas el Coro discorde y espantoso de oir! ¡Para excitar su rabia ha bebido sangre humana, sin dejar esta mansión, el rebaño de las Erinnis que nadie puede ahuyentar!

Siempre sentadas en estas mansiones, cantan el crimen, el primero de todos. Luego maldicen al que violó el lecho del hermano. Ahora, ¿he errado el blanco o lo acerté como diestro arquero? ¿Soy adivinadora falsa de las que charlan llamando a las puertas? Sé testigo. Declara y jura que los crímenes antiguos de estas moradas los conozco bien.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¿Para qué jurar y declarar? ¿Ha de salvarnos eso? Ciertamente, me admira que, educada más allá del mar, en ciudad extranjera, puedas hablar como si siempre hubieras estado aquí.

CASANDRA

El profeta Apolo me ha concedido ese don.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¿No estaba enamorado el Dios?

CASANDRA

En otro tiempo, el pudor me hubiera impedido confesarlo.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Claro es: el que posee un poder abusa de él.

CASANDRA

Fue luchador valiente, pues su corazón estaba henchido de amor hacia mí.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¿Le concediste que a ti se uniese, como lo hacen los que se aman?

CASANDRA

Tal prometí, pero engañé a Loxias.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¿Estabas ya dotada del arte de adivinar?

CASANDRA

Ya profetizaba todas sus desdichas a nuestros conciudadanos.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Pero ¿la ira de Loxias te perdonó?

CASANDRA

Nadie me cree ya desde que así mintiera.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Pero nos pareces adivinadora verídica.

CASANDRA

¡Ay! ¡Ay de mí! ¡Oh, desgracia! ¡Otra vez el trabajo profético me hincha el pecho, anuncio del canto terrible! ¿Veis aquellos niños sentados en las moradas, como apariciones de ensueños? Son niños degollados por sus padres. ¡Aparécense, sosteniendo en las manos abiertas su carne devorada, sus intestinos, sus entrañas, miserable alimento de que participó un padre! Por eso os digo que un león cobarde medita, lanzándose al lecho del esposo, la venganza de tal crimen. ¡Mal haya el que ha vuelto, mi amo, ya que he de sufrir yugo de servidumbre! ¡El jefe de las naves, el destructor de Ilión, no sabe lo que hay debajo de la faz sonriente y de las palabras sin número de la odiosa Perra, y qué horroroso destino le previene, como fatalidad emboscada! ¡Tal medita la hembra matadora del macho! ¿Qué nombre dar a ese animal monstruoso? ¡Serpiente de dos cabezas, Escila habitadora de rocas y perdición de marinos, proveedora del Hades, que espira sobre los suyos las maldiciones implacables!

¡Qué grito ha lanzado, la muy audaz, como grito de victoria en combate, como si se regocijara de la vuelta del marido! Ahora, si no te persuadí, ¿y cómo has de persuadirte?; lo que ha de ser, será. Tú serás, sin duda, testigo de ello, y podrás decir, lleno de compasión, que no fui más que un profeta exacto.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

He reconocido, horrorizándome, la comida de Tiestes, que devoró la carne de sus hijos, y me sobrecoge el terror al oír cosas tan verdaderas y no inventadas; mas por las que primero dijiste, me desvío del recto camino.

CASANDRA

Te lo digo, has de ver el asesinato de Agamenón.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¡Oh, desdichada! Constriñe a tu boca para que hable mejor.

CASANDRA

No hay remedio alguno a lo que dije.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

No, ciertamente, si ello ha de ser; ¡mas que no sea!

CASANDRA

¡Suplicas tú! ¡Y ellos ni piensan sino en degollar!

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¿Qué hombre habría de cometer tal crimen?

CASANDRA

No has entendido mis oráculos.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

En verdad, no comprendo el lazo que se prepara.

CASANDRA

Pues harto conozco la lengua de los helenos.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Los Oráculos de Pito la saben también; empero no es fácil entenderlos.

CASANDRA

¡Dioses! ¡qué ardor se precipita dentro de mí! ¡Ay! ¡ay de mí! ¡Apolo Licio!

¡Ay! ¡acúdeme, acúdeme! ¡La leona de dos pies que durmió con el lobo, en ausencia del noble león, me ha de degollar a mí, desdichada! Preparando su crimen, se vanagloria, dándome la mitad de su cólera, de afilar la espada contra el marido y querer su muerte, porque me trajo aquí. Pero, ¿para qué conservar estas vanidades, el cetro y las vendas fatídicas en derredor de mi cabeza? En verdad las he de romper antes de mi última hora.

¡Ea, mis pies os huellan! Pronto os seguiré. Llevad a algún otro vuestros funestos dones.

¡Despójeme el mismo Apolo de la veste fatídica! ¡Oh, Apolo, ya me viste, con estos adornos, hecha irrisión de mis amigos, que, sin causa, ciertamente, mis enemigos eran!

¡Me llamaron vagabunda, mendiga, a mí, miserable y hambrienta! Y ahora, el Profeta que me hizo profetisa me arrastró a este fin lamentable. ¡En vez del altar paterno, un tajo de cocina me espera, y allí me degollarán, caliente aún!

Mas no moriré sin venganza de los Dioses. Otro vendrá, que tome en sus manos nuestra venganza y sacrifique a la madre, en expiación de la muerte del padre. Desterrado está y vagabundo lejos de esta tierra, pero ha de volver para agregar el crimen último a todos los de su estirpe. Los dioses han hecho juramento solemne de que le traerían al caer su padre que yace degollado. Mas ¿para qué cernir de tal suerte ante estas moradas, yo que vi a Ilión sufrir su destino, y que los Dioses reservaban éste a los vencedores de mi ciudad? Iré, sufriré también mi destino. He aquí la puerta del Hades.

¡Mátenme de un solo golpe! ¡Corra mi sangre toda, y sin convulsión, cierre yo tranquilamente mis ojos!

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¡Oh, desdichadísima! ¡Oh, mujer que tanto sabes, cuanto hablaste! Mas, si sabes también tu propio destino, ¿por qué, como buey consagrado a los Dioses, corres tan audazmente al ara?

CASANDRA

No puedo huir. ¡Oh, extranjeros, el tiempo me apremia!

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Morir lo más tarde posible es ser más fuerte que el tiempo.

CASANDRA

He aquí mi día. Nada ganara con huir.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Eres desgraciada por exceso de ánimo. Considéralo.

CASANDRA

Morir como valientes es grande honor para los mortales.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Entre los que son felices nadie lo cree así.

CASANDRA

¡Ay de mí, oh, padre! ¡Tú y tus nobles hijos!

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¿Qué es eso? ¿Qué terror te hace retroceder?

CASANDRA

¡Ay! ¡Ay de mí!

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¿Por qué, ¡ay!? ¿por qué gritar, ¡ay de mí!? ¿Es un terror nuevo?

CASANDRA

¡Estas moradas huelen a exterminio y a sangre vertida!

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¿Cómo no tuvieran ese olor, si se ofrecen sacrificios en el hogar?

CASANDRA

¡No, es el vapor que sube de la tumba!

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Ciertamente, no es perfume sirio.

CASANDRA

¡Ea! Llegaré a las moradas, para seguir gimiendo en ellas por mi destino y por el de Agamenón.

Harto viví. Salve, ¡oh, extranjero! No me espanta, como a pájaro, la liga armada. Sed testigos de ello, puesto que voy a morir. Una mujer también morirá para vengarme a mí, mujer; un hombre será degollado para vengar a un hombre, casado en hora funesta. ¡Extranjera, no he hallado más que una hospitalidad: la muerte!

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¡Oh, desgraciada! ¡Qué lástima me inspira tu fatal destino!

CASANDRA

Quiero seguir hablando de mi destino y lamentarme de él. ¡Llamo y suplico a Helios, a quien miro por última vez! ¡Paguen mis asesinos a mis vengadores la sangre de la cautiva fácilmente degollada! ¡Oh, cosas humanas! Si prosperan, una sombra las aniquila, y en la adversidad, una esponja empapada en agua borra su huella! Y por esto gimo, más que por todo lo otro.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

No hay quien se sacie de ventura entre los mortales, y nadie nos echa de las mansiones ya señaladas con el dedo por sus riquezas, diciendo: ¡No entrarás! Los Dioses felices concedieron a éste que tomase la ciudad de Príamo, y vuelve a su casa, honrado por los Dioses. Mas si ahora tiene que expiar las discordias y asesinatos de los que mataron antes que él, si ha de morir por otras muertes, ¿qué mortal, al saberlo, pudiera loarse de haber nacido para un destino feliz?

AGAMENÓN

¡Socorredme! ¡Herido estoy con mortal herida en mitad del corazón!

PRIMER SEMICORO

¡Silencio! ¿Quién gritó, herido de golpe mortal?

AGAMENÓN

¡Otra vez! ¡Herido estoy de nueva herida!

SEGUNDO SEMICORO

¡Es grito del Rey! Parece que un crimen se ha cometido. Deliberemos acerca de lo que haremos.

PRIMER SEMICORO

Por mi parte, os diré mi pensamiento: llamemos a los ciudadanos, para que, acudiendo a la casa, traigan socorro.

SEGUNDO SEMICORO

Me parece que valiera más que nos lanzásemos a la casa y castigásemos el crimen espada en mano.

PRIMER SEMICORO

Consiento en ello. Hay que obrar sin tardanza.

SEGUNDO SEMICORO

Hay que ir a ver. En efecto, así comienzan los que aspiran a la tiranía.

PRIMER SEMICORO

El tiempo perdemos; ¡y ellos pisotean el mérito de la prudencia, y no descansa su mano!

 

SEGUNDO SEMICORO

No sé qué aconsejaros: Pienso, no obstante, que vale más el consejo que la acción.

PRIMER SEMICORO

Yo lo pienso también, que no tengo poder para lograr con palabras que los muertos se alcen en pie.

SEGUNDO SEMICORO

Mas ¿hemos de sacrificar toda la vida a los violadores de esta casa, y han de ser amos nuestros?

PRIMER SEMICORO

No es soportable. Más vale morir. La muerte vale más que la sumisión a la tiranía.

SEGUNDO SEMICORO

Mas ¿qué prueba tenemos, a no ser ese grito lanzado, para afirmar que el Rey ha sido muerto?

PRIMER SEMICORO

No hay que afirmar sino con toda certidumbre. Lejos está la certidumbre de la conjetura.

SEGUNDO SEMICORO

Tal pienso yo. Hay que esperar a que sepamos con certeza lo que fue del Atrida.

CLITEMNESTRA

No me avergozaré al desmentir ahora las numerosas palabras que antes dije, por conveniencia del momento. ¿De qué modo ha de prepararse la pérdida del que se odia fingiéndole amor, para envolverle en una red de la que no pueda desprenderse? En verdad, tiempo hace ya que pienso dar este combate.

Aunque tarde, al fin, llegó. Heme aquí en pie; le herí; está hecho. No he obrado antes de que le fuese imposible defenderse contra la muerte y esquivarla. Le envolví enteramente en una red sin escape, de coger pescado, en velo riquísimo, pero mortal.

¡Por dos veces le he herido, y ha gritado por dos veces, y las fuerzas se le han quebrantado, y, caído ya, le he herido con un tercer golpe, y el Hades, guardador de muertos, se ha regocijado! Así es cómo, al caer, ha entregado el alma. Jadeante, me ha regado con el surtidor de su herida, negro y sangriento rocío, no menos dulce para mí que lluvia de Zeus para las mieses cuando la espiga rompe su envoltura. He aquí los hechos. Ancianos argivos que aquí estáis.

Regocijaos, si os place. Yo de ello me alabo. Si conveniente fuera verter libaciones por un muerto, ciertamente, pudiera hacerse en buena ley por éste. Había colmado la crátera de esta mansión de crímenes execrables, y de ella ha bebido a su regreso.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Admiración causa la insolencia de tu lengua. ¡Te vanaglorias de hablar así de tu marido!

CLITEMNESTRA

Me tienes por mujer irresoluta, y yo os digo, con inquebrantable corazón, para que lo sepáis: que me loéis o me vituperéis, poco importa. Este es Agamenón, mi marido. Muerto está, y es mi mano la que justamente le hirió. Es obra buena. Dicho está.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Estrofa I

¡Oh, mujer! ¿qué fruta maldita de la tierra comiste? ¿Qué veneno salido del mar bebiste para concitar de tal suerte sobre ti, con tan horrendo crimen, las execraciones del pueblo? Has herido, has degollado. ¡Horrible a los ciudadanos, serás arrojada de aquí!

CLITEMNESTRA

Deseas ahora que se me arroje de la Ciudad, desterrada, cargada del odio de los ciudadanos y de las execraciones del pueblo, y nada echas en cara a este hombre, que ha sacrificado a su hija, sin cuidarse más de ella que de una oveja de las que abundan en los pastizales, ¡de ella, de la carísima criatura que traje al mundo, y para aplacar los vientos tracios! ¿No era él quien merecía ser arrojado de aquí, en expiación de tanta impiedad? Mas, sabedor de lo que hice, juez inexorable te me muestras. En verdad te digo que puedes amenazar, pronta estoy. El que logre la victoria, mandará. Si un Dios ha resuelto tu derrota, por lo menos habrás aprendido prudencia.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Antistrofa I

¡Hablas llena de temeridad y de orgullo, y tu mente furiosa está ebria de sangre del crimen! Esa mancha de sangre que hay en tu rostro está sin venganza; has de expiar, abandonada de los tuyos, muerte con muerte.

CLITEMNESTRA

Atiende este juramento sagrado: Por la justa venganza de mi hija, por Até, por Erinnis, a quien he ofrecido la sangre de este hombre, no temo entrar nunca en la morada del terror, mientras Egisto, que me tiene amor, encienda el fuego de mi hogar, como ya antes de hoy lo ha hecho. Él es el amplio broquel que protege mi audacia.

¡Ved, yacente, al que me ultrajaba, delicia de las Criseidas que vivieron delante de Ilión! Y ved a la Cautiva, fatídica adivinadora, que compartía su lecho, y vino con él en las naves. No han sido injustamente heridos, y él, ya sabes cómo. Ella, como el cisne, ha cantado su canto de muerte. ¡Yace también la muy amada! ¡Y ello aumenta los placeres de mi lecho!

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Estrofa II

¡Ay! ¡Denos pronto el destino, sin excesivos dolores, sin que languidezcamos en un lecho, sueño eterno y sin fin, ya que muerto está el que nos protegía y amaba, el que, luego de haber sufrido tanto por una mujer, ha venido a perder la vida por el crimen de una mujer!

Estrofa III

¡Ay! ¡Insensata Helena! ¡Tú sola cuán innumerables almas perdiste frente a Troya! ¡Y he aquí que también habías señalado con imborrable mancha de sangre la vida gloriosa del que acaba de morir!

Desde entonces, Eris, encerrada en las mansiones ha meditado la muerte del hombre.

CLITEMNESTRA

No invoquéis a la Moira de la muerte al lamentaros de lo que hice; no os enojéis contra Helena porque ha destruido a los guerreros. No ha perdido ella sola tantas almas de dánaos, ni ha sido la sola causa de insufribles padecimientos.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Antistrofa II

¡Oh, Demonio, que has morado en esta mansión y en ambos Tantálides, tú dotaste a las mujeres de su audacia salvaje y me desgarras el corazón! ¡Y hela en pie, sobre el cadáver, como cuervo fúnebre, entonando su canto de triunfo!

CLITEMNESTRA

Antistrofa III

Sin duda hablas con más verdad al acusar al Demonio tres veces terrible de esta raza. Él es, en efecto, quien excita esta sed de sangre en nuestras entrañas. ¡Antes de que la primera llaga se haya cerrado, nueva sangre brota!

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Estrofa IV

Bien te apresuras a recordar al Demonio furibundo de estas moradas. ¡Ay! ¡Ay de mí! ¡Males terribles y lamentable fortuna! ¡Oh, Dioses! ¡Ay! Es Zeus quien todo lo quiso y llevó a cabo. Nada pasa entre los hombres sin Zeus. Nada nos envía que no venga de los Dioses. ¡Ay! ¡Ay de mí! ¡Oh, Rey, oh, Rey! ¿Cómo he de llorarte? ¿Cómo he de decirte lo mucho que te amaba? Yaces en esa tela de araña, después de haber dado el alma en impío asesinato! ¡Desgracia sobre mí! ¡He aquí que estás tendido en ese lecho de esclavo por un crimen lleno de astucia, herido por el hacha de dos filos!

CLITEMNESTRA

Estrofa V

Dices que es mío ese crimen, mas no dices que soy mujer de Agamenón. ¿Quién ha tomado mi forma? El antiguo e inexorable vengador de Atreo y de su horrible comida. Él es quien ha vengado en este hombre a los niños degollados.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Antistrofa IV

¿Quién dará testimonio de que estás inocente de tal crimen? ¿Cómo? ¿Cómo?

¡Venga a su vez el vengador oculto del padre! El negro Ares se encarniza en verter la sangre de vuestra familia: mas, venga de donde viniere, no hará más que añadir sangre a la sangre de los niños devorados. ¡Ay! ¡Ay de mí! ¡Oh, Rey, oh, Rey! ¿cómo he de llorarte? ¿cómo he de decirte cuánto te amaba? ¡Yaces en esa tela de araña, después de haber dado el alma en impío asesinato! ¡Desgracia sobre mí! ¡He aquí que reposas en ese lecho de esclavo por un crimen lleno de astucia, herido por el hacha de dos filos!

CLITEMNESTRA

Antistrofa V

No pienso que haya recibido muerte indigna de él. ¿No ha traído, y abiertamente, la desesperación a estas moradas? Odiosamente ha sacrificado a la hija que de él tuve, a Ifigenia, la tan llorada. En verdad, ha muerto justamente. ¡No se queje en el Hades! Ha tenido la muerte sangrienta que solía dar.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Estrofa VI

Vacilo, no sé qué pensar. ¿Qué haré, en mi angustia, ante la caída de esta casa? Tiemblo al estrépito del torrente de sangre que se traga esta mansión, que ya no es lluvia. ¡Después de cada crimen, la Moira aguza otro crimen para su expiación!

PRIMER SEMICORO

Antistrofa VI

¡Oh, tierra, tierra! ¿Por qué no me acogiste antes de que viera a éste tendido en el fondo del baño de plata? ¿Quién le dará sepultura? ¿Quién le llorará? ¿Te atreverás a hacerlo, tú, que has degollado a tu marido? ¿Te atreverás a llorarle? ¿Te atreverás a rendir, a pesar suyo, tales honras a su alma, después de tan enorme crimen?

SEGUNDO SEMICORO

¿Quién cantará las alabanzas fúnebres de este hombre divino? ¿Quién verterá por él lágrimas sinceras?

CLITEMNESTRA

Estrofa VII

No conviene que te tomes tal cuidado. Ha caído, muerto está por mí. Le daré sepultura, sin que los suyos le lloren. Pero Ifigenia, su hija, con un tierno beso, saldrá, como conviene, a recibir a su padre, a orillas del rápido Río de los dolores, y le estrechará en sus brazos.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Antistrofa VII

¡Ultraje por ultraje! ¿Cómo salir de tal cadena de crímenes? El que mata, expía, y sangre paga sangre. Mientras Zeus permanezca en la duración, el que haya cometido un crimen lo expiará. Esto es así para siempre. ¿Quién puede echar de su mansión a una raza legítima? Inseparable es de ella, y a ella está indisolublemente adherida.

CLITEMNESTRA

En verdad, así es. Ciertamente, juro al Demonio de los Plisténides que soportaré tal destino, por pesado que sea. ¡Salga, pues, de aquí tal Demonio, y váyase a llevar el espanto a otras razas con mutuas degollaciones! ¡Me basta la mínima parte de nuestras riquezas, con tal que desvíe de nuestras moradas el furor de los mutuos degüellos!

EGISTO

¡Oh, alegre luz de este día de la venganza! ¡Ya puedo decir que hay Dioses vengadores que desde lo alto miran las miserias de los hombres! Veo a este hombre tendido muerto, con la vestidura de las Erinnis, y ello me es grato, porque expió los furores de su padre. Atreo, rey de esta tierra, padre de este hombre, ha disputado el poder a Tiestes, para nombrarle claramente, a mi padre, que era su propio hermano, y le ha echado de las moradas paternas. El desdichado Tiestes, luego de estar seguro de su vida, volvió como suplicante a este hogar, en el que, muerto, no debía manchar con su sangre el suelo de la patria. ¡Y el padre de este hombre, el impío Atreo, ocultando el odio bajo la amistad, y preparando manjares como para día de fiesta, le dio a comer la carne de sus hijos! Sentado en lo más alto, Atreo, gozoso, cortaba y repartía los dedos de los pies y las manos. Y he aquí que Tiestes, tomando aquellos pedazos, comió comida fatal, como ves, a la raza de Atreo. Pero habiendo advertido el crimen abominable, lanzó un gemido y cayó, vomitando el asesinato. Y llamó a la inexorable execración sobre los Pelópidas, derribando la mesa y consagrando a la muerte, con su maldición, a toda la raza de los Plisténides, y por eso puedes ver asesinado a este hombre, y yo fui quien le mató justamente. Era yo tercer hijo de mi padre desdichado, y me echaron con él, pequeñito, en mis pañales. Me hice hombre, y la Justicia me ha traído: y le he armado trampas a éste, y aunque ausente, todo lo he llevado a término.

¡La muerte misma sería hermosa después que le he visto cogido en la red de la Justicia!

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Egisto, no respeto la insolencia en el crimen. ¡Dices que mataste a ese hombre, y que, tú solo, meditaste tan lamentable asesinato! Afirmo que tu cabeza no esquivará el juicio. Sábelo, te condenará el pueblo a ser lapidado.

EGISTO

¿Hablas así, tú que estás sentado junto al último remo, cuando mandan otros y rigen la barra de la nave? Pronto sabrás lo que hay que saber, aunque seas viejo y cosa difícil aprender a tu edad. Pero cadenas y angustias del hambre son igualmente para la vejez buenos maestros y médicos excelentes. ¿Ves ahora? ¿Abres los ojos? No te revuelvas contra el aguijón, no sea que te haga gemir.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¡Ah, mujerzuela! ¿así te estabas tú quieta en casa esperando la vuelta de nuestros guerreros, y en tanto manchabas el lecho de ese caudillo valeroso, y al tiempo te apercibías a darle muerte?

EGISTO

¡Ciertamente, palabras son esas que deplorarás! En todo diferente del de Orfeo es tu lenguaje. Él, en efecto, atraíalo todo con el encanto que fluía de su voz, y tú todo lo rechazas con tus insensatos aullidos. Más tratable serás cuando el yugo te oprima.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¿Cómo has de ser señor de los argivos, tú, que después de meditar el asesinato de ese hombre, no has osado matarle con tu propia mano?

EGISTO

Porque claro está que a la mujer tocaba engañarle con astucias. Yo, enemigo suyo desde tiempo ha, era sospechoso. Ahora, con ayuda de sus riquezas, intentaré mandar a los argivos. El que no obedeciere, domado ha de ser rudamente como potro furioso y rebelde al freno. El hambre unida a las tinieblas horribles pronto le verá apaciguado.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¿Por qué, en tu cobarde corazón, no mataste solo a ese hombre? Su mujer, mancilla de esta tierra y de nuestros Dioses, es quien le ha matado. ¿No ve Orestes la luz en alguna parte, y, por mudable fortuna, no ha de volver a su patria para castigaros a entrambos?

EGISTO

Pues obras y hablas así, presto verás…

EL CORO DE LOS ANCIANOS

EGISTO

¡Ea, a mí, mis compañeros queridos! Se acerca el combate.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¡Ea, empuñe cada cual el acero desenvainado, y en guardia!

EGISTO

¡He aquí mi espada desnuda! Tampoco huiré yo de la muerte.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¿Dices que aceptas la muerte? ¡Hagamos entonces juez a la fortuna!

CLITEMNESTRA

¡Oh, tú, el más querido de los hombres; no causemos nuevas desgracias! Harto abundante ha sido esta cosecha lamentable. Basta de muertes, no nos bañemos más en sangre. Id, ancianos, buscad refugio en vuestras moradas, no seáis heridos. Hemos hecho lo que había que hacer, por la fuerza de las cosas.

Si ha de expiarse nuestra acción, basta con que suframos nosotros la cólera terrible de los Dioses. Tal es el pensamiento de una mujer, si os dignáis escucharla.

EGISTO

¡Así, pues, desatarán con su lengua insensata, e invocarán contra mí la cólera de los Demonios, y sin prudencia alguna, desafiarán a su señor!

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Adular a un malvado no sería propio de argivos.

EGISTO

Pues algún día he de castigarte.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¡No, si un Dios insta a Orestes a que vuelva!

EGISTO

Sé que los desterrados se nutren de esperanzas.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¡Engorda tú! Viola la justicia, ya que puedes.

EGISTO

Considera que serás castigado por tal insolencia.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¡Vanagloriate, como el gallo junto a la gallina!

CLITEMNESTRA

Déjalos que ladren en vano. Tú y yo mandaremos en estas moradas, y lo pondremos todo en orden.