Dicen que en el mundo no hay algo más hermoso que la velocidad, y puedo confirmar que es cierto. De alguna manera, todo está en movimiento, las alas de los pájaros al emprender el vuelo, la sensación del aire cuando corres por el parque, inclusive cuando te encuentras quieto, el planeta se mueve a más de 1,670km por hora.

    Voy de camino a Tepoztlan, un pueblo mágico situado en México. La carretera se encontraba sola, por lo que pisar el acelerador a fondo no resultó ser ningún inconveniente; 140, 170, 200km/h y contando… A esta velocidad la adrenalina está a tope, sabes que cualquier distracción te volcará del camino, y seguramente también de la vida. El conocer que en tan sólo un segundo tu vida puede cambiar para siempre, convierte lo monótono en algo increíble, sobre todo porque el control está en ti. En ese instante es cuando verdaderamente te crees Dios.

    A lo lejos empecé a ver colores naranjas y por lo tanto bajé la velocidad casi a su totalidad. Conforme me fui acercando, me percaté que algo no era normal. El camino estaba bloqueado por tambos de plástico y una persona armada con una escopeta nos apuntaba para detenernos.

    —Necesito que te agaches y sin importar que pase, no te levantes —le dije a Ximena y tan pronto bajó la cabeza, pisé el acelerador a fondo. Lo bueno de un deportivo es que acelera a tope cuando más lo necesitas, en menos de cuatro segundos ya tenía la sangre de aquel tipo embarrada en el parabrisas. No podía ver claramente, pero tampoco detenerme. Estaba seguro que no estaba solo y tenía que escapar.

    Después de lo que me pareció minutos cuando debió de haber sido segundos, salí de la carretera por accidente y empezamos a dar vueltas sobre un barranco. Vi las maromas del auto en cámara lenta y obviamente en primer plano.

    Lo que más me mantuvo con vida en esos momentos fue Ximena, se suponía que el destino era tener un fin de semana maravilloso, no uno tan terrible como el estábamos experimentando. Una vez el coche se detuvo, mi giré hacia ella y le grité con toda la impotencia del mundo para intentar despertarla. Me desabroché el cinturón de seguridad y le di respiración de boca a boca para intentar reanimarla.

    Es el momento en el que más me he odiado por no hacerle caso a mi padre de estudiar medicina, de haberlo hecho, seguramente pudiera hacer algo más que burdos intentos, aunque de ser así… jamás la hubiera conocido.

    Salí del auto y corrí como pude para sacarla también. La coloqué en mis hombros y me alejé unos metros, no quería estar cerca del coche por si explotaba. Seguí en vano mi intento de revivirla.

    Ella me dijo que la respiración era la puerta hacia otra dimensión, por eso cuando dejamos de hacerlo, nuestra consciencia se va a ese plano del cual nadie regresa.

    El sudor se mezcló con mis lágrimas, no había nada más que pudiera hacer.

    Escuché como dio un respiró hondo y me alegré profundamente. La angustia fue extrema, al parecer tenía una costilla rota, pero eso no importaba, era algo que el tiempo sin duda alguna podría curar.

    Estuvimos bastante tiempo en aquel sitio, no quería dejarla sola, y ella tampoco quería estar allí. Por lo que paso a paso retornamos nuestro camino a la carretera en busca de ayuda. Sin duda, era peligroso, pero también lo era el quedarnos en ese lugar sin comida, sin agua, sin defensas y energía contra un depredador. No podíamos arriesgarnos a que oscureciera.

    En otro universo paralelo, donde no hubiésemos tenido este incidente, a estas alturas ya estaríamos bebiendo en las calles del mercado. Disfrutando del lugar, en vez de agradecer una segunda oportunidad.

    —Este no es el cerro que me prometiste escalaríamos, ¿verdad? —me dijo Ximena con su humor de dos pesos, pero una mueca de dolor por la molestia que tenía en sus músculos. Yo sólo le respondí con una sonrisa, no quería desgastar la poca energía que nos quedaba en tonterías.

    Después de varios minutos a paso de tortuga, llegamos a la orilla de la carretera y se encontraba vacía. Nos sentamos a esperar que algún coche se acercara, algún camión, lo que fuera que nos ayudara.

    Le pedí perdón. Si tan sólo no hubiera reaccionado de esa forma impulsiva.

    —Si no hubieras reaccionado de esa forma no estaríamos aquí, pero probablemente no nos encontraríamos en un mejor lugar. Dentro de lo que cabe estamos bien, y juntos, es lo importante —me respondió ella con total seguridad.

    A lo lejos se escuchaba un ruido que se hacía más fuerte con cada segundo. Ximena se levantó como si no tuviera un rasguño y empezó a brincar para llamar su atención. Yo ya estaba devastado y me levanté como pude, pero tan pronto vi el coche supe que estábamos condenados.

    —De nada sirve que se detengan.

    —¿Por qué no?

    —Porqué ese es mi coche, el que debería de estar tirado en el barranco —le dije a Ximena sin ánimo. Ella me vio como si me faltara un tornillo, pero siguió gritando y moviendo sus brazos hasta que se percató que la chica que iba de copiloto en aquel auto, era ella.