Hace un par de meses, escuché un podcast qué me cambió la vida. Me sorprendió cómo la composición correcta de palabras puede influenciarte de una increíble manera. Se trataba sobre que vivimos en una simulación, junto a la frase de “somos seres espirituales teniendo una experiencia humana”. Ya la había escuchado cientos de veces y nunca le presté atención, se me hacía un cuento barato para vivir el ahora, una herramienta de marketing para vender más. Sin embargo, todo cambió cuando hablaron de las vidas pasadas, sobre todo, qué nosotros elegimos dónde nacer, así como a nuestra familia. Al principió dudé, nuestra mente siempre trata de encontrar la explicación lógica. ¿Cómo es posible qué elijamos vivir en sufrimiento, en agonía? Por más qué traté de aceptarlo, no puedo creer que haya tomado la decisión de nacer en una familia cuyo padre se fue por cigarros para nunca regresar.

    Siempre creí en el destino, qué había algo por lo que nacimos y seguimos aquí, una razón. Esa idea murió cuando me di cuenta que de verdad tenemos libre albedrio. Todos los días tenemos dos opciones, la de ser feliz o infeliz, bueno o malo, y yo… yo tomé la decisión de convertirme en asesino.

    Cuando te das cuenta de que esta vida no es otra cosa más que un juego, dejas de preocuparte por las reglas, por el qué dirán. Nadie quiere jugar un videojuego en el que eres el policía, todo mundo quiere ser el ladrón, el malo del cuento, el villano favorito, aun así, nadie tiene el coraje para hacerlo. Todos tienen miedo de cumplir sus sueños, porque no saben qué pasará después.

    Me cuestioné mi actuar y mi lugar en la vida. ¿Estaba haciendo lo correcto? Para empezar, eso no es otra cosa más que una norma social. Ideas que nos meten en la cabeza desde niños para someternos, para ser una pieza disque funcional.

    Invité a mi exjefe a cenar y le comenté que ya no me sentía agusto en el trabajo, qué era mejor dejarlo ahí, por las buenas, y me causó rabia lo rápido que lo aceptó. Como si yo fuera un engrane roto que puede ser reemplazado fácilmente. Él pagó la cuenta y se retiró. Lo seguí hasta su casa y esperé. Cuando dieron las doce de la madrugada le toqué la puerta y evidentemente, tal como lo había planeado, adormilado, salió para abrirme.

    Lo noqueé con la maseta que tenía en la entrada, y lo amarré en su comedor. Mientras recuperaba el conocimiento me preparé un sándwich, todavía no sé por qué, pero fue el más delicioso que he probado en toda mi vida.

    Escuché que empezó a balbucear y le brotaban lágrimas. No podía articular palabras, pues le había cortado la lengua. Le expliqué que eso era porque nunca escuchó mis aportes. Cada idea que le daba, no la aplicaba, la ignoraba. Me retiré y lo dejé a su suerte.

    Mientras que la mayoría de las personas renuncian cuando algo ya no les es de su agrado, yo me convertí en mi propio justiciero. Les hice la misma cantidad de daño a mis enemigos que ellos en su momento me causaron. Equilibré la balanza.

    Dicen que la primera vez siempre es mágica, y esa frase no puede estar más en lo cierto. No tienes idea de cómo disfruté su sufrimiento. No pasó lo mismo con las siguientes víctimas, había una chispa que faltaba, ese sentimiento de que estás haciendo algo nuevo, sin embargo, era una sensación que ninguna otra cosa me la podría dar.

    Semanas después me enteré por las noticias que fue encontrado sin vida en su apartamento. El cobarde se clavó un cuchillo en el cuello.

Por lo tanto, oficial, le declaro qué yo no lo maté.

    —¡Aun así, cometió una atrocidad! ¡¿Qué pasó con las demás víctimas, con su esposa?!

    —No lo entiende, ¿verdad? Lo qué para usted es tormentoso, para mí es grandioso. No sé si es la adrenalina, pero inclusive dentro de estas cuatro paredes grises, jamás me he sentido más vivo.

    A las otras personas les hice lo mismo. Conchita, la de Recursos Humanos, me sacó dinero sin darme otra cosa en retorno que mandarme a la friendzone. Me dijo que no era su culpa, que en el corazón no se mandaba. Por lo cual, de la misma forma que ella sacó la fortuna de mi cartera, yo le saqué los intestinos. No es mi culpa que no haya podido aguantar más de tres días así.

    Referente a su última pregunta. Mi dulce y tierna esposa decidió ponerme los cuernos. Así es que yo decidí ponerle dos cuchillos en el cuello.

    A cada quien, no le di más de lo que merecía. No vaya usted a creer que soy un psicópata. Verá, todo en la vida se trata de elecciones ante las ilusiones que se nos presentan. Nosotros decidimos cómo actuar, incluso cómo reaccionar.

    La clave en esta vida está en no dudar, en no tener miedo. Así seas la persona más bondadosa de este mundo, una simple duda puede atormentar y sabotear tu existencia. El mal, regularmente triunfa no porque lo merezca, sino porque tiene certeza en todo momento.

    —¿Cómo puedes decir eso y estar tan tranquilo? Lo bueno, es que te pudrirás en prisión por el resto de tus tristes días.

    —¿Tristes? ¿Te he estado hablando en otro idioma o qué? No te has dado cuenta qué estoy justo dónde elegí.

    Usted, oficial, mató a mi hijo con una bala perdida, y es tiempo de hacer justicia —dijo Nico con una gran sonrisa malévola. Se abrió la puerta del interrogatorio y entró su compañero con una cara alarmante, expresándole qué tenía que mostrarle algo de manera urgente.

    Cuando estuvieron fuera de la sala, le mostró un vídeo en su celular, en este, se veía como la hija del oficial estaba amarrada a una silla con un cartel que decía:

    Liberen a Nico, o liberaremos el alma de Renata de su cuerpo mortal.