A todos, en algún momento nos sucedió algo que provocó cambiar el rumbo de nuestras vidas. Ya sea darle fin a esa relación tóxica, renunciar a ese trabajo que no nos satisfacía, dejar el miedo a la crítica a un lado con el fin de ir a conseguir nuestros sueños, o cualquier otra cosa.

Si todavía no te ha pasado, es que eres demasiado joven, o no tienes el coraje necesario para hacerlo. Porque al menos en alguna ocasión, has deseado que tu vida sea diferente. Negarlo no te llevará a ningún lado, y no es ofensa, sino una invitación.

Debo confesarte que yo era así, hacía las cosas por hacerlas. Salía a trabajar porque tenía que hacerlo, no porque quisiera, admiraba el triste pavimento gris en lugar del infinito cielo. Jugaba videojuegos para distraerme, no los disfrutaba. Pasaba horas viendo vídeos de comedia en YouTube que ni siquiera me provocan una ligera sonrisa.

Estaba viendo un sitio hecho para hombres cuando me apareció esa publicidad de un curso milagroso, se llamaba “Ponte cara a cara con tu infierno”. De esos que te quieren resolver la vida en dos sencillos pasos. Al intentar cerrarlo, se movió el anuncio y por equivocación le di en ver. Se abrieron cien pestañas, ¡era un maldito virus! Cada vez que cerraba una, se abrían dos.

Reinicié el celular y al encenderse, se abrió la cámara en automático. Me grababa, pero desde otro ángulo, la toma era desde arriba, y eso era imposible, no había ninguna webcam de donde provenía el vídeo. Intenté cerrarlo, pero el teléfono no reaccionaba.

Tenía que ser una broma. Me le quedé viendo a detalle con tal de encontrar el tache o poder eliminarlo, y me di cuenta que esa persona que se veía, efectivamente era yo, pero no el yo que está escribiendo esto, tampoco el yo del pasado que lo estaba viviendo, sino un yo del futuro, de uno que espero nunca llegue.

La fecha indicaba que correspondía a veinte años después, y yo estaba haciendo lo mismo de siempre. Todo se veía igual. No había duda que se trataba de mí, pero estaba canoso, jorobado, y seguía con mi cara inexpresiva.

¡Caray, veinte años desperdiciados! Sin contar los anteriores que ya han pasado.

En ese momento se puso la pantalla negra del celular y salió una frase en color rojo:

Hoy, eres el efecto de tu ser pasado, sino haces nada diferente, no habrá ningún cambio más que el tiempo.

    Me vino como una cubetada de agua helada. Siempre creí que para cambiar, tenía que pasarme algo. En las historias más inspiradoras lo he visto:

A Edison, el que su madre le dijera genio frente al profesor que le dijo huero, le impulsó a creérsela y serlo, pero, ¿qué pasa para los que no tuvimos ese importante apoyo?

Para Julio Cesar, fue el darse cuenta que Alejandro Magno, a sus 30 años, ya había conquistado prácticamente lo que en ese entonces era el mundo, mientras él, comparando sus hazañas a la misma edad, no eran ni una migaja.

Inclusive a Newton, le cambió la vida cuando le golpeó una simple manzana.

No sé qué va a pasar mañana, ni dentro de diez años. Sólo sé que, si no quiero llegar a ese averno, —que de hecho ya lo estoy viviendo—, tengo que empezar a hacer las cosas de diferente forma, no mañana, ni siquiera decirme hoy mismo, porque cuando llegue la noche se me habrá olvidado.

Es por eso que el momento más importante para hacer las cosas, es ahora.

El celular jamás respondió. Se seguía viendo mi yo de edad avanzada.

¿Si pudieras tener una ventana y ver una pizca de tu futuro, la mirarías? No importa tu respuesta, porque ya la estás viendo. Lo que estás siendo, pensando y haciendo en este preciso momento, es tu destino. Para cambiar tu futuro, cambia tu forma de ser, y por lo tanto, en consecuencia, tus acciones.

Pasaron los años, y conforme iba cambiando mi manera de pensar y mi forma de actuar, el vídeo también lo hacía. Llegó un día en el que ni siquiera tenía que mirar la pantalla para saber el final. Me bastaba con ser consciente de mi realidad, de no esquivarla, de no juzgarla, de no culparla.

Dejar de ser el observador, para convertirme en el creador.