PRÓLOGO
Ninguna cosa es más propia a Dios que el amor, ni al amor hay cosa más natural que volver al que ama en las condiciones e ingenio del que es amado. De lo uno y de lo otro tenemos clara experiencia. Cierto es que Dios ama, y cada uno que no esté muy ciego lo puede conocer en sí por los señalados beneficios que de su mano continuamente recibe: el ser, la vida, el gobierno della y el amparo de su favor, que en ningún tiempo ni lugar nos desampara. Que Dios se precie más de esto que de otra cosa, y que le sea propio el amor entre todas sus virtudes, vese en sus obras, que todas se ordenan a solo este fin, que es hacer repartimiento y poner en posesión de sus grandes bienes a las criaturas, haciendo que su semejanza de Él resplandezca en todas, y midiéndose a sí a la medida de cada una de ellas para ser gozado de ellas: que, como dijimos, es obra propia y natural del amor.
Señaladamente se descubre este beneficio y amor de Dios en el hombre, al cual crio al principio a su imagen y semejanza, como otro Dios, y a la postre se hizo Dios a la figura y usanza suya, volviéndose hombre últimamente por naturaleza, y mucho antes por trato y conversación, como se ve claramente por todo el discurso y proceso de las Sagradas Letras; en las cuales, por esta causa, es cosa maravillosa el cuidado que pone el Espíritu Santo, a fin de que no nos extrañemos de Él que nos ama infinitamente, en conformarse con nuestro estilo, remedando nuestro lenguaje e imitando en sí toda la variedad de nuestro ingenio y condiciones: hace del alegre y del triste, muéstrase airado, y muéstrase arrepentido, amenaza a veces y a veces se vence por mil blanduras; no hay afición ni cualidad tan propia a nosotros y tan extraña a él en que no se transforme; y todo esto a fin de que no nos extrañemos de Él y que, o por agradecimiento, o por afición o por vergüenza, hagamos lo que nos manda, que es aquello en que consiste toda nuestra felicidad y buena andanza. De semejantes argumentos y muestras están llenas las historias sagradas, los sermones y oraciones proféticas, los versos y canciones del salmista, y así mismo los consejos de la Sabiduría; y finalmente toda la vida y doctrina de Jesucristo, luz y verdad y todo el bien y esperanza nuestra.
Pues entre las otras obras y tratados divinos, uno es la Canción suavísima que Salomón, profeta y rey, compuso, en la cual, debajo de una égloga pastoril más que en ninguna otra escritura, se muestra Dios herido de nuestros amores con todas aquellas pasiones y sentimientos que este afecto suele y puede hacer en los corazones humanos más blandos y más tiernos: ruega y llora, y pide celos; vase como desesperado, y vuelve luego, y variando entre esperanza y temor, alegría y tristeza, ya canta de contento, ya publica sus quejas, haciendo testigos a los montes y a los árboles de ellos, a los animales y a las fuentes, de la pena grande que padece. Aquí se ven pintados al vivo los amorosos fuegos de los demás amantes, los encendidos deseos, los perpetuos cuidados, las recias congojas que el ausencia y el temor en ellos causan, juntamente en los celos y sospechas que entre ellos se mueven. Aquí se oye el sonido de los ardientes suspiros, mensajeros del corazón, y de las amorosas quejas y dulces razonamientos, que unas veces van vestidos de esperanza, otras de temor, otras de tristeza o alegría; y, en breve, todos aquellos sentimientos que los apasionados amantes probar suelen, aquí se ven tanto más agudos y delicados, cuanto más vivo y acendrado es el divino amor que el mundano, y dichos con el mayor primor de palabras, blandura de requiebros, extrañeza de bellas comparaciones que jamás se escribió ni oyó. A cuya causa la lección deste libro es dificultosa a todos y peligrosa a los mancebos, y a los que aún no están muy adelantados y muy firmes en la virtud; porque en ninguna escritura se exprimió la pasión del amor con más fuerza y sentido que en ésta; y así, acerca de los hebreos no tienen licencia para leer este libro y otros algunos de la ley los que fueren menores de cuarenta años. Del peligro no hay que tratar: la virtud y valor de Vuestra Merced nos hace bien seguros; la dificultad, que es mucha, trabajaré yo de quitar cuanto alcanzaren mis fuerzas, que son bien pequeñas.
Cosa sabida y confesada por todos es que en estos Cantares, como en persona de Salomón y de su esposa, la hija del rey de Egipto, debajo de amorosos requiebros, explica el Espíritu Santo la Encarnación de Cristo y el entrañable amor que siempre tuvo a su Iglesia, con otros misterios de gran secreto y de gran peso. En este sentido que es espiritual no tengo que tocar, que de él hay escritos grandes libros por personas santísimas y muy doctas que, ricas del mismo espíritu que habló en este libro, entendieron gran parte de su secreto, y como lo entendieron lo pusieron en sus escrituras, que están llenas de espíritu y de regalo. Así que en esta parte no hay que decir, o porque está ya dicho, o porque es negocio prolijo y de grande espacio. Solamente trabajaré en declarar la corteza de la letra, así llanamente, como si en este libro no hubiera otro mayor secreto del que muestran aquellas palabras desnudas, al parecer, dichas y respondidas entre Salomón y su esposa. Que será solamente declarar el sonido de ellas, y aquello en que está la fuerza de la comparación y del requiebro; que, aunque es trabajo de menos quilates que el primero, no por eso carece de grandes dificultades, como luego veremos.
Porque se ha de entender que este libro en su primera origen se escribió en metro, y es todo él una égloga pastoril, adonde con palabras y lenguaje de pastores, hablan Salomón y su esposa, y algunas veces sus compañeros, como si todos fuesen gente de aldea. Hace dificultoso su entendimiento, primeramente, lo que suele poner dificultad en todos los escritos adonde se explican algunas grandes pasiones o afectos, mayormente de amor, que, al parecer, van las razones cortadas y desconcertadas; aunque, a la verdad, entendido una vez el hilo de la pasión que mueve, responden maravillosamente a los afectos que exprimen, los cuales nacen unos de otros por natural concierto. Y la causa de parecer así cortadas, es que en el ánimo enseñoreado de alguna vehemente afición, no alcanza la lengua al corazón, ni se puede decir tanto como se siente, y aun eso que se puede no lo dice todo, sino a partes y cortadamente, una vez el principio de la razón, y otras el fin sin el principio; que así como el que ama siente mucho lo que dice, así le parece que, en apuntándolo, está por los demás entendido; y la pasión con su fuerza y con increíble presteza le arrebata la lengua y corazón de un afecto en otro; y de aquí son sus razones cortadas y llenas de oscuridad. Parecen también desconcertadas entre sí, porque responden al movimiento que hace la pasión en el ánimo del que las dice, la cual quien no la siente o ve, juzga mal de ellas; como juzgaría por cosa de desvarío y de mal seso los meneos y movimientos de los que bailan el que viéndolos de lejos no oyese ni entendiese el son a quien siguen; lo cual es mucho de advertir en este libro y en todos los semejantes.
Lo segundo que pone oscuridad es ser la lengua hebrea en que se escribió, de su propiedad y condición lengua de pocas palabras y de cortas razones, y esas llenas de diversidad de sentidos; y juntamente con esto por ser el estilo y juicio de las cosas en aquel tiempo y en aquella gente tan diferente de lo que se platica agora; de do nace parecernos nuevas y extrañas, y fuera de todo buen primor las comparaciones de que usa este libro, cuando el Esposo o la Esposa quiere más loar la belleza y gentileza de las facciones del otro, como cuando compara el cuello a una torre, y los dientes a un rebaño de ovejas, y así otras semejantes. Como a la verdad cada lengua y cada gente tenga sus propiedades de hablar, adonde la costumbre usada y recibida hace que sea primor y gentileza, lo que en otra lengua y a otras gentes pareciera muy tosco, y así es de creer que todo esto que agora, por su novedad y por ser ajeno de nuestro uso tanto nos ofende y desagrada, era todo el buen hablar y toda la cortesanía de aquel tiempo entre aquella gente. Que claro es que Salomón era no solamente muy sabio, sino rey e hijo de rey, y que cuando no lo alcanzara por letras y por doctrina, por la crianza sola y por el trato de su corte y casa supiera hablar su lengua mejor y más cortésmente que otro ninguno.
Lo que yo hago en esto son dos cosas: la una es volver en nuestra lengua palabra por palabra el texto de este libro; en la segunda, declaro con brevedad no cada palabra por sí, sino los pasos donde se ofrece alguna oscuridad en la letra, a fin que quede claro su sentido así en la corteza y sobrehaz, poniendo al principio el capítulo todo entero, y después de él su declaración.
Acerca de lo primero procuré conformarme cuanto pude con el original hebreo, cotejando juntamente todas las traducciones griegas y latinas que hay, que son muchas, y pretendí que respondiese esta interpretación con el original, no sólo en las sentencias y palabras, sino aun en el concierto y aire de ellas, imitando sus figuras y maneras de hablar cuanto es posible a nuestra lengua, que, a la verdad, responde con la hebrea en muchas cosas. De donde podrá ser que algunos no se contenten tanto, y les parezca que en algunas partes la razón queda corta y dicha muy a la vizcaína y muy a lo viejo, y que no hace correa el hilo del decir, pudiéndola hacer fácilmente con mudar algunas palabras y añadir algunas otras. Lo cual yo no hice por lo que he dicho, y porque entiendo ser diferente el oficio del que traslada, mayormente escrituras de tanto peso, del que las explica y declara. El que traslada ha de ser fiel y cabal y, si fuere posible, contar las palabras para dar otras tantas, y no más ni menos, de la misma cualidad y condición y variedad de significaciones que son y tienen las originales, sin limitallas a su propio sentido y parecer, para que los que leyeren la traslación puedan entender toda la variedad de sentidos a que da ocasión el original si se leyese, y queden libres para escoger de ellos el que mejor les pareciere. Que el extenderse diciendo, y el declarar copiosamente la razón que se entiende, y con guardar la sentencia que más agrada, jugar con las palabras añadiendo y quitando a nuestra voluntad, eso quédese para el que declara, cuyo propio oficio es; y nosotros usamos de él después de puesto cada un capítulo en la declaración que se sigue. Bien es verdad que trasladando el texto, no pudimos tan puntualmente ir con el original; y la cualidad de la sentencia y propiedad de nuestra lengua nos forzó a que añadiésemos alguna palabrilla, que sin ella quedara oscurísimo el sentido; pero éstas son pocas, y las que son van encerradas entre dos rayas de esta manera [ ].
Vuestra Merced recibirá en todo esto mi voluntad, que lo demás a mí no me satisface mucho, ni curo que satisfaga a otros; bástame haber cumplido con lo que se me mandó, que es lo que en todas las cosas más pretendo y deseo.
INTRODUCCIÓN
Propiedad es de la lengua hebrea doblar así una misma palabra, cuando quiere encarecer alguna cosa o en bien o en mal. Así que decir Cantar de Cantares es lo mismo que solemos decir en castellano cantar entre cantares, es hombre entre hombres, esto es, señalado y eminente entre todos, y más excelente que otros muchos. Entendemos de esto, que mostró la riqueza de su amor y regalos el Espíritu Santo más en este Cantar que en otro alguno.
Pues dice así:
CAPÍTULO I
- (ESPOSA:) Béseme de besos de su boca; que buenos [son] tus amores más que el vino.
- Al olor de tus ungüentos buenos, [que es] ungüento derramado tu nombre; por eso las doncellas te amaron.
- Llévame en pos de ti, correremos. Metiome el rey en sus retretes: regocijarnos hemos y alegrarnos hemos en ti, acordarnos hemos; membrársenos han tus amores más que el vino. Las dulzuras te aman.
- Morena yo, pero amable, hijas de Jerusalén, como las tiendas de Cedar, como las cortinas de Salomón.
- No me miréis que soy algo morena, que mirome el sol; los hijos de mi madre porfiaron y forcejaron contra mí; pusiéronme [por] guarda de viñas. La mi viña no guardé.
- ¡Enséñame, Amado de mi alma, dónde apacientas!, dónde sesteas al mediodía; porque seré yo como descarriada entre los ganados de tus compañeros.
- (ESPOSO:) Si no te lo sabes, ¡oh hermosa entre las mujeres!, salte [y sigue] por las pisadas del ganado, y apacentarás tus cabritos junto a las cabañas de los pastores.
- A la yegua mía en el carro de Faraón te comparo, amiga mía.
- Lindas [están] tus mejillas en las perlas, tu cuello en los collares.
- Cercillos de oro te haremos esmaltados de plata.
- (ESPOSA:) Cuando estaba el rey en su reposo, mi nardo dio su
- Manojuelo de mirra el mi amado a mí; morará entre mis pechos.
- Racimo de Cofer mi amado a mí, de las viñas de Engedon.
- (ESPOSO:) ¡Ay, cuán hermosa, amiga mía, cuán hermosa! Tus ojos de paloma.
- (ESPOSA:) ¡Ay, cuán hermoso, amado mío y [también] dulce! Nuestro lecho florido.
- Las vigas de nuestra casa de cedro, el techo de ciprés.
CAPÍTULO II
- (ESPOSA:) Yo rosa del campo y azucena de los
- (ESPOSO:) Como azucena entre espinas, así mi Amiga entre las hijas.
- (ESPOSA:) Cual el manzano entre los árboles silvestres, así mi Amado entre los hijos; a la sombra del que deseé; senteme, y su fruta dulce a mi
- Metiome en la cámara del vino; la bandera suya en mí [es]
- Esforzadme, rodeadme de vasos de vino; cercadme de manzanas, que enferma estoy de amor.
- La izquierda suya debajo de mi cabeza, y su derecha me abrace.
- (ESPOSO:) Conjúroos, hijas de Jerusalén, por las cabras, o por los ciervos monteses del campo, si despertáredes o velar hiciéredes a la Amada hasta que quiera.
- (ESPOSA:) Voz de mi Amado [se oye]. Helo, veisle, viene atravancando por los montes y saltando por los collados.
- Semejante es mi Amado a la cabra montés, o ciervecito. Helo [ya está], tras nuestra pared, acechando por las ventanas, mirando por los resquicios.
- Habló mi Amado, y díjome: Levántate, Amiga mía, galana mía, y
- Ya ves; pasó la lluvia y el invierno
- Los capullos de las flores se muestran en nuestra tierra; el tiempo del cantar es venido; oída es la voz de la tórtola en nuestro campo.
- La higuera brota sus higos, y las pequeñas uvas dan olor. Por ende, levántate, Amiga mía, hermosa mía, y ven.
- Paloma mía, puesta en las quiebras de la piedra, en las vueltas del caracol, descubre tu vista, hazme oír la tu voz; que la tu voz dulce y la tu vista
- (ESPOSO:) Prendedme las raposas pequeñas, destruidoras de viñas, que la nuestra viña está en cierne.
- (ESPOSA:) El Amado mío para mí, yo para él que se apacienta entre las azucenas.
- Hasta que sople el día y las sombras huigan; tórnate, semejante, Amado mío, a la cabra, o al corzo sobre los montes de Bethel.
CAPÍTULO III
- (ESPOSA:) En el mi lecho en las noches busqué al que ama mi alma; busquele y no le hallé.
- Levantarme he agora, y cercaré por la ciudad, por las plazas y lugares anchos, buscaré al que ama mi alma; busquele, y no le hallé.
- Encontráronme las rondas que guardaban la ciudad. Pregunteles: ¿Visteis, por ventura, al que ama mi alma?
- A poco que me aparté de ellas [anduve] hasta hallar al que ama mi Asile, y no le dejaré hasta que le meta en la casa de la mi madre, y en la cámara del que me engendró.
- Ruégoos, hijas de Jerusalén, por las cabras o por los ciervos del campo, que no despertéis ni hagáis velar el Amor hasta que quiera.
- (CORO DE PASTORES:) ¿Quién es esta que sube del desierto como columna de humo, de oloroso perfume de mirra e incienso, y todos los polvos olorosos del maestro de olores?
- Veis, el lecho de Salomón; sesenta de los más valientes de Israel están en su cerco.
- Todos ellos tienen espadas y son guerreadores sabios, la espada de cada uno sobre su muslo por el temor de las noches.
- Litera hizo para sí Salomón de los árboles del Líbano.
- Las columnas hizo de plata, su recodadero de oro, la silla de púrpura y, por el entremedio, amor por las hijas de Jerusalén.
- Salid y ved, hijas de Sión, al rey Salomón con corona con que le coronó su madre en el día de su desposorio, y en el día de la alegría de su corazón.
CAPÍTULO IV
- (ESPOSO:) ¡Ay, qué hermosa eres, Amiga mía; ay, cuán hermosa! Tus ojos de paloma entre tus guedejas; tu cabello, como un rebaño de cabras que suben del monte Galaad.
- Tus dientes como rebaño de ovejas trasquiladas que salen de bañarse, todas ellas con sus crías, [que] no hay machorra entre ellas.
- Como un hilo de carmesí tus labios, y el tu hablar pulido; como cacho de granada tus sienes entre tus guedejas.
- Como torre de David es tu cuello, fundada en los collados; mil escudos cuelgan de ella, todos escudos de poderosos.
- Tus dos tetas como dos cabritos mellizos, que [están] paciendo entre
- Hasta que sople el día y las sombras huyan, voyme al monte de la mirra y al collado del incienso.
- Toda eres, Amiga mía, hermosa, falta no hay en
- Conmigo del Líbano, Esposa, conmigo del Líbano te vendrás; y serás coronada desde la cumbre de Amaná, de la cumbre de Sanir y Hermón, de las cuevas de los leones y de los montes de las onzas.
- Robaste mi corazón, hermana mía, Esposa; robaste mi corazón con uno de los tus ojos, en un sartal de tu cuello.
- ¡Cuán lindos son tus amores! Más que el vino; olor de tus amores sobre todas las cosas aromáticas.
- Panal que destila tus labios, Esposa; miel y leche está en tu lengua, y el olor de tus arreos, como el olor del incienso.
- Huerto cercado, hermana mía, Esposa; huerto cercado, fuente sellada.
- Tus plantas [son como] jardín de granadas con fruta de dulzuras; juncia de olor y nardo.
- Nardo y azafrán, canela, con los demás árboles del Líbano; mirra y sándalo, con los demás preciados olores.
- Fuente de huertos, pozo de aguas vivas y que corren del monte Líbano.
- ¡Sus!, vuela, cierzo, y ven tú, ábrego y orea el mi huerto; y espárzanse sus olores.
CAPÍTULO V
- (ESPOSA:) Venga el mi Amado a su huerto, y coma las frutas de sus manzanas delicadas.
- (ESPOSO:) Vine a mi huerto, hermana mía, Esposa; cogí mi mirra y mis olores; comí mi panal con la miel mía; bebí el vino y la mi leche: comed, compañeros, bebed y embriagaos.
- (ESPOSA:) Yo duermo, y el mi corazón vela. La voz de mi querido llama: Abre, hermana mía, compañera mía, paloma mía, perfecta mía, porque mi cabeza está llena de rocío, y mis cabellos de las gotas de la noche.
- Desnúdeme mi vestidura; ¿cómo me la vestiré? Lavé mis pies; ¿cómo me los ensuciare?
- Mi Amado metió la mano por el resquicio [de las puertas], y mis entrañas se estremecieron en mí.
- Levanteme para abrir a mi Amado, y mis manos gotearon mirra, y mis dedos mirra que corre, sobre los goznes del aldaba.
- Yo abrí a mi Amado, y mi Amado se había ido, y se había pasado, y mi ánima se me salió en el hablar de él. Busquele, y no le hallé; llamele, y no respondió.
- Halláronme las guardas que rondan la ciudad; hiriéronme; tomáronme el mi manto, que sobre mí tenía, las guardas de los muros.
- Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, que si halláredes a mi querido me lo hagáis Que soy enferma de amor.
- (COMPAÑERAS:) ¿Qué tiene el tu Amado más que otro amado, porque así nos conjuraste?
- (ESPOSA:) El mi Amado, blanco y colorado; [trae bandera] entre los
- Su cabeza, oro de Tibar; sus cabellos, crespos, negros como
- Sus ojos, como los de paloma junto a los arroyos de las aguas, bañadas en leche junto a la llanura.
- Sus mejillas, como eras de plantas olorosas de los olores de confección. Sus labios, violetas que destilan mirra que corre.
- Sus manos, rollos de oro que viene de Tarsis; su vientre, blanco de Ebur cercado de zafiros.
- Sus piernas, columnas de mármol, fundadas sobre basas de oro fino. El su semblante, como el del Líbano, erguido como los cedros.
- Su paladar, dulzura; y todo él, Tal es mi Amado, y tal es mi querido, hijas de Jerusalén.
- (COMPAÑERAS:) ¿Adónde se fue el tu Amado, hermosa entre las mujeres? ¿Dónde se volvió el tu querido, y buscarle hemos contigo?
CAPÍTULO VI
- (ESPOSA:) El mi Amado descendió a los huertos suyos, a la tierra de los aromas, a apacentar entre los huertos y coger las flores.
- Yo al mi Amado, y el mi Amado a mí, que apacienta entre las flores.
- (ESPOSO:) Hermosa eres, Amiga mía, como Thirsá; bella como Jerusalén, terrible como los escuadrones, sus banderas tendidas.
- Vuelve los ojos tuyos, que me hacen fuerza; el tu cabello como las manadas de cabras que se parecen en el Galaad.
- Tus dientes como hatajo de ovejas, que suben del lavadero, las cuales todas paren de dos en dos, y no hay estéril en ellas.
- Tus sienes, como un casco de granada entre tu
- Sesenta son las reinas, ochenta las concubinas, y las doncellas sin
- Una es la mi paloma, la mi perfecta, única es a su madre: es la escogida a la que la parió. Viéronla las hijas, y llamáronla bienaventurada, y las reinas y las concubinas la loaron.
- (COMPAÑERAS:) ¿Quién es esta que se descubre como el alba, hermosa como la luna, escogida como el sol, terrible como los escuadrones?
- (ESPOSO:) Al huerto del nogal descendí por ver los frutos de los valles, y ver si está en ciernes la vid, y si florecen los granados.
- (ESPOSA:) No sé; mi ánima me puso como carros de aminadab.
- (CORO:) Torna, torna, Sunamita; torna y verte
- ¿Qué miráis en la Sunamita, como en los coros de los ejércitos?
CAPÍTULO VII
- (ESPOSA:) ¡Cuán lindos son tus pasos con el calzado, hija del príncipe! Los cercos de tus muslos como ajorcas labradas de mano de oficial.
- Tu ombligo como taza de lunas, que no está vacía; tu vientre, como montón de trigo cercado de violetas.
- Tus dos pechos tuyos, como dos cabritos mellizos de una
- El tu cuello como torre de marfil; tus ojos como estanques de Hesebón junto a la puerta de Barrabim; tu nariz como la torre del Líbano, que mira frontero de Damasco.
- La cabeza tuya de sobre ti como el Carmelo, la madeja de tu cabeza como la púrpura. El rey atado en las canales.
- ¡Cuánto te alindaste, cuánto te enmelaste, Amada, en los deleites!
- Esta tu disposición semejante es a la palma, y tus pechos a los racimos. Dije: Yo subiré a la palma, y asiré sus racimos; y serán tus pechos como los racimos de la vid y el aliento de tu boca como el olor de los manzanos.
- Y el tu paladar como vino bueno, que va mi Amado a las derechuras, que hace hablar labios de dormientes.
- (ESPOSA:) Yo soy de mi Amado, y su deseo a mí.
- (ESPOSA AL ESPOSO:) Ven, Amado mío, salgamos al campo, moremos en las granjas.
- Levantémonos de mañana a las viñas; veamos si florece la vid, si se descubre la menuda uva, si brotan los granados. Allí te daré mis amores.
- Las mandrágoras si dan olor; que todos los dulces frutos, así los nuevos como los viejos, Amado mío, los guardé para ti.
CAPÍTULO VIII
- (ESPOSA:) ¿Quién te me dará, como hermano, que mamases los pechos de mi madre? Hallarte ía fuera; besárate y ya nadie me despreciaría.
- Cogerte ía en casa de mi madre y en la cámara de la que me parió; y enseñaríasme; daríate a beber vino adobado y del mosto de las granadas mías.
- Su izquierda debajo de mi cabeza, y su derecha me abrazará.
- (ESPOSO:) Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, ¿por qué despertaréis, por qué desasosegaréis al Amada hasta que quiera?
- (CORO DE PASTORES:) ¿Quién es esta que sube del desierto, llena de deleites, recostada en su Amado?
6.(ESPOSO:) Debajo del manzano te desperté; allí te parió la tu madre; allí estuvo de parto la que te parió.
- Ponme como sello sobre tu corazón, como sello sobre tu brazo, porque el amor es fuerte como la muerte, duros como el infierno los celos, las sus brasas [son] brasas de fuego encendido vehementísimas.
- Muchas aguas no pueden apagar el amor, ni los ríos lo pueden anegar. Si diere el hombre todos los haberes de su casa por el amor, como si no los
- (ESPOSA:) Nuestra hermana pequeña y no tiene pechos; ¿qué haremos de nuestra hermana cuando se hablare de ella?
- Si hay pared, edificaremos sobre ella un palacio de plata; si hay puerta, fortalecerémosla con tablas de cedro.
- Yo soy muro y mis pechos como torres; entonces fui en sus ojos como aquella que halla paz.
- Tuvo una niña Salomón en Baal-Hamón; entregó la viña a las guardas, y que cada uno traiga por el fruto de ella mil monedas de plata.
- La viña mía, que [es] mía, delante de mí; mil para ti, Salomón, y doscientos para los que guardaren su fruto.
- (ESPOSO:) ¡Oh, tú, que estás en el huerto, los compañeros escuchan, haz que yo oiga tu voz!
- (ESPOSA:) Huye, Amado mío, y aseméjate a la cabra montés y a los ciervecitos de los montes de los olores.