Deborah tuvo una discusión con su novio y sus amigos. Por lo que en cuánto llegó el coche que había solicitado, salió del bar con la excusa de que iba al baño para que no la intentaran convencer de quedarse. Se subió al auto. El chofer la miró de reojo por el retrovisor y aceleró sin decir nada, ni siquiera un cordial buenas noches. Durante el transcurso no hubo palabra de ninguno, ella se limitó a observar el paisaje, él tenía su mirada más enfocada en el espejo que en el camino.

    —Disculpa, era vuelta a la derecha y la diste a la izquierda —comentó Deborah sin siquiera voltearlo a ver.

    —Lo sé, es un atajo.

    —Un atajo hacía la muerte, querrás decir —pensó ella, pero no lo expresó, en cambio, fingió una sonrisa al sentir que la observaba. Sonó el teléfono y Ted lo respondió. Deborah le escuchó decir “la tengo, voy en camino”. Frenó para detenerse, giró su cabeza para verla frente a frente y verla de arriba a abajo.

    —Funcionará —se limitó a decirle a la persona con la que hablaba y avanzó el coche. Mientras tanto, ella no se movía, no decía nada, estaba aterrada por lo que le acababa de suceder. Uno llega a pensar que, en esas situaciones, se encuentra preparado y escapar resultaría ser algo sencillo. Lo que uno no es consciente, es que el shock es tan fuerte, que tu cuerpo se detiene de actuar.

    —¿Qué pasa? —Fue todo lo que Deborah logró articular.

    —Tengo que confesarte que te equivocaste de viaje. No quiero lastimarte, pero si no me dejas otra opción, tendré que hacerlo. No me lo reproches a mí, el destino es cruel —dijo mostrándole un arma de fuego y le obligó a bajar del auto cuando llegaron a la entrada de un edifico enorme, fueron a lo alto de este. La vista de la suite se veía asombrosa, por desgracia, el futuro de Deborah no se veía igual.

    —En la vida siempre hay dos caminos, el fácil y el difícil, ¿cuál prefieres, cariño?

    —El primero —contestó ella levantando los brazos para indicar que no haría nada. Ted dejó el arma sobre la mesa, se le acercó y comenzó a jugar con el tirante del vestido. Con los codos, Deborah le golpeó en el cuello para noquearlo.

    Unas horas después.

    Ted se despertó atado a la cama de pies a cabeza. A lo lejos vio una sombra que poco a poco se hacía más clara, era ella, seguía allí.

    —No me veas con esa cara llena de morbo, no cumpliré tu fantasía, sino la mía. Es Balenciaga, odiaría que se manchara de sangre —comunicó Deborah con una sonrisa maliciosa señalando a su vestido, el cual estaba finamente colocado en la silla de un extremo, y agregó:

    —¡Desátame! —ordenó Ted como su tuviera el control.

—El que se equivocó de viaje, de persona, fuiste tú, pero ¿de verdad existen las equivocaciones, o solamente son parte de un cruel destino?

    —Entonces estamos en el mismo bando, libérame, podemos ser aliados.

    —Es demasiado tarde, pensé en perdonarte la vida la primera vez que cambiaste de ruta, pero cuando me apuntaste con aquella pistola, lo hiciste personal.

    —Mi amigo viene en camino, en cuanto llegue, me rescatará y te matará, a menos que me sueltes, ¡sólo así podré ayudarte!

    —¿Escuchaste? Tocaron a la puerta, ¡debe ser él! —exclamó Deborah cuando extrañamente no se había escuchado ningún ruido. Se levantó hacía la entrada y cuando ya estaba de vuelta, traía la cabeza del amigo de Ted en sus manos.

    —¡Ya llegó tu amigo! Pídele lo que necesites —Ella le aventó la cabeza como un balón para que cayera justo a su lado. Ted intentó forcejear, romper las sogas, pero eran demasiado fuertes, había caído en su propia trampa. Deborah se limitaba a quitarse la sangre que estaba en sus dedos con la lengua, como si fuera un felino que se limpiaba el pelaje.

    —¿¡Por qué haces esto!? —preguntó Ted lleno de temor y horrorizado. Jamás había estado en una escena así. Nunca había sido la víctima.

    —Por la misma razón de que tú lo ibas a hacer conmigo, por placer. ¿Crees en los vampiros?

    —No, no existen, no pueden ser verdad —Ted apenas y podía responder. Su mente le decía que estaba soñando, pero el dolor que Deborah le empezó a causar al hacer cortes en su piel con una daga, le reveló que todo era real.

    —Obviamente no, aunque mi fantasía es pensar que soy uno, pero no de las que existen en esos libros de ficción con triángulos amorosos, sino en la sección de terror. No soy inmortal, tengo 20 años y pronto moriré. No soy un ser sobrenatural, sangro igual que tú —dijo ella mientras con la daga se rasgó la palma de la mano y le obligó a beber de su sangre.

    —¿Qué quieres de mí? —preguntó Ted temblando, apenas y pudo expresarse.

    —Los vampiros crean miedo, pero cuando tu mente te convence que no son algo verdadero, el efecto se acaba. En cambio, yo soy una simple humana, tan real como tú, y me acabo de convertir en tu peor pesadilla, de la cual, no hay forma de despertar.

    La brisa del aire frío le hizo abrir los ojos. Ted se encontraba acostado, en la misma cama que había sido torturado por la noche. Su mente estaba confusa y su visión también, pero ya no estaba amarrado. Corrió para salir de la suite, corrección, para intentar hacerlo, pues sonó el martillo de una pistola, lo cual le desvió la atención.

    —¿Te vas sin despedir? La cacería apenas empieza. Alguien me dijo que en la vida siempre hay dos opciones, ¿quieres 10 o 20 segundos de ventaja? —preguntó Deborah con tono de burla.

    —¡La segunda! —respondió Ted.

    —¡Deseo concedido! —respondió Deborah y le disparó en el pie para entonces comenzar a contar; uno, dos, tres… mientras él, cojeando, intentaba escapar.

    —¡Veinte! —finalizo de contar y corrió hacía su presa. Le clavó la daga en el cuello, la retiró y le abrazó para sostenerlo, cerró los ojos y le clavó los colmillos en la herida.