¡Estoy harto de ser bueno! Siempre pensé que, por ser amable, por poner las prioridades de los demás encima de las mías, el universo me premiaría… estaba totalmente equivocado. Mi vecino que se droga, se ganó la lotería. Aquel tipo que se burlaba de mí en secundaria, terminó casándose con la mujer de mis sueños. Los políticos roban pueblos enteros dejando a la gente en la miseria, y ¿cómo se los paga la vida? Siendo exiliados del país para vivir en uno de primer mundo lleno de lujos.

    Si el cielo fuera real, y la entrada a este fuera por puntajes que nuestras buenas acciones acumulan, tendría mi boleto ganado, pero no es así, a este punto de mi vida dudo que exista.

    Es por eso que ya no seré bondadoso, me convertiré en el tipo malo que le importe un comino el bienestar de los demás, seré egoísta. Por primera vez, tomaré el control de mi vida. Seré el amante de Kristen, la mujer que siempre amé, pero nunca tuve el valor de luchar por ella, y si para eso tengo que destrozar su matrimonio, no me importa.

    Todo esto pensó Hugo, sin saber que ese día realmente su vida daría un cambio de 180°, o mejor dicho, se acabaría. Murió tan pronto cruzó la calle.

    Se encontraba ahora en el limbo, la sala de espera donde le juzgarían si era merecedor de ir al paraíso, o de pasar la eternidad en el infierno. Este parecía ser como cualquier dependencia de gobierno, donde cada quien hacía lo que quería, varios se metían a la fila y Hugo no fue capaz de hacerles frente, simplemente los dejaba pasar.

    Después de varios días, llegó su turno.

    —Bienvenido y felicidades, hiciste un gran trabajo. Tu nueva casa será en el averno, ¡el que sigue!

    —¡Qué! ¿Cómo puede ser eso bueno? —exclamó Hugo confundido. Debía de tratarse de un error.

    —Mira, muchacho, llevó un siglo aquí sentado y ya casi es mi lustro de descanso. Así es que sal, el tren que te llevará está a la derecha. Míralo por el lado positivo, en tu expediente dice que ayudaste a diez personas a entrar al cielo.

    —Pero si hice eso, ¡yo también merezco ir con ellos!

    —No, no funciona así.

    —¡Debe de haber algo que pueda hacer, no quiero ir allá abajo!

    —Yo sólo quiero ganarme mis alas, modificar tu archivo no me ayudaría, lo siento —finalizó de decir el juez. Una mujer abrió la puerta de un azotón para entrar sin permiso.

    —Siento interrumpir de esta forma. Sé que fui una chica mala y merezco ir al infierno, pero prometo ser buena si me dan la oportunidad.

    —Por supuesto. Ya casi es mi receso, espérame afuera y personalmente te llevaré. De camino hay unos helados sabor diluvio, estoy seguro te encantarán —respondió el juez. Aquella dama de cabello rubio le dio las gracias y salió.

    —¿Por qué ella sí puede y yo no?

    —Porqué ella sabe lo que quiere y es capaz de hacer lo que sea por conseguirlo. Tus intenciones fueron buenas, pero las consecuencias no. Rechazaste un trabajo que le daría de comer a tu familia para dárselo a alguien más. Tus acciones fueron una maravilla para la sociedad, pero para tu círculo cercano, fue una pesadilla que estuvieras en su vida. Siempre ayudando a desconocidos, en lugar de ver por ti y tus seres queridos.

    Además, tengo anotado que estabas dispuesto a destrozar un matrimonio. Ahora si me permites, tengo una cita que atender —el juez chasqueó los dedos y ahora Hugo ya no estaba en su oficina, sino en el asiento del tren, el cual desprendía un olor a carbón.

    Hugo se levantó en su cama y quedó aliviado de ver que todo había sido un sueño. Estiró sus brazos y gesticuló la más grande sonrisa. De inmediato se dio cuenta que no estaba solo, esta vez, estaba con una mujer, y era la misteriosa dama que le interrumpió en su juicio. Cuando ella abrió los ojos, dio un grito al verlo.

    —Si estás conmigo… ¡significa que estoy en el cielo! —gritó Hugo emocionado.

    —No, si desperté a tu lado. Es que fui engañada, estamos en el infierno —le contestó ella con una mueca de desagrado.

    Ambos estaban en lo correcto, pues donde creían estar, era provocado por sus pensamientos y no el lugar en sí. No existe tal cosa como el infierno o el paraíso, los dos son un complemento y creaciones de la mente. El averno, o el Edén, sólo era la imagen mental que el juez les hizo creer, el que la pasaran bien o mal, dependía totalmente de su pensar y actuar.

    Y así fue.

    Para Hugo, estar acompañado de aquella bella dama era el paraíso, pero para ella… estar con él, era una pesadilla.