Me encuentro sentado a la izquierda de mi padre. Contemplando la infinita humanidad. Se acerca su tercera desaparición y me encargaron, como siempre, ir a salvarla. La diferencia es que ya no quiero, les hemos dado tantas oportunidades, aún así, no hay ocasión en la que no nos hayan defraudado. Les dimos la clave de su salvación en un cuento no mayor de una cuartilla, y ¿qué hicieron? Creerse que era real, que Adán y Eva de verdad existieron, cuando era sólo una metáfora con el código que permite liberar su alma.

    Parece que después de todo, sin importar que sea un arcángel, no soy tan distinto de ellos, pues le tengo envidia a mi hermano por haber preferido ser desterrado, a vivir esta farsa, como yo lo llevo haciendo por más de cien milenios.

    Se preocupan por tonterías en lugar de disfrutar de la vida, de lo preciado que tienen. Si tan sólo supieran que todos terminan llegando al infierno; viendo a los ojos, frente a frente a la persona en la que se pudieron convertir, pero que, gracias a sus miedos, no lograron serlo.

    No hay peor castigo que el hubiera, y no hay humano que no tenga esa culpa sobre sus hombros.

    Esta carta es mi confesión, he bajado a la Tierra para crear desastres y tormentos, justamente para convertirme en uno de los cuatro jinetes. Sé que cortarán mis alas, y quemarán mi alma más de lo que ya está, pero es que a veces la única salvación es hacer lo que juraste jamás cometer.

    Por primera vez en toda mi vida, me siento en control, y a pesar de que voy en contra de todas las leyes, es un sentimiento totalmente liberador.

    El dolor me está cambiando, este sufrimiento de que siempre pasa lo mismo, no importa cuantos milagros hagamos, terminan dejándose vencer por sus miedos, justificándose en nuestro nombre, siendo víctimas de ellos mismos.

    Todos los días escucho rezos en mi nombre; Miguel, y cuando se los concedo, cuando les doy el camino para conseguirlo, no tienen la valentía que se necesita para cumplirlo.

    Me enfrentaré a duelo con mis hermanos celestiales. Las cosas tienen que cambiar, y si no doy siquiera el primer paso para hacerlo, entonces, al igual que ellos, no merezco vivir ni un día más.

    Lucifer, mi peor enemigo y hermano, del cual ahora comprendo su actuar. Me visitó ayer y me dijo que él se encargaría, que nos aliáramos, y por primera vez, acepté tener un acuerdo.

    Pero el bastardo me engañó, me encerró en un cuarto de su reino. Me dijo que a veces es mejor quedarnos con el hubiera, sobre todo si esto quebraría nuestra alma. Le creería si no fuera porque su actuar es egoísta, se nota que quiere recuperar su acceso al paraíso.

    Extendí mis alas y rompí esta prisión, soy el arcángel más poderoso, ¿de verdad creía que una simple jaula me iba a detener?

    Tomé mi espada y comenzamos una batalla que ninguno ganaría. Éramos dos hermanos no enojados entre sí, sino con la situación. Cuando el filo de mi arma estuvo en su cuello, le di la opción de redimirse, pero no quiso, me dijo que estaba dispuesto a morir por su ideal, y entonces lo entendí, me encerró para ver si mi deseo era lo suficientemente fuerte para escapar. Yo también estaba preparado a renunciar a mi eternidad con tal de hacerle caso a la voz de mi alma, a la liberación de mis demonios.

    Alejé mi espada, y en cambio le ofrecí mi mano. Probablemente mi camino no sea el mejor, el suyo seguramente tampoco lo será, pero de una cosa estoy seguro, por más que me duela, juntos podríamos triunfar. Juntos, podríamos destruir a la humanidad.