—La vida es tan sencilla cuando te propones que así sea. Si deseas comer, se soluciona yendo a un restaurante, ya no es necesario que vayas con una lanza a cazar. Si estás aburrida, está el cine, los amigos, los parques de diversi…

    —¡Ya entendí el punto, mamá! Tenemos todo lo que queremos para ser felices.

    —No has entendido nada, corazón. No se trata de lo que tienes, sino de lo que eres capaz de conseguir.

    —Sé que dices palabras, pero sólo escucho “bla, bla, bla”. ¿Ya me puedo ir?

    —Vete —le respondió Sara a su hija mientras guardaba en sus pulmones todo el aire lleno de coraje—. Sólo no olvides traerle a Fobos algo para comer.

    Karla bajó las escaleras chocando sus tacones con cada escalón como si estos fueran los culpables de su enojo. Tomó las llaves del auto y salió de la casa.

    Bajó la capota del automóvil para sentir la vivacidad del aire al manejar. En el estéreo sonaba la canción —ahora prohibida— de Molotov a un volumen muy alto y Karla la coreaba a todo pulmón. Eso la llenó de energía y hacer que los problemas se fueran de sus pensamientos. Dio vueltas por las avenidas de la ciudad a gran velocidad.

    Su madre tenía razón; el mundo se encontraba a sus pies. Sentía que era una verdadera Diosa, y que sólo tenía que pedir para que se le diera.

    Se detuvo en una plaza para ir a comprar un helado y así hacer tiempo. Quería estar a solas por un momento, luego, continuó su camino. No tenía algún destino en específico, simplemente se encontraba aburrida y quería salir a divertirse, ¿qué problema hay en ello?

  —Siri, ¿dónde hay una cerrajería cercana? —preguntó Karla a su iPhone y siguió la ruta que le indicó. Se detuvo en el local y se bajó del coche.

    —Buenas tardes, necesito de su ayuda para abrir un ropero de mi cuarto.

    —¡Juan! Agarra tus cosas y acompaña a la señorita —dijo la que parecía ser la dueña del negocio.

    —Tu auto está hermoso —le dijo Juan a Karla para evitar el silencio incómodo y equivocadamente tratar de obtener su atención al proporcionarle un halago, ella sólo lo miró de reojo y regresó su vista al volante.

    Pasaron todo el trayecto en silencio, para ella, esa ausencia de voces era paz, armonía… mientras que para él era un tormento, ¿qué estaba haciendo mal? Por un momento se le olvidó que se encontraba allí por trabajo y no por placer.

    Karla tocó el botón que abre las puertas del zaguán y estacionó el coche.

    —Sígueme, te mostraré donde está la chapa —le dijo sin detenerse al subir los escalones de la gran entrada. Si Juan se había admirado con el coche, se quedó más que boquiabierto al ver la casa, y me reservo los comentarios de lo que siente al mirar a Karla.

    Atravesaron el corredor hasta que llegaron al fondo.

    —Es aquí, adelante —le indicó Karla haciendo con sus brazos un ademan de que pasara.

    —No, cómo crees, después de ti.

    —Te recuerdo que es mi casa, no una cita. Yo soy la anfitriona, pásale —Juan se sintió avergonzado, tanto que por un momento se le olvidó qué hacía allí.

    —Oye… ¿esto es el jardín, no mencionaste que era en tu cuarto?

    —¿No has escuchado el dicho de que no confíes en una rubia?

    —No, de hecho, no creo que exista…

    —De cualquier forma, ya no importa, tú tampoco lo estarás en unos minutos —dijo Karla al tiempo que bajaron unos barrotes de fierro para apartarla de Juan. Ella colocó sus dedos en sus labios y silbó.

    —¡Fobos, la cena está lista! —de entre las sombras que hacían los árboles, dos círculos color miel fueron asomándose, poco a poco, de forma sigilosa, salió una pata del tamaño de un conejo, hasta que reveló su identidad; un lobo de dos metros. Juan estaba petrificado de miedo, no pudo hacer nada ante impresionante animal.

    En tan sólo un par de minutos, Fobos ya tenía el estómago lleno.