Es cierto aquello que dicen; antes de morir ves toda tu vida en la fracción de un segundo. Me encontraba lleno de sudor con una pistola apuntando a mi frente.
—¿¡Cuál es la contraseña!? ¡Dímela, no me obligues a apretar el gatillo!
—¿Qué impedirá que lo hagas tan pronto te la de?
—Soy una mujer de palabra.
—Y yo un hombre que perdió la fe en la humanidad. No te daré la contraseña hasta que liberes a Verónica, ella no tiene nada que ver aquí.
—Tienes un arma apuntando a los sesos, ¿crees estar en posición de poder negociar?
—Y tú tienes un jefe que te matará si no obtienes la clave —respondí con miedo, pero a la vez con una disimulada seguridad. Sé qué se había acabado mi tiempo, pero no el de ella.
—¡Lárgate antes de que me arrepienta! —le dijo a mi amada para liberarla de las consecuencias de mis actos. Vero se levantó y me miró directo a los ojos, sabía que sería la última vez que lo podría hacer. Rompió en llanto y corrió lejos de mí.
—¡Listo, ahora dame la contraseña!
—Lo haré, sólo tengo un último deseo antes de morir. Sabes perfectamente que no saldré vivo de aquí. Quiero…
—¿¡Acaso crees que soy el genio de la lámpara mágica!? Dame la clave o juro… estoy perdiendo la paciencia —ella tenía razón. Sólo quería alargar un poco más mi existencia en este mundo, pero era el momento de partir. Di un fuerte suspiro, para poder inhalar todo el aire que pudiera, toda la vida que me quedaba por respirar. Tan pronto tuve mis pulmones llenos, le di lo que tanto quería y lo único que me mantenía vivo, pero soy un hombre de palabra, aún si eso significa adelantar mi muerte.
Mi infancia no fue fácil, pero fue bonita. Aparecieron los recuerdos de mi madre cocinando, cuando me llevaban al parque junto con mis hermanos a jugar con la bicicleta. La primera y por fortuna única vez que me rompí un hueso. Todas mis memorias de pronto se tornaron en un azul celeste, inclusive las que creía que odiaba. Apareció mi primer beso, junto con el dolor de la cachetada que le siguió. El sentimiento era como si lo estuviera viviendo otra vez, como si me hubiera tomado una pastilla que me regresara a ese día. Podía sentir, incluso oler su perfume de rosas, lo cual era imposible, hacía más de diez años que lo descontinuaron.
La más triste memoria se convirtió en la más bella de todas.
Aquella fría noche no logré despedirme de mis padres, de decirles cuanto los amaba, de poder abrazarlos una última vez, pero eso ya no importa, porque estoy a segundos de reunirme otra vez con ellos.
Llegó la brisa del mar a mi mente, fue la primera vez que hice un viaje solo, el más increíble de todos. El único donde no me importó nada, ni siquiera qué comería, o cómo conseguiría dinero para hacerlo. Simplemente me dejé llevar, empecé a fluir con la vida.
Cuando llega el final, viene acompañado de remordimientos.
Evidentemente me hubiera gustado hacer miles de cosas distintas:
Abrazar mil veces más.
Decir te amo una y otra vez.
No haberme enojado por idioteces.
Hacer el amor, hasta que me quedara sin fantasías.
Sin embargo, ese fui yo, era mi ser. Puedo elegir enojarme sin cambiar nada más que mi ánimo, o disfrutar de esta maravillosa energía que me queda, de este último aliento que todavía guardo en mi interior.
—Gracias, y tienes razón. No puedo dejarte salir vivo de aquí. Son órdenes de arriba —me dijo Silvia mientras se encogía de hombros, y sin más, apretó el gatillo. No soy capaz de describir esa sensación que tuve, todo pasó tan rápido, tan veloz como lo fue mi propia vida.
Desperté y sentí como el agua de cierto modo me asfixiaba, pero me recargaba a la vez. Con los tentáculos me quité el visor de realidad virtual del ojo, así como los cables conectados a mis nervios.
¡Eso fue maravilloso! ¿Cómo te fue? —le pregunté a mi compañero que acaba de igual forma de salir del juego.
—¡Horrible! ¡Me tocó ser un maldito insecto! Espero que ya saquen la versión premium de Tierra 3.0, para entonces, poder elegir mi personaje.