—Cuando cumplí 18 años, mis padres me dejaron toda su fortuna; 34 millones de pesos libres de impuestos para hacer con ellos lo que se me diera la regalada gana.
Aquí te pregunto: ¿qué hubieras hecho? Imagínate ver esa cifra millonaria en tu cuenta bancaría. Es una cantidad bárbara que jamás vas a ver en toda tu perra vida, aunque no lo digo como ofensa, oficial. Espero y que el destino le permita experimentar ese verdadero poder, y no el que ejerce para robarle lo poco que tiene el pueblo.
—¡Le exijo respeto y que se abstenga de hacer preguntas, así como de sacar conclusiones indebidas! El interrogatorio es para usted, Diego —contestó el teniente y solicitó que prosiguiera con su versión de los hechos.
—Está bien, iremos lento. Te decía…
—¡Le decía! Por favor no me tuteé.
—¡Le decía! —exclamó Diego en tono de burla—, que mis padres murieron y me dejaron como herencia esa millonada. Lo primero que hice fue comprar un vuelo directito hacia Ámsterdam, y pasé un maravilloso mes en ese famoso barrio rojo. Allí fue donde me gasté mis primeros cuatro melones.
—¿Eso que tiene que ver con la pregunta que le hicimos? Absténgase de desviarse y responda de manera directa y breve.
—A eso voy, este punto es importante para poder responder adecuadamente. ¿Puedo proseguir? —preguntó diego con el fin de irle desesperando de a poco.
—Continúe, ¿cuál es su relación con el ladrón?
—Claro, oficial, como le iba diciendo. Me encontraba fuera del país, aparentemente teniendo la mejor etapa de mi vida. Ya que a pesar de tener todo: dinero, sexo, drogas, juventud, algo me faltaba. Escapé del rencor hacia el universo por llevarse a mis queridos padres, de mis problemas, sin saber que por más que corría, ni que tan rápido lo hiciera, estos siempre estaban a un metro de distancia detrás de mí.
—Esto no es el psicólogo. ¡Responda la pregunta sin dar vueltas o tendremos que implementar otras medidas!
—Por supuesto, oficial. Entonces, regresé a México, no sin antes darme un lujoso tour por toda Europa. Fue donde le conocí.
—No tenemos registros de que su cómplice haya salido del país.
—¡Porque no estoy hablando de él! Sino de mi bellísima Penny. Estábamos en Irlanda y la vi caminando por la plaza con un hermoso vestido amarillo. En cuanto la vi, ¡sentí lo que era el verdadero amor a primera vista! Y así lo sentimos todos los hombres que la mirábamos.
—¿A mí que me importa que Penny le haya rechazado? ¡Responda la pregunta de una puta vez! ¿Qué relación tienes con el ratero? ¿Es su cómplice? ¡Él dice que le obligaste a asaltar! —La estrategia de Diego estaba funcionando. Gracias a la desesperación que el oficial tenía, comenzaba a soltar información valiosa, pero él necesitaba saber más, si tenían alguna prueba o sólo las palabras de ese maldito soplón. Por lo que siguió evadiendo la respuesta.
—Es que Penny no me rechazó, y tampoco lo hizo con los demás. Mis competidores se negaron ellos solitos esa oportunidad. El miedo les ganó y se quedaron quietos, paralizados, prefirieron observar en lugar de actuar. Mi padre, además de los millones, me heredó una gran filosofía que atesoro más que su fortuna, en cada oportunidad me decía:
“La niña más bonita también quiere bailar, no tengas miedo de invitarla, tienes ventaja porque hay menos competencia, mientras los demás se encorvan ante el miedo, tú lo enfrentarás de pie y saldrás victorioso”.
Y sí, me acerqué a hablar con ella con la excusa de que necesitaba de un guía que me enseñará la ciudad. Ella accedió y decidí ir lento. Primero le saqué su número de celular, luego, unos días después, le robé un beso, me resultó bastante sencillo quitarle el brasier. Me tomó dos semanas lograr desnudarla y pensaba que había ganado, ¡estaba con la mujer de mis sueños! Pero a ella… ¡a ella le tomó tan sólo tres años arrebatarme toda mi fortuna! ¡No me dejó ni un misero peso! ¡Una vez que caí en bancarrota, se fue y me dejó solo!
Todavía no puedo creer cómo pude ser tan tonto, pero es que sus piernas, ¡dios mío, son el mismísimo paraíso, y valen todo el oro del mundo!
—¡No te desvíes de la conversación!
—¡Cierto! Me tenía apendejado y le compraba todo lo que me pedía: ropa, un auto, un departamento, puse el negocio a su nombre con la “estrategia” de evadir impuestos, y una vez teniéndolo a su nombre, al que evadió fue a mí.
—¡Que no te desvíes de la pregunta, chinga! ¡No lo repetiré otra vez! ¿¡Lo conoce o no!? —En ese momento, los ojos de Diego se iluminaron. Tenía lo que tanto deseaba, no había nada que lo vinculara con el asaltante, era literalmente la palabra de su cómplice contra la suya. Por lo visto, no tenían pruebas, el oficial sólo quería que admitiera su culpa en el robo para irse a casa.
—Ahora sí ya estoy a nada de llegar a ese punto, oficial. Hace unas semanas recibí una carta de mi hermosa Penélope, en ella comentaba lo arrepentida que estaba, su vida después de haber estado conmigo no fue la misma. Trató de enmendar su karma dándome un pequeño cheque de diez mil pesos. Argumentando que, a pesar de ser migajas, me ayudaría a darme el empujón que necesito para salir de esta situación —comentó Diego al tiempo que de su bolsa sacaba un papel, que, al desdoblarlo, se notó claramente que era el cheque—. Por eso me encontraba en el banco, iba a cambiarlo cuando fue que me golpearon —el teniente tomó el chequé para mirarlo detalladamente y le comentó que era libre de irse. Diego se levantó y cuando iba a tomar el cheque, el oficial se lo arrebató.
—Como está al portador, lo tomaré como pago por escuchar todo tu estúpido drama de amor —Diego se levantó y esa noche, le contó a Elena que estaba harto de ser pobre, que necesitaba su fortuna de regreso y la mejor manera sería robar un banco. Que fueran a uno mañana temprano a inspeccionar y buscar la mejor forma de lograrlo sin ser atrapados. Y eso hicieron, a la mañana siguiente, aproximadamente a las diez de la mañana, entraron al banco con la intención de observar.
Diego se percató que había muchas cámaras, siete personas, las puertas de la entrada se abrían y cerraban con cada cliente que entraba, no era el momento ni el lugar, era demasiado peligroso, tendría que ser otro banco, por lo que hizo la señal de que se fueran, pero Elena lo malinterpretó y entonces gritó: ¡Ahora sí, hijos de su puta madre…