Esta es una de esas historias llenas de enseñanzas, por no decir, de aquellas donde la tragedia que viene después resulta todavía peor. La madre del pequeño Elena se dedicaba a satisfacer los placeres carnales que las esposas les negaban a sus maridos. Para aquellos solteros que sólo tenían acceso a ese entretenimiento a través de un par de billetes, o simplemente, era la lampara mágica que cumplía las más oscuras y perversas fantasías. Fue una profesión que ejerció inclusive el mismo día que Elena nació.

No había pasado ni siquiera su primera semana de vida, cuando Elena fue abandonado en un callejón de mala muerte. Su madre escuchó unos maullidos y al percatarse que se trataba de unos gatitos solos y tristes en una caja de cartón, tuvo la realización de que, si una gata es capaz de abandonar a sus crías, ella podría hacer lo mismo, después de todo, su clientela había bajado terriblemente a causa de su hijo y necesitaba juntar dinero para poder comprar ese polvo con acceso directo al paraíso, el cual, cada día estaba más caro. Si la vida había sido dura con ella, ¿por qué iba a romper la cadena?

Esa caja fue encontraba por una pareja que recién se habían casado. Decidieron quedarse con los gatitos y a Elena, lo vendieron a una señora por míseros cien pesos. De los que nadie se percató, es que la madre de los gatitos había ido en busca de comida para alimentar a sus bebés, y tremendo susto que tuvo al percatarse de que no estaban, pero esa, es otra historia.

La señora que compró a Elena, por fuera del biberón, salpicaba unas gotas de thinner para que el aroma se quedara impregnado, de esa forma se quedaba en silencio y podía recibir sin inconvenientes la limosna que por “caridad”, le daban los transeúntes a una aparente madre desamparada.

Cuando Elena creció y ya no pudo serle útil, lo dejó a su suerte. Fue a parar a una casa-hogar donde convivió con niños cuya historia era similar. Lo interesante, es que aquellos jóvenes, a pesar de ser grandes y fuertes, expresaban una gran tristeza, mientras Elena, quién era débil y pequeño, siempre expresaba una gran sonrisa ingenua. Tanta era su alegría a pesar de las tragedias, que de los muchos nombres que tuvo: Carlangas, Kikín, Poncho, eligió quedarse con el más ofensivo: “Elena”, por “elEnano”. Sintiéndose orgulloso de sus poderosísimos 143 centímetros de altura.

A los 16 años, abandonó el orfanato e hizo de las calles su hogar. Descubrió por cuenta propia lo que más tarde comprendería cómo la enseñanza de Mateo 7:7 11 Pedid, y se os dará”. Extendía su mano pidiendo limosna, y la gente le daba monedas. No había dudas, no había vergüenza, sólo un simple deseo que era cumplido continuamente.

Es allí donde conoció a Diego, un hombre de cuarenta y tantos años. Él se convirtió en una especie de mentor para Elena.

Se dividían los turnos de pedir limosna y compartían sus ganancias. Diego era una persona que terminó en la calle a pesar de haber nacido en cuna de oro. Todas las noches, le decía a Elena que no existe otra cosa en el mundo que sea mejor, que el dinero en grandes cantidades. Comer en los mejores restaurantes, donde la gente te atiende como un Dios en lugar de verte con lástima y desprecio. Poder dormir en una cama y con un techo que te proteja del frío. Y, sobre todo, lo que más le gustaba a Diego, el acceso a mujeres de ensueño. Claro, damas que sólo lo querían por su fortuna, pero mujeres, al fin y al cabo.

Irónicamente, las mujeres fueron las que lo hicieron caer en bancarrota, y al mismo tiempo, su deseo de acostarse con más de ellas era tan grande, que algún día le devolverían esa riqueza.

La vida callejera no es fácil, hay días en los que sacaban hasta para las chelas, y otros, en los que apenas y poder comprar agua era un lujo. Fue en uno de esos, en los que al llegar la noche y ver su miseria, junto al perder el último recuerdo de su amada Penélope, que decidió ponerle fin a su situación.

Empezó a hablarle de una manera muy enérgica a Elena y entonces le dio su mejor consejo:

La energía que gastas en algo pequeño y malhecho, es la misma que inviertes en algo grande y bien orquestado. Pero el resultado, mi hermano, la recompensa, ¡es incomparable!

Tu cuerpo hace el mismo esfuerzo en apuntarle a la persona de la tienda que al cajero del banco. Asaltar un negocio te dará para vivir una semana, pero un banco, ¡te hará millonario al instante!

Diego le comentó que debían de hacerlo cuando menos gente hubiera. No quería efectos secundarios que fueran desastrosos. Quedaron en ir al banco todos los días, y cuando le diera la señal, entonces sería el momento ideal para tomar acción.

Después de pasar una noche fría, el sol salió y repasaron el plan. Más tarde, entraron al banco para analizar su estrategia. Tendrían que ver la ubicación, formas de escape, localización de las cámaras, seguridad en los cristales, cuántas personas trabajan, entre otras cosas más. Cualquier pequeño detalle determinaría su éxito o su fracaso.

Eran cuatro trabajadores y dos clientes en total. Con un gesto medio extraño y difícil de entender, Diego le hizo la señal para indicar que se fueran, que ese banco no era el indicado. Elena asintió y exclamó:

—¡Ahora sí, hijos de su puta madre…