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¿Quién soy?

Todo aparentaba que ese día sería un día normal, como cualquier otro, y de hecho, así fue. Siendo el quinto domingo en el que mueren los padres adoptivos de Kagneline, claro que me refiero al último matrimonio que decidió adoptarla. Extrañamente todos han tenido una muerte lenta, dolorosa y un poco extraña. Esta última pareja, la cual no fue asesinada, sino según un vecino que se encontraba con ellos en el momento de su muerte, se convirtieron en cenizas en menos de un segundo. Obviamente lo encerraron en el manicomio, y aunque efectivamente se hallaron pavesas en el lugar de los hechos, la policía dijo que no son correspondientes, que por los actos que se llevaron a cabo y su historial familiar, decidieron fingir su muerte y huir del país.

A Kagneline eso no le sorprendió, ella estaba en el siguiente cuarto. Acababan de discutir, pues cumplía la mayoría de edad en una semana y les dijo que se iba a ir de la casa. Que le otorgaron una de las mejores becas internacionales. Esto último era mentira, pero sólo tendrían que firmarle un oficio y no la volverían a ver en toda su vida. Ellos no accedieron y en sus pensamientos, Kag deseó matarlos. Nunca pensó que se convertiría en realidad, ¿quién piensa que sus deseos de verdad se hacen realidad?

Dos semanas después en el orfanato:

—Kartie, ven a la oficina por favor.

—¿Pasa algo malo?

—Pues para ti, sí —cuando ella llegó a la oficina, se dio cuenta de que el Director se encontraba junto a dos personas que portaban un maletín de hierro, el cual al verlo le provocó jaqueca. Se detuvo el tiempo, ellos fueron hacia ella y le inyectaron una sustancia verde en el cuello. Trató de moverse, escapar, pero parecía que no estuviera allí. Era como si se encontrara en la sala de un cine viendo una película de acción o ciencia ficción. Sonó el despertador, se encontraba dormida. Todo había sido un sueño, una pesadilla. Parecía tan real, que podría jurar que sucedió.

Algo cambió ese día. Despertó y huyó de ese horrible lugar llamado “Orfanato la estancia feliz”, deberían de cambiarle el nombre, pues no tiene nada de felicidad. Ella creía que eran aproximadamente las seis de la tarde, no lo podía decir con exactitud porque dejó su reloj en ese hospicio, de hecho, dejó todo lo que tenía, lo cual, aunque era poco, le hubiera servido bastante, pero era eso o quedarse ahí el resto de su vida.

No había comido nada en todo el día, no tenía nada de dinero. Seguía adelante, su plan era llegar al bulevar del dragón azul, entrar a la cantina “El elixir prohibido” y esperar a que un chico le invitara un trago. Después ir a cenar, y que le invitara el hotel durante un fin de semana, obvio él se quedaría afuera. Estaba confiada de su estrategia, creía que le resultaría bastante fácil, y más agregando que tenía un cuerpo irresistible, una cara hermosa y un par de encantos. Se encontraba a dos cuadras de su objetivo cuando chocó con aquel tipo, sintió una conexión por así decirlo, pero en realidad creyó que ya estaba alucinando del hambre que tenía, lo único que él hizo fue decir perdón y seguir su camino rápidamente como si lo fueran a matar. Al levantarse empapada después de haber caído al charco de agua al cual la tumbó, continúo su travesía y llegó a la cantina. La cual estaba cerrada.

No tenía ningún lugar a donde ir, ningún amigo a quien recurrir, ni un solo centavo para gastar. Lo único que si tenía era hambre y ganas de ir al baño. Se sentía mareada con ganas de vomitar, no había comido nada desde que se escapó. Recordó que le inyectaron algo, ¿quiénes eran esas personas? Y, ¿qué querían de de ella? Pensó, Simplemente era una chica de dieciocho años que no tenía hogar, ni familiares. Absolutamente nada, y en esos momentos, mataría por una grasosa hamburguesa.

Su mente pensaba en un plan B, pero no podía razonar con el estomago vacio. Así es que fue a un “Ocho por tres”. Esas tiendas que están abiertas las veinticuatro horas del día. Al final pudo idear un plan, sólo esperaba que funcionara.

—Disculpe, ¿puedo usar su baño? —preguntó Kagneline cuando entró a la tienda.

—Lo siento, pero es sólo para clientes —le respondió el encargado que era un hombre bastante joven.

—Voy a comprar, pero después de usar el baño, de lo contrario sería antihigiénico.

—Está bien, adelante —le respondió el muchacho indicándole donde se encontraba el sanitario. Al salir, Kagneline pensó en que era lo que iba a comprar.

—Veamos sándwich de jamón con queso, pastelito de chocolate y un refresco bien frío, ¿algo más? —dijo el muchacho con una sonrisa mientras pasaba los productos por el lector de códigos de barra y los acomodaba en una bolsa.

—No, sería todo.

—Son cuatro euros por favor.

—¡Oh! Perdón, lo olvidaba. También una cajetilla de cigarros sin filtro por favor.

—Una chica guapa como tú no debería de fumar, y menos sin filtro.

—Gracias, pero seguiré fumando. Al menos por hoy corazón —le respondió Kagneline al mismo tiempo que le guiñaba un ojo.

—Una cajetilla de cigarros, con esto serían seis euros —Kagneline, que ya tenía la bolsa de los productos cargando de su brazo, abrió la cajetilla y le preguntó al muchacho si tenía fuego mientras colocó un cigarro en medio de sus labios. El muchacho pensaba en lo hermosa que se veía, aún con el cigarrillo en la boca.

—Me refiero a un encendedor —dijo Kagneline al ver que el muchacho tenía la mirada perdida.

—¡Claro! —el muchacho del lugar prendió el encendedor con el motivo de ser un caballero enfrente de ella. Kagneline, al verlo gritó, ¡fuego! Y se echó a correr con todo lo que iba a comprar. Unas calles más adelante volteó a ver si la seguían, pero la ciudad parecía estar vacía, pues deberían de ser más o menos las once o doce de la noche. Caminó dos cuadras más para llegar al parque Maluvo, un lugar de mala muerte. Conocido porque ahí viven los delincuentes más tenebrosos de la ciudad. Obvio no tenía esta información, pues de haberlo sabido, nunca hubiera puesto un pie en esa área verde.

Se sentía tan hambrienta que se sentó en la primera banca que encontró, comió tan rápido lo que había robado que ni siquiera sintió como pasaban los alimentos a su estomago. Después de comer le entró un gran sueño y se quedó dormida en la banca.

—¿Crees que esté muerta? —preguntó un hombre a lo que parecía ser su amigo.

—No lo sé.

—Si es así, ¿puedo llevarla a la casa?

—Eso es asqueroso. Si se encuentra viva le daremos asilo y si no, dejaremos que la policía se encargue —Kagneline escuchó susurros, adormilada, abrió un ojo lentamente. Al ver a dos tipos que la observaban mientras ella dormía, dio un enorme grito y se levantó de golpe para correr lo más rápido posible.

—¡Hey, espera, no queríamos espantarte! —gritó el tipo alto que la miraba, pero Kagneline no se detuvo y siguió moviéndose tan rápido como podía. No sabía hacia qué dirección se dirigía, pues sólo quería alejarse de esas personas tan desagradables. Ella seguía corriendo, pues no se iba a detener a ver si todavía la seguían, de hecho no sabía donde parar, ¿cuál sería su destino, pasaría toda su vida robando? Agitada de huir, decidió descansar sentándose al final de una banqueta y sin consuelo alguno empezó a llorar desenfrenadamente.

Pasaron veinte minutos para que sus lagrimas dejaran de salir, enseguida Kaggie, como le decían sus papás de cariño, no sus verdaderos, sino los adoptivos, un par de los muchos que tuvo, pero los únicos que la quisieron como si de verdad fuera su hija, a pesar de que ella no los veía igual, siguió su camino sin rumbo. Caminó por horas y llegó a una reserva natural. Enfrente de ella había un árbol tirado. Se sentó en el tronco y empezó a mirar el ambiente. Todo parecía bastante tranquilo, así es que esperó diez minutos y se levantó para adentrarse más. Era inmenso, ya en el fondo parecía que el bosque no tenía fin. Se metió tanto que ya no podía ver los edificios. A su derecha se veía una sombra, la cual vio de reojo y se acercó a ella. Estaba a seis metros de distancia y pudo ver claramente que se trataba de un hombre practicando un estilo de karate. El cual al ver que lo observaban desapareció como por arte de magia. Kagneline al ver esto quedó asombrada e intentó correr donde se encontraba aquel tipo, pero algo le impidió. La tomaron del hombro y ella dio media vuelta para ver quién era.

—¿Cómo entraste, y cómo libraste la seguridad?

—No sé de que hablas —le contestó Kagneline al chico que vio desaparecer y aparecer detrás de ella. Cuando se dio cuenta, estaba rodeada por seis personas formando un círculo a su alrededor.

—No lo repetiré más y contéstame con la verdad, ¿qué haces aquí?

—Yo… yo… —Estaba tan aterrada que apenas le salían las palabras de la boca—. Yo sim… simplemente. Me perdí.

—Respuesta equivocada. Es una verdadera pena que una muchachita tan guapa como tú tenga un final triste y doloroso —dijo el que parecía ser el jefe del grupo mientras sacaba una daga que guardaba dentro de su chamarra de piel. Kagneline cerró los ojos, ella no quería ver ni pensar en cómo iba a morir. Nunca pensó que sería de esta forma. Contaba los segundos, uno, dos, tres, cuatro… pero nada sucedía. Ella sólo pensaba que se trataba de una pesadilla y que cuando despertara se encontraría en su cama. Sola como siempre ha estado, sin nadie bueno, sin nadie malo, pero no fue así. Abrió los ojos y vio a una mujer de su estatura que le brindaba su mano.

—¡Hola! Soy Kendra. Disculpa a Carlo, ¡pídele perdón! —le ordenó aquella mujer al tipo que antes trató de matarla.

—Discúlpeme señorita —dijo Carlo mientras se hincaba y le besaba la mano como si Kagneline fuera una princesa.

—La verdad siempre está borracho —susurró Kendra en tono de burla—. Necesitas descansar, acompáñame Kagneline.

Se adentraron aún más en el bosque y ya llevaban quince minutos caminando. No hubo palabra alguna, se sentía prisionera, aunque sabía que iba por voluntad propia, ¿cómo no iría después de que le salvara la vida? Así es que tomó aire y se armó de valor para preguntar:

—¿A dónde vamos?

—Tranquila, mañana tendremos tiempo para todas las preguntas que tengas —Kagneline sabía que no podía confiar en nadie más que en ella misma. No era una regla que hubiera visto en la televisión o en una de esas revistas para chicas adolescentes. Era una lección que aprendió de la vida, sin embargo, extrañamente junto a Kendra se sentía bien. Seguían su camino cuando llegaron a una cueva.

—Pasa.

—Esto es una cueva, ¿no me digas que vamos a vivir en una cueva como cavernícolas? —preguntó Kagneline en tono sarcástico, pero se le escuchaba temblorosa la voz.

—¿Pues qué esperabas? ¿Un castillo, y qué estuviera el Rey de Francia esperándote junto con toda su caballeriza?

—Obvio no. No estamos en la Edad Media, y no tienes que ser tan mala.

—Dejémonos de tonterías y pasa.

—¿Así, sin una antorcha o algo que ilumine?

—¿Qué acaso no puedes…? Olvídalo, no será necesario —dijo Kendra desconcertada mientras abrazó por el hombro a Kagneline y pasaron juntas la cueva. Al momento de pasar, quedó anonadada y se desmayó al ver que el interior de la cueva era enorme y lujoso. Con piso y paredes de mármol de Vermont, muebles de oro, escaleras gemelas, cortinas rojas de seda fina, un candelabro del tamaño de un elefante, y un sin fin de cosas. Todo esto estilo palacio real. Kendra la llevó a una habitación donde la comida ya estaba servida, le comentó que la vería por la mañana, que por ahora descansara.

Al día siguiente:

Kagneline se despertó lentamente estirando los brazos y bostezando cuando de repente dio un brusco movimiento en forma de un pequeño salto al darse cuenta de que no sabía dónde estaba. Al parecer se encontraba en una suite de cinco estrellas, pues la cama era estilo princesa con sus cortinas rosas de seda, televisión de pantalla plana ultra delgada de aproximadamente unas setenta y dos pulgadas. En la esquina un sillón de oro con cojines de color rojo, el cual se veía muy cómodo, pero cuando entró al baño fue lo mejor; una tina, que para su sorpresa también era de oro como todo lo demás. Kaggie llevaba días sin bañarse, pues había pasado dos días en la calle y en el orfanato se bañaban una vez a la semana. Por lo cual abrió la llave, dejó que se llenara el agua en la bañera mientras se quitaba la ropa. Al terminar se vistió con una bata que estaba colgada y regresó a la habitación.

Tenía hambre y como no quería salir porque tenía miedo de saber que había afuera, pero más miedo de desobedecer las órdenes que le dieron de esperar. Decidió pedir servicio al cuarto ordenando un croissant y jugo de naranja. Mientras esperaba la comida se puso a reflexionar, ¿cómo pasó de la calle a un hotel de lujo con vista al mar en menos de veinticuatro horas? ¿Cómo Kendra sabía su nombre? Tenía tantas preguntas, pero a la vez tanto miedo de saber la verdad.

Se escuchó como golpeaban a la puerta. Era el servicio al cuarto. Kagneline se levantó y abrió la puerta.

—Entrega al cuarto 513, huevos refritos y jugo de manzana.

—Está bien, gracias.

—De gracias no vivo, son veinte euros más propina.

—Cárgalos a la habitación.

—Usted sí que tiene sentido del humor —dijo el repartidor dando media vuelta mientras reía. Kagneline lo vio raro y cerró la puerta. El servicio era pésimo, pues no le trajeron lo que pidió, pero no se iba a poner a discutir si no iba a pagar por ello. Se dirigió a la mesa principal y se sentó a desayunar.

Se quedó todo el día en la habitación pensando en que Kendra vendría para explicarle que estaba pasando, pero ella no apareció. El único contacto humano que tenía era aquel repartidor que le traía de comer. Como ya era tarde, decidió acostarse y esperar a Kendra mañana. Antes de meterse a la cama agarró una silla del comedor y la puso en la puerta para trabarla y que no pudiese abrirse por fuera.

Una semana después:

Kagneline esperó a Kendra toda la semana, pero ella no aparecía. A veces pensaba que todo era un sueño y que cuando despertaba por las mañanas, en realidad seguía soñando. Tomó el teléfono y empezó a marcar al 09 —el número del servicio al cuarto—, cuando tocaron a la puerta. Ella pensaba que la espera había terminado. Que por fin Kendra había venido y le explicaría todo, así es que fue a abrir de inmediato. No era quien imaginaba, era el muchacho del servicio al cuarto.

—¿Qué haces aquí? Yo no he pedido nada todavía —dijo Kagneline en tono de sorpresa, un poco descortés y confusa.

—Estabas a punto de llamarme para ordenar lo de siempre —le respondió el muchacho dejando a Kagneline atontada.

—¿Cómo puedes saber eso?

—Ya sabes, es mi poder. Claro que a tu mamá, me refiero a Kendra.

—¿Mi madre? Ella no es mi mamá. La mía murió cuando yo era apenas una bebé —Kagneline le interrumpió.

—Oh perdón. Lo que quiero decir es que a Kendra no le es de utilidad mi poder y por eso estoy aquí sirviendo comida a los que tienen mejores poderes, pero no me arrepiento en lo absoluto. Amo mi poder y ya hablé demasiado, aquí está tu desayuno. Nos vemos cuando te traiga la comida, no es necesario que llames.

—¡Espera! ¿Cuál es tu nombre?

—Andrew —contestó él.

—Andrew, ¿crees que podrías darte un tiempo en tu trabajo y venir a comer algo conmigo?

—Con gusto si es lo que su majestad desea —dijo Andrew mientras hacia una reverencia a Kagneline.

Kagneline fue a desayunar y luego se metió a bañar. Buscó en el armario algo cómodo y elegante, pero como no encontró nada de su agrado se vistió con un pantalón de color negro, playera roja ligeramente escotada.

A la hora de la comida:

Andrew se presentó puntual y con la comida ya lista para servirse. Kagneline lo invitó a pasar y le ofreció sentarse en el comedor.

—¡Vaya! ¿Cómo supiste que tenía antojo de pizza?

—Ya sabes, el don que me dieron mis padres.

—¿Cómo las conseguiste? Esas no están en el menú —preguntó Kagneline al mismo tiempo que agarraba una rebanada para empezar a comer.

—Vi lo que deseabas comer e improvisé.

—Entonces tu poder —Kagneline hizo una pausa para terminar de masticar su bocado y pasarlo—, ¿es leer la mente?

—No, lo que leo son los deseos de las personas.

—¿Algo como ver el futuro?

—Yo no lo diría así, el futuro siempre es incierto. Un cambio mínimo puede destruir, crear o simplemente que no pase nada. Lo que veo casi nunca sucede, pues las personas tienen miedo a que sus deseos se vuelvan realidad.

—¿Sabes qué deseo? —preguntó Kagneline en tono tembloroso.

—Tú deberías de saber.

—¡Ándale, dime!

—Es confuso. Deseas varias cosas que se juntan entre sí. Una de ellas es ver a tu madre, perdón, ver a Kendra. Es que se parecen tanto.

—Pero ella no es mi madre, no puede serlo.

—¿Qué poder es el suyo si es que puedo saber?

—Primero, háblame de tú. No soy una señora para que me hables de usted y segundo, me prohibieron decirlo —Kagneline lo sabía muy bien. Ella no poseía ningún poder extra normal y al saber de qué se trataba el lugar tenía que huir nuevamente, ¿qué pasaría cuando descubrieran que se habían equivocado, qué tomaron a otra chica? Una mujer que no tenía nada de especial—. Necesito que me ayudes en algo.

—Claro, no sé cómo vas a lograr escaparte, pero eso es algo que no me incumbe —le respondió Andrew.

—Si no me quieres ayudar está bien.

—No quise decir eso. Sólo que te ayudaré sin preguntar el porqué.

—Entonces te pido que me traigas.

—Una mochila, un termo con agua y mucha comida para llevar.

—Eso fue muy efectivo, ¡gracias!

—Lo siento, pero sólo puedo darte la mochila.

—Y, ¿qué comeré? —Kagneline ya había pasado antes por esto. Esta vez tenía que asegurarse de tener todo lo que le pudiera ayudar, y más teniendo lo que pensaba que era un aliado.

—Escúchame con atención. No tenemos mucho tiempo. En mis visiones veo que Kendra podría venir en cualquier momento y está furiosa.

—¿Qué hacemos?

—Sígueme, te llevaré con… —Andrew se quedó quieto por un momento—. No hay tiempo para historias, acompáñame —Kagneline sentía un presentimiento extraño. Algo no andaba bien, ¿por qué el nombre de una persona sería una historia? Pero pensó que estaba nerviosa y que él también, así es que no le dio importancia a ese pequeño detalle. Kagneline salió del cuarto junto a Andrew. Iban a tomar el elevador, pero Andrew pensó que sería mejor bajar por las escaleras.

—¿En qué piso estamos? —preguntó Kagneline al ver que las escaleras no tenían fin.

—En el cincuenta y uno, pero descuida, nosotros vamos al piso tres.

—¡Oh! Qué alivio —dijo Kagneline sarcásticamente. Ya en el piso tres fueron a la habitación treinta y seis, donde se encontraba la persona que les ayudaría. Andrew le pidió a Kagneline que lo esperara en el pasillo. Andrew tocó la puerta y su amigo abrió a los cinco segundos.

—Hola, ¿qué te trae por acá? —dijo el amigo de Andrew mientras lo invitaba a pasar.

—Necesito que nos lleves a la Mansión Búfalo —le respondió.

—¿Estás loco? No he ido ahí desde… ya sabes, desde aquel accidente y dijiste, ¿nos?

—Sí, afuera está la hija de Kendra.

—¿Seguro? Se supone que está muerta.

—Se supone, pero no lo está. La misma Kendra la trajo y le ofreció la habitación quinientos trece.

—Entonces no hay duda de que está viva.

—Voy por ella.

—Espera, nunca dije que aceptara.

—Pero con ella podríamos…

—Ya lo sé, pero no defraudaré a Kendra, no después de lo que pasó.

—¡Cobarde! —gritó Andrew dándose media vuelta para salir—. Tenemos un pequeño inconveniente, no nos quiere ayudar.

—No hay problema, gracias de todos modos —le respondió Kagneline tristemente—. Debo seguir por mi cuenta.

—¡No! Yo te ayudaré, ven a mi cuarto. Ahí nunca pensarían buscarte —le dijo Andrew.

—Escúchame, creo que ya se dieron cuenta de que no soy la chica que buscan. Han pasado dos semanas y ni siquiera se preguntan cómo estoy. Iré sola.

—Espera, te acompaño.

—No, quiero estar sola… necesito estarlo.

—Necesitarás mi ayuda. Mi cuarto es el ciento siete. Búscame antes de que sea demasiado tarde, por lo que puedo ver en tu futuro —Kagneline dio media vuelta sin decir una palabra, antes de avanzar diez pasos sintió un enorme ardor en la cabeza.

—Lo siento, pero no soporto más estar en este lugar y tú eres mi única salida —dijo Andrew mientras bajaba el extintor al piso con el que había golpeado a Kagneline para desmayarla.

Andrew cargó a Kagneline por los hombros como si fuera un costal y regresó con su amigo para pedirle un último favor; transportarlos a su habitación. Él, al ver a Kagneline la reconoció de inmediato. Era la chica que encontró en el bosque, a la que casi mata si no fuera por Kendra. Él sabía que Kendra no era la madre de Kagneline. Andrew estaba equivocado, pero se veía tan furioso. Tan desesperado que Carlo no dijo nada y los llevó al cuarto de Andrew en un segundo, luego desapareció dejándolos ahí solos. El poder de Carlo es teletransportarse.

Ya en ella, sentó a Kagneline en una silla y la amarró con cuerdas de pies a cabeza.

—Deberías atarla más fuerte —dijo una voz detrás de Andrew. El cual volteó, pero no vio nada.

—Sabes que no puedes verme —susurró la voz.

—Déjame en paz.

—¿Qué le hiciste?

—¡Lo mismo que te voy hacer a ti!

—Uh, que miedo. Veme como estoy temblando. Oh, no puedes verme. Lo olvidaba.

—No sabes con quien te estás metiendo.

—Es lo que tú te deberías de preguntar.

—No te tengo miedo.

—Me parece bien sabiendo que no es a mí a quien deberías temer.

—¿A quién se supone me debería enfrentar para estar angustiado?

—Ya sabes la respuesta, ¡tú!

—¿Yo? Creo que no sólo te haces invisible. Desapareces junto con tu cerebro.

—¿Traicionarnos? Después de que ella te salvara la vida.

—¿No matar a alguien por cobardía es salvarle la vida?

—No, se llama segunda oportunidad para hacer lo correcto —Andrew alcanzó a ver como poco a poco se aparecía una mujer viendo por el balcón a la costa e intentó acercarse sigilosamente. Estando a un paso de distancia trató de abrazarla por el cuello para asfixiarla, pero fue en vano, pues sus brazos le traspasaron el cuello y sintió un golpe en la espalda que lo hizo caer del balcón a más de diez pisos de altura. Ashley era el nombre de la asesina de Andrew. Regresó a la habitación para desatar a Kagneline.

—Estás hirviendo en fiebre —pensó Ashley en voz alta al sentir las manos calientes de Kagneline.

—Será mejor que te saque de aquí lo antes posible —se dijo Ashley a sí misma y trató de romper las cuerdas, pero eran muy resistentes, fue a la cocina en busca de un cuchillo, pero al pasar junto a la estufa se generó una explosión y recibió el impacto volando más de dos metros. Las llamas se expandieron por toda la habitación. Ashley logró abrir un ojo después de unos segundos y vio como el fuego terminó de consumir a Kagneline en cenizas.

—¡No! —gritó ella, pero fue inútil. Ya era demasiado tarde y no había nada que pudiera hacer. Trató de detener el incendio, aunque no fue necesario, pues poco a poco empezaron a desaparecer las flamas y quedó sólo humo. Ashley se levantó lentamente. Caminó por todo el cuarto esperando ver un rastro, una pista de que fue lo que pasó, pero sólo estaba segura de una cosa, su misión había fracasado. Nunca había fallado y se sentía horrible, pero algo le dolía mucho más que su fracaso y era la muerte de Kagneline. Por un momento pensó en lo que hubiera pasado si ella no estuviera muerta. La habría hecho su amiga, su mejor amiga, pero también sintió una gran culpa debido a que Kendra confió en ella y la decepcionó.

Guardó un minuto de silencio y en su mente convirtió la habitación en un campo abierto llenó de personas vestidas de negro. Llorando al ver el ataúd vacío. A un costado de la lapida decía: Kagneline Jean Kartie “Una enorme mujer, una enorme potesta”.

Ashley regresó su mente a la habitación y se secó las lágrimas con la manga de su blusa. Salió al pasillo y se dirigió al elevador. Fue a la oficina de Kendra, le tocó la puerta, pero no abrían. Esperó por más de quince minutos y como nadie vino, decidió retirarse a su habitación debido a que se sentía exhausta. Buscaría mañana a Kendra, si es que ella no la encontraba antes.

Al día siguiente:

Ashley se levantó de la cama y siguió su rutina normal. Se dio un baño de espuma como acostumbra y después fue al entrenamiento con un pequeño desvío para pasar rápido por la oficina de Kendra. Sólo para ver si estuviera, pero como se lo imaginó, ella no se encontraba ahí. Camino al entrenamiento se encontró con Carlo, el supuesto amigo de Andrew. Se saludaron y él le preguntó a Ashley:

—¿Cómo estás? Aunque por la cara que traes supongo que mal.

—Sí, estoy muy mal —respondió Ashley y abrazó fuertemente a Carlo.

—¿Qué pasa, es por lo de ayer? —Ashley asintió con la cabeza.

—Gracias por avisarnos que Andrew la secuestró, lástima que fue en balde —dijo Ashley con lágrimas saliendo de sus ojos.

—¿En balde, qué fue lo que pasó?

—Kag —se le trababa la garganta al tratar de decir el nombre—. Kagneline está… está muerta.

—Tranquila, eso no puede ser cierto.

—¡Yo la vi morir!

—¿Estás segura? Tú más que nadie sabe que los ojos mienten.

—No los míos.

—¿Y Andrew?

—También murió, ¡yo lo maté!

—¿Y qué te dijo Kendra?

—No la he visto. No está en su oficina, si me disculpas tengo que seguir buscándola.

—Lo siento mucho —agregó Carlo.

Ashley fue al entrenamiento, pero como ahí no encontró a Kendra, decidió ir a buscarla por todo el palacio, pero no había ni una pista de ella. A la hora de la comida pasó al restaurante con la esperanza de encontrarla allí, además del hambre que tenía, pero tampoco estaba en ese lugar. Pasaban las cinco de la tarde y en lo único que pensaba era en que hace más de veinticuatro horas Kagneline ya había muerto.

Ashley empezó a ver imágenes en su cabeza que no existían. Pensó que seguramente no podía encontrar a Kendra porque ella ya sospechaba lo de Kagneline y no quería saber la verdad, o aún peor, el que le confirmara que era cierto. Ashley pasó al cuarto de Andrew y para su sorpresa todo estaba reluciente y limpio. Parecía que no hubiera pasado nada ayer, pero por más que lo quería creer, no podía evitar ver el pasado.

Otro día pasó y Ashley se retiró a su dormitorio subiendo por el elevador.

—Hola —saludó a Ashley una mujer alta de pelo castaño.

—Hola —respondió Ashley sin ánimo.

—Vi que no estabas en el entrenamiento cuando este finalizó.

—Tenía otras cosas que hacer.

—¿Más importantes que tus obligaciones?

—¡Y a ti que te importa! —respondió Ashley enojada, volteó la mirada para ver a su compañera cara a cara y no se había dado cuenta que se trataba justamente de Kendra.

—Yo… lo siento mucho, no sabía que eras tú —dijo Ashley disculpándose.

—¿Entonces si fuera alguien más me podrías insultar?

—No, claro que no. Te estuve buscando todo el día, por eso falté. Tengo algo muy delicado que decirte.

—Pues dilo, te estoy esperando.

—Deberías sentarte, ¿te parece bien si vamos a mi habitación?

—No puedo. Tengo miles de cosas todavía por hacer. Dime, ¿qué tan grave es?

—Es lo que pasó ayer.

—¡Felicidades! Hiciste un muy buen trabajo —Ashley empezó a llorar.

—Es sobre Kagneline. Ella está… está muerta. Lo siento mucho. No lo pude evitar y me siento terrible.

—Eso no es cierto. Ella está viva.

—Sé que es difícil aceptarlo, pero es la verdad.

—Si ella está muerta como tú dices, ¿entonces con quien hablé hace unos minutos?

—Puede ser una ilusión.

—Este es mi piso. Si no me crees ve a su habitación y ya no faltes a los entrenamientos —dijo Kendra dándole una palmada de apoyo a Ashley en el hombro. Ella asintió con la cabeza y ya con Kendra afuera, apretó el botón con el número cincuenta y uno del elevador. Tenía que confirmar por ella misma lo que le dijo.

Se encontraba ya en el pasillo y tocó a la puerta de la habitación quinientos trece. Ashley estaba tan nerviosa que no sólo le temblaban las manos, sino le sudaban. Esperó a que abrieran y todo estaba tan silencioso que aterraba. Volvió a tocar y no pasó nada. Pensó en que tal vez estaría dormida, pero tendría que comprobarlo. No podía esperar más, tenía que saber si estaba viva, así es que entró a la habitación y como sospechó no había nadie. No parecía que alguien hubiera estado ahí, todo estaba normal, sin un plato sucio y la cama tendida, ¿por qué Kendra le mentiría?

Ashley supuso que no habría problema si descansaba cinco minutos en la cama, pues le dolían mucho las piernas de todo lo que caminó en el día en busca de Kendra. Se acostó y se quedó dormida en menos de un minuto.

Se despertó más o menos a las once de la mañana y no se acordaba que estaba en el cuarto de Kagneline. Todos los cuartos eran exactamente iguales. Salió de la habitación y vio que todo estaba destrozado. Las paredes tenían huecos, había moho en las esquinas y todo se veía tan desgastado como si hubieran pasado años sin que le dieran mantenimiento. Fue al elevador, pero no funcionaba, utilizó las escaleras. Ella quería ir para abajo, pero extrañamente empezó a subirlas y cuando estaba a punto de llegar al último piso, se resbaló y cayó, teniendo que subir de nuevo. Subió escalón por escalón, haciéndose cada vez más pesado y difícil. Cuando ya no pudo más, alcanzó a ver que un chico le brindaba la mano y ella la tomó. El chico jaló a Ashley y la empujó fuera de las escaleras. Todo se volvió oscuro y las escaleras desaparecieron. Ashley fue cayendo en un vacío que no tenía fin.

—¡Despierta! —Ashley escuchó un susurro y se dio cuenta de que todo fue un sueño, pero seguía con los ojos cerrados.

—¿Estás bien? —Ashley volvió a escuchar la voz.

—¡Despierta! —esta vez Ashley sintió que le tocaban el hombro y lo movían lentamente de un lado a otro. Ella volteó la cabeza y abrió lentamente los ojos para ver quién era.

—¡Estás viva Kagneline! —gritó Ashley al ver que que era ella quien la despertaba, se levantó de un golpe para abrazarla fuertemente y empezó a llorar. A Kagneline nunca le gustaron los abrazos o expresar sus emociones, pero sintió este abrazo tan sincero que correspondió con otro igual.

—Pensé que estabas muerta.

—¿Quién eres? —preguntó Kagneline, pues en el momento que conoció a Ashley se encontraba inconsciente.

—Se me olvidaba que no nos habíamos presentado. Soy Ashley Vixen.

—Yo soy Kagneline Kartie, aunque por lo visto ya sabías mi nombre, pero ¿qué haces aquí? Y, ¿por que estabas dormida en mi cama?

—Oh, lo siento. Estaba muy cansada, necesitaba comprobar que estabas viva y como no te encontré, me ganó el sueño, ¿dónde estabas?

—Me estaba bañando, ¿no es obvio? —respondió Kagneline señalando con sus manos a su cuerpo que usaba una bata de baño.

—Lo siento, yo debería irme —«desde que llegaste», es lo que pasó por la mente de Kagneline, pero no quería ser descortés y mejor dijo otra cosa—. No te apures, no pasa nada.

—Nos vemos mañana.

—Sí, hasta mañana —dijo Kagneline mientras fingía su sonrisa.

A Kagneline siempre le ha gustado estar sola. Nunca tuvo una amiga ni nada parecido y no lo extrañaba. Nunca se imaginó que algún día alguien lloraría por ella y que la abrazaría con tanto gusto como lo hizo Ashley. Ella era todo lo contrario de Kagneline, por lo menos eso pensaba.

Kendra ya había hablado con Kagneline. Trató de calmarla y decirle que todo iba a estar bien. Que lo que pasó, el intento de Andrew por matarla no se volvería a repetir y no porque ya estaba muerto, sino que tendría un guardaespaldas que estuviera con ella todo el tiempo, a lo cual Kagneline se negó rotundamente. Que trataría de visitarla lo más seguido posible y que sobre todo confiara en ella. Kagneline fue sincera y le dijo la verdad a Kendra. Que no poseía ningún poder fuera de lo normal, pero Kendra insistió en que sí. Le dijo que cuando estuviera lista comenzarían a entrenar, primero ellas dos solas y después con todo el equipo. Kagneline aceptó con la condición de que si no era ella lo que buscaban —como ya lo sabía—, que si no tendría ningún poder, la dejarían en libertad y no la matarían como si fuera una rata de laboratorio. A Kendra no le gustó la idea, sobre todo porque piensa que todo está en la mente. En lo que pensamos, deseamos y si Kagneline no quiere ver que tiene poderes… entonces nunca los tendrá, pero aún así aceptó sus condiciones. Kendra se levantó, pero antes que pudiera hacer algo Kagneline la interrumpió:

—Una última pregunta.

—¿Qué quieres que te responda? —le contestó Kendra un poco de mala gana, pues odiaba esas preguntas bobas. Le gustaba lo simple y rápido; no pidas permiso, sólo haz la pregunta y ya.

—¿Cómo sabías mi nombre?

—Pronto lo sabrás. Por ahora ten paciencia y confía en mí.

—También debo decirte que no tengo nada de dinero para pagarte la comida y hospedaje.

—No te preocupes. Si decides estar aquí tendrás hospedaje, comida, vestimenta y otras cosas sin ningún costo. Claro, todo esto a cambio de que entrenes duro —dijo Kendra mientras se acercaba a Kagneline. Le dio un beso en la frente como si fuera una niña de cinco años y dio media vuelta para salir del cuarto.

A la mañana siguiente:

Kagneline se levantó más tranquila que nunca. No tenía miedo de no ser lo que Kendra esperaba. Al mismo tiempo pensaba en los entrenamientos, pues ¿qué podría ser mejor que tener poderes? Era una ilusión que sabía se quedaría así, en un deseo que sólo viviría en su mente. Antes de levantarse pidió el desayuno.

Tocaron a la puerta y Kagneline abrió pensando que ya llegó la comida, pero no era así. Era Ashley y la invitó a que fueran a desayunar al restaurante para platicar antes del entrenamiento. Kagneline le dijo que no, pues ya había pedido el servicio al cuarto, además de que no tenía ganas de salir.

—No importa. Llama y diles que no lo traigan, que vamos para allá —comentó Ashley, pero Kagneline le contestó un segundo no. Que tendría que esperar a Kendra, pues ayer le dijo que vendría.

—En ese caso desayunaremos aquí —dijo Ashley con una gran sonrisa en su cara y ordenó. Más tarde llegó el desayuno. Se sentaron para poder comer y todo estaba en silencio. Ashley se sintió incomoda de que estuvieran calladas y empezó a hacer la plática.

—¿Qué te dijo Kendra?

—Me contó que según tengo poderes, ¿puedes creer eso?

—Sí, de hecho casi me matas.

—¿Qué quieres decir?

—Cuando fui a la habitación de Andrew para rescatarte y justo después de matarlo, trataste de incendiarme.

—¿Entonces tú lo mataste?

—Digamos que sólo le di un empujón y la gravedad hizo su trabajo.

—Lo del incendio seguro fue una fuga de gas. Yo no recuerdo tratar de matarte.

—¿Qué es lo que recuerdas?

—Sólo que sentí un gran golpe en la cabeza y después desperté en esta habitación.

—¡Pero te quemaste viva!

—Estás loca.

—Mira esto fue lo que pasó —Kagneline sintió una pequeña brisa fría, pero todo siguió igual, excepto porque ella veía a otra Kagneline amarrada a una silla e inconsciente. Se escuchó una voz:

—Deberías atarla más fuerte —al parecer, Ashley había transportado a Kagneline al pasado y veia todo lo que sucedió cuando ella estaba atada. Cuando se vio a sí misma convertirse en cenizas, regresó al presente donde todavía no terminaba su desayuno.

—Eso fue lo que pasó —dijo Ashley.

—Debo admitir que eso fue increíble, ¿tu poder es ver el pasado?

—No, es hacer que las personas vean lo que no existe y que no puedan ver lo que sí es realidad.

—¿Por qué me enseñaste esto?

—Para que veas lo que sucedió.

—Pero si haces ver lo que no existe, supongo que nunca existió.

—En el momento que te lo mostré no, pero sí pasó.

—Y si puedes recrear cualquier cosa, ¿cómo sé que fue verdad?

—Tienes que confiar en mí.

—Lo siento, pero es difícil. En todas las personas que alguna vez he confiado, me han decepcionado, e incluso me han tratado de matar.

—No te obligaré a creerme —Ashley acompañó a Kagneline todo el día en la habitación, excepto cuando tuvo que ir al entrenamiento.

Más tarde:

—Ves a lo que me refiero —dijo Kagneline con tono triste cuando le abrió la puerta de su habitación a Ashley, que regresaba de entrenar.

—¿Qué pasa?

—Ya son las siete de la noche y Kendra no vino.

—Descuida, ella es así.

—Seguro se dio cuenta que no soy más que nada, ¡no soy nada!

—Tranquila —dijo Ashley y abrazó a Kagneline. —Kendra tiene mil cosas en la cabeza y siempre está despistada. No lo hace a propósito.

—Si tan importante soy como dice, ¿no debería de tratar de entrenarme lo más rápido?

—No, ella no debe. Tú debes entrenarte.

—¿Yo?

—Sí, tú. Solamente tú eres capaz de sacar en ti lo que nadie más puede.

—¿Me podrías contestar algunas preguntas?

—Sí, claro.

—¿En qué país estamos?

—No estamos en ningún país. Nos encontramos en una isla.

—¿Cómo se llama y cómo llegamos hasta acá? Yo me encontraba en Francia, jamás viajamos en avión.

—No tiene nombre, pues no aparece en los mapas. Me gusta llamarle Antartic Palace y tenemos teletransportadores, más adelante entraremos en detalles.

—La última y creo que la más importante, ¿por qué si tenemos poderes nos ocultamos de los que serían… normales?

—Me gusta lo que dijiste.

—¿Qué dije?

—Dijiste: “tenemos poderes”.

—Bueno, por algo estoy aquí, ¿no?

—Somos menos de cincuenta personas en todo el mundo las que tenemos poderes.

—¿Cómo? Me estas bromeando.

—Eso quisiera. Se nos dificulta tener hijos debido a los poderes. Imagina que tienes el poder del fuego y tu novio el del agua. Por más que traten, agua y fuego nunca podrán combinarse… al menos hasta ahora, ya que existe una leyenda.

—Pero somos personas, no elementos.

—Así es la vida, no me lo reproches a mí.

—¿Cuál es la leyenda?

—Te la platicaré en otra ocasión. Ya estoy cansada, mejor me voy a dormir —Ashley le dio un beso a Kagneline en el cachete y se retiró del cuarto.

2

La otra historia

El sábado es el día de descanso por excelencia. Dormir hasta tarde y no hacer otra cosa que sea ver televisión. Todo va perfecto hasta que llega la noche. Hoy tengo que ir a una estúpida boda de una prima lejana que no conozco y ni me interesa siquiera saber su nombre. Lo he pensado varias veces, pero no me queda otra opción más que ir. La boda es en una hacienda vieja que está a más de cincuenta kilómetros de distancia.

Odio la puntualidad de mis padres, ellos son tan… ordenados y esas cosas. Me refiero a que apenas son las cinco de la tarde y ya todos están arreglados, excepto mi hermana.

—¡Mamá! ¿¡Por qué Rachel todavía no está arreglada!?

—Eso es porque no va a ir. Tiene mucha tarea y un examen que presentar el lunes.

—¡Yo también tengo tarea!

—Sí. La diferencia es que tú no la haces —dijo la mamá de Rachel y Diego—. Bueno hija, ya nos vamos, cuidas la casa y te duermes temprano.

—Mamá, ya no soy una niña para que me digas esas cosas.

—Para mí siempre serás mi bebé.

—Nos vemos hermana. Por cierto, me dijo Alex que va a llegar un poco más tarde.

—¿Quién es Alex? —preguntó la mamá de ellos.

—¿Qué Rachel no te contó? Es su novio —respondió Diego de forma inmediata.

—No le creas. Son de esas bromas pesadas, ya sabes como es —dijo Rachel sin tomarle importancia mientras seguía leyendo su libro.

—Dile a Alex que no importa que llegue tarde, que no vas a estar.

—¿No te entiendo? —contestó Rachel a lo que le dijo su madre.

—Sube a arreglarte que vienes con nosotros.

—¡Pero mamá!

—No hay ningún pero, vamos todos a la boda y es mi última palabra —exclamó su mamá muy seriamente. Rachel subió las escaleras gritando y pataleando por su enojo.

Llegaron tarde a la misa de la boda debido a que Rachel se tardó en maquillarse y no decidía que vestido ponerse. Entraron a la capilla y como ya había empezado, se sentaron en la última banca. Rachel miraba feo a Diego y él le regresó la mirada sacándole la lengua.

—Compórtense —dijo el papá de Rachel y Diego.

—Está bien —dijeron ambos al mismo tiempo. Diego contaba personas para distraerse e intentar que el tiempo fuese más rápido, pero se detuvo antes de llegar a cien. Vio a una chica que hizo que se le olvidara en donde estaba. Se borraron las personas que ya había contado y las que no también. Sólo la veía a ella, que estaba unas bancas más adelante.

—Así jamás lo lograrás —le susurró Rachel a Diego.

—¿De qué hablas? —preguntó él sin perder de vista el broche turquesa que sujetaba el cabello dorado de la chica que se encontraba unas bancas delante de él.

—Te gusta ella.

—¿Tan obvio soy?

—Sí, y mucho.

—Ayúdame a conquistarla

—¿Por qué te ayudaría?

—Porque eres mi hermana.

—Tú no me ayudaste con Alex.

—Alex no existe.

—¡Por tu culpa, para nuestros padres sí!

—Perdón, pero quería que vinieras. Esto sería el infierno si no estuvieras aquí.

—¿Es en serio, una iglesia sería el infierno?

—Sabes a que me refiero.

—¿Por qué no me puedo negar contigo?

—Porque soy irresistible —le contestó Diego a Rachel con una sonrisa. Terminó la misa y ahora se dirigían al lugar de la fiesta. Iban en el automóvil y por primera vez Diego no dijo una palabra, ya que usualmente es muy hablador.

—¿Estás bien cariño?

—Sí, ¿por qué? —le contestó Diego a su madre.

—Es que estás callado y tú no eres así.

—¿Saben quién está enamorado? —preguntó Rachel a sus padres.

—Rachel, después hablaremos de Alex.

—Mamá, no hablaba de él.

—¿Tienes dos novios? ¡Eso está muy mal jovencita!

—¡No mamá, no tengo ni siquiera un novio, todo fue invento de Diego, es él quién está enamorado! —se hizo un silencio en el coche. Esperaban que Diego objetara, que insultara a su hermana, cualquier cosa, pero no pasó nada.

Ya en el salón de fiestas, a Rachel y Diego los acomodaron en mesas diferentes. A Diego le tocó la mesa de niños y pensó que seguramente se trataba de una broma, así es que tomó la silla que le correspondía y la arrastró a la mesa donde se encontraba Rachel.

—Señor, ¿puede regresar junto con la silla a la mesa que le fue asignada por favor? —le dijo una mesera a Diego.

—Primero, no me digas señor. Me llamo Diego, ¿tú cómo te llamas?

—Alexandra.

—Mucho gusto Alexa, ¿por qué no me traes un whisky? Te traes también uno para ti, y te sientas aquí conmigo a platicar.

—Disculpe Diego, pero en este momento estoy trabajando y además no quiero ir a la cárcel por brindarle alcohol a un niño, ¿puede ir a su mesa correspondiente por favor?

—Diego no le contestó, pero se paró de la silla y regresó a la mesa de niños.

No dejaba de ver a la chica del broche turquesa, pues desde donde se encontraba solamente la veía de espaldas, y así ella nunca lo vería. Pasó el discurso de los padres de la novia y un poco más tarde comenzó la cena. Lo bueno de estar en la mesa de niños es que la cena era especial. Croquetas de pollo empanizado, lechuga finamente cortada en tiras y para finalizar jugo de frutas fue lo que les sirvieron. En lugar de la sopa de verduras acompañada de algo con salsa roja y verde a la vez, un platillo que se veía realmente asqueroso para los adultos.

Después llegó el momento típico de las bodas; el baile. En menos de diez minutos, la mayoría de las personas estaban en la pista, unos bailando y otros simplemente haciendo el ridículo. Rachel se acercó a Diego y lo invitó a bailar, pero la rechazó. Pensaba que si la chica que le gustaba lo veía bailando, ella no sabía que Rachel y Diego eran hermanos, por lo tanto supondría que sería su novia.

—No seas tonto —le dijo Rachel a Diego.

—Perdón, pero no quiero perder mi única oportunidad de estar con ella.

—Entonces ve y háblale.

—No puedo, ¿qué le digo?

—Dile que te parecieron lindos sus ojos.

—Pero ni los he visto.

—En ese caso, ve y dile que te gustó su espalda.

—¿En serio, con eso me piensas ayudar?

—¡Era sarcasmo! Ahora levántate e inventa algo.

—¿Así nada más?

—Sí, entre más lo pienses, más miedo tendrás —dijo Rachel y se retiró para dejar solo a Diego, pues hasta los niños se fueron a la pista de baile. Unos minutos más tarde por fin Diego se armó de valor, se levantó de la silla y caminó hacia donde estaba sentada aquella chica.

—Hola, ¿me preguntaba si quisieras bailar? —preguntó Diego a la chica del broche turquesa con nerviosismo.

—Gracias, pero no me gusta bailar —le contestó ella cortadamente. Diego agachó la mirada e intentó dar media vuelta para alejarse.

—Te puedes sentar —le dijo aquella chica—. Soy Tifanny.

—¡Ah! Mucho gusto Tifanny, ¿por quién estás aquí?

—¿Tú…?

—¿Quieres decir por mí?

—¡No! ¿Tú cómo te llamas?

—¡Oh! Perdón, no me presenté. Diego Von Dutti para servirte. Lo que te pregunté hace un momento, me refería a… ¿vienes de parte del novio o de la novia?

—De ninguno.

—¿Cómo, viniste por gusto?

—Digamos que tenía un pendiente que hacer aquí.

—¿Ya lo terminaste?

—En eso estoy.

—¿Eres agente secreta?

—No —contestó ella con intriga, pero no dijo más.

—Si lo fueras podrías arrestarme.

—¿Por qué haría eso?

—Porque si amarte es un delito… me declaro culpable.

—Necesito ir al baño —dijo Tifanny descortésmente y se levantó de la silla. Rachel vio que Tifanny abandonó a Diego y fue con él para preguntarle qué había pasado.

—Soy un tonto, eso es lo que pasa. Le dije que la amaba.

—¡No puede ser, Diego, esas cosas no se dicen a la primera!

—Es que la amo, ¿qué puedo hacer? —pero Rachel ya no le pudo contestar, pues Tifanny había regresado.

—Tifanny, ella es mi hermana Rachel.

—Mucho gusto Tifanny, yo ya me iba —dijo Rachel y se fue a la pista de baile para dejarlos solos.

—Discúlpame por lo que te dije hace momento.

—No sabía que tenías una hermana —dijo Tifanny rápidamente.

—Nos conocimos hace diez minutos, no le di importancia.

—¿Ella es como tú?

—No, a ella no le gustan las bromas y es más seria.

—No me refiero a eso.

—¿Qué quieres decir?

—¿Existe alguien más que sea de tu familia?

—Pues casi todos los invitados por parte de la novia, ¿no es obvio?

—Discúlpame, pero me tengo que ir —dijo Tifanny. Recogió su bolsa de la silla y se fue de la boda. Diego trató de seguirla y le insistió que se detuviera, pero no fue suficiente.

Diego fue con su hermana a que lo consolara. Tifanny fue la primera chica que realmente le gustó y también fue la primera que lo rechazó. Diego ya había tenido algunas novias, pero ninguna era tan hermosa como ella. Sabía que nunca la volvería a ver, pues no era invitada de la boda. No conocía a nadie que pudiera decirle donde vive, donde buscarla y sobre todo, lo más triste que Diego sentía, es que se creía que se fue por su culpa, pero si al menos le hubiera dicho el motivo, se sentiría mejor… ¿o peor?

Unas semanas después:

Diego siguió adelante como si no hubiera pasado nada. No volvió a mencionar a Tifanny delante de su hermana y sus padres, pero en el fondo no dejaba de pensar en ella. Tenía otras cosas por hacer. Ya faltaba poco para que las vacaciones llegaran.

Rachel sabía que Diego seguía extrañando a Tifanny y era realmente raro porque se conocieron escasos diez minutos, quince quizás. Ella sólo quería que la olvidara para que volviera a ser feliz. Fue al cuarto de Diego y entró sin avisar. Como ya era de noche, él estaba acostado viendo la televisión.

—¿Qué pasa? —preguntó Diego.

—Necesito pedirte un favor. Este sábado hay una fiesta en casa de una amiga, sabes cómo son nuestros padres. No me dejarán ir si tú no vas conmigo.

—¡Pero tengo que estudiar!

—Ay Dieguito, no me hagas reír. Esa ni tú te la crees.

—Está bien, lo admito. No tengo ganas de ir.

—Es por Tifanny, ¿verdad?

—No, claro que no.

—Diego, a mi no me puedes mentir. Soy tu hermana, y tu mejor amiga.

—Si vas a empezar de ñoña sal de mi cuarto.

—Lo de Tifanny ya pasó, déjalo atrás.

—¡No puedo!

—Por lo menos inténtalo, dame un sí. No sabes que puede pasar.

—Está bien, pero me debes una.

—Muchas gracias Diego, te aseguro no te vas a arrepentir —le respondió Rachel y salió echando brincos de felicidad. Llegó el sábado, Rachel y Diego ya estaban listos para la fiesta. Rachel portaba un vestido negro y Diego una camisa también de color negro, pero con rayas blancas. Diego entró a la habitación de sus padres.

—Bueno, ya nos vamos.

—Que les vaya bien —respondió el papá de ellos.

—¿No se te olvida algo?

—¡Oh! Tienes razón Diego. Cuida bien a tu hermana, eres el hombre y es tu deber hacerlo.

—No, me refiero a las llaves del coche.

—¿Cuál coche?

—¿Cómo piensas que vamos a ir a la fiesta?

—No sé, que me acuerde nunca me pediste el coche.

—Pero te avisamos que teníamos que ir a una fiesta, ¿no es más que obvio?

—Para mí no.

—Está bien, lo haré a tu manera, ¿me prestas el coche por esta noche?

—¿Crees que porque ya eres adulto y tienes licencia de conducir, puedes pedirme el coche así nada más?

—¡Sí!

—Pues sigo diciendo que no.

—Vamos papá, ¿qué es lo que quieres?

—Quiero dormir sin que me molesten.

—¡No te hagas el gracioso! Lo que digo es, ¿qué necesito hacer para que me prestes el coche?

—Pedírmelo con anticipación mínima de tres días.

—¡Eres un egoísta, y quien necesita tu estúpido coche! —gritó Diego enojado y salió azotando la puerta. Nunca se llevó bien con su padre, había algo en ellos dos que simplemente no les permitía convivir. Diego pasó por algo a su cuarto y enseguida fue al de Rachel.

—Vámonos Rachel.

—¿Qué pasa? —preguntó ella al verlo sobresaltado.

—Me acabo de pelear con nuestro padre. No me quiso prestar el coche.

—¿Entonces como vamos a ir?

—En taxi.

—¿Sabes cuánto nos cobraría hasta la casa de mi amiga? Hay que tomar un tramo de carretera.

—Sí, lo sé, pero descuida que tengo unos ahorros.

—¡Pero es tu dinero!

—¿Quieres ir a la fiesta?

—Sí.

—Entonces vamos que se nos hace tarde.

—Está bien. Sólo deja les aviso que ya nos vamos.

Dentro de la fiesta, Rachel se la pasó con sus amigas y como Diego no conocía a nadie, se sentó en una silla que estaba desocupada al rincón. Diego empezó a ver a su alrededor, verdaderamente estaba solo. Miraba y no veía a nadie de sus amigos. Estaban algunos compañeros de su escuela, pero realmente prefería no hablarles.

La casa estaba llena de personas y todavía seguían llegando más. Incluso Diego alcanzó a ver cuando entró Kathy Beck; la chica más popular. Diego se sentía muy mal. Se había enojado con su padre porque no le prestó el coche, y para colmo en la fiesta se sentía invisible, pues no hablaba ni bailaba con nadie.

Rachel regresó donde estaba Diego y se sentó a su lado.

—¿Por qué no bailas?

—Porque no conozco a nadie.

—Eso no importa, ves a esa chica que está allá —Rachel señalaba a Kathy Beck.

—¿Estás loca, sabes quién es?

—Sí, y deberías de invitarle un trago o a bailar.

—Ni en sueños.

—¿No te gusta?

—¡Claro que sí!

—¿Entonces? Esta es tu oportunidad, ¡ve tigre!

—Jamás aceptaría.

—Te voy a contar algo, pero no se lo digas. Ella me pidió que te dijera que la invitaras a bailar.

—No te creo, te quieres vengar porque hice que fueras a la boda.

—¡No digas tonterías! Me conoces, yo no sería capaz de hacer algo así. No bromearía con eso —dijo Rachel y se fue con sus amigas dejando a Diego pensativo. Como ya estaba un poco borracho, no lo pensó dos veces y fue con Kathy.

—¡Hola! ¿Te puedo invitar una bebida? —le preguntó Diego a Kathy cuando terminó la canción que bailaba.

—Sí, ya me duelen las piernas de estar bailando y estar parada. Soy Kathy.

—Sí, lo sé.

—¿Cómo lo sabes?

—¿Qué chico no lo sabe?

—¡Me ofendes! —exclamó Kathy molesta.

—¡No! Quiero decir a que eres el sueño de todo hombre.

—No sé si me estas alagando u ofendiendo —respondió Kathy desconcertada.

—Eres la más popular de la escuela.

—¿En serio?

—Sí, ¿no lo sabías?

—Obvio, pero me gusta que me lo digan, ¿tú cómo te llamas?

—Diego Von Dutti. Caballero a sus órdenes —dijo Diego mientras le tomaba la mano de la muñeca para levantarla y besarle la misma como si fuera una princesa de un cuento de hadas. Se quedaron platicando por un buen rato.

A la mañana siguiente:

Diego se despertó con un fuerte dolor de cabeza y trató de llevar su mano a la frente, pero algo se lo impidió.

—Hola, ¿ya te levantaste?

—Diego se sorprendió al escuchar la voz de una mujer a su lado, la cual lo abrazaba.

—Sí, ¿y tú? —respondió Diego asustado.

—Pues sí, si no, no te estaría hablando bobo.

—¿Puedes no hablar tan fuerte por favor?

—Tienes cruda, ¿verdad? Yo todavía estoy ebria —dijo la chica sin bajar el tono de su voz.

—Escucha —en ese momento la mujer que estaba a su lado se levantó un poco y volteó la cabeza para ver a Diego frente a frente. Él la vio e inmediatamente la reconoció. Seguido de un flashback de la fiesta donde se encontraba sentado, y un momento después hablando con Rachel.

—Me tengo que ir en este momento. De verdad lo siento, te marco en la semana. —Diego se acercó a Kathy y le dio un beso en la mejilla.

—¡Qué te vaya bien! —le respondió ella y se volvió a acostar para dormirse un rato más. Al salir de la casa de donde se encontraba. Lo primero que Diego hizo fue marcarle a Rachel.

—¡Vamos contesta! —se decía a sí mismo al escuchar que el teléfono seguía sonando.

—¿Dónde estás Diego? ¡Te he llamado mil veces!

—No tengo la menor idea.

—¿Estás bien?

—Estoy bien, de hecho… muy bien. Voy a tomar un taxi y te cuento todo en la casa. Mis papás están súper enojados, ¿verdad?

—No, ellos no saben nada. Piensan que estás en tu cuarto durmiendo.

—¡Mil gracias Rachel! Te llamo en cuanto llegue —dijo Diego y colgó. Antes de llegar a su casa se vieron una cuadra antes por si sus papás llegaran a salir. Se abrazaron fuertemente al verse.

—Ahora si cuéntame, ¿qué pasó? —preguntó Rachel.

—A que ni te imaginas con quien estuve toda la noche.

—Vi que estabas platicando con Kathy y un segundo después ya no estabas ahí.

—¿Y ella?

—Tampoco la vi.

—No, porque estaba conmigo.

—¿A dónde fueron?

—No lo sé, a lo mejor a su casa o a la de una amiga, realmente no tengo idea.

—¿Y qué pasó en su casa?

—Nos dormimos.

—¿Nada más? Qué aburrido.

—Y nos besamos.

—¡En serio! Qué bien.

—En realidad ella me besaba, es lo que creo, mi recuerdo es muy vago.

—¿Cómo puede ser eso posible?

—Tomé hasta morir, agradece que al menos estoy aquí. No lo puedo creer, ¿te imaginas, yo con Kathy Beck? Y todo gracias a ti.

—¿A mí?

—Sí, y si me disculpas tengo un gran dolor de cabeza, quiero dormir.

—Espera, deja ver si no hay ratones.

—¿Ratones?

—Me refiero a nuestros padres. Es una clave de guerra.

—¿Desde cuándo te interesa la guerra?

—Olvídalo —dijo Rachel y se aseguró que el camino estuviera despejado. Diego fue a su cuarto y se quedó profundamente dormido.

Unos días después:

Diego todavía no le llamaba a Kathy, pues olvidó un enorme detalle al despedirse de ella, pedirle su número telefónico. Sabía que Rachel tendría ese número así es que fue a su cuarto.

—¿Puedo pasar? —preguntó Diego al ver que la puerta estaba cerrada.

—Pasa.

—No te quitaré mucho tiempo, ¿tienes el número de Kathy?

—No.

—¿El de su celular?

—Ya te dije que no.

—¿Qué no eres su amiga?

—No.

—¡Pero me dijiste que lo eras!

—¡Nunca dije eso!

—En la fiesta me dijiste que le gustaba y que quería bailar conmigo.

—Me refería a Jennifer, que estaba justo a un lado de Kathy.

—¿De verdad? Déjame ver si entendí, ¿estuve con la chica más popular y guapa de toda la escuela sólo porque creí que yo le gustaba?

—Me imagino, lo siento.

—¿Estás bromeando? Le gusté y sólo me falta hablar con ella.

—A pesar de que Diego siempre molestó a Rachel en todos los aspectos, ella se sentía feliz de que Diego de una vez por todas olvidara a Tifanny y fuera feliz.

Al día siguiente:

Diego estaba preparado para hablar con Kathy y antes de que empezaran las clases la buscó por toda la escuela, pero no la encontró, ¿habrá faltado? Se preguntaba Diego en clase de matemáticas. Se terminó la sesión y dos horas más tarde era el recreo. Cuando desistió en su búsqueda, acompañó a sus amigos que querían ir a la cafetería. Se sentaron en la mesa del fondo de la derecha y Diego escogió un lugar con vista al patio, por las dudas de que apareciera Kathy.

—¿Ya vieron quien se sentó ahí? —dijo uno de los amigos de Diego.

—Si no tuviera novia iría ahora mismo y la besaría —dijo uno de ellos.

—¡Diego!

—¿Qué pasa? —preguntó Diego aturdido.

—Tú dinos, están unas chicas guapísimas a las seis del reloj —le dijeron sus amigos.

—¿Qué es eso de las guajiras seis? —preguntó Diego por no haberles prestado atención y sólo haber escuchado murmullos.

—Que unas chicas, mujeres, féminas, como les quieras decir, están atrás de ti y parece que estás perdido en otro planeta —Diego volteó lentamente para ver quiénes eran y se sorprendió al ver que ahí estaba Kathy. Se levantó y se dirigió a donde estaban sentadas. Sus amigos le preguntaban a donde iba, pero Diego los ignoró.

—¡Hola Kathy! —dijo Diego al estar enfrente de ella.

—¡Hola Diego! Te presento a mis amigas —le respondió ella.

—¿Me la pueden prestar un momentito? Les juró que la regreso a salvo —le dijo Diego a las amigas de Kathy.

—¡Toda tuya! ¡Tómala todo el tiempo que quieras! —le respondieron las amigas de Kathy a Diego entre risas.

—Pensé que nunca me hablarías —dijo Kathy una vez que se apartaron de ellas y tuvieron privacidad.

—Lo siento, se me olvidó pedirte tu número telefónico.

—No te apures.

—¿Vamos por un café esta tarde?

—¿Saliendo de clases?

—¡Estaría perfecto! —contestó Diego emocionado—. Te veo a la salida.

—Ahí estaré —dijo Kathy y se acercó a Diego para darle un beso en la mejilla, casi rozándole el labio. Diego regresó con sus amigos.

—¿Qué fue eso? —le preguntó uno de sus amigos a Diego.

—¿Qué fue qué?

—¡Saludaste a la más popular, hablaron a solas y antes de eso te presentó a las demás!

—Sólo fui a ver si quería tomar un café conmigo.

—¿Qué te dijo? Un no, me imagino.

—Vamos a salir después de clases —dijo Diego con orgullo.

—Nos tienes que presentar a sus amigas por lo menos —dijo un compañero de Diego y tocaron el timbre, lo cual indicaba que el receso había terminado.

Diego fue puntual y antes de que fuera la hora de la salida, ya estaba en la puerta, pero Kathy todavía no llegaba. Pasaron veinte minutos y Diego pensó que no vendría. Un minuto más tarde Diego vio a Kathy, la cual se dirigía hacia él. Se saludaron de nuevo como si no se hubieran visto en la mañana. Kathy le pidió disculpas por llegar tarde y fueron a una cafetería que estaba cerca de allí.

Ya que estaban en la cafetería y les habían servido sus malteadas, Diego comenzó la plática.

—Te traje aquí porque quiero hablarte de algo.

—¿De qué cosa? —le respondió Kathy intrigada.

—Lo que pasó el sábado pasado.

—Fue un error, lo sé —le interrumpió Kathy.

—¿Entonces no te gustó?

—No, no me gustó —se hizo un silencio incomodo entre ellos. Diego nunca pensó que le contestaría esto y no supo que más decir.

—¡Me encantó! —dijo Kathy rompiendo el silencio entre risas nerviosas.

—No te entiendo

—¡Es una broma! No me gustó, sino que me encantó, ¿entiendes?

—¡Sí! —respondió Diego aliviado.

—¿A ti?

—Sí, también me gustó mucho y de eso quiero hablarte —respondió Diego mientras buscaba algo en su mochila que estaba a un lado en el piso.

—Quiero hacer las cosas bien. Sé que realmente no nos conocemos en lo absoluto y me gustaría conocer todo de ti, cada detalle. Lo que pasó esa noche entre tú y yo fue mágico.

—¡Pero no pasó nada!

—Lo sé, no pasó nada físico, pero si espiritualmente y por eso estoy aquí. Pidiéndote si quieres ser mi novia —en aquel momento que Diego dijo esas palabras, se hincó y le ofreció un ramo de rosas moradas.

—¡Sí, claro que quiero ser tu novia! —dijo Kathy con una lagrima derramando a su mejilla y Diego se acercó un poco más para darle un beso. A Diego todo esto le pareció una tremenda cursilería, pero sabía que no fallaría.

Semanas después:

Parecía que Diego y Kathy se conocían de toda la vida. Saliendo de la escuela iban lunes y martes a casa de Diego, miércoles de cine y jueves a casa de Kathy. Habían formado un pacto, el cual consistía en no verse el fin de semana excepto si fuera por una fiesta o algún trabajo extra de la escuela, pues de esta forma se extrañarían y recordarían que es no estar juntos. Su vida se había transformado en una rutina que no duraría mucho tiempo.

Era miércoles y por eso al salir de la escuela, Diego y Kathy fueron al cine. Verían una película titulada “Proyecto 9”. Fueron los primeros en entrar a la sala del cine y se sentaron en la quinta fila. La sala del cine se llenó antes de que el filme empezara. Un señor ya maduro e intimidante se sentó a un lado de Diego, pero él no le tomó importancia y comenzó la película. El largometraje era realmente bueno, pero Kathy se levantó a la mitad de la película, pues necesitaba ir al baño. Un señor entró a la sala y se sentó justo en el lugar donde estaba sentada Kathy.

—Disculpe, está ocupado ese lugar —dijo Diego de forma respetuosa.

—Lo sé —le respondió el señor tranquilamente.

—¿Puede buscar otro lugar por favor? Ahí estaba mi novia sentada.

—Ya no lo está.

—Fue al baño, ahorita regresa —el señor no respondió y se quedó viendo la película. Diego se sintió impotente y temeroso, adicional de qué tenía un mal presentimiento. El tipo media más de dos metros, por lo que decidió actuar de inmediato. Diego estiró sus brazos hacia delante en forma de relajamiento y un instante después los retrocedió con toda su fuerza. Pegándoles con cada codo a los dos tipos que estaban a un lado de él. Antes de que se pudieran defender, Diego se levantó y saltó de respaldo en respaldo como si fuera un verdadero practicante del Parkour y tomó la salida de emergencia. Llegó al baño de mujeres y entró para buscar a Kathy. Adentro había como diez chavas, y ninguna era la que buscaba.

—¡Kathy! —gritó Diego y todas las mujeres salieron del baño viéndolo de manera extraña, pero no dijeron nada.

—¿Diego?

—¡Sí! ¿Dónde estás?

—¿Dónde crees, qué haces aquí?

—Hay unos tipos que no sé qué es lo que quieren de mí, lo mejor es que nos vayamos.

—¿Estás bien?

—Sí, vamos a separarnos, nos vemos después.

—¡Espera Diego! —dijo Kathy y abrió la puerta para abrazarlo y besarlo fuertemente.

—Será mejor que ya me vaya —dijo Diego en un tono serio y le besó la frente antes de salir corriendo.

Diego caminó por horas y ya estaba anocheciendo. Se sentó en la acera para descansar un momento y fue cuando vio a los dos tipos del cine, le estaban siguiendo. Afortunadamente parecía que no lo vieron al sentarse por lo que anduvo agachado, ocultándose por detrás de los coches. Tan pronto llegó a la esquina, dio vuelta en ella, empezó a correr a toda velocidad, pero no miraba de frente y chocó con una chica, provocando que ella cayera en un charco. Él no lo sabía, pero ella era Kagneline. Le pidió perdón y siguió su camino tan rápido como pudo. Unos metros más adelante recibió una llamada, era Rachel, su hermana y Diego cambió su destino para ir a casa. Después de todo, creía que ya había perdido a esas personas de vista. Antes de llegar a su casa, Diego pudo ver que toda su familia estaba afuera.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó Diego.

—Te estamos esperando, recibimos una llamada extraña.

—Vamos adentro —ordenó Diego.

—¡No! —dijo una voz grave. Diego reconoció la voz de inmediato, era aquel tipo del cine. Lo habían seguido hasta su casa, y esta vez no podía escapar, pues estaba con su familia.

—¡Qué quieres de mí! —gritó Diego.

—Ven con nosotros.

—¡Jamás!

—No quiero que nadie salga herido, acompáñanos o mataremos a tu familia —dijo aquel hombre y sacó una pistola para apuntarle al padre de Diego. Toda la familia se quedó inmóvil. Con la boca seca y sin poder decir alguna palabra.

—¡Contaré hasta tres! —dijo el compañero del hombre que apuntaba al papá de Diego y Rachel.

—1… 2… —Diego se quedó inmóvil y trató de dar un paso adelante para indicar que iría con ellos, pero se escuchó un disparo y la bala fue directo a la cabeza del padre de Diego y Rachel. Él, al ver esto corrió contra el hombre y trató de desarmarlo, pero se escuchó un segundo disparo y esta vez fue directo al pecho de Diego.

—¡No! —Fue lo que gritaron Rachel y su madre que ya estaban desconsoladas, pero se escucharon más balazos y antes de que pudieran hacer algo, cayeron sin vida.

3

Virus

Todo seguía igual en el Antartic Palace. Kagneline había ido a los entrenamientos, pero todavía no lograba controlar su poder, de hecho, todavía ni siquiera sabía cuál era su poder. Kendra, Ashley, e inclusive Carlo estaban desilusionados. Nunca nadie había tardado tanto tiempo en conocer su poder sobrenatural. Kagneline se veía feliz, le gustaba el simple hecho de estar allí, pues la isla era inmensa y hermosa. En ella había transportadores, básicamente su función es transportarte a otra parte del planeta. Tenían varias zonas especiales como el polo norte, el desierto del Sahara, el monte Everest, los volcanes de Hawái, Heathrow (aeropuerto de Londres), el bosque donde fue rescatada por Kendra, etc. Todos estos lugares cuentan con un rango de protección antihumana, por lo cual, ella pudo quebrar esa protección cuando estaba perdida, pues era potesta, sin embargo, lo que más le gustaba a Kagneline de ese lugar, era que finalmente sentía la pertenencia y cariño de aquello que llamamos hogar.

Kagneline todavía no conocía a todos los huéspedes del Antartic Palace. Lo que siempre se preguntaba era, ¿por qué tener un palacio con más de mil habitaciones, si son menos de cincuenta las que se ocupan? Los entrenamientos con ella eran privados, por lo que solamente veía a Kendra, o en casos muy remotos a Ashley como sus maestras.

Pasó un semana más y Kagneline no demostraba ser lo que esperaban, por lo que Kendra decidió que entrenara con todos los demás para meterle presión.

Al mismo tiempo que Kendra se decepcionó de Kagneline, ella se decepcionó de los entrenamientos. Había pensado que sería como una escuela donde recibirían clases especiales y teoría combinada con la práctica, pero lo único que hacían era pelear unos con otros. Para que después Victoria, que tenía poderes curativos los ayudara a sanar sus heridas. Como Kagneline todavía no descubría su poder, fue peor para ella, pues no solamente no podía usar su poder contra su oponente, sino que recibía sin piedad puñetazos y golpes dolorosos. Lo único bueno era que los entrenamientos eran dos veces por semana.

Cuando Kagneline fue al primer entrenamiento con todos se sorprendió al ver que solamente eran siete personas. Le preguntó a Ahsley porque le había mentido, pues ella recuerda que le dijo que eran menos de cincuenta. Ashley le contestó que no estaban todos, que había varios grupos de potestas en todo el mundo y contando a todos ellos, efectivamente no llegaban a ese número.

Pasaron semanas y seguía sin poder utilizar su don. Kendra fue al cuarto de Kagneline para hablar con ella.

—¡Hola Kendra, pasa! —fue lo que dijo Kagneline al verla.

—Vengo rápido, sólo a darte una noticia. El viernes tenemos una misión por hacer y te necesitamos.

—¿Qué es lo que tengo que hacer?

—Acompañarnos a un banco, para robar dinero.

—¿Robar?

—Sí, ¿creías que todo esto era gratis?

—La verdad sí.

—Pues no es así. Te veo el viernes en la mañana, sé puntual.

—Lo seré —le respondió Kagneline y Kendra salió de su habitación. A Kagneline no le gustaba la idea de robar, ya lo había hecho una vez por necesidad, ahora lo haría para pagar su comida y hospedaje. Al menos confirmó que nada es gratis en esta vida.

El viernes:

Kagneline fue muy puntual y llegó media hora antes al lobby, donde Kendra le había dicho que se verían. Veinte minutos más tarde empezaron a llegar los demás. Ya estaban todos listos para partir.

—Antes de irnos recuerden la primera regla; si pasa algo imprevisto, todos vamos con Carlo a que nos teletransporte de regreso y si no lo alcanzamos, hay un transportador en el mercado de las flores, ¿alguna pregunta?

—Sí, ¿donde están nuestros uniformes? —preguntó Kagneline a Kendra.

—¿Uniformes?

—¿No somos como la liga de los vendettas?

—Esto no es nada parecido a los comics. Nosotros nos ocultamos, no nos mostramos ante el mundo como invencibles —le respondió Kendra a Kagneline y ella corrió a cambiarse, pues literal iba en pijama. Extrañamente no se tardó casi nada.

Entraron uno por uno al banco y se esparcieron. Kagneline entró al último y se dirigió a la caja tres. Llevaba una gabardina negra, tacones altos, pantalón de cuero, blusa roja y un bolso blanco. Su vestimenta le hacía sentir bella y poderosa. Cuando la cajera le pidió sus papeles para procesar el cobro del cheque. Kagneline sacó de su bolsa una pistola y amenazó a la cajera para que le diera todo el dinero. La cajera se espantó mucho y tocó el botón de la alarma del banco. Kendra gritó que abortaran la misión y todos fueron corriendo donde Carlo, pero Kagneline se quedó pasmada y no hizo nada. Sólo le seguía apuntando a la cajera, pero no se atrevió a disparar. En menos de dos minutos entró la policía y rodeó a Kagneline.

—¡Las manos arriba! —gritó el comandante de policía, pero pareciera que no dijo nada, pues Kagneline se quedó inmóvil. Se escuchó un disparo que provenía de la pistola de un policía, pero antes de que alcanzara a impactar, la bala se hizo cenizas. Empezó a haber explosiones por todo el banco y todos trataron de salir inmediatamente, pero otra explosión hizo que se bloqueara la puerta. Todo el banco estaba en llamas y era imposible escapar. Kagneline parecía ser una estatua, pues por más humo, fuego y el hecho de que todas las personas estuvieran gritando, no era suficiente para que ella se moviera.

A la mañana siguiente:

Kagneline se despertó en la cama de su cuarto y siguió su rutina diaria. Se metió a bañar en la tina. Tardó una hora en decidir que ropa ponerse. Fue al balcón y solicitó al servicio al cuarto algo de desayunar. Tocaron a la puerta y era Ashley, Kagneline le abrió y la invitó a pasar.

—¿Cómo estás? —le preguntó Ashley.

—Súper bien —contestó con una sonrisa.

—¿Segura? Después de lo que pasó ayer, pensé que todavía estarías enojada.

—¿Qué pasó ayer?

—¿No te acuerdas?

—No, al menos no nada relevante.

—Tal vez con esto te acuerdes —dijo Kendra mientras le daba un periódico que en la primera plana decía: Asalto e incendio el El banco del ahorro, 27 muertos, entre ellos trabajadores, clientes y policías.

—¿Qué página busco? —preguntó Kagneline.

—Ve la fotografía de la portada —le respondió Ashley.

—Se parece a mí la mujer que sale en la foto, pero no se qué tiene eso de importante.

—No se parecen, ¡eres tú Kagneline! —le dijo Kendra con tono fuerte.

—Eso es imposible, ¿cómo llegaría hasta allí?

—¿No te acuerdas de nada? —le preguntó Ashley.

—No.

—Por lo menos ya confirmamos que tu poder tiene que ver con el fuego. Ahora sólo falta que lo aprendas a controlar —dijo Kendra y se retiró junto con Ashley. Dejaron a Kagneline confundida, ella no sabía a qué se referían con el poder del fuego y lo que pasó en el banco. Quería ir con Kendra, pero de la forma en que la dejaron, pensó que fue por algo. Trató de acordarse lo más que pudo, pero sólo recordó algunas partes, como si se tratara de un sueño que ya se esfumó.

Una semana después:

Kagneline fue a los entrenamientos, pero Kendra no estaba y los demás no querían entrenar con ella. Decían que eran órdenes de Kendra. Kagneline pudo notar que la mayoría le tenía miedo. La única que le seguía hablando era Ashley. Ya tenían su rutina, pues se convirtieron rápidamente en grandes amigas. Los días de entrenamiento no se veían más que en el, pero cuando no, Ashley la visitaba en las tardes.

—¿Donde están tus padres? Nunca me has contado —le preguntó Kagneline a Ashley.

—Murieron hace unos años. Kendra los mató.

—¿Cómo?

—Resulta que tenían ideas diferentes y hubo una guerra entre nosotros los potestas. Fue cuando los mataron.

—Después de lo que pasó, ¿cómo fue que estás con Kendra?

—Yo nunca estuve de acuerdo con lo que hacían. Asesinaban a cualquier persona que se cruzara en su camino, incluso si fuera uno de nosotros, pero nunca les cayeron bien los humanos, eso fue lo que me contaron.

—¿Qué fue lo que causó la guerra?

—No te debería de contar eso.

—¿Por qué no?

—Porque… es sobre tus padres —dijo Ashley muy delicadamente.

—¡Por favor dime todo lo que sepas! ¿Los conociste?

—Tu padre murió antes de que nacieras y tu madre días después del parto. De verdad siento mucho que te enteres de esta forma.

—¿Pero que hicieron para crear una guerra?

—Ellos opinaban que somos iguales a los demás, me refiero a los humanos.

—Eso no es tan grave.

—Lo que quiero decir es que creían que aparearnos con ellos sería nuestra salvación, pues cada vez somos menos y ya te conté lo difícil que es concebir para nosotros.

—Ashley, tú has sido sincera conmigo y no sabes cuánto te lo agradezco, tengo que confesarte algo. Yo he pasado por muchas cosas. Cosas que creía que eran solamente un sueño, una pesadilla. De bebé maté a mis padres, pensaba que eran los de sangre, pero ahora me doy cuenta que sólo me adoptaron y me dieron más que un nombre y sus apellidos. Ahora sé que yo incendié la casa en la que murieron. Yo también estaba ahí y por fin entiendo que no fue un milagro el que me salvó. Tras el accidente me mandaron a un orfanato y me adoptaba una familia tras otra, pero siempre morían antes de cumplir el mes conmigo. Pasé la mayoría de mi vida en el orfanato. Hay algo que pasó en ese lugar el día que decidí escapar. Recuerdo que me llamó el Director y me dijo que algo malo iba a pasar. Había dos hombres que portaban un maletín de hierro y dentro de el se encontraba una sustancia verde. Después me desperté en mi cama como si todo hubiera sido una maldita pesadilla, pero te juro que siento qué fue real.

—¿Un líquido? —preguntó Ashley.

—Sí, un líquido de color verde.

—El virus letal, ¿te lo inyectaron?

—Sí, aunque sólo lo recuerdo como un sueño y muy borroso. Como la vez que Andrew murió, como la vez del banco, ¿qué significa eso?

—El virus fue inventado durante la guerra potesta. Lo que hace es inhabilitar tus poderes de forma permanente.

—¿Es por eso que no puedo utilizarlos, perdí mis poderes para siempre? —preguntó Kagneline aterrada.

—Puede ser, aunque no lo creo. Los potestas que fueron inyectados por esa sustancia nunca pudieron volver a utilizar sus poderes.

—Primero me entero que pertenezco a una raza capaz de hacer cosas inimaginables y después que no soy nada, ¡no es justo!

—No digas eso. Tú puedes usarlos a nivel inconsciente.

—¿Eso qué quiere decir?

—No lo sé, pero tenemos que ir de inmediato con Kendra —dijo Ashley y salió corriendo junto con Kagneline para ir a la oficina.

Ashley entró sola y le explicó a Kendra lo que pasaba. Ella las mandó al sótano. Kagneline había explorado casi toda la isla, pero nunca llegó a entrar a esa área, pues sólo se puede entrar por las escaleras y antes de pasar hay un letrero que dice: “sólo personal autorizado”. Dentro del sótano todo era de metal y las puertas eran corredizas con apertura electrónica. Entraron a la puerta marcada con el número seis.

—¿Por qué tardaron tanto? —se escuchó una voz al final de la habitación.

—¿Quién eres? —preguntó Ashley.

—Gracias por traer a Kagneline. Ya te puedes retirar —dijo la voz refiriéndose a Ashley.

—Nos vemos, mañana me cuentas cómo te fue —le dijo Ashley a Kagneline y ella trató de decir algo más, pero sólo salió un hasta mañana de su boca.

—Permíteme presentarme. Soy el doctor Gabriel Torres. Kendra me pidió que te hiciera unos análisis. Ya conoces a Claudia, ella me ayudará.

—¿Claudia? —preguntó Kagneline confundida, pues no conocía a nadie con ese nombre.

—Me conoces como Victoria —dijo una mujer alta de pelo rojizo que salía de un cuarto que parecía ser un almacén.

—Me llamo Claudia Victoria Hillet. Todos me dicen Victoria, pero a Gabriel le gusta llamarme por mi primer nombre —ahora sabía quién era ella. Era la potesta que curaba a todos después del entrenamiento.

—¿Qué me va a pasar? —preguntó Kagneline un poco asustada.

—Nada. Sólo necesito que te pongas esta bata de laboratorio y dejes que tomemos una muestra de sangre. Pasarás aquí la noche para medir tu ritmo cardiaco, temperatura, entre otros datos importantes —le dijo el doctor a Kagneline. Ella fue detrás del biombo para quitarse la ropa y ponerse la bata que le dieron. Al salir, Claudia le tomó cien mililitros de sangre y después le dio una habitación donde se hospedaría temporalmente por una noche. Kagneline pensó que le conectarían decenas de cables y aparatos. El cuarto era pequeño y sólo había una cama junto a una pantalla que indicaba sus signos vitales, peso, masa corporal, medidas, y más datos que Kagneline no supo interpretar.

A la mañana siguiente:

Kagneline se despertó un poco mareada. Notó que había en el aire una sustancia que la sedaba. Trató de abrir la puerta, pero estaba cerrada por fuera. La golpeó con el hombro para tratar de abrirla, pero como era de acero puro, lo único que logró fue caerse al suelo, se encontraba en un estado muy débil. Se levantó y se sentó a una orilla de la cama. Cerró sus ojos y empezó a imaginar que se quemaba la manija de la puerta. Alcanzó a escuchar un, ¡auch! Que provenía de afuera. Después de unos segundos se abrió la puerta y entró Gabriel con un trapo húmedo en la mano.

—¿Tú hiciste esto? —le preguntó Gabriel a Kagneline.

—¿Qué hice? —le respondió ella que no sabía —o no quería saber—, de lo que el doctor le hablaba.

—La manija de la puerta estaba muy caliente. Como si le hubieran puesto fuego por más de diez minutos.

—¿Por qué me encerraron?

—Porque si abrías la puerta se iba a salir el aire contaminado. Ahora dime; ¿fuiste tú, cierto?

—Imaginé que la quemaba.

—¡Eso es increíble!

—¿No estás enojado?

—¿Por qué debería estarlo?

—Por mi culpa se quemó la mano.

—No es nada que Claudia no pueda curar. Estuve revisando tu sangre toda la noche y parece ser que eres inmune al virus que te inyectaron. Queda muy poco de el en tu organismo. Supongo que terminarás de desecharlo en unos meses.

—¿Cuándo eso pase, podré utilizar mi poder?

—Podrás utilizarlo antes. Ya lo has hecho.

—Pero inconscientemente.

—Yo no diría eso. Acabas de utilizarlo hace unos minutos.

—Pero no salieron llamas.

—El acero no se quema de esa forma. Se funde y si no hubiera llegado a tiempo, lo hubieras logrado. Ya te puedes ir a tu habitación, pero necesito que regreses en dos semanas para ver que avance has tenido con el virus.

4

Identidad

Kagneline se sentía más segura con lo que el doctor Gabriel le dijo. Esperaba que en un mes, o menos pudiera utilizar su poder al cien por ciento, pero más importante aún, poder controlarlo a su antojo.

No pudo esperar y en vez de ir a su habitación para quitarse la bata y ponerse ropa más cómoda, fue directo con Ashley. Kagneline nunca había tenido una amiga a quien contarle una gran noticia, de hecho, nunca tuvo una noticia importante que quisiera contarle a otra persona, pero esta vez era diferente, Ashley poco a poco se ganó su confianza y afecto. Golpeó tres veces fuertemente la puerta de la habitación de su ahora mejor amiga.

—¿Qué pasa? —preguntó Ashley al abrir la puerta estando todavía en pijama y con los ojos casi cerrados.

—¿Estabas dormida? —preguntó Kagneline extrañada.

—Sí, ¿sabes qué hora es?

—Han de ser como las once de la mañana.

—Son las cinco y media Kagneline, pero ya no importa eso. Cuéntame, ¿qué pasó? —preguntó Ashley cambiando abruptamente la conversación, pues en ese momento se acordó que Kagneline había pasado la noche con esa persona en el sótano. Le contó lo que logró hacerle a la manija de la puerta y lo que Gabriel le dijo.

—¡Eso es excelente! —dijo Ashley emocionada.

—Bueno, sólo quería contarte eso. Perdón por despertarte y te dejo para que te vuelvas a dormir, ¡nos vemos mañana! —Kagneline se despidió y Ashley regresó a la cama pensando que el día había terminado, cuando apenas comenzaba.

Más tarde:

Kendra fue a visitar a Kagneline y le dijo que Gabriel ya le había dado las buenas noticias. La felicitó y le dijo que ya podía regresar a entrenar con todos, pues Kendra le dio vacaciones después de lo que pasó en el banco. No le agradó mucho esta noticia, y es que, ¿a quién le gustaría que le dijeran que ya tienen derecho de que la golpeen por un par de horas?

Unos días después:

En los entrenamientos siempre peleaban todos contra todos. Kendra pensaba que era la mejor forma de entrenar, pues en una pelea real tienes que tener tus cinco sentidos siempre activados. La más mínima sorpresa podría costarte la vida. Kagneline no pensaba lo mismo, o al menos creía que sería bueno cambiar de oponentes cada entrenamiento, pues aunque seguía recibiendo palizas hasta sangrar, iba aprendiendo las técnicas de los demás y cada vez le era más fácil esquivar los golpes. Hasta ahí todo bien, pero ¿qué pasaría cuando se enfrentara a un nuevo rival que tenga otras tácticas o poderes? Todos pensaban y sabían que el tener a Victoria de su lado era una bendición. Después de intercambiar puños, iban con ella para que en un minuto o menos, los dejaran como si hubieran acabado de salir del mejor spa del mundo.

Unas semanas después:

Kagneline visitó al doctor Gabriel como él le había indicado. Volvió a pasar la noche en ese tenebroso cuarto y esta vez no trató de escapar. Esperó despierta y sentada en la cama a Gabriel. El doctor entró a la misma hora que la vez pasada y le dijo prácticamente lo mismo. Qué su cuerpo ya casi eliminaba el virus letal y que muy pronto recuperaría sus poderes. Se sintió contenta al escuchar esto, pero sentía que Gabriel no era del todo sincero con ella.

Se retiró a su habitación para cambiarse de ropa y descansar un poco más. Pasó toda la mañana acostada viendo la televisión. En la tarde, justo después de que acabara de comer, llegó Ashley.

—¿Qué es lo que nos hace especiales? —le preguntó Kagneline a su amiga.

—¿Bromeas verdad? Nuestros poderes sobrenaturales nos hacen únicas.

—No me refiero a eso, quiero decir; ¿cómo empezó todo?

—No lo sé —le respondió Ashley con un encogimiento de hombros.

—¿Cómo no sabes, no tienen libros de historia o algo así?

—Teníamos, pero los perdimos todos. Esos escritos fueron quemados hace cien años y los únicos que quedan están guardados en un lugar secreto, custodiados por algo que nadie sabe quién o qué es. Nunca alcancé a comprender porque los humanos están aferrados al pasado, parece que te afectó convivir con ellos.

—Mis verdaderos padres están en el pasado. Es por eso que me interesa.

—Pero eso ya pasó. Enfócate en el futuro, ¿por qué crees que los humanos destruyen en vez de construir?

—¡Pero han hecho cosas maravillosas! Mira la ciudad, los autos, ¡la tecnología!

—¿Crees que hicieron todo eso sin ayuda?

—¿Qué quieres decir?

—¡Qué nosotros les ayudamos! Les dimos las herramientas para que nos hicieran una ciudad, les dimos tecnología para que después nosotros la robemos. Han sido nuestros esclavos toda la vida sin saberlo.

—¡Pero eso es muy injusto!

—¿Injusto? Les dimos una vida que ellos jamás podrían tener. Si no fuera por nosotros seguirían en la selva comiendo bichos.

—Pero sin su consentimiento.

—A ellos no les importa eso. Nada más ve cuantas personas gastan su dinero en televisores, coches y un buen de cosas que no necesitan.

—Pero ellos trabajan para ello y nosotros lo robamos.

—Nosotros se los dimos y es justo quitárselos. Además no les quitamos mucho, solamente lo necesario, te guste o no, lo tienes que aceptar.

—¿Si no acepto que pasa?

—Te tendrías que enfrentar contra todos los potestas. Incluyendo los que viven fuera del Antartic Palace y no sería nada parecido a los entrenamientos, pues Victoria no estaría de tu lado.

—Eso sería un suicidio.

—Tú decides, ¿aceptas o no?

—¿Tengo otra opción aparte de morir?

—Aceptar nuestras condiciones.

—Está bien, una última pregunta, ¿todos están enterados de esto?

—Sí, aunque te tengo que confesar que algunos lo aceptan, más no están de acuerdo.

—¿Por qué no hacen algo?

—¿Estás loca? Tú misma acabas de decir que eso es suicidio.

—Si reunimos a los potestas que estén en contra podríamos ganar.

—No, lo siento mucho, pero es muy arriesgado —dijo Ashley y salió de la habitación sin despedirse de Kagneline. Ella se sintió mal por aceptar algo en lo que no estaba de acuerdo, pero por el momento no tenía otra opción.

Al día siguiente:

Como cada martes, Kagneline fue al entrenamiento. Todavía sentía enojo por lo que Ashley le platicó ayer. Aunque tal vez era lo mejor. Las cosas materiales hacen a los humanos felices después de todo. Esquivó y se defendió de todos los golpes y poderes que lanzaban en contra de ella. Después de media hora ya estaba cansada, pero no dio marcha atrás y siguió defendiéndose e incluso empezaba a golpear a los demás. Empezó a tener más confianza en sí misma, creyó que tenía todo controlado. De repente sintió un gran dolor a un lado del abdomen, que la hizo hincarse en el suelo. Era un terrible golpe que le dio Rodrigo. Kagneline lo conocía de vista, pero nunca habló, ni peleó con él hasta este momento. Se levantó del piso y cerró el puño fuertemente. Su mano fue directo a la cara de él para golpearlo con toda su fuerza, pero algo pasó. La mano no le golpeó, sino le traspasó el rostro y Rodrigo cayó inconsciente al suelo. Se interrumpió el entrenamiento y todos fueron a ver. Llamaron rápidamente a Victoria y ella lo atendió, pero ya era muy tarde. El poder de Victoria era curar heridas y enfermedades, no revivir a las personas. Rodrigo ya había muerto, Kagneline lo mató. Todos la miraron y ella deseó que no fuera cierto, pero lo era.

Victoria llevó el cuerpo inmóvil de Rodrigo al sótano para hacerle una autopsia digital. Lo acomodó en el cuarto donde Kagneline había pasado la noche cuando la analizaron. Cinco minutos después ya estaban listos los resultados. El cuerpo estaba quemado por dentro.

Kagneline se sentía fatal. Nunca pensó que lo mataría, no fue su intención. Todos pensaban que ella lo hizo a propósito y lo primero que Kendra dijo es que los entrenamientos estaban cancelados hasta nuevo aviso. Noticia que alegró a más de uno. Victoria regresó y dio el informe frente a todos. Kagneline fue con Victoria y dio un pequeño discurso a los presentes.

—Siento mucho lo ocurrido, aunque no conocí a Rodrigo, hoy perdimos a alguien muy especial. No puedo leer la mente, pero sé lo que todos están pensando y les aseguro que esto no se repetirá. Esto fue un accidente, yo no lo deseé así. Todavía no sé cómo controlar mis poderes y de verdad no quiero que esto vuelva a pasar. Por lo que he tomado una decisión. Me iré de aquí y cuando aprenda a dominarlos, regresaré —dijo Kagneline y Ashley gritó que no se fuera, los demás se quedaron callados. Kendra se acercó a Kagneline y le dijo que la esperaba en su oficina en quince minutos.

—Te juro que yo no lo quise matar —le dijo Kagneline a Kendra.

—Lo sé, pero yo no te puedo obligar a que te quedes —respondió Kendra.

—¿Me estas pidiendo que no me vaya?

—Así es, Ashley y yo deseamos tenerte cerca, pero al final es tu decisión.

—¿Qué opinan los demás?

—Viste la reacción de sus caras, no te puedo mentir. Te quieren, pero te tienen miedo.

—¿Por qué?

—Porque acabas de matar a uno de los potestas más poderosos en un segundo. No te lo he dicho, pero tu madre es toda una leyenda y ni qué decir de tu padre.

—Cuéntame de ellos por favor.

—Tu madre fue mi mejor amiga, y también mi hermana. Fue una de las mejores potestas que han existido. Ella comenzó hasta ahora la última guerra potesta. Luchó por sus ideales y un amor imposible, el de tu padre. Como sabrás por lo que te contó Ashley, a nosotros nos cuesta mucho trabajo procrear y tu madre tiene el mismo poder que tú, el fuego, que a diferencia de tu padre, es el agua. Todos sabemos por lógica que el agua y el fuego no se llevan bien, pero ellos lograron hacer un milagro, ¡tú! Lástima que ya no pueden estar presentes para verte, se sentirían tan orgullosos.

—¿Por qué nunca me dijiste que eres mi tía?

—Porque nadie lo sabe y prefiero que se quede así. Soy la encargada de este lugar. Todos creen que soy la más poderosa y por eso me tienen envidia. Muchos potestas desearían verme muerta, si se enteran que eres mi sobrina, podrías correr peligro.

—Puedo cuidarme sola, has visto lo que soy capaz de hacer.

—Sí, pero fue contra tu voluntad.

—Todo ha pasado muy rápido y creo que lo mejor es que me vaya, al menos por un tiempo, pero ¿podemos asaltar un banco antes de irme? Necesitaré mucho dinero.

—No te preocupes. Le pediré a Aarón que te cree una tarjeta de crédito con fondos ilimitados.

—¿Se puede hacer eso?

—Nosotros creamos el sistema, podemos hacer lo que queramos.

—¿Entonces por qué asaltamos un banco?

—Era parte de tu entrenamiento.

—¡Murieron personas inocentes!

—Después entenderás como todo funciona.

—¿Cómo puedes decir eso?

—Con el tiempo tú también lo dirás.

—No lo creo.

—No vamos empezar una pelea en este momento. Te veo mañana temprano a las seis —dijo Kendra y salió de su oficina.

Kagneline sólo pensaba en que moría por irse lo más rápido de ese lugar, pero tendría que esperar las órdenes de Kendra, aunque aun más importante que eso, era recibir la tarjeta.

Al día siguiente:

Kagneline fue puntual y estuvo a las seis en punto de la mañana en el lobby. Kendra llegó cinco minutos más tarde junto con Ashley.

—Toma, es un pasaporte, la tarjeta que te había dicho y en caso de que tuvieras algún problema cierra fuertemente tu mano mientras usas este brazalete, al hacer esto, activará una alarma e iremos en tu ayuda —dijo Kendra mientras le daba sus cosas a Kagneline.

—¡Te vamos a extrañar! —replicó Ashley y le dio un fuerte abrazo.

—¡Regresaré! No sé cuándo, pero lo prometo… regresaré —dijo Kagneline y se fue a la habitación de los transportadores para ir a Heathrow, el aeropuerto de Londres. Una vez en Londres fue al cajero automático para sacar dinero. Sacó mil libras en efectivo y fue a la ventanilla para comprar un vuelo a donde apuntara su dedo en la pantalla.

—Hola, me da un boleto para Nantes, Francia por favor —dijo Kagneline a la empleada de ventanilla.

—Si claro, ¿me permite su pasaporte? —le respondió amablemente la chica que la atendió.

—Sí —dijo Kagneline y se lo otorgó.

—¿Para qué fecha quiere el vuelo señorita Raines? ¿Señorita Raines?

—¿Disculpe? —contestó extrañada Kagneline.

—¿Lo pronuncié mal, usted no es Amber Raines?

—¡Oh! Sí, esa soy yo. Me fui a la luna por un momento, perdón —Kagneline se dio cuenta de que Kendra le había puesto un nombre diferente al suyo y el apellido de su madre en su pasaporte, ¿por qué haría eso?

—No hay problema señorita Raines. Solamente tengo vuelos para Francia dentro de una semana.

—Está bien. Tengo mucho tiempo libre —dijo Kagneline. Compró el boleto y se fue a hospedar al hotel más cercano del aeropuerto, pero lujoso de Inglaterra.

Kagneline nunca se encontró más feliz. Podía hacer lo que ella quisiera. El primer día salió de compras, pues no poseía nada de ropa más la que traía puesta. Fue al centro comercial y como toda mujer, pasó de tienda en tienda llevándose algo de cada una. Al final del día, tenía ropa para casi todo un año sin necesidad de repetir. Los dos siguientes días se la pasó encerrada en el hotel. Principalmente en el área de la piscina y aprovechaba su poder para calentar el agua. Todavía no podía crear chispas o flamas, pero ya era capaz de calentar las cosas. La cuarta noche decidió salir a conocer la vida nocturna de Inglaterra. Fue a un pequeño bar cerca del hotel. En cuanto llegó, se acomodó en la barra y pidió una margarita. Kagneline jamás había tomado alcohol, pues no había tenido la oportunidad ni el dinero, además de las ganas, pero hoy era un día especial. Tenía dinero infinito y un poder descomunal, el cual todavía faltaba aprender a controlar, pero en ese momento no le importaba pensar en ello. Kagneline notó que un chico se acercaba a ella.

—¡Hola! ¿Te puedo invitar un trago?

—Ya tengo uno, gracias —dijo Kagneline indiferente.

—¿Te puedo invitar el siguiente?

—No gracias, este es el último.

—¿Cómo, sólo vas a tomar eso?

—Sí, por favor déjame sola —le respondió Kagneline en un tono más elevado de voz.

—Creo que no entiendes lo que aquí pasa.

—Entiendo perfectamente. Yo digo no y tu cerebro no comprende el significado de dos letras.

—¡Escúchame, nadie rechaza a Brunn Mark!

—Si no te has dado cuenta, lo acabo de hacer. Así es que déjame en paz.

—¡No me importa lo que… auuuch! —Exclamó Brunn al tocar forzadamente la muñeca de Kagneline que estaba ardiendo.

—¡¿Qué eres?! —dijo Brunn mientras veía la palma de su mano totalmente roja, como si hubiera puesto la mano en un sartén.

—Digamos que te lo advertí al decirte que te fueras —dijo Kagneline y salió del bar.

—¡Me vengaré, lo juro por mi vida! —gritó Brunn mientras agarraba del dolor su mano derecha.

Esa noche Kagneline se dio cuenta de algo que ignoraba. Estaba hablando en otro idioma que nunca había aprendido. Estuvo a punto de cerrar su puño para llamarle a Kendra, pero esto no era una emergencia. Lo único que quería era saber la respuesta de porque podía hablar inglés cuando realmente sólo sabía francés.

No podía dormir y usó la computadora que estaba en la habitación. Buscó en internet la palabra “potestas”. Encontró que significaba poder socialmente reconocido en el derecho romano. Escribió “Jaqueline Raines” el nombre de su madre de sangre, pero no encontró nada relacionado con ella. Se quedó dormida con el teclado de almohada y la silla de cama.

Al día siguiente:

Kagneline se despertó adolorida de todo el cuerpo por el lugar donde se durmió. Pensó que con un buen baño se le quitaría, pero el alivio sólo fue momentáneo. Como sólo faltaban dos días para irse a Francia decidió tener un tour por Londres. Recorrió la ciudad a pie, pensaba que para conocer completamente un lugar, tendrías que recorrerla lentamente y ser observadora, algo que un automóvil no permite, a menos que estés atorado en el tráfico, sin embargo, sería frustrante en vez de emocionante.

Después de caminar dos horas por la ciudad sin ninguna dirección. Tomó un taxi con destino al “Big ben”. Le pareció algo hermoso y pensó si de verdad lo hicieron los humanos, o fue obra de los potestas. Le dolían los pies de caminar y la espalda de dormir mal, por lo que tomó otro taxi de regreso al hotel. Ya en el lobby, la recepcionista le contó que tuvieron un accidente y la habitación en la que se hospedaba fue quemada junto con todas su pertenencias. A Kagneline no le importó en lo absoluto, pues sólo significaba una cosa, ¡otro día de compras! La única pertenencia que no se quemó fue una chamarra con una figura de un dragón extendida. Kagneline se la puso después de que la recepcionista se la diera y se dirigió a la nueva habitación que le asignaron.

Al entrar en la habitación se dio cuenta que aquel tipo del bar estaba esperándola.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Kagneline confusa.

—Te dije que me vengaría.

—¿Qué piensas hacer?

—¡Ya lo hice, quemé todas tus cosas!

—Que sorpresa, ¿ahora ya te puedes ir?

—¿Qué, no estás enojada?

—No, al contrario… no sabía qué hacer con tanta ropa. Si me permites tuve un día agitado y necesito descansar. Ya sabes dónde está la salida.

—¡No me voy a ir así nada más!

—¿Qué necesitas para irte, qué te queme en otra parte?

—¡No! Ya me voy, ¿no me das ni un beso de despedida?

—¿Quieres que te queme el cachete?

—No, pero ¿cómo te llamas?

—Kag…. Amber —por un momento Kagneline había olvidado su otra identidad.

—Mucho gusto Amber, yo soy…

—Ya lo habías dicho, y me dijiste que ya te ibas.

—¡Nos vemos Amber! —dijo Brunn y salió inmediatamente de la habitación sin alguna respuesta más que el sarcasmo en la cara de Kagneline. Estaba tan cansada que se acostó de inmediato en la cama y tan pronto la tocó se quedó dormida.

Al día siguiente:

No podía decidirse si ir a las plazas a comprar más ropa o simplemente esperar y hacerlas en Francia. Faltaba poco para su vuelo y la verdad Kagneline no tenía ganas de salir del hotel, por lo que pensó en pasar su último día en la alberca. Sólo que existía un gran problema. Brunn había quemado toda su ropa y eso incluía su bikini. Por lo que aplicó el plan b, el cual todavía no sabía en qué consistía. Al final fue a comer a un restaurante y pasó a la plaza a ver ropa, pero no a comprarla, pues no quería cargar maletas.

El día del vuelo:

Kagneline ansiaba estar de regreso en Francia. Pensaba que esta vez sería diferente. Tendría dinero y dormiría en una cama real en vez de una banca como la última vez.

Se le hizo tarde y Kagneline abordó el avión cuando los demás pasajeros ya lo habían hecho. Miró en su boleto el número de su asiento y cuando fue a sentarse descubrió algo terrorífico, ¡Brunn Mark estaba sentado ahí! En el lugar que le correspondía a ella.

—Esto debe ser una broma —exclamó a sí misma y le llamó a la azafata.

—¿Le puedo ayudar en algo?

—Sí, hay un señor sentado en mi lugar.

—Permítame por favor su boleto, ¿señorita?

—Kagneline, aquí tiene —la azafata revisó el pase de abordar.

—Disculpe, pero tengo dos problemas, no hay nadie sentado en su asiento y este boleto no es suyo.

—¡¿Qué?! —respondió Kagneline volteando a ver el asiento. En el cual, efectivamente no había nadie.

—Discúlpeme, he tenido una semana pesada —dijo Kagneline, le arrebató el boleto a la azafata y se fue a sentar. La aeromoza la siguió y le pidió que le otorgara su pasaporte para corroborar que de verdad fuera Amber Raines, pues cuando le preguntaron su nombre dijo Kagneline inconscientemente al no acordarse de su apodo en el mundo humano, que es como ella pensaba llamarle de ahora en adelante a todo lo que estuviera fuera del Antartic Palace. Kagneline le enseñó el pasaporte y la azafata la dejó en paz. El avión empezó a moverse y pasado los diez minutos de vuelo se acercó un chico al lugar de Kagneline.

—Disculpe señorita, creo que está sentada en mi lugar.

—¿Eh? —respondió Kagneline mientras volteaba hacia arriba para verle la cara, se trataba ni más ni menos que de Brunn.

—¿Qué haces aquí?

—Fui al baño y cuando regresé, usted ya estaba en mi lugar.

—Sabes a que me refiero, ¿me estás siguiendo?

—No, eso parecería muy acosador de mi parte. Digamos que sólo quiero pasar un buen rato con una buena compañía.

—Entonces no estaba alucinando, ¡tú estabas aquí!

—¿Acaso te estás volviendo loca por mí?

—Ni lo sueñes.

—Señor, puede regresar a su asiento por favor —le ordenó la azafata a Brunn.

—Lo haría con mucho gusto, pero ella está sentada en mi lugar.

—Pero eso es imposible, acabo de ver el boleto de la señorita.

—Pues vea el mío —dijo Brunn y le enseñó su boleto que indicaba el mismo lugar en donde estaba sentada Kagneline.

—Debió de haber pasado algún error. Déjeme checar si hay algún asiento disponible. Regreso en un minuto, mientras tanto no se mueva de aquí.

—¿A dónde podría ir? Parece que el destino quiere que estemos juntos Amber.

—No lo creo, esto no puede estar pasando.

—Acéptalo, está pasando y no hay nada que puedas hacer.

—Lo siento mucho, no hay más lugares disponibles en todo el avión. Tendrán que sentarse juntos —dijo la azafata a Brunn y a Kagneline.

—¡¿Qué?! Disculpa, esto simplemente no puede ser —dijo enojada Kagneline y se levantó del asiento.

—Pensé que sería un poco extraño, pero te iba a ofrecer lo mismo. Te cansarías si yo me sentara encima de ti —dijo Brunn en tono de burla.

—¡No seas idiota! No me levanté para eso —dijo Kagneline y caminó hacia enfrente.

—Disculpe señorita Amber, pero no hay otra opción, tendrá que aceptarla y tal vez cuando esté en Francia le regresen su dinero —dijo la aeromoza.

—No me importa el dinero.

—¡Señorita Amber, no puede entrar ahí!

—Ya lo estoy haciendo, ahora dígame, ¿cómo se abre esta puerta?

—Pero esa es para salir del avión.

—Gracias, esa no era la pregunta.

—¡Estamos a más de diez mil pies de altura! No se puede por seguridad.

—Gracias por la información —dijo Kagneline y a pesar de que no encontró la manera de abrirla. Se prendió en llamas y la atravesó como si no existiera. Para así poder aventarse al aire como si ya lo hubiera hecho antes. La azafata quedó anonadada y se desmayó de la impresión.

Kagneline sentía como el aire helado le rozaba el cuerpo. Era como si estuviera chocando con algo solido que se convertía en polvo al tocar su piel. Por un momento pensó que podía volar. Se dijo a sí misma: ¡Vamos, lo he visto en la televisión, llamas a mí! Pero no pasó nada. Seguía cayendo en un abismo que parecía no tener fin. Trató de cerrar fuerte su mano, en la que usaba el brazalete que Kendra le dio. Sentía que le faltaba el oxigeno y perdió el conocimiento. Estaba inconsciente en el aire a siete mil pies de altura.

5

La mansión

Siempre había creído en el destino. Todo lo que me había pasado, creía que era por algo, por alguna razón me había tocado vivir esta vida. La cual era simplemente perfecta, hasta que llegó aquel día. De tan sólo acordarme me da rabia y juro que no descansaré hasta vengar sus muertes.

Ya estoy harto de estar aquí encerrado. Ellos creen que no me doy cuenta, creen que pienso que de verdad soy un paciente más, cuando en realidad soy un prisionero. Si tan sólo no estuviera aquí la mujer de mis sueños ya me habría marchado hace mucho tiempo. Aunque tengo que admitirlo, ella no es la misma. No sé qué es lo que le habrán hecho, pero ahora ella, es uno de ellos. No sé porqué me está pasando esto a mí. Nunca hice nada malo y estoy seguro que mi familia tampoco.

—¡Diego, despierta Diego!

—¿Qué pasa? —respondió él de un brinco.

—Ellos vienen hacia aquí, ¡tienes que irte!

—¿Quiénes son ellos?

—No te hagas el tonto, sabes a lo que me refiero.

—Vámonos Kathy.

—No puedo irme, no contigo.

—¿Por qué no?

—¡Porqué yo no soy Kathy! —Diego abrió los ojos de inmediato y se dio cuenta de que fue sólo un sueño. Seguía en la misma cama de aquel cuarto que parecía ser de un hospital.

—¿Estás bien Diego? Te ves un poco exaltado —le preguntó Kathy Beck que estaba a un lado.

—Sí, estoy bien. Sólo fue un sueño. Soñé q… soñé cuando nos conocimos, ¿te acuerdas?

—Como olvidarlo —respondió Kathy con una sonrisa.

—Traías ese vestido rosa que tanto me gusta, te veías preciosa con el.

—Gracias, tú también te veías muy bien, de lo contrario no me hubieras conquistado.

—¡¿Quién eres y qué haces aquí?!

—¿De qué hablas?

—Sé que no eres Kathy, ella nunca usa el color rosa.

—Diego, recibiste un disparo que iba a tu corazón. De no tener tu celular en el bolsillo de tu pecho no hubieras sobrevivido. Estás en shock, necesitas relajarte.

—¡No, yo sentí esa bala atravesar mis órganos! Última oportunidad, ¿quién eres y qué haces aquí?

—Lo siento Diego, me obligas a hacerlo —Kathy presionó un botón para llamar al doctor y empezó a sonar una alarma con un molesto sonido cada dos segundos. Diego se levantó de la cama y corrió hacia la ventana. Trató de romperla al golpearla con la fuerza del peso de su cuerpo sobre su hombro, pero no lo logró.

—Es inútil, ese vidrio tiene una profundidad de diez centímetros.

—¡Eso lo veremos cuando salga de aquí!

—Además, estamos a diez pisos de altura, ¿acaso te quieres matar?

—¡Prefiero morir antes de seguir con ustedes!

—Nosotros somos los buenos.

—¿Asesinar a mi familia los hace buenos?

—Ellos no eran tu familia. Tu familia murió hace mucho tiempo.

—¡No te creo! Lo dices para que me detenga.

—No, lo digo porque es la verdad —Diego todavía sin éxito de romper el cristal siguió intentándolo. Se abrió la puerta del cuarto y entró un hombre alto.

—Tengo las respuestas a tus preguntas. Por favor acompáñame —dijo aquel hombre, pero lo único que Diego hizo fue golpear nuevamente el cristal, esta vez hizo una pequeña quebradura y desapareció tras ella.

—¿A dónde fue? —preguntó el hombre a la mujer que se hacía pasar por Kathy Beck.

—No lo sé —contestó ella.

—Es la segunda vez que me decepcionas.

—¡Pero no fue mi culpa! —dijo Kathy y reveló su verdadera identidad. De un segundo a otro se convirtió de una adolescente a una mujer ligeramente madura, como de unos veintisiete años llamada Tifanny.

—¡Nunca es tu culpa! ¿Ahora qué pretexto vas a poner, Andrew no te avisó que se iba a escapar?

—¿Por qué eres así? —exclamó Tifanny entre lagrimas.

—Deja de llorar y mejor ve a buscar a Andrew, espero que él si sea de ayuda.

Unos minutos después:

—¿Me mando a llamar señor? —preguntó Andrew antes de entrar al cuarto.

—Sí, necesito que realices una búsqueda. Como te habrás dado cuenta, Diego se escapó y no debe de andar lejos.

—¿Cómo pudo suceder eso?

—Se estuvo pegando contra esa ventana hasta que logró hacer un pequeño orificio, y escapó.

—¿Entonces es cierto, él es el hijo de Renato?

—Es muy probable.

—¿Qué sugieres que hagamos?

—Tienes que tener un flash de su paradero, pero no podemos perder tiempo. Mientras tanto, busca a su hermana.

—Te refieres a…

—¡Kagneline! ¿Acaso tiene otra?

—Se podría decir, pero yo la maté cuando lo capturamos.

—Esa no era su familia, no su familia de sangre.

—Pero Kagneline está con Kendra, mientras esté con ella no podemos hacer nada.

—Retirate Andrew. No importa que día sea, ni qué hora sea, avísame si ves el paradero de Diego.

—Lo haré mi señor —contestó Andrew y se retiró de la habitación.

Semanas después:

—¡Hola! ¿Puedo hablar con Desmond? —preguntó Tifanny a la chica que hacía guardia.

—Conoces las reglas —le respondió ella sin voltearla a ver.

—Sí, pero de verdad necesito hablar con él.

—Lo siento, pero reglas son reglas.

—¡Y se hicieron para romperse! —dijo Tifanny y comenzó a correr hacia la habitación de Desmond para abrir la puerta de un empujón. Andrea, la chica que le había negado el acceso se quedó sentada en vez de perseguirla porque sabía que Tifanny regresaría de inmediato.

—¿Dónde está? —preguntó Tifanny una vez que regresó, pues vio que no se encontraba allí.

—Atrás de ti.

—¿Me estabas buscando? —dijo el hombre que vio desaparecer a Diego a través del agujero de cristal.

—Sí, quiero hablar contigo, ¡ya no soporto estar aquí, necesito salir!

—Sólo necesito un poco más de tiempo.

—¿Tiempo, para qué lo necesitas?

—Para arreglar todos los fracasos que has tenido.

—Pero no han sido tan graves.

—¡¿Qué no han sido tan graves?! ¡Gracias a ti Diego está desaparecido, y ya van dos veces!

—¿Entonces qué sigo haciendo aquí si no te sirvo?

—En su tiempo lo sabrás.

—¿De qué tienes miedo? Si me ayudas a salir, puedo ser muy generosa —dijo Tifanny mientras acariciaba suavemente la barbilla de Desmond.

—Es imposible resistirse a tus encantos.

—No por nada es mi poder secundario. Cierra los ojos.

—No te vayas a escapar. Sabes que no podrás hacerlo —dijo Desmond ya con los ojos cerrados.

—Lo sé, ahora ábrelos —Desmond abrió lentamente sus ojos y vio que ya no estaba Tifanny. En su lugar estaba otra mujer, un poco más alta y de cabello corto.

—¡No hagas eso Tifanny, respeta su memoria!

—¡Oh! Lo siento, creí que te gustaría recordar a tu esposa.

—Por favor, vuelve a ser tú.

—¡Pero si soy yo!

—Sabes lo que quiero decir, cambia de apariencia.

—Está bien, no vaya a ser que me mates como lo hiciste con ella —dijo Tifanny y regresó a su apariencia normal, hermosa como siempre.

—¿Te puedes marchar?

—¿De la mansión?

—Si es lo que tanto deseas, sí, te puedes ir a donde quieras, ¡eres libre!

—Te daría las gracias, pero sabes que una mujer siempre consigue lo que quiere. Una cosa más antes de irme, ¿qué piensas hacer con Diego?

—¿Te quieres ir, o quieres quedarte a qué conteste tus preguntas?

—No, ¡ya me voy! Te veo en otra época —por fin Tifanny estaba por irse. Lo que tanto deseaba desde hace años, hoy se volvía realidad. Empacó sus cosas y tomó prestado dinero de los ahorros de Andrea, dejándole una nota que luego se los devolvería. Cuando ya estaba en la puerta de la salida, el guardia la retuvo. Exclamándole que no podía dejar la mansión si no tenía una orden de Desmond. Tifanny aceptó y fue a buscarlo.

—Buenas noches. Necesito que dejes salir a Tifanny esta noche y que no se lo digas a nadie. Si preguntan los demás, digamos que se escapó, ¿entendido? —le ordenó Desmond al guardia justo unos minutos después de que Tiffany se fuera.

—Entendido jefe, o ¿debería decir Tifanny?

—¿Qué?

—¿Crees que soy estúpido, qué no sé que tu poder es hacerte pasar por otras personas?

—Estás en lo cierto, ese es el poder de Tifanny, pero no el mío.

—¡Mientes! —dijo el guardia y atacó a Desmond dejándolo inconsciente, o ¿fue a Tifanny?

—Ahora veremos que opina el verdadero Desmond cuando vea lo que hiciste —dijo el guardia al agarrar el teléfono para marcarle, pero no contestó—. Tienes suerte de que no esté, pero cuando lo encuentre te va a ir muy mal.

Unas horas después:

Eran ya las once de la noche y lo que parecía ser Tifanny disfrazada de Desmond seguía tumbada en el piso del baño. Con las manos esposadas y con cinta gris como tapabocas. El guardia volvió a marcar el número de Desmond y como no hubo respuesta, decidió esperar hasta el día siguiente. Cerró su cabina de vigilancia y se durmió. Entre sueños escuchó golpes, susurros, de fondo el sonido de las gotas de lluvia chocando contra la ventana y cuando se despertó, al abrir los ojos, vio su pesadilla. Vio en “close up” la cara de Tifanny, que se encontraba afuera de la cabina. De inmediato el guardia abrió la puerta y Tifanny, empapada por la lluvia, pasó. Antes de que pudiera decir algo, el guardia la amenazó.

—¡¿Cómo escapaste?!

—¿Escapar de dónde? —contestó Tifanny confundida.

—De aquí, te tenía amarrada en ese cuarto.

—No sé a quién tenías, pero fuese quien fuese, no era yo. Todo este tiempo me la pasé buscando a Desmond, pero no lo encontré.

—Entonces si tú estás aquí, ¿significa que me equivoqué de persona?

—Sí, pero eso no me importa. Andrea me dio este pase de salida, así es que me voy.

—¡Espera! Necesito de tu ayuda.

—¿Y por qué te ayudaría?

—Tienes que ver esto —dijo el guardia mientras se acercaba al cuarto del baño.

—¿Desmond, qué hace aquí?

—Lo vi cinco minutos después de que te fuiste a buscarlo. Me dijo que te dejara salir y que no se lo dijera a nadie. Se me hizo muy sospechoso, ¡pensé que eras tú! Así es que lo golpeé y quedó inconsciente. Lo amarré y ahora lo tenemos en nuestro poder. Indefenso como un perro de la calle, ¡podemos matarlo Tifanny! ¿No es lo que siempre has querido?

—Es muy tentador.

—¡Vamos, hazlo! Nadie lo extrañará, todos lo odian —Tifanny sacó una pistola de su chamarra y apuntó a la cabeza de Desmond.

—Sólo hay un pequeño problema, ¡no soy una asesina! —exclamó Tifanny y giró rápido para dispararle al guardia en la pierna. Él cayó al piso y gritaba mientras apretaba su muslo para impedir que la sangre saliera. Tifanny desató a Desmond y se escuchó un gracias por parte de él. Desmond se levantó y se quedó mirando a Tifanny.

—No sé si darte las gracias por salvarme la vida, o si lo hiciste porque sabías que siempre estuve despierto.

—Digamos que fue por ambas.

—Ya te puedes ir Tifanny, yo me encargo.

Mientras Tifanny recorría la carretera en moto, pensaba:

Sólo existe un lugar al que puedo ir y estar tranquila. La casa de mis padres, o lo que era su casa cuando todavía vivían. Me espera un largo viaje a Inglaterra, mi país natal. Tengo tantos buenos recuerdos que me arrepiento que sólo quede eso; recuerdos, memorias que pensé ya estaban olvidadas, siguen estando en mi mente.

Tardaré un poco en montar mi oficina, pero como mi padre siempre decía: Todo beneficio conlleva un sacrificio, y a veces el mayor sacrificio es el tiempo, pues no lo puedes recuperar. Siempre tratando de trabajar duro, esforzándose por un futuro que quisieron y no conocieron.

Poco a poco mis aliados se van convirtiendo en mis enemigos. Le quité todos sus ahorros a Andrea, aún así, tengo el descaro de tomar su motocicleta y la verdad no me importa lo que ella piense.

Se siente tan bien estar en casa. Todo sigue igual como lo dejé, obvio con más polvo y telarañas de lo normal, pero me preocuparé de eso mañana. Por hoy, lo único que realmente deseo es dormir hasta que los ojos me ardan de no abrirlos.

Al día siguiente:

Algo todavía mejor que dormir, es el levantarse y tener el desayuno a tu lado. Una buena botella de ron acompañado con una rebanada de pizza de la noche anterior. Mi casa es humilde y pequeña. Me gusta mucho más que la mansión búfalo por una simple razón; es mía y antes fue de mis padres. Es todo lo que me queda de ellos.

Es bueno ver que todavía funciona mi ordenador viejo. Ahora sólo necesito conectarme al internet de los vecinos y una buena dosis de cafeína.

—Venga Diego, ¿dónde has estado? —se preguntó Tifanny al mirar en páginas de internet distintas grabaciones de cámaras de seguridad. Pasó todo el día y noche viéndolas hasta que se quedó dormida recostada en la silla, utilizando como almohada el escritorio. Para cuando despertó ya era de día y lo único que hizo fue a acostarse a la cama para seguir durmiendo.

Tifanny se despertó de golpe por un sonido provocado en el cuarto. Se levantó y fue hacia el ordenador para apagarlo, pero vio algo que le llamó la atención

—¿Qué hace una grabación del Antartic Palace en internet? Debo estar alucinando —se dijo a sí misma.

Pasó una semana más, Tifanny todavía no tenía ninguna pista del paradero de Diego. Se pasó toda la semana en la computadora, los ratos libres los ocupaba para dormir y comer. Le ardían los ojos. Necesitaba descansar, tomar un poco de aire libre. Aprovechó para visitar a sus difuntos padres. Tifanny se vistió de luto, ocultó su arma por debajo de la chamarra y se dirigió al cementerio.

—¿Quién lo hubiera dicho? Ustedes dos, los potestas más orgullosos y sin mencionar poderosos. Enterrados en un cementerio de humanos, ¿qué decir de su hija? Una fracasada que todo le sale mal —pensó Tifanny en voz alta, se hincó de rodillas en la tumba de sus padres y empezó a llorar.

—Tranquila, sé lo que se siente. Yo también los perdí —dijo una voz aguda detrás de Tifanny. Ella volteó hacia atrás para ver quién era.

—¡¿Diego, qué haces aquí?!

—¡¿Cómo sabes mi nombre?!

—Porque yo te ayudé a escapar de esa farsa de hospital.

—¡Aléjate de mí! —gritó Diego y se echó a correr. Sentía que había algo le resultaba familiar en ella, pero su instinto le impido observar con detalle.

—¿Por qué siempre tiene que haber una persecución, por qué no simplemente un…? “Hola, soy del clan que mataron a tus padres adoptivos, ¿quieres un café? O sí, claro —desvarió Tifanny y fue tras Diego.

—¡Espera, no quiero hacerte daño! —Diego no respondió, él siguió corriendo tan rápido como pudo. Cuando ya no aguantaba más, se detuvo y miró hacia atrás, ya no lo seguía.

Diego continúo, esta vez caminando, pues pensó que llamaría menos la atención. Unos metros adelante estaba una patrulla estacionada y un oficial de policía recargado en ella. Él sabía que no podía confiar en la policía local. No porque estuviera corrompida, sino porque no es nada comparado con los poderes de ellos. Comparados con el poder que Diego descubrió hace unos días, pero era todo lo que tenía.

—Oficial, me vienen persiguiendo, ¡necesito que me ayude!

—Tranquilo, entra al coche y cuéntame, ¿qué pasó? —le contestó el oficial y una vez adentro Diego le explicó lo sucedido, omitiendo pequeños detalles como el por qué lo perseguía.

—Debes estar agotado. No tengo agua, pero tengo refresco, toma.

—Gracias —dijo Diego al aceptar y beber un sorbo.

—Cuéntame de esa mujer que te perseguía, ¿era guapa?

—¿Eso qué tiene que ver?

—Nos ayudaría a identificarla.

—No es guapa… es preciosa, como si fuera un ángel caído del cielo.

—¿Si es un ángel, por qué huías de ella?

—¿Acaso no me escuchó? ¡Sabía mi nombre y dijo que quería hacerme daño!

—Qué tal si dijo “NO quiero hacerte daño” y simplemente omitiste el no.

—Te acabas de pasar la comisaria.

—Sí, lo sé.

—¿No vamos ahí?

—No.

—¿A dónde vamos?

—Si te lo digo, querrás escapar de nuevo y ya me estoy cansando de perseguirte.

—¿Quién eres y qué es lo que quieres de mí?

—Que rápido olvidas a un ángel tan hermoso como yo —dijo el oficial, detuvo la patrulla un momento y cuando volteó hacia el asiento trasero donde Diego se encontraba, ya no era aquel policía, en su lugar era Tifanny, la mujer con que Diego había estado soñando todo este tiempo, pues ella era la chica del broche turquesa.

—¿Cómo haces eso?

—Porqué soy como tú.

—Pero yo no puedo hacer eso.

—No, claro que no. Cada uno de nosotros tiene un poder especial. El mío es hacerte creer que soy otra persona. El tuyo, como ya te habrás dado cuenta, es manipular el agua, incluso convertirte en ella.

—Mataste a mis padres, ¿cómo sé que puedo confiar en ti?

—Porqué yo no los maté, fue Andrew, un compañero mío. La misión era ir por ti, no por ellos. El matarlos fue decisión de él, no de nosotros.

—Dijiste nosotros, ¿hay más personas cómo tú?

—Sí, en realidad somos pocos. No sobrepasamos de cincuenta en todo el mundo

—¿Por qué?

—Diego no alcanzó a terminar su pregunta cuando lo interrumpió Tifanny.

—Escúchame bien que no lo pienso repetir. Tienes dos opciones. Vienes conmigo y te contesto todas las preguntas que quieras una vez estemos a salvo, o te dejo aquí, sin dinero y conociendo a Andrew te encontrará, y sabes que sus métodos no son muy sociables que digamos.

—¿No trabajas para él?

—Desde hace unos días ya no. Ahora trabajo por mi cuenta.

—Entonces vamos —dijo Diego y Tifanny lo llevó a su casa.

—¿Qué haces aquí en Sheffield? —preguntó Tifanny una vez que ya estaban en la casa.

—Te preguntaría lo mismo, pero sé porque estás aquí.

—¿Por qué crees que lo estoy?

—Por mí. Te mandaron a buscarme y de no haber aceptado me perseguirían por el resto de mis días.

—No te creas tan importante Dieguito. Estoy aquí porque es mi casa, y lo del cementerio no fue un acto, eran mis padres a los que visitaba.

—¿Entonces por qué me perseguiste?

—Sólo quiero que conozcas a los tuyos. Que conozcas lo que eres, que conozcas la verdad. Yo no tuve esa oportunidad, y me parece justo que tú sí la tengas.

—¿Qué soy… un alienígena?

—No. Hace muchos años sólo existíamos nosotros. Los seres humanos eran primates, unos animales salvajes que necesitaban ser domesticados. Éramos pocos, pero dominábamos. No el mundo, principalmente lo que ahora es Europa. Fue cuando les dimos su mayor ventaja, les enseñamos a razonar. Años después hubo una revolución y nuestros poderes no eran nada comparado con los millones de personas que había. Nos retiramos y si de por si éramos pocos, fuimos menos. Desde aquel entonces vivimos en la sombra, y aún así seguimos dominando. Nosotros les inventamos creencias, distracciones y lo más importante; sistemas. Ellos sin saber, se convirtieron en nuestros esclavos.

—Si es que todavía tenemos el poder, ¿por qué vives en esta pocilga?

—¡Este fue el hogar de mis padres! Y también el mío cuando era niña.

—Lo siento, no sabía.

—Ellos murieron de pie. Luchando por sus ideales, por los ideales potestas.

—¿Potestas? —repitió Diego, pues no sabía a lo que Tifanny se refería.

—Así nos hacemos llamar. El punto es que existen dos bandos.

—El bien y el mal.

—No existe el bien y el mal, sino opiniones diferentes. Es lo que decía mi madre.

—No te entiendo.

—Digamos que existe una enfermedad contagiosa. Sólo se transmite de una persona infectada a otra. Algo como sucede con los zombis en las películas. Unos tratan de curarla, pero sólo la prolongan y mientras eso pasa, se contagian unos con otros, haciendo que se expanda la infección. Mientras los otros erradican a todo aquel que esté infectado y una vez que no exista alguien con ese virus o mutación, acaban de raíz con la infección. Si hacemos cuentas se salvarían más personas si se mataran a todos los infectados de una sola vez. Los dos métodos buscan un bien a la sociedad. Sus métodos son muy diferentes y el que pareciera ser más salvaje e irracional, por desgracia, es el más efectivo.

—¿Qué les diferencia de un bando a otro?

—¿No me escuchaste? Buscan lo mismo, la supervivencia, pero de distintas formas.

—No, yo hablo de… los potestas, ¿verdad?

—Existe un lugar llamado Antartic Palace. Ahí viven los potestas que poseen el poder del mundo, los que controlan el sistema. Nosotros somos la resistencia, vivimos tratando de recuperar ese lugar, ese poder.

—¿Qué piensan de los humanos?

—Unos los vemos como lo que son, o lo que pensaba que eran; simples mascotas, otros los ven como iguales, incluso llegan a establecer relaciones amorosas.

—Entonces odias a los humanos.

—No los odio. Simplemente trato de continuar con el deseo de mis padres. Hacer que su muerte no haya sido en vano.

—Hablando de padres, ¿qué sabes de los míos, en realidad no son los que me criaron?

—No, por tu poder, estamos casi seguros que tu padre fue Renato, y tu madre… suponemos fue Jaqueline Raines. Ambos murieron, tu padre antes de que nacieras. Tu madre falleció después de dar a luz a una niña, que hasta hace unos meses dábamos por muerta.

—¿Entonces tengo una hermana?

—Sí, tu hermana tiene tu edad. Creemos que fueron gemelos.

—¿Creen?

—Pensábamos que estaban muertos. Se supone que ella murió al año de nacida y no sabíamos que tú existías.

—¿Dónde está ella?

—Con los otros potestas en el Antartic Palace.

—¿Cómo supieron de mi? Si no sabían ni siquiera que había nacido.

—Andrew tuvo visiones sobre ti, la más clara fue de una boda donde tú y yo aparecíamos. Yo creí que él estaba loco, pero tenía que asegurarme. Cuando me dijiste que tenías familia humana. Andrew tenía que estar equivocado, por eso me fui.

—¡Entonces no te fuiste porque te dije te amo!

—¿Me dijiste te amo?

—Olvídalo.

—Lo olvidaré con una condición.

—¿Cuál?

—¿Aceptas o no?

—Supongo que sí.

—Hay cosas más importantes en las que concentrarnos. Quiero que te olvides de mí, al menos por un rato. Ahora vete acostar que mañana empieza tu entrenamiento.

—¿Entrenamiento?

—¿Cómo piensas usar tus poderes, si no sabes cómo controlarlos?

—Eso me gusta —dijo Diego y fue a la cama.

Al día siguiente:

Diego se despertó por un ruido que provenía de la cocina. Se levantó y vio que estaba vacía. Escuchó como una lata cayó de la alacena detrás suyo, volteó rápidamente y vio qué lo que la tiró fue una rata que parecía conejo de tan grande que estaba.

—¿Tifanny? Tenemos un huésped, ¿estás aquí? —preguntó Diego, pero no hubo ninguna respuesta de ella.

—¿Tifanny? —volvió a preguntar Diego en voz alta y como nuevamente no hubo respuesta, Diego decidió entrar a la habitación donde se suponía que Tifanny pasó la noche. Abrió lentamente la puerta y miró la cama, estaba destendida y vacía, no había nadie. Diego quiso pensar que había ido por el desayuno, pero su instinto le decía que no era eso. Escuchó que abrían la puerta y Diego al pensar que podía ser un intruso, tomó el arma que estaba en el buró y esperó a que pasara. Cuando pasó a la habitación, Diego casi disparó el arma.

—¡Dame esa pistola! —ordenó Tifanny una vez que entró en la habitación y Diego se la dio con las manos temblando.

—Disculpa, escuché ruidos y pensé que estabas en peligro, ¿dónde andabas?

—¿Acaso no se nota? —dijo Tifanny señalando su cuerpo cubierto por una bata de baño.

—¿Bañándote?

—Sí Diego, me estaba bañando, me sorprende tu inteligencia. Se me olvidaba decirte las reglas. Número uno: Por ningún motivo entres a mi cuarto, esta es la primera y última vez. Segundo: No agarres a mi cachorro, me refiero a mi pistola, así le digo de cariño y la más importante; la regla número tres: Si crees que estás o estoy en peligro, ¡huye! Todavía no eres lo suficientemente fuerte para enfrentar a alguien, te matarían en lo que pestañeas, ¿entendido?

—Sí.

—Ahora sal y trae el desayuno.

—Está bien, ¿de dónde agarro dinero?

—Es parte de tu entrenamiento conseguirlo.

—¿Cómo, no me vas a ayudar?

—No, y vete que ya tengo hambre.

—¿Cómo sabes que no me iré para siempre?

—Porque quieres saber que eres, cómo controlarlo y además me amas.

—Creí que habías dicho que lo olvidáramos.

—A una chica siempre le gusta que le digan que la aman.

—¿Entonces no te molesta?

—Lo que me molesta es que no vayas por algo de comer.

—Su majestad, ¿quiere algo en especial?

—Se me antoja una pizza, pero si la traen seria facilitarte el trabajo.

—Entonces tendré que salir. Regresaré en cuanto pueda —Tifanny no esperó a Diego, tomó una sopa instantánea que estaba desde hace años y fue a desayunar a su habitación. Se quedó dormida al terminar de desayunar, cuando se despertó, salió del cuarto para ver si Diego ya había regresado.

—Hasta que sales de tu escondite —dijo Diego al ver a Tifanny entrar a la cocina.

—Me quedé dormida, ¿por qué no me dijiste que ya habías llegado?

—Primera regla: No entrar a tu cuarto por nada del mundo.

—Pudiste haber tocado, pero ya no importa eso, ¿qué trajiste de desayunar?

—Querías pizza, pues traje pizza.

—Cuando dije que tenías que entrenar, no me refería a que te hicieras repartidor, ¿y la pizza? —preguntó Tifanny al ver que no había nada en la mesa.

—Supuse que no querrías comer aquí. Mejor te invito a un restaurante italiano donde dicen que venden la mejor pizza de toda Inglaterra.

—¿Con qué dinero me piensas invitar?

—Después de comer podemos ir de compras. Ese broche turquesa tiene que combinar con algo —dijo Diego y sacó un fajo de billetes para abanicarse la cara.

—¿Qué haces? —preguntó Tifanny mientras lo veía raro.

—Lo siento, siempre quise hacer eso, ¿lista para irnos?

—Dame cinco para cambiarme, y vamos.

—El auto está afuera esperando.

—¿Auto? —preguntó Tifanny.

—Olvidé decirte un pequeño detalle, antes de regresar, pasé por un Aston.

—¡Pero ese auto cuesta millones! ¿De dónde sacaste tanto dinero?

—Digamos que de una pequeña apuesta.

—¿Pequeña apuesta? Necesito que me cuentes todo lo que pasó cuando te fuiste.

—No es una larga historia, pero te la contaré de camino que mi estómago cruje.

6

Es bueno estar de vuelta

Kagneline sintió un pequeño cosquilleo en el abdomen, pues un pequeño cangrejo caminaba sobre este. Antes de que pudiera abrir los ojos, tosió fuertemente a causa de toda el agua que tragó cuando cayó al mar inconsciente. Se despertó y se dio cuenta que estaba en la orilla de la playa. Se puso de pie teniendo un gran dolor de cabeza. Mareada y con ganas de vomitar, logró caminar tratando de encontrar una cabaña, una persona, algo que la auxiliara de su situación, pero se dio cuenta que no había nada ni nadie más que ella misma.

Intentó llamar a Kendra con el brazalete que ella le dio, pero fue inútil, estaba destrozado. Lo único productivo que pudo hacer fue escalar palmeras para juntar cocos. Mientras guardaba estos debajo de unos arbustos, se percató de algo; empezaba a anochecer y no tenía un lugar donde dormir, ¿dormiría en la playa, por cuánto tiempo estaría ahí? Kagneline no sabía si estaba en una isla, o a las orillas de Inglaterra u otro país.

Golpeó el último coco que le faltaba por guardar contra el tronco de una palmera, para tratar abrirlo, pero no pudo. Trató de picarlo con una rama, pero esta se partió en dos. Desesperada por no poder abrirlo lo aventó tan fuerte que al chocar con la palmera, se hizo una diminuta abertura, pero Kagneline no se dio cuenta por lo enojada y frustrada que estaba. Cada segundo que pasaba, hacía que se oscureciera más la tarde. Kagneline se adentró en la playa para recoger ramas y con ellas hacer una fogata. Ya que tenía bastantes regresó a la orilla y juntó los palos en forma de pirámide. Se concentró y trató de utilizar su poder para prenderles fuego. Lo único que logró fue que se calentaran como si el sol les estuviera brindando toda su radiación. Pensó que tal vez su poder no era crear fuego, sino controlarlo. Frotó dos varas con la ilusión de crear una pequeña llama, una chispa por lo menos, pero no pudo, después de tanto procurar, se quedó dormida a un lado de su intento fallido.

A las dos de la madrugada:

Kagneline se despertó por el sonido de las hojas que el viento movía. Tan pronto abrió los ojos,empezó a sentir el aire calentar su cuerpo, era la fogata que había intentado prender al quedarse dormida, estaba encendida. Seguramente la prendió mientras dormía, no sería la primera vez que utilizaba su poder de forma inconsciente. Las hojas seguían moviéndose, pero esta vez más rápido. Se puso de pie y supo que no era el viento el que las acariciaba. Algo se acercaba rápidamente a donde ella estaba. Se quedó petrificada del miedo y de los nervios sus piernas no respondían su deseo de correr, alejarse de lo que sea que viniera. Un tigre blanco salió de entre la jungla y se acercó lentamente a donde estaba parada, ella seguía sin poder moverse. Una vez que sintió nuevamente las piernas, decidió quedarse quieta. «A lo mejor y no me ha visto, a lo mejor sólo vino a tomar agua y se va», fue lo que pensó, pero cuando vio que había otro tigre más pequeño que el primero, tenía que ser su hijo.

En ese momento Kagneline se visualizó como si fuera comida de tigres, a ellos les gusta la carne, ¿cierto? Y tal vez no han comido carne en mucho tiempo. «Quizás no hay más en la isla más que la mía», pensó. Cerró los ojos e inhaló profundamente contando tres segundos, terminados estos, abrió los ojos y vio que aquel tigre pequeño se encontraba lamiendo el coco que Kagneline había intentado abrir y no se dio cuenta que si logró hacerlo al aventarlo. Eso era la razón del porque estaban ahí. No estaban para comérsela, sino por el jugo que hay dentro del coco. Kagneline se sintió aliviada y cayó de rodillas sobre la arena, ese sonido alertó a los tigres y corrieron en dirección a ella como si fueran a atacarla. Ella hincada en la arena vio que se acercaban, instintivamente movió su brazo de tal forma que aventó el fuego de la fogata a la cara de aquella bestia, esta chilló y se alejó velozmente junto con su cría. Kagneline lo había hecho nuevamente; utilizó su poder para defenderse, pero tenía que pasar unos días en la playa antes de adentrarse en la selva para asegurarse si estaba en una isla o en una costa. Sobre todo, tenía que aprender a controlar su poder cuando ella quisiera y no cuando estuviera en peligro, pues no sabía lo que pudiera haber aparte de esos tigres.

Una semana después:

Kagneline se había adaptado muy bien a la naturaleza. Hizo una pequeña terraza juntando troncos resistentes y amarrándolos a tres palmeras con ramas tan delgadas que parecían cuerdas. Pasaba ahí la noche, con la esperanza de que aquellos tigres no regresaran y en caso de que lo hicieran, no alcanzaran a llegar a la altura donde estaba la terraza. Quemó y pulió una roca de tal forma que quedara como si fuera una daga, la cual utilizaba para pelar los cocos. Por las mañanas recolectaba frutas y todo recurso que podría serle útil. Por las tardes entrenaba, ya podía crear fuego de la nada, pero todavía no podía controlarlo.

Dos meses después:

Por fin estaba preparada, era hora de partir, pero no quería. Esa playa le enseñó lo que nadie más. Por fin podía controlar su poder, podía sobrevivir estando sola y aunque ya estaba harta del agua de coco, sabía que la extrañaría.

Fuera de la playa, en la jungla:

Kagneline ya había caminado kilómetros y no veía ni una sola señal de algo que pudiera ser civilización. Estaba agotada de tanto caminar y necesitaba descansar un poco. Antes de tomar reposo, decidió trepar un árbol para ver que seguía en su camino, pero sólo vio más arboles y nada útil. Al intentar subir un poco más, una rama se rompió y cayó al suelo desde tres metros de altura. Se levantó con el hombro roto y con los pies removió la tierra, pues se dio cuenta que donde cayó era metal. Tenía que haber una puerta por ahí, pero Kagneline no podía esperar. Se hincó y puso su mano sobre el piso de metal. Empezó a calentarlo hasta el punto de crear un hueco donde ella cupiera. Una vez adentro notó que estaba en una celda, la cual parecía que no había sido visitada en años, derritió la cerradura y siguió todo el pasillo. Al abrir la puerta del pasillo se dio cuenta que ya había estado aquí, el lugar le parecía bastante familiar, estaba en el sótano del Antartic Palace, pero eso era imposible. Ella estaba cerca de Inglaterra, ni siquiera su vuelo pasaba encima del océano antártico, y se encontraba a miles de kilómetros para que el mar la hubiera arrastrado, ¿cómo llegó ahí? Era una pregunta que sería respondida a su debido tiempo, lo importante ahora era arreglar su hombro, caminó un par de horas más, pues el pasillo era inmenso y estaba a kilómetros del centro, hasta que llegó a la sala del Doctor Gabriel, sin embargo, antes de abrir la puerta, escuchó que tenía compañía.

—Estos resultados son impresionantes —dijo una voz que parecía ser de Kendra.

—Ella no sólo es inmune al virus, sino que podemos hacer una cura con su sangre —respondió Gabriel.

—¿Los resultados son temporales?

—Sí, al menos por un tiempo.

—¿Qué quieres decir?

—Con cada dosis que tomas, una parte elimina al virus y otro lo neutraliza

—¿Eso qué significa?

—Que entre más la tomes, habrá un día en que ya no lo necesitarás.

—Entonces inyéctame de nuevo.

—No puedo.

—¿Por qué no?

—Porque ya no tengo.

—Pues haz más.

—Sabes que sólo Kagneline tiene el neutralizador en su sangre, ella es la elegida, la leyenda contada por Zeit

—¿Cómo puedes creer en esas tonterías?

—¿Qué leyenda? —preguntó Kagneline entrando al cuarto donde estaban Kendra y Gabriel.

—¡Kagneline, qué bueno que estás de vuelta! —dijo Kendra con una sonrisa.

—Antes que nada, creo que me rompí el hombro, ¿puedes arreglarlo? —preguntó Kagneline refiriéndose a Gabriel.

—Claro, déjame ver… ¿cómo pasó, te duele?

—Me caí de un árbol. El dolor es soportable, pero fue hace un par de horas, seguro todavía tengo la adrenalina a tope.

—¿Un árbol, qué hacías trepada en uno?

—Es una larga historia.

—Está bien, por fortuna no te lo rompiste, sólo se dislocó. Será sencillo, pero doloroso. Sólo tengo que acomodarlo.

—No importa, entre más rápido mejor.

—A la de tres 1… 2.

—¡Auch, dijiste qué a la de tres!

—Y tú que entre más rápido mejor. Ahora cuéntame, ¿cómo regresaste?

—Tomé un vuelo hacia Francia y después de eso sólo recuerdo que me desperté a la orilla de esta isla. Pasé tres meses pensando que estaba en una playa de Inglaterra, ¿cómo puede ser eso posible? La isla no está nada cerca.

—Porque movimos la isla —respondió Kendra, mientras Gabriel le inyectaba unos analgésicos a Kagneline.

—¿Cómo?

—La pregunta no es cómo, sino, ¿por qué?

—¿Qué pasó?

—Nada, la isla se mueve cada seis meses para protegerse.

—¿Protegerse de quien?

—De cualquiera. Esta Isla es mucho más importante de lo que te imaginas.

—Regresando al tema, ¿de qué leyenda hablaban?

—Hace un año, tuvimos una visita inesperada, mejor dicho; Ashley tuvo una visita inesperada. Un hombre llamado Zeit vino y le contó el futuro. Le dijo que una chica llegaría a la reserva natural donde nos encontraste, cruzando nuestras barreras y que estaría desorientada. Ella sería nuestra salvación y también nuestra destrucción si no le brindábamos apoyo, esa chica eres tú.

—¿Qué pasó con Zeit, dónde está?

—Ashley y él se enamoraron, pero Zeit es un viajador en el tiempo.

—¿Eso qué significa?

—Que su poder es viajar al pasado o al futuro. El ha visto desde el comienzo de la vida hasta la extinción de la misma.

—¿Cuántos años tiene?

—En este año, ni siquiera existe. Él nace unos cien años después de esta fecha.

—¿No afecta el futuro que él viaje al pasado?

—Por eso mismo se despidieron Ashley y Zeit. Imagínate que su hijo nazca cien años antes que él.

—¿Podría ir a ver a Ashley? Quiero hablar con ella.

—Lo siento, pero ella no está aquí.

—¿Dónde está?

—En Irlanda, tal vez Francia.

—¿Cuando regresa?

—Le dejaré un recado que estás aquí y seguro vendrá en cuanto pueda.

—¡Gracias!

—Por el momento necesito tu ayuda Kagneline.

—¿Necesitas mi sangre, verdad?

—Sí, déjame explicarte: El virus verde que te inyectaron fue creado por una potesta que su poder era inhabilitar el de los otros. Cuando fue la guerra potesta, crearon un virus con su sangre para tomar ventaja. Como sabrás, todo potesta pierde sus poderes si se le inyecta con ese virus, todos excepto tú.

—Quieres decir que, ¿yo soy la cura?

—Así es, y ahora somos nosotros los que tomaremos ventaja.

—¿Cómo?

—Todavía no sabemos bien, seguimos investigando.

—Les daré mi sangre con una sola condición.

—¿Cuál?

—Que sean totalmente honestos conmigo.

—Claro que sí.

—¿Qué es lo que están investigando?

—Hasta ahorita, sólo la reacción de tu sangre en mí, me regresó mis poderes.

—Si me disculpas Kagneline. Me gustaría analizar el avance que has tenido con tu poder, ¿ha habido alguna mejora? —preguntó Gabriel.

—Te lo puedo mostrar, ¡mira! —respondió Kagneline y con un simple chasquido de dedos creó una pequeña flama que se expandió por todo su cuerpo.

—¡Tranquila! No queremos quemar la isla.

—Lo siento, ¡¿pero no es sorprendente lo que puedo hacer?! —dijo Kagneline apagando sus llamas.

—Sí, y también muy peligroso, ¿recuerdas por qué te fuiste? Mataste a Rodrigo.

—¡Pero fue un accidente!

—Un accidente por no controlar tu poder.

—¡Pero ahora puedo hacerlo!

—Eso no lo sabemos.

—¿Qué pasa? O mejor dicho, ¿qué pasó? Antes de irme, maté a un potesta y no pasó nada, ahora que regreso me reprochan algo que no fue mi intención.

—Discúlpanos, pero Rodrigo era una parte valiosa del equipo. Si me permites Kagneline, ¿por qué no te quedas con Victoria a que te haga unas pruebas de sangre? —preguntó Gabriel.

—¿No podría ser mañana? Ya estoy harta de dormir sin almohada y despertarme con arena metida en la ropa, además necesito un buen baño caliente.

—Claro. Ya sabes dónde está tu habitación.

—¡Adiós! —dijo Kagneline y se fue a su cuarto.

Al día siguiente:

—¡Despierta floja! —escuchó Kagneline y al reconocer la voz, abrió de inmediato los ojos.

—¡Ashley, qué gusto escucharte!

—¿Cómo estás? —preguntó Ashley.

—Después de dormir en una cama, diría que estoy perfecta —le contestó Kagneline.

—Cuéntame, ¿cómo es qué estuviste más de un mes aquí sin saber que era el Antartic Palace?

—Kagneline le contó todo su viaje y que ni siquiera pudo ir a Francia.

—¿Tú que hacías fuera de aquí?

—La verdad fui a ver a mi novio, ¡pero no le digas a nadie! Que quede entre nosotras.

—¿Fuiste a ver a Zeit?

—¿Cómo sabes su nombre?

—Kendra me contó.

—Ves porque te digo, los chismes corren como virus en pandemia.

—¿Ya se fue?

—Sí, me dijo que iba a comer carne de tiranosaurio.

—¿Puede viajar tantos años atrás?

—Sí… bueno, la verdad no lo sé.

—¿No le has preguntado?

—El poco tiempo que tenemos juntos no pienso gastarlo haciéndole preguntas sin importancia. Yo sólo venia a darte un recado, tengo que ir a recuperar el tiempo perdido de entrenamientos, como ahora son individuales, nos llevan más tiempo. Órdenes de Kendra, ¿nos vemos en la tarde?

—Dalo por hecho.

—Por cierto, Victoria te espera… ya sabes dónde.

—Gracias, nos vemos más tarde —le respondió Kagneline y fue con Victoria después de desayunar.

Más tarde:

—Hola Victoria, ¿me mandaste a llamar? —preguntó Kagneline una vez que estuvo en el sótano.

—Sí, ya sabrás el porque te llamé.

—Es por mi sangre más que el desarrollo de mi poder, ¿verdad?

—Exacto, ahora necesito que te sientes y te relajes, esto no te va a doler.

—Pero ya lo has hecho antes y en realidad duele… poco, pero duele.

—Deja te desinfecto la piel, sólo tomara un momento.

—¿Qué haces? Se supone que me tenías que quitar a mí, no a ti —dijo Kagneline al ver que Victoria se clavó a sí misma la jeringa en el brazo.

—Escucha Kag, no tengo tiempo de explicártelo, pero todo lo que te han dicho no es totalmente cierto. Tienes que confiar en mí.

—¿Victoria, Kagneline, qué hacen aquí? Pensé que todavía estarían en su cuarto —dijo el doctor Gabriel al entrar y verla. Dejando sin respuestas y confundida a Kagneline.

—Sí, lo que pasa es que me llamó Kagneline, estaba ansiosa por saber si ya se había deshecho del virus.

—Pues ya sabes que necesitamos, tráeme una jeringa Victoria.

—De hecho, ya tomó una muestra de mi sangre —dijo Kagneline.

—¿Entonces que esperamos? Préstamela para verla bajo el microscopio —Victoria le dio la muestra a Gabriel y él la colocó dentro del microscopio. Cuando estuvo a punto de observarla, el microscopio explotó junto con demás cosas de la sala.

—Lo siento, estoy un poco mareada. Debería de irme a recostar antes de que alguien salga herido —dijo Kagneline y se fue a su habitación.

En la tarde:

Kagneline estaba dormida y se despertó porque tocaron la puerta.

—¡Adelante Ashley! Está abierto.

—Hola Kag, no soy Ashley.

—¿Victoria, qué haces aquí?

—Vine a explicarte que pasó en la mañana.

—Cuéntame.

—Como sabrás ya, tu sangre es la cura del virus. Es así, porque tu madre fue la creadora del virus, el mismo que fue creado para detener al potesta más poderoso y peligroso que hayamos conocido.

—¿Mi madre, por qué no me lo dijeron?

—Porqué en ese entonces se les salió de control, y siento que la historia se puede volver a repetir. No sé dónde está Zack, pero temo vuelva.

—¿Qué pasó con él, cuál fue su poder?

—Su poder era la imaginación.

—Suena muy infantil —pensó Kagneline en voz alta.

—El puede crear cualquier cosa que se imagine.

—Ashley también puede hacer eso y no le veo lo peligroso.

—No, Ashley hace que veas ilusiones. Lo que ella te hace ver no es real. En cambio Zack, él puede hacer real cualquier cosa. Trató de jugar a ser dios, convertir el agua en vino, pero se aburrió y se convirtió en el demonio.

—¿Y qué tiene que ver todo esto con mi sangre?

—Como te lo dije, Zack fue inyectado por el virus. Si él llega a ser inyectado con la cura, tu sangre. Podrá retomar su poder de vuelta y sólo sé que tomaría venganza, nos mataría a todos, ¡sería el fin del mundo!

—Si fue tan poderoso y peligroso, ahora que está débil, ¿por qué no lo mataron?

—Porque es muy listo y persuasivo, él se imaginó inmortal y lo consiguió.

—Pero ya no tiene su poder, ¿no debería de ser mortal de nuevo?

—El virus le quita su poder. Hace que lo que imagine ya no se vuelva real, no deshace lo que ya está hecho, nada ni nadie puede hacerlo.

—¡Zeit podría! El puede viajar atrás en el tiempo y matarlo antes de que se imaginara inmortal.

—Si así lo hiciera no sabríamos que podría pasar, podría matarlo y no pasar nada. No sabemos si se crearía un futuro alterno al nuestro o simplemente no recordaríamos esta conversación. El tiempo es algo muy delicado y todos preferimos no jugar con el, acordamos no hacerlo.

—¿Entonces qué hacemos?

—Esperar y guardar el secreto entre nosotras.

—¿Le puedo contar a Ashley?

—Si de verdad es tu amiga y la aprecias, no lo hagas.

—¿Por qué no?

—No querrás preocuparla y que haga una tontería, o mande a su novio a realizar tu teoría.

—Entonces quedará entre nosotras.

—Cuídate Kagneline, y sobre todo ten paciencia, la necesitarás —Victoria salió y dejó la puerta entreabierta al ver que Ashley venia hacia el cuarto.

—¿Acaso ella era Victoria, qué hacia ella aquí? —preguntó Ashley una vez que entró a la habitación y estuvo con Kagneline.

—Sí, vino a entregarme las muestras de mis análisis, ¿por qué?

—Porqué nunca sale de su cueva.

—¿Cueva, querrás decir sótano?

—Sí, lo digo porque parece que hiberna como un oso. Nunca sale de ahí. No sabía de ella fuera de los entrenamientos, ni siquiera que teníamos laboratorio hasta que llegaste tú.

—¿Sabes que también tienen prisiones?

—No, ¿en serio?

—Sí, cuando descubrí que estaba en el Antartic Palace fue el primer lugar que visité, accidentalmente claro, ¿por qué tendrían prisiones aquí?

—Creo saber, pero mejor no te lo digo —dijo Ashley.

—¡Dime!

—Pero ni siquiera sé si sea cierto.

—No importa.

—Cuando fue la guerra potesta, tus padres lucharon contra Zack y después… tu padre nos traicionó uniéndose a él, nunca lo volvimos a ver. Tu padre, nadie sabe cómo lo hizo, creemos que al final traicionó también a Zack, pues le quitó sus poderes, se los llevó a la tumba con él.

—¡El virus! —dijo Kagneline rápidamente en voz alta al pensar en lo que le contó Victoria.

—¿Qué? —preguntó Ashley al no entenderle

—Nada, que si sólo Zack vio a mi padre morir. A lo mejor él no está muerto, sino escondido porque teme que Zack tome represalias.

—Lo siento mucho, pero tus padres están muertos, tienes que afrontarlo. Yo sé que es muy duro saber quiénes fueron tus verdaderos padres y no poderlos conocer.

—Puede existir esperanza, ¿no?

—Será mejor que no te ilusiones. Voy a hacer esto por única vez, ¿ok?

—¿Qué vas a hacer?

—Tú calla y observa —dijo Ashley y de un momento a otro ya no estaban en el Antartic Palace, todo se volvió blanco y Ashley desapareció junto con el cuarto. A lo lejos se veían dos sombras que se acercaban a Kagneline. Poco a poco se veían más claras. Una sombra era de una mujer casi identica a Kagneline, una mezcla entre ella y Kendra, la otra, de un hombre joven y apuesto.

—¿Mamá? ¿Papá? —preguntó Kagneline al ver lo mucho que se parecía a aquella mujer.

—Dime hija, ¿qué pasó? —respondió y Kagneline soltó lagrimas.

—Ven y dale un abrazo a tu padre —dijo el muchacho.

—¿Son reales? —preguntó Kagneline aún sabiendo la respuesta de que todo era una ilusión.

—Lo sentimos mucho mi querida hija. Hoy no somos reales, pero alguna vez lo fuimos y estuvimos los tres juntos, aunque no te acuerdes.

—¡Detente Ashley! —gritó Kagneline.

—El blanco se desvaneció junto con los padres de Kagneline, y una vez más regresó a su triste realidad.

—¿Qué pasa? Creí que te gustaría verlos.

—Sí, de verdad me encantó, muchas gracias, pero no puedo soportar que todo sea una farsa.

—Al menos no todo lo era, tus sentimientos hacia ellos no lo son.

—¿Ellos de verdad eran mis padres? Me refiero a su apariencia.

—Sí, me base en fotos antiguas de ellos.

—¡Yo lo he visto! Choqué con mi padre antes de saber que era potesta.

—¿Qué quieres decir?

—¿No te das cuenta? ¡Fingió su muerte y siempre estuvo al pendiente de mí!

—Por favor no pienses así, ¿qué tal si lo estas confundiendo con otro chavo? Debería de tener cuarenta y tantos años, no diecisiete como tú.

—Dieciocho —le corrigió Kagneline.

—El punto es que si estuviera vivo ya no tendría esa edad.

—Qué tal si encontró la fuente de la juventud, o más importante aún, ¡Zack lo hizo inmortal!

—¿Qué piensas hacer, no crees que si de verdad estuviera vivo ya te hubiera contactado? Un padre no abandona a sus hijos.

—Sólo sé que tengo que descubrir la verdad, tengo que encontrarlo. Esté vivo, o esté muerto.

—Aunque no esté de acuerdo contigo, sabes que tienes mi apoyo.

—Lo sé, gracias —contestó Kagneline y prendieron la televisión para verla. Un momento después, ambas se quedaron dormidas al estar viendo una película.

Al día siguiente:

Kagneline se despertó y vio que Ashley seguía allí, dormida en el sillón. Salió al restaurante por algo de desayunar, pero no se acordó que desde que Rodrigo murió, dejó de funcionar. Rodrigo era el encargado del restaurante, por lo tanto todos salían del Antartic Palace a comprar comida, bueno, todos excepto Kagneline. Porque Ashley o Kendra siempre se la traían.

Las tripas de Kagneline estaban crujiendo, tenía hambre y Ashley seguía dormida. Quería despertarla, pero se veía que estaba en un sueño tan profundo que prefirió no interrumpirlo y obedecer a su estomago. Kagneline salió del cuarto dejándole una nota a Ashley de que la esperara. Fue a un transportador para visitar España. Fue al primer restaurante que vio y pidió un platillo tradicional. Lo pagó con la tarjeta y salió para regresar al Antartic Palace. Caminó varias cuadras y no encontraba la caseta telefónica, donde se encontraba el transportador para regresar al Antartic Palace. Siguió caminando unos minutos más, aunque ya sabía que estaba perdida.

—Disculpe, ¿dónde encuentro un teléfono? —preguntó Kagneline con perfecto tono español a un señor que pasaba junto a ella.

—Hay uno allí, cruzando la calle —señaló el señor y Kagneline emocionada fue corriendo hacia la caseta, sin fijarse se cruzó la calle donde los coches pasaban a toda velocidad. Provocando que uno frenara y se desviara para chocar con la acera y evitar atropellarla. Los demás conductores no tuvieron tan buenos reflejos y chocaron uno tras otro, inclusive dos de ellos dieron vueltas en el aire y uno rozó el cabello de Kagneline. Ella se quedó quieta y una vez que todo terminó, corrió a la caseta, pero esta no era el transportador, era una caseta telefónica común y corriente. Kagneline cayó apropósito de rodillas al ver que estaba pérdida, pero sobre todo, al ver lo que provocó. Habían chocado mínimo diez coches y sonaba la sirena de la ambulancia que se aproximaba. Se detuvo una patrulla que pasaba por ahí y el oficial empezó a cuestionar a los testigos. Kagneline no sabía qué hacer, si correr lo más lejos posible, o enfrentar y decir la verdad; que cruzó la calle distraída, ¿inventaría una excusa? A decir verdad, Kagneline no pudo hacer ninguna de las dos opciones, pues cuando se dio cuenta alguien detrás de ella le tomó del cuerpo y con el brazo disponible le tapó la boca para que no se escucharan sus gritos. Kagneline pataleó y trató de zafarse, pero fue inútil. Mientras la arrastraban por el callejón, cerró sus manos en forma de puños y empezó a sentir como se calentaban hasta que empezaron a salir llamas de ellos. Fue cuando sintió un olor extraño, cayó inconsciente en los brazos de aquel desconocido.

7

¿Dulce venganza?

Diego y Tifanny estaban comiendo en la pizzería. Diego le contó que utilizó su poder para chantajear al dueño del Aston, el cual no tenía mayor ciencia que el apostar que llovería tres minutos, cincuenta segundos, se despejaría el cielo y se formaría un arcoíris.

—Vaya Diego, te has entrenado muy bien por tu cuenta.

—Gracias, pero todavía me falta.

—Claro que no, ya no tengo que enseñarte a usar tus poderes, has aprendido más rápido que cualquier otro potesta —dijo Tifanny con orgullo.

—¿Entonces ya no me vas a entrenar?

—No, ya no.

—Supongo que significa que ya no te veré —dijo Diego con tono triste.

—En este momento estoy de fugitiva, me vendría muy bien un poco de ayuda.

—¿Quieres decir algo como un aliado?

—Más o menos. Creo que no tienes otro lugar a donde ir, si quieres puedes quedarte.

—De hecho tengo un pendiente que arreglar, es en Francia.

—¡Entonces vamos!

—No sé cómo decirlo, esto es algo personal y preferiría arreglarlo solo, no creo tardarme más de una semana.

—¿Por qué tanto tiempo?

—Porque es en Francia, ya te lo dije.

—Lo que digo es: puedes estar en Francia en diez minutos si quieres, sólo necesitas hacer llover e ir con ella hasta allá, pero no necesitas ir a ese país, lo puedes arreglar desde aquí.

—¿Qué quieres decir?

—Creo saber el por qué quieres ir allá.

—¿Cuál es tu teoría?

—Quieres ver a Kathy, tu novia.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque yo soy ella —dijo Tifanny y cambió de forma para ser idéntica a Kathy Beck.

—¿Siempre has sido tú?

—Sí, todo empezó como una misión, tenía que convencerte de ir con nosotros.

—Entonces esto también es una farsa.

—No, como te lo dije, me escapé, para ser más exactos, pedí mi libertad. Antes quería que mis padres estuvieran orgullosos de mí, que fuera lo que siempre quisieron. Cuando murieron juré vengar su muerte, juré completar lo que dejaron pendiente.

—¿El despertar potesta, la dominación de los humanos?

—Así es, pero cuando me volví Kathy Beck para ser tu novia, vi que eso no era lo que buscaba. Mis padres ya están muertos y aunque hiciese lo que ellos hubieran querido, era el camino de ellos, no el mío. Contigo comprendí que los humanos al final son como nosotros. Cuando te conocí no tenías idea de tu poder, se podría decir que eras humano, pues fuiste criado como uno.

—¿Entonces de qué lado estas?

—Digamos que no tengo bando, me uno al mejor, y en este caso ese bando eres tú.

—¿Yo?

—Sí, por eso estoy contigo.

—Pero yo sólo busco venganza, matar al asesino de mi familia.

—Entonces tendrás que empezar por mí.

—Pero tú no los mataste.

—Pude haberlo evitado, haber ayudado.

—No importa, no fue tu culpa. Tú no apretaste el gatillo.

—No, pero me quedé de brazos cruzados. Fui al baño y me escondí en vez de luchar.

—Eso no importa, ya pasó. Si de verdad me quisiste ayudar, todavía puedes.

—¿Cómo?

—Ayúdame a enfrentarlos, a tener un futuro donde no tengamos miedo, donde no tengamos que ocultarnos.

—No lo sé, suena muy arriesgado para dos personas.

—Si nosotros no empezamos, nadie lo hará.

—En eso tienes razón, pero me sigue sonando descabellado.

—¡Nos tenemos que ir! —dijo Diego exaltado y un poco preocupado.

—¿Por qué? Todavía no termino mi pizza —dijo Tifanny desconcertada.

—¡No importa tu pizza! ¿No escuchas la sirena de la policía?

—Sí, ¿y?

—¡Vienen por nosotros!

—Sé qué te dije que era fugitiva, pero ellos nunca llamarían a la policía. Ni siquiera me buscan, se podría decir que estoy de vacaciones.

—Ellos no, pero el dueño del Aston sí lo haría.

—¿Por qué lo haría si fue una apuesta? Espera… ¿lo robaste? —Diego asintió con la cabeza.

—¿Por qué no me lo dijiste? ¡¿Por qué lo hiciste?!

—No tenemos tiempo de explicaciones, ¡tenemos que salir de aquí!

—Está bien, ve al baño y ocúltate. Si entran, distráelos con tu poder, pero ¡no los enfrentes!

—Y, ¿tú?

—Yo estaré bien, nos vemos en mi casa cuando todo termine, ¡ahora ve! —dijo Tifanny mientras la policía entraba al local y preguntaba al encargado si han visto al dueño del Aston, este señaló donde estaba sentada Tifanny.

—Disculpe niña, ¿conoce al dueño del coche que está estacionado afuera? —preguntó el policía a una niña de unos ocho años.

—Sí, él es mi amigo.

—¿Sabes donde está?

—Sí.

—¿Dónde? —preguntó el policía un poco malhumorado por la corta respuesta de la niña.

—Fue al baño —el policía le hizo una seña a su pareja para que fueran sigilosamente a los baños de la pizzería, donde se encontraba Diego. Al estar en la puerta la abren rápidamente y gritan:

—¡Te tenemos rodeado! No hay escapatoria, ríndete —pero no hubo otro ruido más que el chillido del zapato del policía al dar un paso. Abrieron puerta por puerta de los baños y no encontraron nada. Cuando salieron, escucharon un grito en el baño de mujeres. Los policías corrieron y entraron en el de un golpe.

—¡Ahhh, pervertidos! —exclamó una mujer de mediana edad que se estaba ajustando la blusa.

—Discúlpenos señorita. Oímos un grito y buscamos a un hombre peligroso, ¿usted está bien, no ha visto algo raro?

—Sí, dos hombres inventando una excusa para verme mientras me ajusto la blusa.

—Discúlpenos, si viera algo raro háganoslo saber —dijo el compañero del policía y salieron al comedor de la pizzería. Buscaron a la niña, pero ya no estaba. Miraron por la ventana y tal como creían, el coche tampoco. La niña, que en realidad era Tifanny, les había tendido una trampa. Los policías notificaron al departamento que el coche estaba cerca de la zona, mientras se quedaron a interrogar a las personas para tener una pista de los asaltantes.

Diego, que se había convertido en agua y se encontraba debajo de los lavabos como si fuera un charco que se formó por una gotera. Esperó hasta que los policías se marcharon. Una vez sin ellos, salió como si nada del baño. Buscó a Tifanny entre los clientes, pero no la vio, y aunque la hubiera visto no sabía si podría reconocerla, después de todo el camuflaje es su mejor habilidad. En consecuente salió del lugar. Caminó hasta la casa de Tifanny y entró sigilosamente. Cuando llegó a la cocina escuchó una voz detrás suyo que decía:

—Ustedes los ladrones son tan predecibles, pon tus manos sobre la cabeza —dijo aquel policía apuntando con un arma a Diego.

—No me vas a disparar, no tienes el valor —respondió Diego dando un pequeño paso al frente.

—¡Atrás! —dijo el policía.

—Dispara, no te tengo miedo.

—¿Acaso eres inmortal?

—No, pero soy como tú… Tifanny —dijo Diego.

—¿Cómo supiste que era yo? —preguntó ella, que ahora tenía su apariencia original.

—Las armas de los policías son calibre 45, color gris con negro. La tuya también es 45, pero totalmente negra.

—Que observador eres, pero y si no hubiera sido yo, si de verdad fuera el policía y te disparaba por no obedecer mis órdenes.

—Tranquila que las balas traspasan el agua.

—¿Seguro?

—Al cien por ciento.

—Veamos —dijo Tifanny, apuntó con la pistola al hombro de Diego y disparó.

—¡Ahhh! —gritó él del dolor —. ¿Por qué lo hiciste?

—Quería comprobar tu teoría.

—¡Me hubieras avisado!

—El policía no lo habría hecho.

—¡Vamos a un hospital!

—No podemos, preguntarían quien te disparó.

—Inventamos que me asaltaron.

—No, escúchame Diego —dijo Tifanny y colocó sus manos en la quijada de Diego para levantarle la cara y verlo a los ojos—. Necesitas sacar la bala.

—Por favor, vamos a un hospital, ¿sí?

—Confía en mí, todo va a estar bien, ahora haz lo que te pedí —Diego cerró los ojos y movió su brazo izquierdo hasta la herida.

—¡Espera! Hazlo sin tocarte.

—¿Cómo?

—Convierte una parte de tu hombro en agua y crea una corriente para que salga la bala —Diego cerró los ojos, empezó a imaginar cómo saldría la bala de su cuerpo con un pequeño empujón. Escuchó un tic y abrió los ojos. Ese pequeño ruido fue la bala que cayó al piso.

—¡Muy bien!

—¿Ahora si podemos ir al hospital? Voy a perder mucha sangre.

—Tranquilo —dijo Tifanny y con la palma de su mano derecha le tocó la herida. Al retirarla, su hombro ya estaba totalmente curado, ni siquiera una cicatriz le quedó. Diego, al ver lo que ella hizo se asombró.

—¡Eso fue increíble! ¿Cómo lo hiciste?

—Tengo mis secretos.

—¿Tienes dos poderes?

—Sí.

—¿Yo también tengo más?

—No lo sé y para serte honesta no lo creo. En realidad es muy extraño que alguien pueda tener más de un poder.

—Sin embargo, tú lo tienes.

—Sí, pero como te dije, es algo muy extraño. No conozco a otro potesta que sea capaz de usar dos poderes

—¿Pero puede haber más?

—Sí, eso no lo dudo.

—¿Por eso me disparaste? Sabías que me ibas a curar.

—No, el disparo fue parte de tu entrenamiento.

—Creí que ya habíamos acabado.

—Creí que la bala te atravesaría sin causar daño.

—Me disparaste por sorpresa, si me hubieras dado tiempo lo hubiera controlado.

—El enemigo no te va a dar tiempo. Ya sabes controlar tus poderes, pero no sabes controlar al enemigo.

—¿Para qué quiero controlarlo?

—Para usarlo a tu favor, tu poder no siempre te va a salvar la vida. Ahora ven que necesito mostrarte algo —le dijo Tifanny a Diego y fueron a la sala. Dentro de ella, Tifanny tomó un libro de una repisa y lo abrió en la página 513 leyendo lo siguiente en voz alta, pero en un dialecto que sólo ella entendía:

Tú que no recuerdas quien soy

Me presento una vez más

Soy Tifanny, acéptame por hoy

Una vez más en tu hogar.

Todo esto lo dijo en un lenguaje diferente, el cual Diego no pudo comprender. Delante suyo se abrió la pared en dos, dejando un camino que cruzar.

—Vamos Diego, acompáñame.

—¿Acaso habrá algún día que no tengas un secreto por mostrar?

—No, soy mujer y como tal siempre guardo alguno que otro secreto a mi favor —entraron los dos y después de cruzar la primera puerta, Diego quedó asombrado.

—¡Es increíble, tienes una mansión dentro de tu casa!

—No es una mansión, es un refugio.

—¿Por qué estamos aquí? No ha habido ninguna guerra, ¿o sí?

—No, yo sólo te traje para que cumplas tu deseo, nos vemos si es que logras salir de aquí —dijo Tifanny y cayó una pared del techo dejándolos separados y a Diego encerrado.

Tifanny llamó de inmediato a Desmond para avisarles que tenía a Diego secuestrado. Llegaron a los cinco minutos gracias a Carlo, aunque él está del lado de Kendra, le debe algunos favores a Desmond, sin embargo, se fue tan pronto los dejó ahí y no preguntó más, pues no quiso saber nada más que su cuenta ya estaba saldada.

—¿Dónde está? —preguntó Desmond a Tifanny.

—En la sala de las sombras.

—Bien pensado, pero ¿por qué lo hiciste? Él todavía no sabe controlar su poder, ¿verdad?

—No quise arriesgarme a volverlo a perder, la tercera es la vencida.

—Correcto, por fin haces algo bien.

—He aprendido de mis errores.

—Ahora déjanos pasar —Tifanny tomó esta vez el libro siguiente al de la vez pasada, lo abrió en la misma página 513 y esta vez leyó:

Tú que no recuerdas quien soy

Me presento una vez más

Soy Tifanny y pido tu ayuda por hoy

Encierra a todos los demás.

Todo esto lo volvió a decir en un lenguaje diferente, el cual ellos tampoco lograron comprender. Como esperaban todos, la pared se abrió y los dejó pasar.

—Tú ya no necesitas venir, ya has hecho mucho con entregárnoslo —dijo Desmond.

—Está bien, aquí esperaré —contestó ella. Los demás se adentraron y como el lugar era inmenso, decidieron separarse para buscarlo. Pasaron treinta minutos y lo único que encontraron fueron unos a otros consecutivamente. Una vez reunidos todos de nuevo, Andrew dijo:

—Para mí que Tifanny nos timó, aquí no está Diego.

—¿Acaso escuché mi nombre? —dijo una voz aguda detrás de ellos.

—¡Diego! —gritó Andrew y fue inmediatamente tras él por la orden que Desmond le había dado antes de entrar, la cual consistía en atraparlo cueste lo que cueste.

—¿Quieres pelear? —preguntó Diego en tono amenazador.

—No tenemos porque, ríndete y tendremos piedad de ti.

—Eso se lo hubieras dicho a mis padres, ¡antes de matarlos!

—¿De verdad crees que ellos eran tus padres? Ellos están muertos desde hace años, me refiero a los verdaderos, claro.

—Los cuatro me dieron lo mejor que tenían. Mis padres biológicos me dieron un poder ilimitado y mis padres adoptivos el razonamiento, algo que tú no entenderías, ¡es tiempo de vengar su muerte!

—¿Y qué vas a hacer, matarme?

—Si es lo que quieres, pero no te emociones, lo haré lentamente para que sufras —Andrew soltó una carcajada de burla.

—¿Lo escuchaste jefe? El niño se cree hombre —dijo Andrew desviando la mirada y antes de poder voltear recibió una ráfaga de agua helada directo en la cara.

—¡No bajes la guardia y pelea! —dijo Diego.

—¡Vaya! El cachorrito ha aprendido nuevos trucos.

—Deja de hablar y pelea como si fueras potesta.

—Has entendido mal, aquí yo doy las ordenes, ¡muchachos a él! —dijo Andrew y tres de los potestas que lo acompañaban se fueron en contra de Diego. Una movió su mano en forma de pistola y le disparó una ráfaga de uñas de metal, pero a Diego le traspasaron el cuerpo, pues como alcanzó a ver sus intenciones pudo convertir esa parte en agua. Mientras las uñas no le hacían mas que cosquillas, el segundo le dio un puñetazo en la cara. Diego sintió como si le pegaran con una plancha hirviendo y salía humo de su cachete. El tercero, antes de que pudiera hacer algo, Diego lo inmovilizó haciendo que cayera en un tobogán infinito de agua creada por él. Andrew y Desmond sólo miraban como peleaba duro y sin temor contra ellos. Golpe tras golpe, Diego logró meterlos también en el tobogán.

—Ya que no tienes nadie a quien mandar, ¿pelearás conmigo? Tranquilo, no te mataré… muy rápido —dijo Diego y Andrew corrió a pegarle, pero él lo esquivó. Andrew dio una patada y lanzó a Diego dos metros al aire, lo cual hizo que se golpeara contra la pared. Diego se levantó y se tronó el cuello.

—¿Es todo lo qué tienes? —preguntó Diego y comenzó a lanzar golpes hacia Andrew, pero este los esquivó.

—La misma pregunta —dijo Andrew y comenzó a contraatacar acertando cada uno de sus golpes. Al tercer golpe, Diego comenzó a sangrar por la nariz.

—No tienes porque sufrir, ríndete y acepta venir con nosotros.

—¡Jamás!

—Es lo mismo que dijo tu padre y ve donde está.

—Ni siquiera te atrevas a decir su nombre.

—¿De quién, Renato? O el de tu padre de fantasía, ¿cómo se llamaba? Seguro fue una gran persona, pues no me acuerdo ni de su nombre.

—¿Lo mataste sin siquiera saber cómo se llamaba?

—Escucha niño, yo no quería, pero se cruzó en mi camino. Miles de personas mueren a diario, supéralo.

—Supongo que no te molestará estar entre esas mil personas que morirán hoy.

—Te diría lo mismo, pero me prohibieron matarte.

—¿Algo más le prohibieron al bebé? Si quieres continuamos mañana, creo que es tu hora de dormir.

—¡Cállate! —dijo Andrew y trató de pegarle a Diego, pero su brazo se detuvo como si una fuerza lo estuviera deteniendo.

—Creí que esta pelea era sólo entre tú y yo. Dile a quien sea que sea tu aliado, me deje mover el brazo.

—Es chistoso.

—No, se llama trampa.

—Cuando estaban tus tres amigos no era trampa y ahora que sólo soy yo, sí lo es.

—¿Qué quieres decir con sólo soy yo?

—Que en realidad sólo estamos tú y yo en la pelea. No tengo ningún aliado.

—Si no tienes un aliado, ¿por qué no puedo mover mi brazo?

—Dicen que el cuerpo está compuesto principalmente de H2O, casualmente puedo manejar el agua a mi antojo. Creo que alguien bebió mucha agua, ¿no quieres regresarla? —dijo Diego mientras hacía que poco a poco el agua del cuerpo de Andrew fuera recorriendo sus órganos dirigiéndose hacia la boca.

—¡Detente!

—No escuché las palabras mágicas.

—¡Detente, por favor!

—Buen chico —dijo Diego y lo dejó respirar tranquilo unos minutos.

—¡Desmond, ayúdame! —dijo Andrew tosiendo y con la garganta llena de sangre.

—Está bien, te quitaré tu dolor —dijo Desmond y desenfundó su pistola para apuntarle.

—¿Por qué me apuntas, desde cuándo traes pistola? —preguntó Andrew.

—Desde que no soy Desmond —contestó y un segundo después Tifanny reveló su identidad.

—¿Cómo nos pudiste traicionar? —replicó Andrew a Tifanny.

—Yo no hice nada, sólo estuve de espectadora y veo que no elegí mal mi nuevo bando. Diego te pateó el trasero como nadie. Lo único que faltó fueron las palomitas para disfrutar el ver cómo te partía la cara, lástima que al final mueras.

—No me mates, puedo serte útil.

—¿Te refieres a tenerte de esclavo?

—Sí.

—¿Para qué me traiciones cuando estén a punto de matarte?

—No lo haría, ¡juntos seriamos indestructibles!

—Lo siento, pero ya soy indestructible —dijo Tifanny y quitó el seguro del arma mientras seguía apuntándole en la cabeza a Andrew.

—Espera, deja que yo lo mate —dijo Diego, pero se escuchó un disparo y Andrew yacía muerto contra la pared.

—¿Por qué lo hiciste? —gritó Diego.

—Yo, yo… yo no apreté el gatillo.

—¡No te creo, yo lo tenía que matar, no tú… era por el honor de mis padres!

—¡Te lo juro, yo no lo hice!

—Sigo sin creerte.

—Deberías de creerle muchacho, ella no fue —se escuchó que decía una voz a lo lejos.

—¿Entonces quien fue, tú? —respondió Diego amenazante a la voz que se aproximaba.

—Sí, fui yo.

—Pero la bala salió de la pistola de Tifanny —dijo Diego.

—Puedo hacer eso y más —agregó la voz.

—¿Por qué lo hiciste?

—Porque están perdiendo tiempo valioso en un inepto —dijo la voz, que esta vez se escuchaba más cerca.

—¿Perdiendo el tiempo? ¡Esa persona mató a mis padres! Estaba vengando su muerte.

—Eso no hará que los recuperes.

—Ya lo sé, ¿por qué mejor no nos enseñas quién eres? —se escucharon pasos y la persona que mató a Andrew delató su identidad. Tifanny al verlo se quedó petrificada.

—¿Qué pasa Tifanny, lo conoces?

—¡Sí, es Zack!

—¿Zack?

—Sí, ¡corre, yo lo enfrentaré!

—No tengas miedo, viste lo que le hice a Andrew y su equipo.

—Sí, pero él no es Andrew y mucho menos su tonto equipo.

—Muchachos, tranquilos. No hay porque alterarse. Si los quisiera matar, ya lo hubiera hecho.

—¿Entonces qué quieres de nosotros? —preguntó Diego sin temor.

—Quiero que me ayuden en algo.

—Estas aquí porque quieres, o ¿porque nos necesitas?

—¡Diego! —interrumpió Tifanny temerosa.

—¿Qué?

—Cuida tu lenguaje, ¡no sabes con quien estás hablando!

—Gracias por el respeto, pero no es necesario. Déjame contarles una historia. Hace mucho tiempo, cuando todavía ni nacías. Yo gobernaba el reino potesta. Todos hacían lo que yo quería, en ese momento yo era el potesta más poderoso.

—¿Entonces ya no lo eres?

—¿Qué?

—Dijiste «era el potesta más poderoso», si eras, es que ya no lo eres más —dijo Diego en tono de burla.

—No cabe duda que eres el hijo de Renato. Él también era arrogante.

—Seguías en tu cuento de hadas.

—¡Diego compórtate! —volvió a interrumpir Tifanny molesta.

—¿Qué, acaso no escuchaste? Ya no es el más poderoso.

—¡Tú eres el que no escucha ni razona, fue el más poderoso y está aquí! Con vida, y lo más probable es que quiera retomar su poder.

—Creo que no quieren escuchar mi historia —dijo Zack un poco frustrado.

—Cuéntanos tu interesante historia —respondió Diego con sarcasmo.

—El punto es que al final tu padre sacrificó su vida para quitarme mis poderes, pero ya los tengo de regreso. Su muerte sólo prolongo lo inevitable.

—¡Ya estoy harto que hablen de mis padres como si fueran unos idiotas, los idiotas son ustedes! El murió, pero no fue en vano. Dejó su legado para enmendar lo que no pudo hacer.

—No me hagas reír, ¿tú eres su legado? —respondió Zack en tono de burla.

—Sí, ¡soy yo! —dijo Diego y lanzó una bola de agua directo al cuerpo de Zack, pero este hizo que se dividiera en dos caminos para evitar ser golpeado por ella.

—¿Qué quieres hacer Diego, bañarme? Deberías de conocer a tu enemigo antes de atacarlo.

—Sé tu nombre, ¿eso cuenta?

—Déjame hacerte una pregunta, ¿tienes idea de lo que puedo llegar a hacer?

—Puedes mover el agua, como yo.

—No tienes ni idea. Puedo crear agua, sí, como tú, pero también puedo crear fuego, puedo hacer que truene, o peor aún… mover la tierra —dijo Zack y en ese momento hizo que se abriera el suelo, dejando caer a los tres al piso de abajo.

—¡Impresionante!

—¿No me tienes miedo? —preguntó Zack confuso.

—No, ¿debería?

—Todo potesta que me ha conocido se muere de miedo al verme.

—Yo soy potesta, pero fui criado como humano. En fin, ¿en qué quieres que te ayudemos?

—¡Diego, no lo podemos ayudar! —le dijo Tifanny.

—¿Por qué no?

—Porqué él es malo, ¡mató a cientos de potestas y humanos!

—Tifanny, ¿confías en mí?

—Sí.

—Entonces déjame ayudarlo, tengo un buen presentimiento sobre esto.

—¡Pero es muy arriesgado!

—Lo sé.

—Lo siento, pero no te ayudaré en esto —le respondió Tifanny con un profundo sentimiento de tristeza.

—¿Podemos irnos Zack?

—¡Vaya! Eres muy diferente de lo que pensaba, mira que atacarme y de un segundo a otro tutearme, sabes lo que te conviene —dijo Zack y tomó a Diego del brazo, un segundo después desaparecieron de la vista de Tifanny, la cual sacaba una lagrima de dolor, al sentir que la traicionó.

8

Duelo de sangre

Kagneline, la cual estaba inconsciente, abrió los ojos y vio que estaba acostada en una camilla atada de pies a cabeza. Volteó por todo el cuarto y sólo vio borroso, pues no tenía luz y lo poco que entraba, iluminaba lo mínimo, ya qué provenía de un foco que estaba por fundirse. En lugar de tratar de desatarse y escapar, se empezó a reír como loca, como de esas veces que fue tan bueno el chiste que te privas y se te olvida inclusive respirar.

—¿Por qué se está riendo? —preguntó una voz femenina que se encontraba en el siguiente cuarto.

—¿Qué pregunta es esa? —respondió una voz, ahora masculina en tono sarcástico.

—Obvio todavía está sedada —agregó el hombre.

—¡Pero dijiste que se le pasaría rápido!

—Y realmente está pasando rápido, apenas llevamos un par de horas.

—Parece que fueran más.

—Pero no lo son, ¿por qué no vas con ella a saludarla?

—¿Estás loco, si me ataca?

—¿Por qué te atacaría?

—Porqué despertó amarrada, no sabe que hace aquí y lo más importante, ¡está drogada! Tú no sabes de lo que es capaz cuando está inconsciente y no es ella misma la que actúa.

—Está bien, ¿qué sugieres?

—Odio esperar, pero no tenemos otra opción —dijo la mujer.

Dos horas más tarde:

Creo que es hora —dijo el hombre.

—¡Pero todavía no está en sus cinco sentidos!

—Al menos ya debería de diferenciar la realidad de lo que imagina, y tiempo es lo menos que tenemos.

—Está bien, te toca —le dijo la chica al él.

—¿Qué?

—Te toca ir, a mí me tocó atraparla.

—Ni lo sueñes.

—Entonces dejemos que el destino decida, ¿tienes una moneda?

—Claro, como nunca pago con tarjeta —respondió aquel hombre sarcásticamente.

—¿Sabes jugar piedra, papel o tijera?

—No lo he jugado desde que tenía diez años, empecemos esto.

—¡Piedra, papel o tijera! —dijeron al unisonó y la mujer escogió tijera, aquel hombre había escogido papel, pero al ver que ella uso tijera, cerró rápidamente su puño para hacer trampa y ganar.

—El destino ha elegido —dijo con orgullo y alegría el hombre.

—Lo sé.

—¿Qué esperas?

—Al menos dame un minuto, puede ser el último.

—Haces mucho drama.

—¡Ya voy! —respondió aquella mujer y fue al siguiente cuarto, que es donde se encontraba Kagneline. Ella, que ya se le había parado la risa, parecía estar dormida.

—¿Kagneline, estás dormida? —Kagneline abrió lentamente los ojos y se le quedó viendo detalladamente —soy yo, ¿no me recuerdas?

—¿Quién eres? —preguntó ella confusa.

—¡Ashley! Soy Ashley Vixen —Kagneline se atacó de la risa al escuchar el nombre de Ashley.

—¿Qué pasa?

—¡Tu nombre es muy gracioso!

—¿Qué tiene de gracioso?

—No lo sé, pero me provoca mucha risa —respondió Kagneline con dificultades para pronunciar cada palabra por la risa que todavía tenía.

—¡Carlo! —gritó Ashley.

—¿Qué pasa? —respondió a lo lejos.

—¡Ven acá! —Carlo fue a la habitación —¡mírala Carlo, todavía está bien drogada!

—Se supone que no duraría tanto el efecto.

—Se suponía, ¡pero vela!

—¿Quién es este tipo que huele a queso?

—¿No me reconoces? Soy Carlo.

—¡No, ayúdenme, no quiero! —empezó a gritar Kagneline con toda su fuerza mientras intentaba zafarse de las cuerdas que la ataban a la camilla.

—¡Por favor, no, no lo hagas! —gritó una vez más y su cuerpo se fue calentando, tanto que cuando Ashley trató tranquilizarla sosteniéndola por los hombros, se quemó ligeramente la palma de las manos. Kagneline siguió gritando y logró romper las cuerdas que le ataban el torso, se levantó dejando todavía sus pies amarrados.

—¿Ashley, Carlo, qué hacen aquí? —preguntó Kagneline como si se acabara de despertar y olvidara lo que sea que estuviera pensando.

—¿Estás bien? —preguntó Ashley a Kagneline.

—Sí, ¿qué pasó, por qué tengo las piernas atadas? ¿Dónde estamos?

—En una mansión de España, ¿no recuerdas nada?

—Recuerdo que fui capturada y hubo un olor extraño, después me desmayé, ¿ustedes me rescataron? —preguntó Kagneline mientras se desataba las piernas.

—No, nosotros fuimos los que te raptamos —dijo Carlo sutilmente.

—¡¿Por qué?!

—¡Porque ibas a entrevistarte con la policía!

—Pero ellos nunca sabrían que soy potesta.

—Ellos no son los que nos preocupan.

—¿Entonces quiénes son?

—¡Esperen! —interrumpió Ashley la plática entre Kagneline y Carlo.

—No entiendo cómo es que estabas tan drogada hace cinco minutos y ahorita estás como si nada.

—Cierto, sólo recuerdo que me desperté con los pies atados.

—Eso es fácil de deducir. Te enojaste sin motivo alguno y no me sorprende, ya que estabas sedada. Rompiste las cuerdas y empezaste a utilizar tu poder, te empezaste a calentar como si fueras el sol. Mi teoría es que el calor quemó las toxina, por lo tanto, estés completamente limpia —dijo Carlo.

—¿No se supone que la droga hace efecto cuando se quema, como el tabaco?

—Sí, pero lo que hace efecto en esos casos es el humo que desprende, y en tu cuerpo no hizo humo.

—Bueno, ¿ahora me pueden explicar que es este lugar? —preguntó Kagneline.

—Tenemos una mala noticia. El accidente que ocasionaste, es noticia mundial.

—¿Y eso qué? —preguntó Kagneline con indiferencia.

—Significa que cualquier persona del mundo puede verlo.

—¡No me digas! Menos mal que no fue noticia galaxial, así los extraterrestres también se hubieran enterado —contestó Kagneline en tono sarcástico y grosero.

—¡El punto es que nos arriesgaste! ¿Quieres una tercera guerra mundial para que se les olvide que existimos?

—No si en esa guerra mundial interviene todo el mundo —contestó Kagneline en tono de burla.

—Deja de burlarte de mi pleonasmo, ¡estoy hablando en serio!

—¡Yo también! No sé por qué los puse en peligro, ni siquiera utilicé mi poder.

—Creo que quieres decir «nos» tú también estas incluida y, ¿estás segura de no haber utilizado tu poder?

—Completamente.

—Ashley muéstrale —Kagneline vio como desaparecía todo y aparecía en un nuevo lugar imaginario, ya se había acostumbrado a ello por lo que ya no le sorprendía los efectos. Vio que todo estaba oscuro y no se podía ver nada, cuando escuchó un sonido que provenía del teléfono. Se llenó de luz y se movió la imagen de un brinco. Esta vez la ilusión era diferente, la ilusión era en primera persona. Se escuchó una conversación:

—¿Bueno? —dijo Ashley al contestar el teléfono.

—¿Ashley, qué haces en el cuarto de Kagneline, está ella contigo? —preguntó Carlo y Ashley volteó a su alrededor buscándola.

—No, no está y no sé adonde fue… no me dijo nada.

—Entonces es cierto, prende la televisión en la señal española, canal tres —dijo Carlo por el teléfono y Ashley le puso en el canal que le indicó.

—¡No puede ser! ¿Acaso esa es Kagneline?

—Me temo que si, ya que no está contigo.

—¿Por qué debería estar conmigo?

—Porque estás en su cuarto.

—¡Ah! Cierto, se me olvidaba, ¿qué hacemos?

—Voy para allá.

—Sí, ¡ven! —respondió Ashley y en un segundo Carlo ya se había tele transportado enfrente de Ashley.

—¡Vamos! —dijo Carlo y extendió su mano para que Ashley la tomara.

—¿A dónde?

—Por Kagneline, ayúdame a traerla de regreso.

—Está bien —respondió Ashley y le tomó la mano para que la llevara con él.

—¿Qué hacemos? Vela, sigue en llamas —dijo Ashley una vez que estaban en España.

—¡Está corriendo, alcánzala!

—¡Kagneline! —gritó Ashley, pero ella no la escuchó.

—Las llamas de Kagneline desaparecieron.

—Es ahora o nunca, ¡atrápala! —ordenó Carlo y Ashley caminó sigilosamente atrás de Kagneline, al tomarla se desvaneció el recuerdo. Estaban en aquel cuarto oscuro nuevamente.

—¿Ves Kagneline? ¡Todo el mundo vio tu poder, nos arriesgaste!

—¿Y ahora qué hago?

—Afortunadamente Zeit lo vio, detuvo el tiempo y apagó las señales globales.

—¿Por qué me regañas si ya no hay peligro?

—Porque alguien pudo haberlo grabado de forma amateur.

—¿Zeit no puede regresar y ver si nadie me grabó?

—Zeit ya hizo mucho, además el no era el Zeit que conozco.

—¿A qué te refieres?

—Sólo te doy un consejo. Si quieres salir con un hombre, no salgas con un viajador del tiempo. No querrás conocerlo cuando tenga diez años y mucho menos cuando tenga setenta, como fue esta vez.

—Al menos ya sabes cómo será cuando sea viejo.

—Sí y para serte honesta, de abuelito se ve bien.

—¿Qué esperas? ¡Háblale para que se casen!

—Eso nunca pasará.

—¿Por qué no?

—Porque él sólo me visita, a veces una vez al mes, otras ni siquiera eso, ¿cómo voy a pasar mi vida con alguien al que sólo lo vea seis veces en un año?

—Bueno, igual y ya casados te visita más seguido o viven juntos.

—No lo creo, y no estábamos hablando de mi futuro.

—Por cierto, ¿qué es este lugar, por qué no estamos en el Antartic Palace? —preguntó Kagneline.

—Porque tenemos una misión.

—¿Qué misión? —preguntó Kagneline con interés.

—Carlo y yo tenemos que vigilarte.

—¿Vigilarme? ¡Fue un accidente! Me perdí y ya no sabía cómo regresar. Crucé la calle y me iban a atropellar. Disculpa si salvar mi vida es un peligro.

—Tranquila, no te enojes. Vamos a pasar una semana o más juntas, hay que hacerlo ameno.

—Está bien, pero ¿de qué me tienen que vigilar, de qué no lo vuelva hacer?

—No, de que no salgas en las noticias.

—¿Mi castigo es quedarme contigo a ver televisión? —preguntó Kagneline.

—Sí, ese es.

—Entonces vamos a ver la película «Proyecto 9».

—Tenemos que ver la televisión… pero las noticias.

—¡Pero son aburridas! —dijo Kagneline desilusionada.

—Lo sé, pero créeme, si no fuera necesario no lo haríamos.

—¿Puedo irme a dormir antes?

—¡Acabas de levantarte!

—Sí, pero el sólo saber que veré noticias toda una semana me da sueño.

—Está bien, pero alternaremos turnos, te despierto cuando sea el tuyo —dijo Ashley y se quedó viendo el noticiero en la televisión.

—Kagneline, despierta, Kag… Es tu turno, ¡por favor, ya me toca dormir! Despierta —decía Ashley, pero ella no despertaba, por lo que fue al baño por una cubeta de agua fría y se la aventó a Kagneline.

—¡¿Qué pasa?! —dijo Kagneline con sus sentidos en alerta y exaltada.

—No despertabas, es tu turno.

—¡Eres una maldita! ¿Por qué me despiertas así? —dijo Kagneline con escalofríos.

—Ya llevaba quince minutos tratando de despertarte y de ninguna forma te levantabas.

—Está bien, pero recordaré esto cuando necesites de mi ayuda.

—No seas payasa.

—Sólo si me das un abrazo —dijo Kagneline ya levantada, con el objetivo de mojar a Ashley, pero ella se echó a correr y fue detrás de ella por toda la casa como si fueran niñas de cinco años.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó Carlo con tono cortante.

—Ella empezó —respondió Kagneline en risas.

—Les recuerdo que no estamos de vacaciones, no sé quién va a limpiar todo lo que tiraron —Kagneline y Ashley se voltearon a ver mientras Carlo se retiraba.

—¿Por qué está tan serio? Nunca lo había visto así —dijo Kagneline.

—No sé si sepas, pero es claustrofóbico y además, dejó la bebida.

—¿Y no se acuerda donde la dejó, por qué no se va? Me refiero a que puede irse y regresar sin que Kendra se dé cuenta.

—De todos los potestas que existen, Carlo es el que más confía en Kendra. La sigue a ojo cerrado sin cuestionar decisión alguna.

—Entonces está enamorado de ella.

—Yo no dije que lo estuviera.

—No, pero un hombre no hace lo que quiere una mujer si no hay algo de por medio.

—Ya nos desviamos del tema. Es tu turno de ver las noticias, me voy a acostar —dijo Ashley.

—Duerme bien, que quien sabe de qué forma te despierten… que diga despiertes.

—Si es que puedes abrir la puerta —le contestó Ashley y sacó una llave del bolsillo de su pantalón.

—Se te olvida que puedo derretir la cerradura.

—Sólo quiero dormir en paz, ¿puedo?

—Claro, ve que yo me encargo.

—Hasta mañana y recuerda, sólo noticias.

—Sí, lo sé —dijo Kagneline y fue a la sala donde se encontraba la televisión de 63 pulgadas. Pensó que era un desperdicio al ver el tamaño de la pantalla y no poder ver películas.

Al día siguiente:

¡Kagneline! ¿Qué haces durmiendo?

—¡¿Qué?! —contestó bruscamente Kagneline y con molestia en los ojos provocada por la candente luz.

—¡Tenías que ver las noticias, ya habías dormido tus ocho horas! —dijo Carlo en tono exaltado.

—Sólo me dormí cinco minutos.

—Creo que cinco minutos son suficientes para provocar todo un lio, especialmente para ti.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que no te tomó más de cinco minutos incendiar la habitación de Andrew. No te costó más de cinco minutos asesinar a Rodrigo. No te tomó más de cinco minutos provocar una accidente que es noticia mundial. Me pregunto, ¿qué es lo que seguirá?

—¿Disculpa, crees que yo he provocado todo esto? Andrew quería traficar conmigo, siento lo de Rodrigo, pero si temían de mí, ¿por qué me pusieron a pelear? Y sabes qué, no tengo porque darle explicaciones a una mascota que sólo sigue indicaciones.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó Ashley una vez que entró al escuchar los gritos.

—Carlo dice que sólo provoco problemas.

—¡Estaba dormida! Tenía que ver las noticias, pero la princesa se durmió.

—¡No me importa quien hizo qué y por qué! Pídanse una disculpa y no vuelvan a pelear, vamos a pasar de dos a tres semanas aquí y no quiero que parezca que estamos en el infierno.

—Discúlpame Carlo, pero es que sólo pasan cosas malas y aburridas.

—Te disculpo, pero entiende que esto no es un juego, la vida de los potestas está en peligro, por lo cual la tuya también.

—¡Ya lo sé! No soy tonta.

—¡Kagneline! —dijo Ashley refiriéndose a que convivan en paz.

—Está bien, pero hazme un favor Carlo, no repitas las cosas que son obvias.

—Mejor vayan a descansar o hacer lo que quieran, me quedaré viendo las noticias —dijo Carlo.

—Está bien, vamos a salir por comida.

—No se tarden y Ashley, por favor cuídala, que no haga otra tontería.

—Aunque no lo creas he aprendido de mis errores —dijo Kagneline y salió de la mansión junto con Ashley.

De regreso de las compras:

Ashley entró corriendo a la mansión y le dijo a Carlo llorando:

—¡Tenemos un gran problema!

—¿Ahora qué hizo? —respondió Carlo pensando que Kagneline se había metido en otro lío.

—Ella no hizo nada. Nos encontramos con otros potestas y al descubrir quién era ella… ¡la asesinaron!

—¿Qué? Pero ella no puede estar muerta, ¿es una broma?

—Eso quisiera, alcancé a traer su cuerpo en el coche.

—Vamos, hay que enterrarla, darle un funeral digno de un potesta.

—Se merece eso y más.

—No puedo creer que lo último que le dije fue que no hiciera una tontería.

—No es tu culpa.

—Lo sé, ¿le podrías avisar a Kendra? Yo no podría tolerar el escucharla llorar.

—Sí, yo le aviso.

—Vamos, hay que mover su cuerpo, dejarlo en la cama mientras preparamos el funeral.

—Sí, sería lo mejor —Ashley y Carlo fueron por el cuerpo de Kagneline, que yacía en los asientos traseros de la camioneta.

—¿Quien fue? —preguntó Carlo en tono fuerte.

—¿Quien fue qué?

—Ya sabes, ¿qué potesta fue el que hizo esto?

—No pude fijarme bien, todo pasó tan rápido. Ellos se acercaron y Kagneline de cierta forma parecía que ya los conocía. Me dijo que corriera, que ella se encargaba, que podía con ellos. Yo le hice caso y cuando volteé ya estaba tirada en el piso. Corrí para ver si la podía ayudar, pero era demasiado tarde. Ya estaba muerta y ellos se habían marchado.

—No te preocupes, los encontraremos y entonces desearán nunca haberlo hecho —dijo Carlo y cargó el cuerpo de Kagneline en sus brazos y se teletransportó a la sala para recostarla en el sofá.

—Pensé que no te caía bien —dijo Ashley una vez que entró en la Mansión.

—A veces, la persona con la que más te enojas, es la que más quieres, además ella era nuestra salvación.

—¿Y Kendra?

—¿Kendra que tiene que ver con esto?

—Me refiero a que si Kagneline era más importante que ella.

—¿Por qué lo preguntas, acaso soy tan obvio? Kendra es más importante para mí que cualquier otra persona. Sólo que Kagneline me recordaba a ella de joven, pero eso ahora no importa, hay que preparar el funeral.

En el funeral:

Estamos reunidos el día de hoy para conmemorar la muerte de alguien muy especial, alguien que luchó y en poco tiempo se convirtió en una de las potestas más poderosas de todos los tiempos. Lamentablemente, fue asesinada por alguien más poderoso.

—¿Qué porquería es esto? —preguntó Carlo a Ashley.

—Shhh es el funeral de Kagneline, respeta y guarda silencio —le contestó ella.

—Esto no es un funeral, esto es una broma.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Ashley extrañamente asustada.

—A que esto es un funeral humano, de las películas. No uno potesta.

—Perdona, pero nunca había ido a uno —Ashley estaba fuera cuando fue el funeral de Rodrigo, y era demasiado pequeña con el de sus padres como para recordarlo—, pensé que eran iguales.

—No lo son, ¿por qué todo el mundo está como zombi?

—Me imagino que es por el shock, todos creían que ella era nuestra salvación.

—¿De dónde conseguiste al padre?

—Ashley escuchó un susurro que decía su nombre, pero lo ignoró.

—De una iglesia… ¿de dónde más lo conseguiría?

—¿Por qué no le pediste ayuda a Kendra?

—¡Ashley! Detén esto… Tengo algo muy importante que ensenarte —repitió el susurro, pero Ashley lo volvió a ignorar.

—¿Qué te pasa? —preguntó Carlo.

—¿Por qué?

—Te noto extraña.

—Pues mi mejor amiga acaba de morir, cómo no quieres que esté así.

—No, no es eso.

—Ya fue suficiente Ashley, si tú no lo detienes, ¡lo detengo yo! —volvió a susurrar la voz.

—¿Escuchaste eso? —preguntó Carlo.

—¿Qué cosa?

—Escuché una voz, aunque no entendí bien qué fue lo que dijo.

—Ya estás alucinando, ¿no ibas a dejar la bebida?

—Y lo he hecho, ya llevo dos semanas sin una gota de alcohol. Se lo prometí a Kendra y lo voy a cumplir —dijo Carlo, cuando de repente todas las personas empezaron a desvanecerse, pero no por completo. A una les faltaba la mitad del cuerpo, otras se le desapareció la cabeza y a otras las piernas, haciendo parecer que su torso volaba.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó Carlo asombrado al ver lo que sucedía.

—Yo no veo nada, ¿no sé a qué te refieres?

—¿Es otro de tus tontos juegos?

—¿Por qué?

—Yo te explicaré en el camino, ahora los dos síganme —dijo una voz que ambos reconocieron al instante.

—¿Kagneline? ¡Estás viva! ¿Cómo puede ser eso posible? Yo… yo sostuve tu cuerpo —dijo Carlo impresionado.

—Nunca morí, todo fue una ilusión de Ashley, ¡no se queden ahí parados y síganme!

—¿A dónde vamos, por qué Ashley fingió tu muerte?

—Era una broma para espantarte, en realidad sólo se iba a tratar de que me habían lastimado, se suponía que no duraría más de cinco minutos… no sé por qué lo prolongaste tanto Ashley, ¿Ashley? —dijo Kagneline y volteó para buscarla, vio que estaba inmóvil unos metros atrás y corrió hacia ella.

—¡Ashley! ¿Estás bien?

—Tú… tú… —Ashley tartamudeaba y no parecía ella misma.

—¿Qué pasa? —preguntó Kagneline.

—¡Tú desvaneciste mi poder!

—Tenía que hacerlo, esto es más importante que una estúpida broma.

—Espera —dijo Carlo.

—Tú, ¿hiciste desaparecer la ilusión que Ashley creó?

—Sí, pero eso no importa. Vengan conmigo a la sala, ya perdimos minutos valiosos —dijo Kagneline, pero Ashley no respondía ni un sí, ni un no.

—¡Vamos! —dijo Kagneline alterada.

—¿Es en la sala? —preguntó Carlo con intuición, pero desconcertado.

—¡Sí! Está en la televisión.

—Toma mi mano —ordenó Carlo, Kagneline tomó de ella y un segundo adelante estaban los tres en la sala de la mansión.

—¡Miren! Llegamos justo a tiempo.

—¿Es otra broma?

—¿Por qué lo dices? —le respondió Kagneline a Carlo.

—Ese canal es de entretenimiento, pensé que íbamos a ver una noticia tuya del accidente.

—No, esto no tiene nada que ver conmigo y es mucho mejor.

—¿Entonces de que se trata?

—¡Mira, ya empezó! —Carlo y Kagneline se quedaron viendo la televisión mientras Ashley todavía seguía paralizada.

En la televisión:

—Cuéntanos Diego, ¿qué es lo que puedes hacer? —dijo la presentadora de tv.

—Básicamente puedo controlar el agua.

—¿Nos puedes demostrar un poco de tu hazaña?

—Claro —respondió Diego. Se levantó del sillón donde era la entrevista. Tomó un vaso de agua de la mesa, empezó a moverla sin tocarla y poco a poco le dio forma de una rosa y se la entregó a una edecán que estaba a su derecha.

—¡Wow! Diego, ¡eso fue increíble! Pero cuéntanos, ¿cómo fue que te enteraste que podías hacer eso?

—Fue hace poco, me estaba bañando cuando me resbalé y en vez de caer contra el suelo, el agua… cómo decirlo, me detuvo.

—¿Crees que existan más personas cómo tú?

—La verdad no lo sé y no creo ser el único. Si alguien me está viendo y también puede hacer cosas fuera de lo normal, lo invito a que se presente al programa.

—¡Tenemos que ir Carlo! —interrumpió Kagneline.

—¿Estás loca? Esos son efectos, no es un verdadero potesta.

—¿Acaso no le viste la cara, no lo reconoces?

—Sí, se llama Diego y es un gran potesta que hace rosas de agua, ¡qué asombroso! —dijo Carlo con sarcasmo.

—¡No hables así de mi padre!

—¿Tu padre? Lo siento, pero tu padre está muerto —dijo Carlo cruelmente.

—Nadie vio su cuerpo y Diego es idéntico a una foto de él cuando era joven.

—Kagneline, estás suponiendo cosas, sé lo difícil que es esto para ti. Descubrir que vienes de una raza que no se parece en nada a los humanos. Que tienes un poder infinito que cualquier humano, inclusive potesta quisiera tener, pero te falta lo esencial, una familia.

—Al menos déjame probar que me equivoco, Carlo, ¡llévame con él por favor!

—No puedo llevarte. Ni siquiera sabes si en verdad es potesta, nos arriesgarías apareciéndote ahí.

—Y si… ¿sí es potesta? Él es el que nos arriesgaría.

—La respuesta es no Kagneline, y no va a cambiar.

—Entonces quédate aquí, ¡sin hacer nada!

—¿Vas a ir? No sabes ni en donde queda.

—Eso no importa.

—Claro q… ¡Espera, te estás quemando!

—¡Eso es lo que quiero! —respondió Kagneline y su ceño estaba fruncido.

—Estás enojada, no piensas con claridad, por favor, ¡no me mates!

—¿Matarte? No quiero matarte.

—¿Entonces por qué te prendes fuego?

—Mira y aprende —dijo Kagneline y Carlo permaneció en silencio. Las pequeñas llamas que salían del cuerpo de Kagneline se fueron extendiendo y haciéndose más vivas, a tal grado que ya no se veía Kagneline, sólo se veía un cuerpo en llamas que desaparecieron en un segundo junto con ella.

—¡Kagneline! —gritaron Carlo y Ashley, la cual ya se veía mejor.

—¿Qué pasó Carlo, por qué Kagneline desapareció? —preguntó Ashley que ya estaba consciente.

—No lo sé, pero creo que la leyenda es cierta, ella es nuestra salvación… o ¿destrucción?

—¿Estás seguro?

—Sí, ¿no viste lo que hizo?

—Desapareció, pero no sabemos si está viva.

—Ashley, esto es mucho más delicado de lo que creemos, debemos guiarla por el buen camino.

—Ella no es mala.

—Pero es inculta, apenas lleva poco más de un año con nosotros. No sabe de los otros potestas ni de nuestras tradiciones. Nació como humana y fue criada como tal.

—¿Qué hacemos? No sabemos a dónde fue.

—Yo sí sé.

—¿Entonces que esperamos? ¡Vamos por ella!

—Antes, tenemos que hacer una pequeña escala, toma mi mano.

—¿A dónde vamos?

—¿Confías en mí?

—Sí, siempre lo he hecho —le respondió Ashley.

—Entonces no preguntes —dijo Carlo y cuando Ashley tomó de su mano, desaparecieron.

En el set de televisión:

Se crearon llamas que de inmediato se apagaron, dejando cenizas. Kagneline se levantó de las pavesas. Volteó a su alrededor, pero todo estaba oscuro y prendió su antebrazo izquierdo en llamas para iluminar de tal forma que su brazo tomó la función de una antorcha, se dio cuenta que lo logró, se encontraba en el foro donde vio a quien creía que era su padre. El problema es que no había nadie.

—¿Hola, hay alguien aquí? —gritó Kagneline, pero no hubo respuesta alguna.

—¡¿Hola?! —gritó nuevamente y esta vez hubo una réplica. Un chorro de agua fue lanzado directamente hacia ella y apagó la llama de su brazo.

—¡Hey! No vengo aquí a pelear, ¡no estás solo!

—¿Entonces a que vienes?

—¿Por qué no prendemos las luces y nos sentamos a platicar?

—Eso es aburrido —dijo la voz.

—¿Diego? —dijo Kagneline y lanzó una bola de fuego de donde provenía el sonido, sabía que no le haría daño.

—Sí, soy yo.

—¿Por qué no te muestras?

—Me gusta la oscuridad.

—Pero a mí me gusta la luz —dijo Kagneline. Prendió todo su cuerpo en llamas y lanzó fuego por todos lados para iluminar el lugar.

—Espero y no te moleste darte un baño —respondió Diego e hizo que lloviera dentro del lugar para apagar las llamas.

—Interesante, ¿por qué no me quieres ver? Papá.

—¿Cómo me dijiste?

—¡Sé que eres mi padre!

—¿Crees que lo soy?

—Sí, eres idéntico a él.

—¿Tú si lo conociste, hermana?

—¿Qué, eres su hijo? Eso no puede ser.

—¿Por qué no, pensaste que eras hija única? ¿Que la leyenda sólo se trataba de ti?

—La leyenda menciona a una mujer que llegaba al Antartic Palace.

—No, habla del hijo de Jaqueline y Renato, nuestros padres.

—Estás mal, dice de una niña que puede hacer el bien o el mal.

—Te equivocas, dice que cuando el agua se enamore del fuego.

—El viento se extinguirá y la tierra polvo será —Kagneline terminó de decir la leyenda.

—Si te la sabes —dijo Diego.

—Sí, pero no veo eso qué tenga que ver con esto.

—Cuando el agua, nuestro padre, se enamore del fuego, nuestra madre.

—¿Entonces la leyenda no habla de nosotros?

—¿Qué no escuchaste? Somos el fruto de la leyenda, no habla necesariamente de nosotros, pero al mencionar a nuestros padres, nos toma en cuenta.

—¿Entonces por qué me recibes así? Se supone que eres mi hermano, mi sangre.

—Sólo quería ver lo poderosa que es mi hermana.

—Has hecho un buen trabajo Diego, ahora déjame encargarme —dijo una voz y las luces se prendieron. Cuando Kagneline por fin pudo verlo, se dio cuenta que era idéntico a su padre de aquella ilusión, no cabía duda que era el hijo perdido de Renato.

—¿Y tú quien eres? —preguntó Kagneline al hombre que estaba a un lado de Diego.

—¿No sabes quién soy?

—Por algo te estoy preguntando —respondió Kagneline con su clásico sarcasmo.

—Quiero decir, alguna vez te habrán contado alguna historia sobre mí, el potesta más poderoso de todos los tiempos.

—Veamos, mi padre está muerto por lo tanto no eres él, y… —Kagneline se quedó pensando, sabiendo que debería tratarse de Zack, pero no quiso darle el gusto de que supiera quién era —no, el potesta más poderoso de todos los tiempos fue mi padre y sé que no eres él.

—¡Niña insolente! Como te atreves a compararme con tu padre cuando él fue mi mascota.

—¡Hey, más respeto que también fue mi padre! —interrumpió Diego, pero Zack no hizo caso.

—¿Nunca escuchaste el nombre de Zack?

—Déjame pensar. Mmm… me suena, ¡sí, claro! Espera… ese era Jack, perdón.

—Soy Zack, tu peor pesadilla que se hará realidad.

—¿Podrías dejar de hablar tanto? Ya me estoy durmiendo —respondió Kagneline.

—Y yo me estoy hartando de tu insensata voz, Diego, despídete de tu hermana que va a ser la última vez que la veas con vida.

—No tengo nada que decirle.

—Así me gusta, un hombre de pocas palabras, ¿un último deseo Kagneline?

—Ahora que lo mencionas, sí, tengo uno —hubo una pausa y nadie dijo nada durante unos minutos.

—¿Y? —preguntó Zack rompiendo el silencio.

—¿Qué?

—Tu deseo, ¿cuál es?

—¡Ah! No te lo voy a decir. Si te lo digo no se cumple.

—Tuviste tu última oportunidad. Ahora prepárate para morir.

—¡Tendrás que pasar sobre mí! —gritó Ashley que acababa de llegar.

—No será muy difícil.

—Tendrás que matarme a mí primero —dijo Kendra.

—¡Y a mí! —agregó Carlo al unisonó con otros potestas.

—Vaya, esto será divertido, ya que serás la última en morir, ven y disfruta del espectáculo —dijo Zack a Kagneline ofreciéndole una silla real que hizo aparecer junto a él.

—¿Crees que me voy a quedar de brazos cruzados mientras otros luchan por salvar mi vida?

—Yo lo haría. Lástima, al final sólo alargan lo inevitable. Diego, ven, quiero que tomes una decisión.

—Sí señor.

—¿Quieres pelear?

—Sería un honor pelear por usted.

—Perfecto, así son las reglas, cada quien va a pelear consigo mismo.

—Eso es estúpido —gritó Kagneline.

—Por tu arrogancia también pelearás.

—Pelea de una vez conmigo, no te tengo miedo.

—Las cosas a su tiempo —dijo Zack y de un momento a otro, cada potesta excepto Zack, tenía su clon, su doble malvado.

—Ahora sin más que decir, ¡que comience la función! —dijo Zack y se sentó a ver la gran pelea.

—¡Hey! ¿Por qué el mío me está atacando?

—Tenías ganas de pelear, así es que te creé uno a ti también —le dijo Zack a Diego.

—¡Pero no conmigo mismo!

—Ya es muy tarde, no seas niña y pelea contigo —dijo Zack y todos los demás ya estaban peleando con sus clones.

Una hora más tarde:

La pelea seguía y ya habían muerto dos potestas.

—Zack ¡por favor, termina esto!

—Sólo hay una forma de que esto acabe.

—Está bien —gritó Kagneline y todos se detuvieron excepto Diego.

—¡Toma monstruo del demonio, sólo existe un Diego y ese soy yo! —dijo Diego y mató a su doble de un golpe.

—Ya podemos continuar —dijo al ver que todo mundo lo veía.

—No lo hagas Kagneline, ¡tú puedes vencerlo! —se escuchaba que los demás decían.

—Lo siento, pero es por el bien de todos, los voy a extrañar —dijo Kagneline volteando a verlos, especialmente a Ashley y le guiño el ojo derecho.

—Ya es hora Kagneline. No lo hagas más largo y acércate para morir —ella se quedó callada y caminó lentamente para quedar enfrente de Zack. Todos los demás veían y no lo creían, inclusive Diego.

—Eres una potesta muy poderosa, lástima que tenga que acabar así —dijo Zack, tocó el hombro de Kagneline y al instante ya no estaban en aquel set de televisión, en su lugar, estaban en un tipo de coliseo moderno.

—¿Qué es esto, dónde estamos? —preguntó Kagneline.

—No creerás que tendrás el honor de morir por mis manos sin merecerlo.

—¿Qué quieres decir?

—Pelearás en la arena y si alcanzas a sobrevivir, entonces yo te mataré.

—¡Eso es ilógico! ¿Quieres decir que si gano también muero?

—Así es.

—¿Entonces que gano?

—Como veo que el que yo te mate no te emociona, hagamos esto: Si sobrevives te mataré… pero en cambio, si mueres en la arena no tendré a quien matar, por lo que mataré a tus amigos.

—Está bien, ¡acepto!

—Ya sabes que tienes que hacer para que no mueran.

—Lo sé.

—Ahora ve a las mazmorras y prepárate para morir mañana por la tarde.

En las mazmorras:

Kagneline estaba nerviosa, pero no sentía temor, sabía que tarde o temprano iba a morir, después de todo, no era inmortal. Al menos ya sabía la verdad. Diego no era su padre, por lo que su búsqueda no había terminado. Diego era su hermano y aunque tomó el camino equivocado, seguía siendo su sangre. Era lo más cercano que tenía y estaba tan lejos de él. ¿De verdad hacia lo correcto, valía la pena morir por sus amigos? Todo beneficio conlleva un sacrificio. Pensaba en Ashley y Zeit, en lo felices que serian si pudieran seguir con vida. Era obvio que valdría la pena, se imaginaba, aunque no lo creía, ¿planearía un contraataque? No podría morir sin siquiera luchar, pero eso sería hasta mañana. Primero tenía que preocuparse por el reto, no sabía a qué se enfrentaría, ¿leones? Sería muy fácil, recordó aquellos tigres de cuando fue naufraga, ahora era diferente, ya tenía control total de su poder. Se escuchó que golpeaban a la puerta.

—Adelante —dijo Kagneline extrañada.

—Te traje comida —respondió Ashley mientras abría la puerta.

—¡Ashley! —gritó Kagneline con emoción y corrió a abrazarla.

—Tranquila, vas a tirar la comida —dijo Ashley en tono indiferente.

—¿Qué tienes?

—No puedo creer que lo hagas.

—Lo hago por ustedes.

—¿No te das cuenta, qué te garantiza que si te mata, no lo haga con nosotros también?

—Porque no me va a matar, no me voy a dejar.

—Ojalá fuera así de fácil.

—Necesito que me ayudes.

—¿Qué necesitas?

—¿Puedes simular el escenario de la arena aquí?

—Lo siento, pero ya me tengo que ir. Zack sólo me dejó entrar cinco minutos.

—Pensé que estabas en su contra.

—Hay que estar cerca del enemigo. Por último… no dejes que te mate —dijo Ashley justo antes de cerrar la puerta y Kagneline se quedó de nuevo sola. Se sentó y empezó a prender fuego al tronar los dedos. Se pasó toda la tarde prendiendo y apagando el fuego en el aire hasta que le comenzó a doler el estomago debido a que no había comido nada por los nervios. Tomó el plato con la comida ya fría, le prendió fuego para calentarla y se la comió. Se acostó en la cama y se quedó viendo el techo. Tenía insomnio, aunque sabía que tenía que descansar para dar toda su energía al día siguiente. Cerró los ojos y fracasó al intentar quedarse dormida.

Al día siguiente:

Había pasado la noche en vela, durmiendo escasos diez minutos cada hora, pensando que cada segundo que pasaba era un segundo perdido de su vida. Se escuchó que tocaban la puerta.

—Pasa Ashley.

—Oh lo siento, no soy Ashley —dijo una mujer mientras entraba.

—Toma, sólo pase a entregarte esto.

—¿Te conozco?

—No, nunca nos hemos visto, pero es un orgullo estar con la hija de Renato y Jaqueline.

—Gracias, ¿quién eres?

—Disculpa, que maleducada soy. Mi nombre es Tifanny.

—¿Qué es esto? —preguntó Kagneline al ver metales y lo que parecía una espada.

—Es una armadura con su equipo; espada y escudo. Un regalo de parte de Zeit.

—¿Zeit vino?

—Sí.

—Pero él no debería, digo, ¿por qué viajaría tantos años para darme esto?

—Kagneline, esta batalla será épica. Tú se la contarás a tus nietos, ellos a sus nietos y así sucesivamente.

—¡Gracias!

—¿Por qué?

—Dijiste mis nietos, eso significa que crees que no moriré.

—No creo que tu hermano te deje morir.

—Eso espero.

—Me tengo que ir, suerte. Regresaré en un par de horas.

—Gracias, eres muy amable —dijo Kagneline y observó la armadura. No era de las típicas de la edad media, como la imaginó en un principio, eran de color rojo con negro, sus colores favoritos y el metal no era cualquiera, era liviano, flexible, pero muy resistente. La espada era pesada, pero no era difícil de controlar. Se puso la armadura y esperó a que la llamaran, fueron las horas más largas de su vida. Hasta que por fin escuchó que tocaban a la puerta. Pensó que sería emocionante y desafiante, pero al mismo tiempo deseaba que todo terminara, pasara lo que pasara.

—Adelante —dijo Kagneline.

—¿Preparada? —preguntó Tifanny.

—La verdad no, no sé siquiera contra que voy a luchar.

—Vas a ver que todo va a salir bien. Ahora sígueme —dijo ella y Kagneline la siguió.

—Mira, es este pasillo, síguelo y saldrás a la arena —Kagneline le hizo caso y caminó lentamente. Cuando salió, vio que la arena era inmensa y el coliseo estaba lleno, nunca pensó que hubiera tantos potestas. Hasta que vio lo que realmente pasaba, al parecer Zack hizo copia de sus amigos, pues podía verlos repetidos por todos lados y todos se movían igual.

—¡Ehh, tú puedes! ¡Sea lo que sea derrótalo! Se escuchaba que gritaban —Kagneline se quedó quieta, sosteniendo la espada y el escudo. Un minuto más tarde se abrió la puerta contraria y se alcanzó a ver que se trataba de un hombre. Cuando vieron de quien se trataba todos se quedaron atónitos.

—¿Diego? ¡Vas a ayudarme! —gritó Kagneline emocionada.

—No, ¡voy a pelear contigo!

—Esto es una broma, ¡eres mi hermano!

—¿Y? Ni siquiera sabías que tenías uno —dijo Diego mientras caminaba lentamente hacia Kagneline.

—Sí, pero… ¡me rehusó a hacerlo!

—Lo único que sé es que uno de los dos va a morir, y no voy a ser yo.

—¡Puedes echarte para atrás, juntos derrotaríamos a Zack!

—Lo siento, ya tomé mi decisión y sólo los cobardes cambian su pensar.

—No es de cobardes cambiar tu destino por uno mejor.

—¿Tú que sabes del destino?

—Al menos sé que mi destino no es morir a brazos de mi hermano.

—No sabes lo equivocada que estás —dijo Diego y atacó con su espada a Kagneline.

—Veo que Zeit también te mandó un regalo —dijo Kagneline al chocar su espada con la de Diego.

—¿Qué? Querrás decir Zack.

—No, Ze… —dijo Kagneline, pero antes de que pudiera terminar de decir su nombre, Diego rozó su espada con el hombro de Kagneline y la lastimó.

—¡Ahh!

—Deja de hablar y ponte a pelear.

—¡No, no pelearé contigo!

—¡Entonces morirás! —gritó Diego y volvió a atacarla. Kagneline sólo interpuso su espada como defensa y todos los ataques que Diego hacia, Kagneline los bloqueaba, pero no contraatacaba.

—¡Vamos! Esto es aburrido, al menos trata de pegarme.

—No voy a pelear contigo.

—Eres tú o ellos —dijo Diego y atacó con su espada acompañada de un chorro de agua. El impacto fue tan fuerte que Kagneline al intentar bloquearlo, cayó hacia atrás y su espada voló dos metros a la izquierda.

—Te podría matar ahora mismo, pero no lo disfrutaría. Porque estás indefensa.

—Sabes que, tú no mereces ser llamado hermano —dijo Kagneline y se levantó corriendo por la espada.

—¡Eso es! —una vez que Kagneline tomó la espada, la prendió en llamas.

—Si quieres que te mate, sólo pídelo —dijo Kagneline.

—¡Oh! Que grandioso que seas bipolar, pero tranquila, no tienes porque prender tu espada.

—¿Qué, me tienes miedo?

—No, sólo digo que no te aceleres, no quisiera emocionarme y matarte tan rápido.

—Dicen que al mal paso, darle prisa —Kagneline comenzó a atacar con todo a Diego. Él lo único que podía hacer era defenderse, pues cuando apenas podía reponerse del ataque, ya venía otro en camino. Como Diego ya se estaba cansando, le echó agua a Kagneline en la cara para apartarla.

—Ya que estaba entrando en calor —dijo Kagneline en el suelo mientras Diego estaba de rodillas recuperando el aliento.

—¿Ya no puedes? —preguntó Kagneline en forma desafiante.

—Diego volteó a ver a Kagneline, pero no dijo nada. En cambio, mandó una corriente de agua hacia ella, pero Kagneline la esquivó y le puso una trampa a Diego. Mientras el esquivaba la bola de fuego que venía a toda velocidad hacia él, Kagneline había creado una pequeña fogata a la derecha, donde Diego saltó para esquivar la bola de fuego y ésta se expandió por todo el cuerpo, pero Diego la apagó en un segundo.

—Bien pensado, pero te falló algo; el fuego no es nada contra el agua.

—Ya veremos —dijo Kagneline, tomó su espada con fuerza mientras pensaba en correr y decapitar a Diego, sería tan fácil, pero no se atrevía, después de todo él era la única familia que le quedaba, pero no tenía otra opción… tomó el último aliento y fue atacar a Diego sin descanso, golpe tras golpe, espadazo tras espadazo, Diego sólo podía defenderse. Kagneline lanzaba espadazos y bolas de fuego, le prendió llamas al suelo, aún así no logró quemarlo. Diego ya estaba cansado, pero no bajaba la guardia. Lanzó un chorro de agua para distraerla y con eso descansar un poco, pero fue inútil. Sólo gastó su energía, pues Kagneline lo esquivó.

—Eres muy predecible —dijo Kagneline y tumbó a Diego. Él no agarró la espada con fuerza y al choque con la de Kagneline, salió volando y del impacto Diego cayó al suelo boca arriba e indefenso. Kagneline se acercó lentamente a él y colocó la punta de su espada a un milímetro de la garganta de Diego.

—Te mataría ahora mismo, pero esto no acabaría nada, sólo haría que el infierno comenzara. Voy a terminar esto de una vez, voy a matar a Zack y nadie me va a detener —dijo Kagneline, retiró su espada y dio media vuelta.

—Lo siento, ¡pero eso no es lo que vas a hacer! —gritó Diego y Kagneline no pudo hacer nada. Un segundo después vio que una espada le atravesaba el estomago. Diego se la había enterrado por la espalda. Kagneline vio que el pico del arma salía de su abdomen, pero no sentía dolor alguno, y seguía perfectamente de pie.

—Se supone que ahora es cuando caes y mueres —susurró Diego al oído de Kagneline para que únicamente ella escuchara. Kagneline obedeció como si fuera un robot, cayó de costado y cerró los ojos. De repente sintió un flashazo de luz. Como de esas veces que volteas a ver tan directo al sol, que inclusive cuando cierras los ojos sigue molestando. Kagneline se quedó quieta, inmóvil y se preguntaba si ya estaba muerta, a lo mejor y el flashazo fue simplemente la desconexión de su cuerpo con su alma.

9

Preparativos

—¡Kagneline, levántate!

—¿Qué, Ashley, también estás muerta? —preguntó Kagneline al abrir los ojos y verla.

—¿De qué hablas?

—Acabo de morir, ¡Diego me mató!

—No sé qué comiste que te hizo daño. Él no te mató, ¡te salvo!

—Pero vi como su espada salía de mi abdomen.

—¿Tienes un hueco en el, sangre, tal vez? —dijo Ashley y Kagneline bajó la mirada, pero su abdomen estaba intacto, aunque un poco húmedo del lado izquierdo, pero nada de sangre.

—¿Entonces no estoy muerta?

—No, esa espada es la Aqua, una espada legendaria. Diego puede transfórmala en agua y volverla de acero nuevamente. Lo que hizo fue rodear con agua tu cintura para que después saliera la espada y pareciera que te mató.

—¿Nunca fue malo? ¡Nunca me quiso matar! Por cierto, ¿dónde estamos? —preguntó Kagneline al ver que ya no estaban en el coliseo.

—En Grecia.

—¿Qué fue lo que pasó? Si no estoy muerta, ¿que fue el destello de luz que sentí?

—La ilusión de una explosión.

—¿Cómo llegamos aquí?

—Zeit nos trajo y tenemos que apurarnos si no quieres que Zack mate a los demás.

—¡Es cierto! ¿Donde están, están bien? Zack los mataría si Diego me mataba, ¡y ahora cree que estoy muerta! ¿¡Por qué hicieron eso!? Todos van a morir, ¡pude haberlo detenido!

—Tranquila, ellos están bien. Con la distracción que Ashley creó, Carlo pudo llevarlos a un lugar seguro, al menos temporalmente.

—¿Por qué hablas en tercera persona?

—¿A qué te refieres?

—Dijiste Ashley como si no fueras tú.

—¿Sí? Deben de ser los nervios. Ahora sígueme —dijo Ashley y Kagneline la siguió y continúo hablando.

—¿Quiénes sabían del plan?

—Carlo, Diego, yo y obvio Zeit

—¿Por qué obvio Zeit?

—Porque es su plan.

—¡Por qué no me dijeron, pude haber matado a mi hermano!

—Pudiste, pero no lo hiciste. Además Zeit dice que eres muy impulsiva. Pudiste haber echado a perder el plan.

—¿Impulsiva? Él ni siquiera me conoce, ¿cómo puede decir eso de mí?

—Yo que sé, a lo mejor y si lo eres, pero no te das cuenta.

—¿Qué, acaso no me conoces?

—Ya no importa, el plan funcionó y tenemos que continuar si quieres que toda esta farsa no sea un fracaso.

—¿A dónde vamos?

—A visitar a Sofía.

—¿Quién es ella?

—¿No sabes quién es?

—No.

—¿No has escuchado de su leyenda?

—Ya te dije que no.

—Ella es la potesta más antigua de todos. Se dice que ha vivido más de un milenio y tiene todas las respuestas que busques.

—¿Precisamente, a qué vamos?

—A que nos diga como matar a Zack.

—¿Y ella de verdad sabe cómo?

—Te acabo de decir que conoce todas las respuestas que busques.

—¿También sabrá la respuesta de por qué me cambiaron de bebé?

—¿Existe algún botón por donde se apague tu voz? —preguntó Ashley molesta.

—¿Por que eres tan mala? ¡Tú no eres así!

—Ya te lo dije, estoy nerviosa. En este momento hay cosas más importantes que nuestro pasado, ¡nuestros amigos pueden morir! Y de ser así, nosotras seriamos las siguientes. Tenemos que concentrarnos, seguir el plan.

—Está bien, lo siento —contestó Kagneline y no habló durante todo el trayecto, era obvio que algo molestaba a Ashley.

—¿Falta mucho? —preguntó Kagneline, al ver que ya habían caminado por más de media hora y sentía que no avanzaban.

—No lo sé, Zeit me dio estas instrucciones, pero creo que ya nos perdimos.

—Tranquila, piensa, si fueras Sofía y vivieras en unas ruinas, ¿cuál sería tu dormitorio?

—¡Son unas ruinas! Para empezar ni viviría aquí.

—¡Oye!

—¿Qué?

—No creo que quieras que alguien llegue a tu casa y la insulte. Claro, si no vivieras en el Antartic Palace, pues sería imposible insultarlo.

—¿Por qué? —preguntó Ashley al no comprender lo que Kagneline decía.

—Digo que, ¿quién insultaría al Antartic Palace? Tiene todo: habitaciones de lujo, playa, selva, transportadores por casi todo el mundo, ¿qué más podrías pedir?

—Me acuerdo cuando iba a la casa del árbol, un lugar tranquilo para leer.

—No sabía que te gusta la literatura.

—Hay muchas cosas que no sabes de mí.

—¡Ya lo tengo, ven! —dijo Kagneline y corrió por donde venían. Ashley corrió detrás de ella y se detuvieron al haber recorrido unos cien metros.

—¡Un mapa!

—¡Qué bien! Lástima que no diga dónde está Sofía.

—¿Donde encuentras la Sofía?

—¡Es una potesta! No un objeto, ¡es Sofía! No «la Sofía».

—No me refiero precisamente a ella. Sofía en griego significa sabiduría.

—¡En la biblioteca!

—¡Exacto!

—¿Qué esperas? ¡Vamos! —dijo Ashley y Kagneline observó el mapa.

—No está tan lejos de aquí, de hecho estábamos muy cerca —ambas caminaron hasta llegar a la biblioteca antigua.

—¿Sofía, estás aquí? ¡Sofía! —gritaron Ashley y Kagneline una vez que estuvieron allí, pero no les respondían.

—¡Sofía!

—Olvídalo, es inútil. No está aquí —dijo Ashley.

—¡Se supone qué es aquí!

—No se supone, nosotras asumimos eso y no fue cierto. Siéntate, necesitamos descansar un poco.

—No podemos, los demás están luchando mientras nosotras buscamos a Sofía. Confían en nosotras.

—Los demás están escondidos, temiendo por sus vidas, pues creen que estás muerta.

—¡Dijiste que Carlo sabía del plan! —dijo Kagneline indignada.

—Carlo, más no todos.

—Pero Carlo les avisaría, ¿no?

—El plan es matar a Zack, no dar esperanza.

—Pero ellos son nuestros amigos, ¿cómo puedes decir eso?

—Porque es la verdad. En tiempos de guerra el comandante se vuelve egoísta, busca acabar con su enemigo sin importar el costo que pueda tener, ¿qué preferirías, vivir tu vida de rodillas junto a los demás? O, ¿estar de pie sola?

—Ya pasé toda mi vida en un orfanato sola y de rodillas.

—¿Cinco minutos y seguimos con la búsqueda?

—¡No, no tenemos tiempo que perder! —contestó Kagneline.

—¿Te parece si nos separamos?

—¿Cómo sabríamos dónde está la otra?

—Nos gritamos.

—Claro, como nuestra voz se oye a más de un kilometro.

—¡Ya sé! Lanza una bola de fuego al cielo, como si fuera una bengala.

—Y tú haces la ilusión de una.

—¡Espera! Viéndolo bien no es buena idea el separarnos —dijo Ashley.

—¿Por qué no?

—Tengo un mal presentimiento.

—Pero tú fuiste la de la idea.

—Es de sabios arrepentirse.

—¡Eso es!

—¿Qué?

—Ella estuvo aquí, pero se arrepintió y se fue.

—Mejor deja de pensar y continuemos por allá.

—Shhh.

—¿Qué?

—Shhh —dijo Kagneline y hubo un silencio profundo hasta que se escuchó un libro caer detrás de ellas. Voltearon al instante, pero no vieron nada. Se escuchaban risas del otro lado de la biblioteca.

—¿Hay alguien ahí? —preguntó Ashley.

—No, los que se ríen son los libros —respondió Kagneline con su sutil sarcasmo.

—¿Sofía, eres tú? —preguntó Kagneline y de uno de los pasillos salió una niña como de once años.

—¡Hola! —dijo la niña.

—Hola pequeña, ¿qué haces aquí, estás perdida?

—No, ustedes son las que estaban perdidas.

—¿Podemos hablar con tu mamá?

—Ella está muerta.

—¡Oh! Lo siento, ¿tienes algún familiar?

—Todos murieron hace más de un milenio.

—¿Sofía?

—Sí —respondió la niña.

—¿Cómo puede ser posible? Tienes más de un milenio de vida.

—¿Qué esperabas, una anciana con bastón?

—Para serte honesta… sí.

—Cada siglo, es como un año para mí, pero que maleducada soy, ¿quieren algo de tomar?

—Sí, agua por favor —le contestó Kagneline que se encontraba cansada de la búsqueda, pero sobre todo de su pelea con su hermano.

—Voy por ella —dijo Sofía y un minuto después regresó con tres vasos de leche con chocolate.

—Lo siento, pero ya no me queda agua —dijo Sofía.

—¿Crees que somos unas niñas? —replicó Ashley al ver la leche con chocolate con mal aspecto.

—No la escuches, así está perfecto. Gracias —le contestó Kagneline a Sofía.

—Y díganme, ¿por qué están aquí? —preguntó Sofía.

—Zack ha regresado y está de nuevo en el poder, queremos que nos digas cómo matarlo —dijo Kagneline.

—Eso es imposible, él es inmortal.

—¡Ya lo sabemos! Pero… debe de haber alguna forma.

—Si hubiera alguna forma, no sería inmortal. Así de sencillo.

—O quitarle nuevamente sus poderes, ¡mandarlo al espacio! —interrumpió Ashley.

—No digas tonterías —le dijo Kagneline.

—¿Encerrarlo? —sugirió Ashley.

—Eso sí se puede hacer.

—¿Cómo?

—Tú sabes perfectamente como Tifanny —Kagneline volteó a ver a sus costados y se quedó extrañada.

—Disculpa que no nos presentamos; ella es Ashley y yo soy Kagneline.

—Lo sé y estás equivocada. Ella no es Ashley, es Tifanny.

—¿Qué? Eso es imposible, ¡dile Ashley, dile que eres tú!

—Lo siento Kagneline, pero no soy Ashley. Efectivamente soy Tifanny —dijo ella mientras se convertía en su imagen verdadera.

—¿Quién eres, por qué me engañaste, dónde está Ashley? —preguntó Kagneline que ya estaba de pie y con los brazos en llamas, preparada para pelear. Ya había visto antes a Tifanny en las mazmorras, la reconoció de inmediato al ver su verdadera imagen, pero eso no era motivo para confiar en ella.

—Tranquila, ella está con los demás ayudándolos a esconderse.

—¿Por qué te hiciste pasar por ella?

—Fue idea de Zeit. Dijo que no confiarías en mí, pero en ella sí.

—Tiene razón, ¿entonces estás de nuestro lado?

—Claro, sólo quiero que Diego ya no sea el esclavo de Zack.

—Me imagino que lo conoces mejor que yo.

—Sí, más de lo que debería —contestó Tifanny soltando una lagrima que intentaba reprimir.

—Entonces hay que acabar con esto de una buena vez.

—¿Qué sigue en el plan de Zeit?

—No lo sé, dijo que hiciéramos lo que Sofía nos indicara.

—Ya escuchaste, ¿cuál es el plan? —preguntó Kagneline a Sofía.

—Primero, necesitaré armamento, mi poder me ayuda a vivir, no a pelear —contestó Sofía.

—Toma esta por lo mientras, en mi casa tengo más —dijo Tifanny mientras le daba una pistola a Sofía.

—A ti también te daría una, pero creo que no la necesitas —agregó Tifanny refiriéndose al poder de Kagneline.

—Claro, mira esto —dijo Kagneline, puso su mano en forma de pistola y disparó una mini bola de fuego, que cuando chocó contra aquel librero se hizo una gran explosión.

—¡Oye! Este es mi hogar.

—Lo siento, me dejé llevar, ¿dónde está tu casa? —preguntó Kagneline a Tifanny.

—En Inglaterra. No podemos tomar un vuelo, Zack se daría cuenta —replicó ella sin entusiasmo.

—Tranquila, dame las llaves y dirección de tu casa.

—¿Para qué?

—Confía en mí.

—Toma —dijo Tifanny al darle las llaves y su dirección. Un momento después Kagneline se hizo fuego y desapareció.

—¿Qué fue eso? —preguntó Tifanny a Sofía.

—¡Increíble! Ella es realmente poderosa, se hace aquí cenizas y se regenera en cualquier otra parte del mundo.

—¿Eso es posible?

—Lo acabas de ver.

—Eres muy valiente Sofía, gracias por unirte a nuestra causa.

—No podría quedarme con los brazos cruzados, además tengo mis motivos personales.

—¿Qué motivos?

—Dije que son personales.

—Entinedo, ¿crees qué tarde mucho?

—No, estará aquí en cinco minutos.

—¿Cómo puedes saber eso?

—Soy Sofía, la que tiene una respuesta para cada pregunta.

—Tienes razón, que bueno que no tardará.

—¿Me creíste?

—Sí.

—Está bien que mi leyenda diga que me sé todas las respuestas, pero no es así, no soy adivina.

—¿No? —respondió Tifanny decepcionada. Como Kagneline todavía no regresaba, Tiffany cenó con Sofía y durmió en su cuarto.

Al día siguiente

—¡Chicas despierten! —dijo Kagneline que ya había regresado.

—¿Qué pasó, por qué tardaste tanto?

—Me perdí, en lugar de transportarme a tu casa, me fui a la de otra persona. De ahí tomé un coche prestado y como no sabía manejar, choqué con el que estaba estacionado enfrente, como la gente se acercaba para ver que pasó, hice una pequeña explosión y me oculté en el humo, lo bueno es que no estaba realmente lejos, caminé, pero sobre todo, me recosté en tu sillón y caí rendida, estaba realmente cansada, y por eso fue que tardé tanto.

—¿Y las armas?

—Creo que tenemos un pequeño problemita.

—¡Se te olvidaron!

—Peor aún, se quemaron en el viaje de regreso —dijo Kagneline y les enseñó dos pistolas calibre 45 y una escopeta, las tres desechas de ciertas partes.

—¡Qué! ¿Y ahora, qué hacemos? —preguntó Tifanny con miedo.

—¿Podrías volver a quemar el metal? —preguntó Sofía a Kagneline.

—Sí, ¿pero eso de que serviría? No estoy segura que pueda componerlas.

—No quiero que las compongas, quiero que me forjes una espada.

—¿Una espada?

—Siempre he querido una, creo que sería útil.

—Haré el intento —dijo Kagneline y puso las armas sobre el suelo.

—¡Espera! Dentro de mi cuarto no, podrías quemar mi tesoro.

—¿Tienes un tesoro, cuántos millones son?

—Eso no es un tesoro, nosotros lo inventamos para que los humanos sean nuestros esclavos y así…

—Esa historia ya me la sé, ¿entonces, cuál es?

—¡Los libros! La sabiduría del pasado.

—¿Esos libros son potestas? —preguntó Kagneline.

—Claro que sí.

—¿Me podrías prestar unos? Tengo curiosidad del pasado.

—Lo siento, pero la última vez que presté uno, él murió y nunca me lo regresó.

—Pero no me lo voy a llevar, lo leo aquí en cuanto terminemos.

—Tengo que advertirte, esa persona, la que murió… era tu padre.

—¿Lo conociste?

—No muy bien, llegó desesperado buscando ayuda, decía que Zeit le dijo que su destino era morir.

—No puedo creer que todos lo conocieran… ¿tú también lo conociste? —le preguntó Kagneline a Tifanny.

—¡Oye! No estoy tan vieja. Tengo veintisiete años aunque no parezca.

—Lo siento, por un momento pensé que todos lo conocían —dijo Kagneline encogida de hombros.

—Estaba muy pequeña cuando lo conocí, no me acuerdo bien de él —agregó Tifanny.

—Tenemos que reunir a los demás potestas antes de enfrentar a Zack —interrumpió Sofía.

—No, él está de regreso por mi culpa, seré yo la que lo enfrente y lo mande de regreso a su tumba —dijo Kagneline seriamente.

—¿Qué quieres decir con «por mi culpa»?

—Mi sangre es el antivirus o algo así, gracias a eso, Kendra tiene de nuevo su poder… y también Zack.

—Te equivocas —interrumpió Tifanny.

—Pero Victoria me contó.

—Sí, tu sangre es el anticuerpo, pero la sangre de tu hermano también lo es. Zack recuperó su poder gracias a Diego, no por ti.

—Entonces significa que…

—Significa que estamos juntas en esto. Yo quiero que tu hermano salga con vida, y ayudaré en lo que sea para que eso suceda —interrumpió nuevamente Tifanny a Kagneline.

—¿Te dijeron dónde se esconderían?

—No, Zeit dijo que sería mejor si no sabemos unos de los otros.

—¡Vamos de una vez por Zack! —dijo Sofía.

—Sí, mi capitana —dijeron Tifanny y Kagneline al unisonó.

—Pero primero, vamos afuera, a que me forjes mi espada —dijo Sofía. Kagneline y ella fueron a un área libre. Tifanny se quedó.

—Perfecto, ¡quedó preciosa! —dijo Sofía una vez que Kagneline había terminado de forjarle su arma.

—Ahora sí estamos listas para derrotar a Zack.

—Vamos por Tifanny, es tiempo de venganza y justicia —finalizó de decir Kagneline.

10

Pequeña Atlántida

Después de que Diego matara a Kagneline, bueno… aparentara matarla, esto fue lo que sucedió:

Hubo una gran explosión y Zack transportó a Diego al palco donde se encontraba.

—Muy bien hecho.

—Gracias, no fue fácil, pero al final lo logré ­—le respondió Diego a Zack.

—Para serte honesto, fue un gran espectáculo.

­ —Me alegra que le haya gustado.

­ —Sólo hay un pequeño problema. Ella sigue viva.

—¡Eso no es posible! Le clavé mi esp…

—¿¡Acaso crees qué soy estúpido!? ­—gritó Zack enojado.

—No, claro que no.

­ —¡Te recuerdo que soy Zack! Puedo hacer cosas que ni siquiera te imaginarias… y no te preocupes, no te voy a matar.

—Te daría las gracias, pero estoy seguro que no me perdonas la vida sólo por piedad, ¿cierto?

­ —Muy cierto. Necesito que hagas algunas cosas por mí.

­ —¿Si me niego?

—¿Cómo se llama esta muchachita que te gusta… Kathy, Tifanny?

—No sé de que hablas —respondió Diego tratando de evitarle la mirada.

—Puedo leer tus pensamientos, de nada sirve que mientas.

—¿Siempre lo supiste?

—¿La farsa, qué sólo pretendiste unirte a mí para intentar matarme después? No sé si me da gusto o lástima que me subestimes.

—¿Por qué no me detuviste, en lugar de seguir con la farsa?

—Cuando eres inmortal, tiempo es lo que te sobra, sólo me quería entretener un rato.

—¡Realmente no querías matar a Kagneline, sabías qué no la mataría!

—Oh, matarla es lo que más deseo.

—¿Puedo irme? —preguntó Diego pensando que Zack ya no lo necesitaba.

—¿Irte?

—Por lo visto, es inútil luchar contigo… no veo otra razón por la cual quedarme.

—Está bien, vete. Si no quieres volver a ver a Tifanny.

—¡Te atreves a hacerle algo! Y no sé cómo, ¡pero te quito lo inmortal!

—¡Tranquilo! Sólo digo que de ti depende su destino, ¿no es lo que siempre has querido? Tienes su vida en tus manos.

—¡Eres un hijo de puta! —gritó Diego y le dio un golpe directo a la mandíbula.

—Bien, no leí en tu mente ese golpe —dijo Zack mientras se secaba la sangre de su boca con la manga de su playera.

—Eso es porque actúo, luego pienso.

—Supongo que me lo merecía. Tendré que ser más cariñoso con mis mascotas, ¿eso es lo que quieres?

—¡No soy tu mascota!

—Por lo visto, en este momento se te hace difícil pensar, ¿por qué no te vas?

—¿Me estás ofreciendo mi libertad?

—No, sólo es un descanso. Te veré en una semana. No trates de esconderte, sé exactamente dónde vas a estar —dijo Zack y desapareció junto con el coliseo. Diego apareció en el palco de un estadio de football americano, se quedó un momento reflexionando. Zack era más poderoso de lo que había imaginado, sin embargo, tenía fe, confiaba en el plan de Zeit y que Sofía les daría la respuesta de cómo matarlo. Sentía que tenía la vida de Tifanny en sus manos, pero al mismo tiempo, Tifanny tenía la de él y la de todos junto con Kagneline. Tomó una cerveza del frigo bar y observó el partido. Después de todo, lo único productivo que podía hacer era esperar. Él ya le había pasado la batuta a Tifanny y a Kagneline.

Al terminar el partido:

Diego ya estaba borracho, pues ya se había acabado las cervezas. Al ya no haber más alcohol dentro del palco, decidió salir a buscar más, pero antes de abrir la puerta vio un recado que decía: “Necesitamos hablar, nos vemos en el bar azul a las siete… está a dos cuadras de aquí.” Firmada con un símbolo de dragón que reconoció al instante, era el mismo símbolo del tatuaje que Zeit tiene en el hombro. Miró rápidamente su reloj y vio que eran diez pasadas las ocho. No sabía si Zeit todavía seguía allí, pero sólo había una forma de averiguarlo, por lo que corrió hasta el bar.

En el bar:

Antes de que Diego pudiera entrar, lo detuvo el personal de seguridad.

—Disculpe señor, ¿es usted Diego Von Dutti? —preguntó el guardia.

—Sí, ¿cómo sabes mi nombre?

—No importa eso. Sígame por este camino —dijo el guardia y Diego lo siguió a un cuarto en el fondo. Todo parecía muy sospechoso. Las paredes estaban desgastadas y llenas de pintura vieja, como si trataran de ocultar algo.

—Es aquí señor —dijo el guardia deteniéndose enfrente de una puerta de caoba malgastada y por lo que parecía, llena de termitas. Diego abrió la puerta y vio que se trataba de un cuarto de póker, en un rincón estaba Zeit sentado.

—¡Diego, qué bueno que viniste! —dijo Zeit al saludarlo.

—Siento llegar tarde.

—No te apures. Afortunadamente regresé en el tiempo y me avisé que ibas a llegar tarde, ¿quieres jugar una partida?

—No sé jugar, pero aprendo rápido.

—¡Así se habla! ¿Quieres algo de tomar, un whisky, ron?

—Un roncito estaría perfecto.

—Las bebidas están ahí en el mini bar. Tengo que irme un momento, no tardo.

—Acabo de llegar, ¿a dónde vas?

—Necesito avisarme a qué hora llegaste —respondió Zeit y desapareció. Diego se sirvió una copa y cuando volteó para sentarse, Zeit ya había regresado.

—¿Ya tan rápido?

—¿Tan rápido qué?

—Te fuiste hace un minuto.

—No me gusta esperar, por lo que mejor viajé a este tiempo y el viejo Zeit ya está libre de hacer lo que quiera.

—Estoy borracho… pero aunque estuviera sobrio, estoy seguro que seguiría sin entenderte —dijo Diego.

—Está bien, yo me entiendo.

—¡Espera! Si no eres el Zeit al que le gané, ¿quién me va a pagar los cien mil dólares que apostamos?

—¿Me ganaste?

—¿No te acuerdas? Mejor dicho, ¿no te dijo? Que diga, ¿no te dijiste? —dijo Diego sabiendo que no ganó nada, pues ni siquiera jugaron, pero le pareció divertida la broma.

—¿Cómo aposté? No tengo tanto dinero.

—Me dijiste que viajarías a un banco del pasado, donde todavía guardaban oro y no tenían cámaras.

—¡Pero qué listo soy, obvio no me dije porque mi yo del futuro va a ir por el dinero!

—¿Eso qué significa?

—Que tendrás tus mil dólares.

—Era sólo una broma, ni siquiera llegamos a jugar.

—¿Entonces no te debo nada?

—¡Claro que no!

—Perfecto —Zeit sólo le seguía el juego, sabía que jamás apostaría esa cantidad porque no era necesario, con la tarjeta ilimitada que tiene puede comprar todo lo que desee.

—Ahora que todo está aclarado, dime, ¿por qué me pediste que viniera?

—Quería pasar un rato contigo antes de que mueras mañana.

—¿¡Voy a morir mañana!?

—No, también es una broma —dijo Zeit con una sonrisa.

—¡Qué te pasa, casi me da un infarto! —contestó Diego furioso.

—Tranquilo, veo que no tengo ese toque para las bromas.

—No, no lo tienes.

—Perdón, me pasé de la raya.

—Ya no importa, ¿para qué me querías?

—Para informarte que tenemos un pequeño problema con el plan.

—Ya lo sé, Zack ya sabe todo.

—¿Cómo?

—Por lo visto puede leer la mente.

—Eso no es bueno.

—¿Si no era eso lo que me ibas a decir, qué era? —preguntó Diego.

—Ya no importa, tendremos que implementar el plan B.

—¿Cuál es?

—No tengo idea.

—Será mejor que me vaya —dijo Diego.

—Te llamé para crear otro plan.

—No necesito saberlo.

—Pero…

—Pero nada. Yo me encontraré otra vez con Zack y volverá a saber qué pasa. Ten por seguro que tendrá conocimiento de esta conversación. Así es que anda con cuidado —dijo Diego y salió del cuarto. Zeit tomó un vaso de whisky de un solo trago y vio que Diego había regresado.

—Sé qué lo de la apuesta era broma, pero, ¿tendrás algo de dinero que me prestes? No tengo que comer ni donde quedarme.

—Es lo malo de ser un potesta no reconocido.

—¿De qué hablas?

—Todo potesta tiene una tarjeta ilimitada, puedes gastar lo que quieras y nunca se acaba. Inclusive tu hermana tiene una.

—¿Me la prestas?

—No.

—¡Tú puedes viajar en el tiempo! Puedes ir a donde sea. No necesitas el dinero.

—Lo sé, toma tu tarjeta. Sabía que la necesitarías, así que conseguí una para ti.

—¡Muchas gracias, eres el mejor!

—Ahora vete, que necesito idear otro plan —dijo Zeit y Diego salió corriendo de felicidad del cuarto.

Al siguiente día:

Con la tarjeta que Zeit le dio, Diego alquiló una casa en la playa. Compró varias hamburguesas y las refrigeró para más tarde. Inclusive invitó a una edecán que se encontró en el camino. No sabía que iba a pasar después, pero si Zack le dio vacaciones por así decirlo, tenía que disfrutarlas y que mejor con las tres cosas que más ama en la vida; comida, mar y mujeres. Estaba sentado a la costa del mar cuando se acercó la edecán a él.

—¿Qué tienes? —preguntó ella.

—Mucho dinero si es lo que quieres.

—No, me refiero a que tienes todo, pero no lo disfrutas. Dinero es lo que menos necesito ahora, con lo que me pagaste me basta y me sobra.

—Me gusta la tranquilidad.

—Simplemente no te entiendo —dijo la edecán confundida.

—¿Por qué no?

—Por lo que parece tienes todo el dinero del mundo, contrataste a una súper modelo.

—Pensé que eras edecán.

—Bueno edecán, quería sentirme más importante. El punto es que me contratas y ni siquiera intentas llevarme a la cama. No digo que lo haré, pero quiero saber el por qué.

—Tú no eres una…

—Lo sé —interrumpió rápidamente la edecán impidiendo que terminara de decir esa palabra—. Lo que quiero decir es que tienes todo y se ve que no eres feliz.

—¿Cómo me dijiste que te llamabas? —preguntó Diego.

—Selene —contestó ella.

—Mira Selene, mis padres fueron asesinados no hace mucho. Desde ese día he vivido en casas abandonadas, escondiéndome de las personas que los mataron, temiendo que me encuentren. Conocí a la mujer de mis sueños y por culpa de los asesinos nos tuvimos que separar. No sé donde está, pero sé que la voy a volver a ver. Apenas ayer recibí una herencia multimillonaria. Así es que si tener un poco de paz después de tanto tiempo, es no disfrutar de la vida, entonces no sé que es. Además de que me caíste bien, ¿de qué sirve el dinero si no tienes a nadie con quien compartirlo?

—Yo… lo siento, no sabía todo lo que me acabas de contar —dijo Selene y abrazó a Diego.

—Vas a ver que todo va a salir bien, ahora tienes dinero, ¡puedes huir del país!

—Huir no sirve de nada.

—¡Puedes comprar protección!

—Todo esto es más complicado de lo que crees.

—¿Te puedo ayudar en algo?

—Sí, acuéstate y disfruta de los rayos del sol, de la brisa del mar. Siente como la humedad hidrata tu piel. Ya hablé mucho de mí, ahora cuéntame de ti —dijo Diego.

—Pues la verdad no hay mucho que contar. Mis padres están divorciados. Viví con mi padre hasta los 25.

—¿Cuántos años tienes?

—24, de hecho mañana es mi cumpleaños.

—¿Decidiste de cumpleaños irte a vivir sola?

—Ahora que soy independiente y no sufro de pobreza… Sí.

—¡Shhh!

—¿Qué pasa?

—¿No escuchas?

—No.

—Algo está mal con el mar. ¡Mira, las olas no se mueven como deberían!

—¿Qué quieres decir, un tsunami?

—Algo peor, ¡corre lo más rápido que puedas y no mires atrás! —gritó Diego.

—Ya sé lo que pasa —contestó Selene desilusionada.

—¿Lo sabes?

—Sí, parecía bastante bueno para ser verdad. No me quieres pagar lo restante de lo que acordamos, ¡qué estúpida soy!

—¿Qué? ¡Claro que no! —dijo Diego mientras se acercaba una ola a toda velocidad y cuando estuvo a punto de alcanzarlos salió un tiburón que se convirtió en un hombre ya maduro.

—¿Diego, hijo? —dijo el hombre que raramente se parecía a Diego.

—¿Padre, estás vivo? —preguntó Diego confundido.

—No, pero debiste de ver tu cara —dijo aquel hombre que mostró su verdadera identidad.

—¿Zack, tienes el poder de Tifanny también?

—Creo que no has comprendido mi poder y lo subestimas, igual que tu padre. Puedo tener tu poder, el de tu hermana, el de Tifanny… el de cualquier potesta, inclusive podría inventar uno si se me da la gana.

—¿Pensé que nos veríamos hasta la otra semana?

—Hubo un cambio de planes.

—¡No puedo creer que me drogaras! —interrumpió Selene.

—Será mejor que te vayas, ¿recuerdas lo que te conté de mis padres? Él es uno de los asesinos.

—Por lo que veo te compraste una mascota —dijo Zack refiriéndose a Selene.

—Ya veo porque todos te quieren muerto.

—Sí, pues que sigan queriendolo.

—No por mucho tiempo —contestó Diego y Zack comenzó a sentirse mareado.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Zack que ya estaba de rodillas.

—Impidiendo que tu sangre circule al cerebro.

—¿Crees que me vas a matar con eso?

—No, pero seguro te desmayas en tres, dos, ¡vaya! Más rápido de lo que pensé —dijo Diego y Zack ya estaba tirado en la arena inconsciente.

—¡Tenemos que huir, podría despertar en cualquier momento!

—¡Estás loco, yo me largo de aquí fenómeno! —gritó Selene y se fue corriendo.

—¡Espera! —gritó Diego, pero Selene no se detuvo. Diego hizo que Selene se desmayara unos metros adelante. La cargó hasta el coche y la acostó en el asiento trasero. Manejó hasta el lugar donde la vio por primera vez y le dejó una nota:

“Espero que puedas perdonarme. Siempre te querré. Atte. Tu ex.

PD: ¡Feliz cumpleaños! Tu regalo esta debajo del asiento.”

Escribió Diego para distraerla y que creyera que todo fue un sueño. Dejó a Selene en el coche junto con un montón de billetes debajo del asiento delantero y se fue caminando sin rumbo fijo. Ya se hacía de noche y necesitaba un lugar seguro donde pudiera dormir tranquilo, más sabiendo que Zack podía rastrearlo. Caminó por horas y vio un letrero que indicaba que un aeropuerto estaba a cinco kilómetros. El volar no parecía tan mala idea, podría dormir durante el vuelo y Zack no sabría donde estaría, ¿o sí? Diego sentía que Zack tenía razón, en realidad subestimaba su poder, pero era el mejor plan que tenía o mejor dicho era el único.

—Me da un boleto para el primer avión que salga —dijo Diego una vez que estuvo dentro del aeropuerto.

—¿Disculpe? —dijo la vendedora.

—Un boleto por favor.

—¿A qué destino?

—No importa, quiero el primer vuelo que tenga.

—Tendrá que esperar aquí.

—¿Por qué, no puede checarlos en su computadora?

—Ese no es el problema.

—¿Entonces cual es?

—Tendrá que acompañarnos señor —dijo un policía detrás de Diego.

—¡Qué! ¿Por qué? —contestó Diego.

—Es un procedimiento de seguridad.

—Si me acompaña al cajero, podría darle cien dólares —dijo Diego en susurro al policía.

—¿Me está intentando sobornar? —le preguntó el oficial.

—Mire, estoy cansado y sólo quiero un boleto a cualquier destino, ¿eso qué tiene de malo?

—¿Por qué no un destino en especifico?

—Soy aventurero, me dejo llevar por mis instintos.

—Está bien, nada mas acompáñeme un momento.

—¿Pensé que ya estaba aclarado? —replicó Diego.

—¿Pensé que necesitaba ir al cajero? —respondió el policía corrupto y fueron a que sacara dinero para el soborno. Diego regresó con la vendedora y esta vez le avisó que un vuelo salía en quince minutos con destino a Yemen.

—Está perfecto.

—¿Me permite su pasaporte?

—¿Pasaporte?

—No me diga que no lo trae. No puede abordar sin el.

—¿Si en lugar de mi pasaporte, le doy el retrato de Benjamín Franklin y su gemelo?

—Que olvidadizo eres Renato, que sean dos boletos por favor —dijo un hombre a la izquierda de Diego y le pasó dos pasaportes a la señorita que los atendía (el de él y el de Diego).

—¡Qué bueno verte! —dijo Diego al ver que se trataba de Zeit—. ¿Cómo está Tifanny? —agregó, no podía pensar en otra cosa que no fuera en ella.

—Me sorprende lo informado que estás. Vamos bien, apenas llevamos dos meses y creo que ella es la indicada.

—¡Qué! ¿De qué hablas?

—Aquí tienen sus boletos —dijo la que los atendía.

—¡Cállese! —le gritó Diego a la vendedora para seguir la conversación con Zeit—. ¿Qué quieres decir con dos meses?

—Tranquilo, dos meses de novios, ¿qué tiene eso de malo? —respondió Zeit confundido.

—¡Todo, ella es mi novia! Bueno… lo fue, es una larga historia. El punto es que ahorita estaríamos juntos si no nos tuviéramos que separar por culpa de Zack.

—Lo siento, no tenía idea.

—¡Por favor! Dime cualquier cosa, pero no me mientas. Tú mismo me dijiste que hacíamos buena combinación.

—Escúchame Diego, el tiempo para mí no es relativo. Apenas hace diez minutos estaba veintisiete años atrás hablando con tu padre, pidiéndole su pasaporte para que puedas ir a Yemen. Si yo te dije que hacían buena combinación, en realidad debí de ser yo, pero mi yo del futuro.

—Quisiera entenderte, pero no entiendo la relatividad del tiempo.

—Déjame explicártelo con calma dentro del avión, de lo contrario nos va a dejar —dijo Zeit y Diego aceptó.

Dentro del avión:

—Por lo que veo, Tifanny es muy importante para ti. No te preocupes, en cuanto la vea le contaré que esto se acabó —dijo Zeit.

—¿Pero dijiste que ella era la indicada? —dije creo que era, por lo que me cuentas, de todas formas vamos a terminar. Mejor no ilusionarla y dejar que sean felices.

—No sabes cuánto lo aprecio.

—Es lo correcto.

—¿Entonces por qué estás aquí? Digo, si no eres el Zeit del futuro.

—Desperté y vi una nota en el buro. Era mía, diciendo que tomara el pasaporte de tu padre y te lo entregara.

—Lo siento, a lo mejor no tenías que saber de lo mío con Tifanny. En realidad nunca fue mi novia verdadera.

—¿Cómo es eso?

—Ella trabajaba para unos potestas que querían algo de mí, se hizo pasar por Kathy Beck y se hizo mi novia. Después huyó de ellos para ayudarme y nos la hemos pasado huyendo. Por lo que no hemos tenido tiempo para disfrutar.

—Ya tendrás el tiempo, ¿te molesta si me quedo durante el vuelo? En realidad me gusta volar y de la época de donde vengo ya no existen los aviones.

—¿Ya hay teletransportadores?

—Esos existen desde hace mucho tiempo, pregúntale a tu hermana cuando la veas.

—¿De verdad, por qué me he perdido de todo? ¿Por qué ya no hay aviones en el futuro?

—Porque somos novecientos y tantos como población mundial, nadie necesita viajar. Vivimos todos en una pequeña ciudad.

—¿Qué fue lo que pasó?

—Existen varias teorías y en realidad no debería contarte esto, han pasado cosas raras por contar el futuro.

—¿Viajas al pasado, por qué intentas cambiar el futuro?

—Sólo si tengo el permiso del oráculo.

—¡Pero podrías salvar millones de vidas!

—Puedes cambiar el futuro, pero no el pasado. Sólo pequeñas situaciones que no provoquen gran cambio.

—¡Tú si puedes regresar al pasado!

—Que pueda… no significa que deba y si me disculpas me gustaría disfrutar el vuelo en silencio.

—Está bien, don amargado egoísta —respondió Diego, pero Zeit se había puesto sus audífonos, por lo que no lo escuchó. Diego recostó su cabeza en el respaldo del asiento y cerró los ojos. El vuelo era tan tranquilo y aburrido que era imposible no dormirse. Se despertó de golpe al soñar que tenía una pesadilla. Soñó con Rachel, su hermana humana por así decirlo. Ella caía en un abismo y estiraba su mano para que él la rescatara, pero por más que Diego extendía su mano, esta no alcanzaba y Rachel seguía cayendo hasta que se alejó tanto que desapareció de su vista. Fue cuando despertó. Miro hacia afuera por la ventanilla y vio que todavía volaban sobre una ciudad, la cual Diego no tenía idea de cuál fuera. Levantó la mirada hacia las nubes y vio que había una persona en el ala del avión, esta lo saludó. Diego se quedó anonadado, seguro todavía seguía soñando, sacudió su cabeza y volteó nuevamente esperando que ya no estuviera… pero no fue así. Lo observó detenidamente y se dio cuenta que se despertó de una pesadilla para estar en otra, la persona que estaba en el ala era Zack, y al obtener la total atención de Diego, agarró el borde del ala y la jaló para desprenderla del avión. Este se desequilibró y comenzó a dar vueltas como tornado mientras caía a toda velocidad. Diego se había convertido en agua para que el impacto no le hiciera nada, lástima que no se pueda decir lo mismo de los demás pasajeros, excepto por Zeit, que al ver lo que pasaba, desapareció.

El avión cayó en medio de la calle de una ciudad, creando un caos total. Coches totalmente destrozados, casas que se hicieron polvo y después de unos cinco minutos parecía desierta, pues los que alcanzaron a sobrevivir se alejaron de ahí como si fuera el fin del mundo.

—Sé que estás aquí, no puedes morir así de fácil —dijo Zack una vez que aterrizó cerca del accidente y caminó por el piso hecho pedazos.

—¿Por qué? —se escuchó a lo lejos la voz de Diego.

—¿Por qué lo hice? Nosotros somos los dueños del planeta, nos pertenece a nosotros, no a los humanos.

—¡Pero eran inocentes! —gritó Diego y atrapó a Zack en una prisión de hielo.

—Tu padre estaría orgulloso. Él nunca pudo controlar el estado del agua, lástima que no sirva de nada —dijo Zack y derritió las barras de hielo con sólo un toque.

—¡Veamos qué pasa si derrites esto! —dijo Diego y sorprendió a Zack por detrás, le tocó el hombro y lo convirtió en hielo. Zack se quedó congelado y Diego sintió que por fin había ganado, esa era la respuesta, pensó. Era obvio, no puedes matar a alguien que es inmortal, pero si lo congelas, sigue vivo y sin nada que pueda hacer. Diego se sentó sobre un escombro del avión que había estallado, se secó el sudor de la frente con su mano, pensando que todo había terminado.

—¿Ya se cansó el niño? —preguntó Zack.

—¿Qué? ¡Eso es imposible! —gritó Diego al ver que Zack todavía estaba congelado, pero se movía como si nada hubiera pasado.

—Para serte sincero, me gusta como se ve.

—No te acostumbres a el, no podrás disfrutarlo cuando estés muerto.

—Lamento decirte que me agarraste desprevenido en la playa, ya no funciona —dijo Zack al ver que Diego intentaba desmayarlo nuevamente.

—Tiene que haber alguna forma —pensó Diego.

—¿Se te olvida que puedo leer tus pensamientos? —dijo Zack con sarcasmo y lanzó un pedazo de hielo directo a la cara de Diego, pero este lo esquivó.

—Supongo que esta pelea durará años, yo no te puedo matar y tú no me puedes lastimar —dijo Diego.

—Yo no estaría tan seguro —dijo Zack y Diego no pudo moverse más.

—Mira ahora quien es la estatua. Me pregunto, ¿qué pasará si intento que tu dedo se mueva hacia atrás? —dijo Zack y lentamente hizo que el dedo de la mano izquierda de Diego se moviera a tal grado de sacarle una lágrima de dolor. Diego quería gritar, moverse, pero no podía. Zack movió demasiado el dedo de Diego que le rompió el hueso.

—Ups, me emocioné. Lo siento —dijo Zack burlándose y justo antes de terminar se escuchó una explosión a unos diez metros que distrajo su atención. Diego por fin pudo gritar y moverse, cayó de rodillas del inmenso dolor.

—¿Me extrañabas? —preguntó Tifanny que ya estaba ahí y curó su hueso roto al instante.

—No sabes cuánto —le respondió él.

—Veo que llegaron los refuerzos —dijo Zack y Tifanny desenfundó su pistola, disparó tres balas directo hacia el corazón de Zack, pero él las mando de regreso con un golpe de su mano y se clavaron en el pecho de Tifanny.

—¡Noooooo! —gritó Diego y sin darse cuenta había creado una bola de agua hirviendo con hielo y una capa de gas, los tres estados físicos del agua juntos por primera vez. Se veía tan increíble, y escalofriante a la vez, gracias a esos pequeños rayos de luz que se hacían. Diego la mandó hacia Zack a toda velocidad y estaba seguro que esta vez no podía hacer nada, y realmente no hizo nada. Se quedó quieto admirando la impresionante bola de agua que se acercaba a él rápidamente. Kagneline apareció detrás de Zack y lo abrazó. Se hicieron llamas y desaparecieron un segundo antes de que aquella bola impactase en él, por el contrario, se impactó en un edificio y lo derribó junto con toda la manzana. Diego no comprendía, pero no se detuvo a pensar y corrió al cuerpo de Tifanny.

—¿Dónde está ese tal Zack para partirle la cara? —dijo Sofía, que acababa de llegar gracias a Carlo.

—Kagneline lo salvó —dijo Diego llorando a lado del cuerpo inmóvil de Tifanny.

—¿Qué pasó? —preguntó Carlo.

—Tifanny le disparó a Zack y él le regresó sus balas.

—¿Eso fue lo que la mató? —preguntó Carlo y Diego no le contestó. Se le quedó viendo fijamente para evitarle decir que era un idiota insensible.

—¡Déjenme solo! —gritó Diego.

—¿Dónde fue Zack y Kagneline?

—No lo sé, no me importa, ¡lárguense de aquí! —dijo Diego temblando, pero con la voz firme.

En la casa de Tifanny:

Kagneline y Zack aparecieron en la sala. Zack estaba quemado de todo el cuerpo y Kagneline estaba sin un rasguño.

—Gracias, has elegido un buen camino —dijo Zack mientras se tocaba las quemaduras, tratándolas de quitar.

—¿Crees estoy de tu lado? —le respondió Kagneline con una sonrisa de burla.

—Sí, de lo contrario, ¿por qué me salvarías?

—Porque tengo muchas preguntas y tú las respuestas.

—¿Qué te hace pensar que te las daré?

—Esto, el virus que… para que te explico si ya lo conoces, fuiste inyectado con el, ¿no?

—Ese virus fue destruido, ¿de dónde lo sacaste?

—Hace poco regresé al Antartic Palace y le pedí un favor a Victoria. Como sabrás, mi sangre es la cura, pero curiosamente también es el mismísimo virus.

—¿Crees que me voy a dejar inyectar de nuevo?

—No te iba a pedir permiso. Siéntate y ponte cómodo, extrañarás este sillón durante años, tal vez siglos —dijo Kagneline y Zack la obedeció. Se sentó y trató de arrebatarle el virus con su poder, pero fue inútil.

—Por cierto, en este momento no tienes tu poder, puedo hacer que el virus funcione sin inyectártelo.

—¿Qué, cómo?

—Al parecer tengo dos poderes.

—Nadie tiene dos poderes.

—Pues yo sí, puedes llamarlo evolución. Ahora necesito que me respondas con la verdad —dijo Kagneline y Zack respondió un sí con un movimiento de cabeza.

—¿Tú mataste a mi padre?

—¿Yo?

—¡No me respondas con otra pregunta! —gritó Kagneline y se acercó a Zack lentamente, le tocó los hombros con sus manos y los prendió en fuego.

—¡Ahhh! —gritó Zack del dolor e instintivamente golpeó a Kagneline en el estomago, ella cayó hacia atrás del dolor, pero se levantó rápido para impedir que Zack hiciera otra cosa.

—¿Qué te pasa, estás loca? —preguntó Zack.

—Puedo hacer esto todo el día —dijo Kagneline y tomó unas esposas que estaban en la mesa. Hizo que Zack pusiera sus manos atrás y se las esposó.

—Nuevamente, ¿tú mataste a mi padre?

—Lo intenté —respondió Zack en susurro.

—¿Qué quieres decir con que lo intentaste?

—Traté de matarlo, pero el muy cobarde huyó.

—¿Entonces está vivo?

—¿No crees que si lo estuviera ya te hubiera buscado?

—Esa no fue la pregunta —dijo Kagneline y prendió fuego a su mano para volverlo a quemar.

—¡Espera! No sé si lo está, pero si me liberas puedo buscarlo por ti.

—¿Me crees estúpida? Si vuelves a creerlo recibirás esto —amenazó Kagneline y prendió fuego en las piernas de Zack por un segundo—. Diez veces más fuerte, ¿entendido?

—Sí.

—¿Qué sabes de mi madre?

—Que murió a los pocos días de que tú naciste.

—¿Qué sabes de Diego, es realmente mi hermano?

—Es tu medio hermano por parte de Renato. Fue criado por su madre biológica, una humana, ¿puedes creerlo? No sé que estaría pensando tu padre.

—En patearte el trasero veinte años después, ¿por qué intentas matar a todos?

—Por diversión.

—¿Estás seguro? —preguntó Kagneline y prendió su mano en llamas.

—¡Está bien! Mis padres siempre creyeron que era un idiota.

—No me sorprende —dijo Kagneline en burla.

—¡Hey!

—Lo siento, continua.

—Desarrollé mi poder hasta los veintiséis. Cuando ellos ya estaban muertos.

—¿Intentas demostrarle a unos fantasmas qué eres el potesta más poderoso?

—Sí, ¿tú no haces lo mismo?

—¡No!

—¿Entonces para que buscas a tu padre?

—¿Para qué? Es la única familia que tengo. Bueno… sin contar a Diego, ¡pero la que hace las preguntas soy yo, levántate!

—Gracias por liberarme, no soy tan malo después de todo.

—Tus padres tenían razón, ¡que idiota eres! No te voy a liberar.

—¿No, entonces qué vas a hacer? No me puedes matar.

—Desearás nunca haberte hecho inmortal. Te voy a inyectar y…

—¡Dijiste que no lo harías si te contestaba!

—¿Me creíste? No cabe duda que eres un idiota.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Zack preocupado.

—Te voy a encerrar para que nunca salgas.

—Estás equivocada. Algún día saldré, y entonces…

—Y entonces mi hija, nieta, tataranieta, no lo sé. Te volverá a encerrar —le interrumpió Kagneline, agarró un libro y dijo lo siguiente en voz alta:

Tú que no recuerdas quien soy

Me presento una vez más

Soy Kagneline, acéptame por hoy

Y no dejes salir a Zack jamás.

Kagneline obligó a Zack a entrar y lo llevó a una pequeña habitación.

—Como veras lo tiene todo; cama, baño… y creo que ya.

—¿Es una broma verdad, voy a pasar aquí mi eternidad? —preguntó Zack.

—¿Pensé que habías dicho que te ibas a escapar?

—Si me dejas aquí, va a ser lo más pronto posible.

—Entonces nos veremos pronto —dijo Kagneline con una sonrisa fingida y dio media vuelta.

—¡Espera!

—¡Tienes razón! Que tonta soy, casi se me olvida inyectarte el virus.

—No, no era eso… puedes irte —dijo Zack, pero fue inútil.

—Si intentas algo. Te quemo durante diez minutos —dijo Kagneline y un momento después le aplicó la inyección en el brazo derecho.

—¡Muy buen chico! Te daría una croqueta, pero no tengo.

—Esto es humillante —pensó Zack en voz alta.

—Ahora si me puedo ir, o ¿hay algo más que me quieras decir?

—¿Qué voy a comer?

—Eres inmortal, no necesitas comer.

—Mi alma no, pero mi cuerpo sí.

—Entonces tendrás que apurarte en salir —dijo Kagneline y se fue, dejando a Zack encerrado.

Kagneline regresó a donde se encontraba Diego, el cual todavía lloraba a un lado del cuerpo de Tifanny.

—¿Diego, ella está bien? —preguntó Kagneline.

—¿Por qué lo salvaste? ¡Estaba a punto de matarlo! —dijo Diego.

—Tranquilo, él ya no será un problema.

—¡Genial, eso le devolverá a Tifanny la vida!

—Tú no tuviste la culpa. Hiciste todo lo que pudiste —dijo Kagneline y se acercó a Diego para darle unas palmadas en el hombro en forma de apoyo.

—¡Pude haber desviado las balas!

—Ahora está en un mejor lugar.

—¿De verdad lo crees?

—Nooo… No… —dijo Tifanny mientras tosía y Diego volteó inmediatamente para verla.

—No te esfuerces, todo va estar bien —dijo Diego con una sonrisa de oreja a oreja al ver que estaba viva.

—No te quedes sonriendo, ¡hay qué llevarla a un hospital! —dijo Kagneline.

—Diego, toma mi mano —dijo Tifanny con gran dificultad.

—No, no vas a morir. Te voy a salvar, ¡lo juro!

—Toma mi mano… y ponla en mi pecho —dijo Tifanny y Diego hizo lo que le ordenó. Segundos después se fue curando rápidamente la herida de las balas, éstas salieron y no hubo más dolor. Tifanny se levantó y Diego le dio el beso más dulce y apasionado de toda su vida.

—Creí que te había perdido —dijo Diego.

—Nunca te desharás de mí.

—No sabes cuánto me alegra escuchar eso.

—Chicos, lamento ser la tercera en discordia, pero… ¿no prefieren ir a descansar y platicar mañana? —interrumpió Kagneline. Estoy que muero por una ducha caliente.

—Sí, ha sido un día difícil —dijo Tifanny y tomó del brazo a Kagneline.

—¿Qué haces? —preguntó ella desconcertada.

—Nos vas a transportar, ¿no?

—A menos que quieran morir. Me quemo totalmente cuando lo hago.

—Sólo intenta que sea rápido, yo nos curo cuando estemos allá.

—No estoy segura.

—¡Por favor Kagneline! Ve a tu alrededor, ¿ves algún otro medio de transporte?

—Primero déjenme practicar —dijo Kagneline y despareció dejando llamas de fuego en el piso, las cuales Diego apagó al instante. Regresó cinco minutos después junto con una camioneta todo terreno.

—No queremos manejar —dijo Tifanny al ver a Kagneline con la camioneta.

—No es para manejarla, es para su protección… métanse y así no se quemaran muy fuerte —dijo Kagneline y ellos la obedecieron. Kagneline tocó la camioneta, un segundo después se prendió en llamas y aparecieron en el jardín del Antartic Palace.

—¿Dónde estamos? —preguntó Tifanny al salir de la camioneta.

—¿No reconoces? Es el Antartic Palace.

—¡Qué cambiado está, es increíble! —respondió Tifanny.

—¿Qué tiene de especial? —preguntó Diego.

—¡Todo!

—Por cierto, ¿qué pasó con Zack? —preguntó Diego para cambiar la conversación.

—Cuando fui a tu casa —refiriéndose a Tifanny—. Me habló una voz y me dijo que ahí podía encerrar el mal.

—¿Estás loca? ¡Él es el hermano de Zack, lo va a liberar!

—¡No me digas eso! —dijo Kagneline asustada.

—Es broma.

—¡Me espantaste!

—Nunca va a poder salir de ahí por si solo —agregó Tifanny.

—¿Qué quieres decir?

—Es imposible abrir la puerta desde adentro. El Libro es la única llave.

—Eso es algo bueno y hay que mantenerlo en secreto. Ahora acompáñenme, les enseñaré su habitación —dijo Kagneline y ellos la siguieron hasta el cuarto.

Diego y Tifanny entraron a la habitación, Kagneline los dejó solos.

—¿Entonces ya podemos empezar a disfrutar? —preguntó Diego, colocó sus manos en la cintura de Tifanny y comenzó a besarla lentamente. Tifanny asintió con la cabeza al tener sus labios ocupados.

Al día siguiente:

Ya eran más de las once de la mañana, Diego y Tifanny se morían de hambre, por lo que fueron a la habitación de Kagneline que estaba enfrente de la de ellos. Tocaron y ella les abrió todavía adormilada.

—¿Te acabas de levantar?

—Sí, gracias a ustedes.

—Vamos a desayunar, ¿no tienes hambre? —le preguntó Diego.

—¿A dónde quieren ir?

—Donde sea que tengan comida. Estoy muriendo de hambre… anoche ni siquiera cenamos.

—¿Les gusta Italia?

—¡Sí! —exclamó Tifanny con emoción.

—No me quiero meter de nuevo en esa camioneta —dijo Diego.

—Obvio no. Aquí tenemos transportadores.

—Entonces, ¿qué esperamos? ¡Vamos! —dijo Diego emocionado y unos minutos más tarde estaban desayunando pizza en Venecia.

—¿Qué pasó con los que me secuestraron una vez? —le preguntó Diego a Tifanny.

—Se escondieron cuando se enteraron que Zack había regresado.

—¿Entonces todavía tendré que lidiar con ellos?

—No saben que Zack está encerrado nuevamente, y no veo porque contarles —respondió Tifanny.

—¿Qué piensan hacer? Ahora que somos libres —les preguntó Kagneline.

—Me gustaría irme de luna de miel —contestó Tifanny.

—Pero necesitas casarte para eso —dijo Diego sin entender la indirecta.

—Creo que te quiere decir algo Diego —agregó Kagneline sonriendo.

—¡Oh! Tifanny, ¿quisieras ser mi esposa? —preguntó Diego ya hincado y creó un anillo de agua para ofrecérselo.

—No, realmente no.

—Pero acabas de decir que quieres una luna de miel.

—Sí, sólo que las bodas son cursis. Son para los humanos… aunque la luna de miel, suena bastante bien.

—¡Entonces vámonos de luna de miel!

—Hecho —contestó Tifanny y cerraron el trato con un beso.

—¿Y tú, qué vas a hacer Kagneline?

—Viajar por el mundo en busca de nuestro padre.

—Pero él está…

—¿Muerto? Interrogué a Zack y me contó que él no lo mató.

—Aun así, ¿no crees que nos hubiera ayudado de estar vivo?

—Yo sólo sé que nadie ha visto su cadáver, lo voy a encontrar; vivo o muerto.

—Si lo encuentras me avisas —le dijo Diego.

—Lo haré —respondió ella.

—Supongo que ya se acabó todo, ¿viviremos felices por siempre? —preguntó Tifanny.

—No, esto acaba de empezar —contestó Kagneline y se levantó de la silla para adentrarse en su nueva búsqueda.

Cuatro años después:

Kagneline, que estaba de visita en Suecia. Recibió un mensaje al celular proveniente de su hermano, el cual le dijo que era urgente que se vieran. Kagneline fue a Sheffield, Inglaterra, precisamente a la casa de Tiffany y Diego.

—¿Qué pasó? —preguntó Kagneline al estar ya con Diego.

—Tenemos un problema —contestó él.

—¿Qué problema? ¡No te quedes callado!

—No sé por dónde empezar —dijo Diego serio.

—¡Por donde sea! ¿Es algo grave?

—Ayer…

—¿Ayer que?

—Ayer me encontré con nuestro padre.

—¡¿Qué!? ¿Dónde está? Está… ¿vivo?

—Sí, y quiero que me acompañes a visitarlo.

—¡Claro! ¿Ya platicaste con él?

—Sí, bueno… sólo le pregunté el por qué hasta ahora lo encontramos, no quería platicar con él sin ti.

—Gracias, ¿qué te dijo?

—Que cuando inyectó con el virus a Zack, un instante después Zeit lo transportó a esta fecha, hace una semana para ser exactos.

—¡Eso significa que no nos abandonó, todos estos años nunca existió!

—Sí, lo sé.

—¿Qué pasa, por qué no estás feliz? —preguntó Kagneline al ver la indiferencia de Diego.

—Eso no quita el hecho de que no nos haya visto crecer, de no haber estado con nosotros todos estos años.

—Pero ya lo escuchaste, no fue su culpa. Zeit lo transportó a esta fecha.

—¿Por qué nuestro padre no hizo nada, por qué no le dijo que lo transportara de regreso cuando más lo necesitábamos?

—Sus motivos tendrá.

—Fui educado por un padre que no era el mío —dijo Diego.

—Al menos tuviste uno… yo tuve varias familias, pero siempre terminaba en el orfanato. Si junto a todos los “padres” que tuve, no harían ni la mitad de uno. Nunca es tarde para empezar de nuevo, al menos hay que darle una oportunidad.

—Está bien, nada más hay que esperar a Tifanny y vamos con él —agregó Diego.

Dos horas después:

—¡Hola Kagneline! ¿Lista para conocer a tu padre? —le preguntó Tifanny al estar de regreso en la casa.

—Sí, un poco nerviosa… pero emocionada.

—¡Entonces vámonos! —dijo Tifanny y todos se subieron a la camioneta que Diego manejó hasta la playa. Sumergió la camioneta en el mar y la controló con ayuda de su poder para llegar a una casa submarina, para llegar a la pequeña Atlántida que Renato había creado.

Ya que estaban reunidos con Renato, Diego y Kagneline no lo veían como su padre, no podían verlo como tal, pues a lo mucho les llevaba seis años de diferencia, parecía más su hermano mayor, algo que definitivamente ayudó a que congeniaran con él.

Durante la hora de la comida, apareció Zeit en la sala con una niña de cuatro años.

—¿Podrías cuidarla por unos días? —le preguntó Zeit a Renato refiriéndose a la niña.

—Claro, con gusto.

—¡Pero qué niña tan hermosa! ¿Cómo te llamas pequeña? —exclamó Tifanny al ver a la niña.

—Fanny —respondió con ternura.

—¡Así me decían cuando tenía tu edad! —dijo Tifanny con emoción.

—Espera a verla cuando sea grande, se vuelve la mujer más hermosa del planeta —dijo Diego.

—¡Oye, me voy a poner celosa! —contestó Tifanny.

—¿Por qué, no te has visto en un espejo?

—No te entiendo —contestó ella confundida.

—Porque tú eres Fanny de grande.

—¿Qué? —dijo Tifanny aún más desconcertada.

—Fanny, muéstrales tu poder por favor —interrumpió Renato al ver lo que sucedía.

—Pero no puedo usarlo delante de desconocidos —contestó Fanny.

—No hay problema, ellos son mis amigos —dijo Renato y Fanny de un momento a otro se convirtió en Tifanny mayor, que en realidad era ella unos años más grande.

—¡Increíble! Ahora escúchame con atención, cuando tengas diez años vas a conocer a…

—¡Tifanny! —gritaron al unisonó Diego y Renato.

—¿Qué? —contestó ella.

—Deja que cometa sus propios errores —dijo Diego.

—¿Dónde está Kagneline? Necesito hablar con ella —preguntó Zeit a Renato.

—Fue a la cocina por un café —le respondió él.

—Hola Kagneline.

—¿Brunn, qué haces aquí? —preguntó Kagneline con asombro y a la defensiva.

—No soy Brunn, mi verdadero nombre es Axellander, aunque todos me conocen como Zeit.

—¿Siempre supiste que era potesta?

—Sí.

—¿Por qué pretendiste que no lo sabías?

—Porque sólo así te esforzarías por aprender a controlar tu poder, ¿no fue así?

—Es verdad.

—Necesito que me acompañes cuando nos conocimos para a quemar tu ropa.

—¿Me quieres decir que yo quemé mi propia ropa?

—Sí, ¿me acompañas?

—Con una condición —contestó Kagneline.

—¿Cuál?

—Hay una chamarra que me encantó, esa no quiero quemarla.

—¿Crees que fue casualidad que fuera la única prenda que quedara?

—Ahora veo que no —Kagneline tomó del brazo a Zeit y desaparecieron de la cocina. Renato, Diego, Tifanny y Fanny seguían en la sala, estaban escuchando la historia de Renato, que les leía su libro prohibido. Cuando se apareció Zeit nuevamente, pero no era el que conocían. Era un Zeit ya maduro, de unos cuarenta y tantos años.

—Lamento interrumpir, pero tenemos un gran problema. Mi familia, mis amigos, todos han sido capturados y necesito que me ayuden a rescatarlos, necesito que vengan conmigo al futuro.