No quiero abrir los ojos. Anoche tomé a morir y tengo la peor resaca del mundo. Una voz me dijo que hoy tenía que invadir Frigia. En cuanto la escuché, me levanté de un brinco y mi sorpresa fue ver dónde me encontraba. Las paredes eran de piedra, la cama de paja, en la esquina estaba una armadura que parecía ser de hace miles de años, pero estaba tan reluciente cómo si fuera fabricada ayer.

    —Su carruaje le está esperando para partir en cuanto nos indique —me dijo el que pareciera ser mi sirviente y salió de la habitación. Me pellizqué para despertar del sueño y no funcionó. Por lo que le seguí el juego a mi mente, o lo que fuera que esto sea. Me vestí, y al salir, la vista era increíble, libre de edificios que permitían ver las gloriosas montañas, inclusive el aroma era de aire puro. Sin decir nada, me abrieron la puerta del carruaje e ingresé en este. No sabía que estaba pasando, cientos de soldados montados a caballo iban detrás de mí como si fueran mis soldados.

    Después de un par de horas, llegamos a la ciudad y nos estaban esperando. Me recibieron con las manos abiertas llamándome “El Gran Alejandro”, efectivamente ese era mi nombre, pero no tenía ninguna cualidad para que me pusieran ese mote.

    Me pidieron que los acompañara y llegamos a un Templo con el cual quedé maravillado. Me contaron que su antiguo Rey, llamado Gordio, antes de morir les dejó encargado que aquel que fuera capaz de desatar ese nudo —el que estaba atado entre una carreta y el Templo—, se convertiría en su próximo Gobernante, que miles lo han intentado, pero ninguno lo ha logrado.

    —Como la leyenda de Excálibur —pensé en voz alta.

    —¿Qué? —contestaron todos extrañados al no saber de qué hablaba.

    —Nada, un cuento viejo que me contó Aristóteles —respondí sin saber por qué nombré a ese filósofo, siempre reprobé historia. Se me vino a la mente porque es el personaje histórico más famoso que conozco. Sorprendentemente me enteré que le atiné, pues fue el mentor de la persona que encarno en estos momentos; Alejandro Magno.

    No lo pensé dos veces, tomé mi espada y corté la cuerda. Todos se quedaron nuevamente perplejos.

    —Tanto monta desatarlo, como cortarlo —dije aquella frase española que siempre me decía mi madre. Levanté mi espada hacía el cielo como si fuera una victoria. No sé si fue casualidad, pero empezó a relampaguear. Todos empezaron a gritar el nombre de Zeus, como si los rayos fueran su aprobación de mi actuar, entonces, comenzaron a agradecerle de que hoy, por fin la ciudad de Frigia obtuvo a Alejandro el Grande como su nuevo Líder.

    El sonido de un trueno retumbó por todos lados y fue cuando desperté del sueño, pero no sólo de este, sino de la vida.

    Me levanté más animado que nunca, abrí los brazos y le dije a la vida que estaba preparado para recibir todo lo grandioso que me mandara. Que cualquier problema, sin importar que tan grave fuera, lo resolvería como Alejandro Magno lo hizo con aquel nudo gordiano.