Este es un tributo a la serie How I met your mother (Cómo conocí a tu madre) con un toque de ficción. Me considero gran fan de la serie y por este motivo escribí esta historia inspirada en una escena de este gran programa.
Amigo mío, la historia que estoy a punto de contarte sucedió hace varios años, allá por el 2000 aproximadamente.
Me encontraba solo, buscando de forma desesperada el amor. Era joven y por lo tanto hacía una que otra estupidez con mayor frecuencia de lo que me gustaría admitir. Me encontraba en una boda, sin ningún acompañante más que Beto, quién decía ser mi mejor amigo.
Para mí era un tormento estar allí, ver a todas las parejas bailar románticamente, mientras yo me encontraba sentado al fondo como si fuera un marginado, y es que de cierta forma así me sentía, porque al menos en ese instante, lo era. Nada que ver con mi amigo, que, aunque estaba incluso más solo que yo, él veía las bodas como si fuera un oasis. Un lugar mágico en el cual todas las mujeres estaban a su disposición, —recalco que eran otros tiempos, y es muy diferente cómo crees que son las cosas a como de verdad lo son—. Se veía a sí mismo como si fuera el ramo por el cual todas se pelean por obtener.
En mi desesperación intenté copiar su mentalidad, tal vez si estaba solo, era por mi forma de pensar, por no creérmela de que podría conseguir a la mujer que yo quisiera. Sin embargo, el intento no me duró ni cinco minutos, ese no era yo… no hay nada más bajo que cambiar tu personalidad con el fin de ser apreciado por alguien más.
Regresé cabizbajo por mi saco al lugar del fondo, casi a la salida, era el momento de irme. Volteé una vez más para ver lo bien que todos se la pasaban, de esas veces que sabes perfectamente que no es tu lugar, no es tu ambiente, y aun así deseas poder pasártela tan bien como los demás… fue cuando vi esos malditos ojos verdes. Su mirada estaba tan perdida como la mía. Sentí como si me hubieran hechizado, me armé de valor y me dirigí a su mesa, para mí fortuna sólo estaba ella, me senté a su lado y le pregunté su nombre.
—No te lo diré, odio las formalidades —me contestó seria.
—Entiendo —en ese momento me odié como jamás lo había hecho, ¿qué esperaba, que por saber cómo se llamaba todo iba a cambiar, que la noche se iba a convertir de aburrida a la mejor de mi vida por el contacto de una simple persona? Me alegra poder decir que estaba en lo cierto, en parte así fue.
—Me gusta vivir la vida sin prejuicios. No manchemos esta velada con nuestros nombres, porque de ser así, el día de mañana vas a estar pensando en mí y no en la gran experiencia que estamos por tener. Tu mente divagará sobre un futuro que no se nos concederá.
—En ese caso, mucho gusto —le extendí mi mano en forma de saludo —, soy Teo… si es que ese es mi verdadero nombre.
—Me puedes llamar Valeria —me respondió guiñándome el ojo, sin saber si me estaba diciendo una mentira, pero no me importaba. Era bellísima, tenía gran carisma y su filosofía de vive el momento, sobre todo para alguien que planea inclusive sus horas de sueño, me resultaba demasiado atractivo.
Nos escabullimos al siguiente salón, donde tuvimos mayor privacidad. Había un piano, en cuanto lo vi supe que lo tenía que tocar, ¿qué mejor forma para impresionarla? Ella se sentó junto a mí. Comenzamos a reír, nos contamos historias embarazosas. Sentí una conexión que no había sentido por nadie más, y sé que era demasiado loco para haber pasado tan sólo un par de minutos. Sentí esa energía fluyendo en mi ser que me incitaba a dar el siguiente paso, cerré los ojos y me acerqué hacia sus labios.
—¿Qué haces? —me preguntó confundida mientras su cuerpo estaba totalmente echado hacia atrás.
—Iba a besarte.
—¡No, no puedes hacer eso… eso arruinaría la noche!
—¿Por qué no? Es sólo un beso. ¿No quieres?
—Sí, pero un beso jamás termina siendo sólo un beso. Desencadena una serie de momentos que no estoy preparada para vivir —sé que oía su voz, pero no escuchaba sus palabras. Sólo mi voz interna, mi demonio diciéndome «hazlo».
La intenté tomar del brazo y acercarme para juntar mi boca con la de ella, pero no resultó, y no porque no quisiera, sino porque le atravesé. Mi primer pensamiento fue que ella era una ilusión, una forma de desconectarme de mi tormentosa realidad, pero a los pocos segundos me di cuenta. Valeria era un fantasma y en cuanto la toqué, desapareció.
—
De regreso al año actual:
—Por eso, amigo mío, ¿ve la dama que está a su derecha, la de los ojos verdes?
—No… la mesa está vacía.
—No, no lo está. La veo, me sonríe, y voy a acercarme para conocerla una vez más.