Kenizeth corría desesperada por la acera de la calle, esquivando personas como si se tratara de una carrera de obstáculos. Casi tropieza con una carriola, hubiera chocado con esta si no fuera porque portaba un bebé indefenso, un golpe a un adulto puede terminar en insultos, sin embargo, por más prisa que tuviera, chocar con alguien indefenso era algo que no podía permitir que sucediera. Dio un giro rápido y logró esquivarlo sin problema, o eso pensó hasta que notó que el tacón se le rompió.
Quiso dar un suspiro, sentarse en el piso y llorar, gritar para calmar su angustia, no obstante, una enorme carga de pendientes le estaban esperando en el escritorio de la oficina.
Caminaba deprisa al mismo tiempo que cojeaba. Se alegraba de haber dejado un par de zapatillas extras ayer en su gabinete. Sólo pensaba en la satisfacción de llegar a ponérselos.
A las tres cuadras se topó con su fastidiosa compañera Karen, quien le acompañó. No la quería en su camino, prefería estar sola, pero aceptó su destino más a la fuerza que por gusto.
—¡Espera, estoy teniendo un déjà vu, ya he vivido este momento! —comentó Karen, pero Kenizeth no se detuvo.
—¡Y yo lo he vivido todos los días! ¡Esta es la quinta vez de la semana que voy a llegar tarde si no me apuro! —le respondió Keny sin detenerse.
Si tan sólo se hubiera ido a dormir en lugar de haberse ido de fiesta con Janeth por la noche, todo hubiera sido diferente, literalmente le habría salvado la vida, pues por la prisa, no se fijó en el semáforo en rojo y un automóvil le impactó con gran fuerza.
No tardó ni cinco minutos en que toda la gente se acercara para ver el accidente. Unos por morbo, otros estaban esperando al reportero con tal de tener sus cinco segundos de fama, sin siquiera pensar a que costo.
Karen ya les había avisado a los miembros de la empresa, nadie la quería por eso, se metía en la vida de todos, y es que portaba una gran empatía que en lugar de alagar, desesperaba. Deseaba que Kenizeth le hubiera hecho caso, si se hubiera detenido cuando le dijo, en el momento que le mencionó ese fenómeno que pareciera ser de origen francés, de haber sido así… Kenizeth seguiría viva.
No encontraba alguna forma de explicar lo que acababa de pasar, todo se vino abajo. Sintió cómo su mundo se hacía añicos, se partía en mil pedazos. Sí, el mundo de Karen, quien seguía viva y respirando. Sólo pensaba egoístamente en ella, y no en su compañera que, sin lugar a dudas, tanto su mundo como su respiración, ya eran parte de un pasado que jamás regresará.
Dentro de su mente, Karen había planeado cómo sería su vida con ella. Cómo la enamoraría. De qué forma se le declararía, de hecho, en su bolsa portaba una rosa azul que pensaba regalarle, pero que jamás se atrevió a darle. Todos los días la compraba, y todos los días, sin excepción alguna, regresaba con ella a casa. Su cesto ya estaba lleno de esas flores, que le representaban todas sus desilusiones.
Se sentía terrible no porque se le hubiera acabado la vida a un ser humano que apreciaba, sino porque irónicamente, la vida le arrancó la oportunidad de cumplir sus planes con esa persona.
Karen recordó que en un documental vio algo sobre la ilusión del tiempo. Decía que el pasado es real porque somos capaces de recordar, para alguien que tiene Alzheimer el ayer no existe. El futuro tiene dos ramificaciones; lo estamos viviendo segundo a segundo, o en este caso, palabra a palabra. Por la otra parte, el mañana no se encuentra en otro estado más que el de nuestra imaginación.
Después de un intenso grito, Karen cerró los ojos y se visualizó viajando al pasado. Si tan sólo pudiera retroceder unos escasos minutos, podría salvarle, armarse de valor para poder cumplir sus deseos egoístas. No necesitaba más.
Unos minutos más tarde… … querré decir, más atrás.
—¡Espera, estoy teniendo en déjà vu, ya he vivido este momento! —argumentó Karen tomando del brazo a Kenizeth, quien no se quería detener.
Karen tuvo la sensación de ya haber vivido ese momento, no obstante, no poseía ningún recuerdo del futuro, pues eso es… ¿imposible?
—¡Y yo lo he vivido todos los días! ¡Esta es la quinta vez de la semana que voy a llegar tarde si no me apuro! —le respondió Keny forcejeando para que la soltara. Se detuvo a esperar que el semáforo se tornara verde y ambas avanzaron con prisa hacia la oficina.
El día pasó. Llegó la noche, y de la misma forma que todas las veces anteriores; Karen tiró la flor azul al cesto de la basura.