—Soldados, ¿están listos para el entrenamiento?
—¡Señor, sí, señor!
—Pónganse el equipo. Empezaremos en cinco minutos.
—Señor. Tengo una duda, ¿por qué estamos vestidos con una armadura antigua, escudo y espada? ¿Cómo será nuestra preparación? —preguntó un cadete con una voz ligeramente temblorosa. El Coronel se acercó lentamente sin decir una sola palabra hasta quedar frente de él. Lo miró fijamente a los ojos, a lo cual, aquel caudillo no pudo mantener el contacto visual ni tres segundos y agachó la cabeza. El jefe desenfundó su pistola y le apuntó a la sien, sin hacerlo más dramático, disparó y el soldado cayó al piso. Todos los demás se quedaron de pie manteniendo su postura recta, sin reacción ni movimiento alguno.
—¿Acaso le preguntaremos al enemigo cuál es su estrategia de ataque?
—¡Señor, no, señor! —respondieron todos al mismo tiempo.
—¿Alguien tiene otra pregunta? —todos se quedaron en silencio.
—No hay tiempo que perder. Comenzaremos en diez, nueve, ocho, —cuando terminó de contar, los soldados abrieron los ojos y todo estaba oscuro. No sabían qué pasaba. Escucharon tres golpes, se abrió una puerta que empezó a iluminar todo. Salieron corriendo con las armas desenfundadas y todo era bellísimo. Se encontraban en la parte de la arena de lo que parecía ser el Coliseo romano, pero no el actual que ya está desgastado, sino el de hace miles de años. Estaba perfectamente pintado, con estandartes y un público tan efusivo como si se tratara de un partido de futbol.
—¡Esta simulación está increíble! ¡Qué vengan los leones! —gritó Jacobo en tono de burla a sus compañeros. A lo lejos, los guardias, que eran de la altura de dos metros, abrieron una puerta del otro extremo y de esta comenzaron a salir arqueros, que sin dudarlo empezaron a lanzarles flechas con fuego a los soldados provenientes del futuro. Levantaron sus escudos y corrieron hacia ellos con el fin de atacar.
—¡Asombroso, hasta la textura de la sangre se siente real!
—¡Y mira, inclusive se le ven las arterías y los huesos! —agregó Alejandro. Por más de treinta minutos estuvieron luchando, y cuando mataron al último enemigo, levantaron las manos en señal de victoria.
Alex, de la euforia del momento, agarró la cabeza de un cadáver y la aventó a la audiencia como si se tratara tal cual de un balón. La sangre se esparció por todo el camino y entre la multitud. El público estaba vuelto loco, nadie jamás había dado un espectáculo tan impresionante como el que estaban presenciando.
—¡Bestiam dimittis! —gritó el que parecía ser el Emperador, por la corona de laurel que portaba.
—¿Eh, entendiste que dijo? —preguntó Maxwell a sus compañeros.
—No, supongo lo dejaron en el idioma original para hacerlo más realista —El piso se abrió y de allí salieron leones. Quedaban diez soldados, y después de la liberación de los felinos, el número de sobrevivientes se cambió a dos.
—Qué suerte tenemos Alex, pero ya quiero que esto se acabe —parecía que Jacobo habría finalizado su frase con un “A’bra K’dabra”, que significa “voy a crear de la nada mientras estoy hablando”, pues como por arte de magia, sus palabras se hicieron realidad. Un oso salió de una puerta detrás de él, y al atacarlo, terminó con su vida. El último soldado se dio cuenta justo a tiempo, y clavó su espada ensangrentada directo al corazón de aquella bestia.
Alejandro se hincó del cansancio. Soltó su arma, apenas podía contener la respiración. Se encontraba agotado. Sabía que, si se tuviera que enfrentar contra un adversario más, se trataría de una batalla que ya estaría perdida.
Se abrieron las puertas que todavía estaban pendientes, y de estas salió otra multitud de rivales. Una nave se apareció de la nada, y una mujer con el cabello lleno de rastas le ofreció su mano.
—Si quieres vivir, ven conmigo —le comentó y Alex se le quedó viéndola extrañado.
—¿De qué hablas? Esto es una simulación. Tan pronto termine, estaré de regreso en el cuartel junto con todos mis compañeros.
—No. Esto es la vida real. No se metieron a un mundo virtual, sino a una máquina del tiempo. Estamos en el año 100 d.C. —Alejandro volteó a su alrededor, todo era un campo inerte. El piso era de color rojo, estaba lleno de cuerpos inmóviles, la mayoría divididos en pedazos. Soltó una lágrima al ver a todos sus amigos muertos.
—¡Apúrate! ¡Tan pronto se rompa el campo magnético que nos protege, no podré hacer nada para ayudarte! —el soldado le tomó la mano y de un empujón subió a la nave.
—Soy Kenzi, bienvenido a la rebelión —Alex no le prestó atención. Tomó la metralleta sónica que colgaba de la pared y saltó para regresar al Coliseo. De esa forma podría hacerle justicia a sus amigos. Sin embargo, cuando cayó, se escuchó un fuerte golpe contra el metal, en lugar de lo que debería de haber sido uno suave, debido a los granos de arena.
—No trates de escapar. Podemos viajar a través del tiempo, por lo cual sabemos cada intento de fuga que hagas, y lo podemos sabotear. Tendrás tu venganza, te lo prometo. Pero no será hoy.